Figuraciones s¨®lo nuestras
La tierra entera est¨¢ llena de muertos. Unos tienen sus l¨¢pidas y sus nombres inscritos en ellas, otros nada. Muchos est¨¢n enterrados en cementerios e iglesias, muchos tambi¨¦n bajo el asfalto y en cunetas y campos, o all¨ª donde cayeran. Probablemente no hay ciudad ni paisaje, si ¨¦ste ha sido habitado, que no guarden en su profundidad restos humanos. Sobre ellos caminamos a diario ignor¨¢ndolos y sin que nos quiten el sue?o. En las guerras se han hecho siempre fosas comunes, y se ha sepultado con apresuramiento, lo mismo que durante las pestes y tras las grandes cat¨¢strofes. Tambi¨¦n las aguas -mares, r¨ªos, lagos- albergan cad¨¢veres, no todos salen a flote. Desde que la incineraci¨®n se ha puesto de moda en nuestras sociedades, cenizas que una vez fueron hombres y mujeres andan esparcidas qui¨¦n sabe d¨®nde. Si en verdad crey¨¦ramos que los muertos se revuelven en sus tumbas, cada una de nuestras pisadas turbar¨ªa el descanso de alguno de ellos.
Las religiones, que s¨®lo admiten la perduraci¨®n del alma, se contradicen enormemente con su costumbre de venerar los restos. Las iglesias de Espa?a est¨¢n llenas de supuestas reliquias de santos -una tibia, un f¨¦mur, una calavera, un brazo incorrupto, alguna momia completa y jibarizada- ante las que los fieles de siglos se han postrado, desconocedores de que la mayor¨ªa de esos despojos sagrados pertenec¨ªan en realidad a animales, como se va comprobando ahora, o en el mejor de los casos a "particulares" de ¨¦pocas muy distintas de las que conoci¨® cada m¨¢rtir o santo. A una religi¨®n como la cat¨®lica, que cree en la resurrecci¨®n de la carne en un lugar no terreno, deber¨ªa importarle poco lo que se hiciera de los cuerpos, que adem¨¢s tanto desprecia. A quienes no son creyentes -de esa religi¨®n ni de ninguna otra- deber¨ªa importarles a¨²n menos: cuando alguien se acaba, se ha acabado del todo excepto en la memoria, ya no est¨¢ ni nos oye, y solamente la costumbre de dirigirnos a ¨¦l y de tenerlo en cuenta -que tarda mucho en perderse, y a veces no se pierde nunca- justifica nuestras visitas al sitio en que fue depositado, y aunque le hablemos a una piedra, como han hecho con emotividad muchos personajes de John Ford en sus pel¨ªculas. Pero para eso no hace falta desplazarse ni entrar en ning¨²n cementerio ni buscar ninguna tumba, uno puede "hablar" en casa con el recuerdo de cualquier difunto, y por supuesto puede o¨ªrlos responder en sue?os de los que despertamos desconcertados, medio tristes y medio contentos.
Atribuir a los restos de las personas el deseo de estar en un sitio o en otro, o de yacer junto a sus seres queridos, se explica s¨®lo como superstici¨®n o como "reflejo literario", y es una forma de religiosidad hasta en quienes no son religiosos, que a la postre resultan serlo: implica creer que hay algo m¨¢s all¨¢ de la muerte y, lo que es m¨¢s chocante, que est¨¢ encerrado en los cad¨¢veres. Todos fantaseamos con esas cosas, incluso cuando se trata de objetos inanimados: hace unos cuantos a?os vi en el escaparate lateral de una vieja tienda dos figuras de madera policromada. Una de ellas me gust¨® y entr¨¦ a comprarla. Era una especie de edec¨¢n hind¨² con un bonito uniforme. Me lo llev¨¦ a casa, pero me pas¨¦ el d¨ªa pensando que lo hab¨ªa separado del gaitero escoc¨¦s -mucho m¨¢s convencional y sin gracia- que llevaba acompa?¨¢ndolo en el estrecho escaparate qui¨¦n sab¨ªa cu¨¢ntos a?os. Puestos a imaginar disparates, se me ocurri¨® asimismo que tal vez era lo que los dos deseaban, perderse por fin de vista, por estar mal avenidos. Me pudo m¨¢s, sin embargo, el temor a que se sintieran solitarios, y a la ma?ana siguiente me pas¨¦ por la tienda y me traje tambi¨¦n al gaitero, que bien poco me atra¨ªa.
La misma puerilidad, salvando las distancias, hay en la fiebre recuperadora de huesos que se da en nuestro pa¨ªs actualmente, y que s¨®lo afecta a los de la Guerra Civil, y no a los de ninguna otra, y bien que ha habido en Espa?a. Es una puerilidad respetable y que comprendo -c¨®mo no voy a comprenderla si acabo de confesar una m¨¢s grande-, pero, si admitimos las personificaciones de lo que ya no son personas, y nos atrevemos a suponerles deseos a los esqueletos y despojos, cabr¨ªa imaginar, igualmente, que acaso no tengan ganas de ser perturbados ni desenterrados ni trasladados, ni de separarse de los dem¨¢s desdichados que sufrieron la muerte con ellos, hace setenta o m¨¢s a?os. Seg¨²n esas figuraciones nuestras -porque son s¨®lo nuestras, no de ellos-, ?qui¨¦n nos asegura que lo que quede de quien fue Garc¨ªa Lorca no prefiere seguir junto a los restos del maestro y los banderilleros que lo acompa?aron en el ¨²ltimo tramo y quiz¨¢ le infundieron entereza y ¨¢nimo? No s¨¦. Tambi¨¦n un t¨ªo m¨ªo fue asesinado durante la Guerra en Madrid, por milicianos, cuando contaba diecisiete o dieciocho a?os. Pese a ser v¨ªctima de quienes la perdieron, nunca se lo encontr¨® ni se sabe d¨®nde fue enterrado. Ni mi madre ni sus dem¨¢s hermanos se afanaron por buscarlo, seg¨²n mi conocimiento, ni se angustiaron especialmente por ignorar su paradero. Ten¨ªan ya suficientes pena y angustia por saberlo muerto, en plena juventud y sin juicio ni culpa. Nunca lo he hablado con ellos, pero tal vez pensaron que no deb¨ªan moverlo, ni separarlo de la joven compa?era de estudios con la que iba por la calle cuando lo detuvieron, y que corri¨® su misma suerte. Si murieron juntos y confort¨¢ndose, que permanezcan juntos sus huesos, donde quiera que se encuentren.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.