?Tiene sentido permanecer en Afganist¨¢n?
Ni combate contra el oscurantismo, ni ayuda al Gobierno local, ni lucha eficaz contra el terrorismo. La guerra en el pa¨ªs de los talibanes no ha cumplido ninguno de los objetivos que se propuso
Desde hace algunos a?os, 25 de los 27 pa¨ªses de la Uni¨®n Europea est¨¢n implicados en una guerra que se desarrolla a miles de kil¨®metros de sus fronteras, en Afganist¨¢n. Barack Obama, el candidato a la presidencia estadounidense ensalzado en Europa, defiende la continuaci¨®n de esa guerra tanto como su adversario republicano. Si resulta elegido, promete aumentar el contingente norteamericano para obtener una victoria definitiva. El Parlamento franc¨¦s someti¨® a debate la continuidad de la presencia de sus tropas en el conflicto (en un contexto de chantaje afectivo: "Votar no es decir a nuestros soldados que murieron por nada"). Tras una profunda reflexi¨®n, el Partido Socialista se atrevi¨® a votar no, aunque puntualizando: no votamos contra la renovaci¨®n del compromiso franc¨¦s, sino s¨®lo contra la manera en que ha sido enfocado.
Para combatir eficazmente a los terroristas es necesario contar con la simpat¨ªa de la poblaci¨®n
Los occidentales son identificados con bombardeos, torturas y muerte de civiles
Ante semejante consenso, ?es a¨²n necesario interrogarse sobre la legitimidad de esta guerra? Habitualmente, suelen darse una serie de razones para seguir. Examin¨¦moslas una por una. "Estamos en Afganist¨¢n a petici¨®n del Gobierno local". En realidad, los occidentales entraron en ese pa¨ªs para castigar a los responsables de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y se quedaron con el consentimiento del Gobierno que ellos mismos instauraron. Sabemos de sobra que una petici¨®n as¨ª por parte de un Gobierno impuesto por un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n no es una prueba en s¨ª misma. ?No vino precedida la entrada del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico en Budapest, en 1956, o en Praga, en 1968, de una solicitud similar? La invitaci¨®n del Gobierno hubiera debido corresponderse con los deseos de la poblaci¨®n. Y hay que rendirse a la evidencia: ¨¦sta es hoy mayoritariamente hostil a la ocupaci¨®n. Los afganos se sienten mucho m¨¢s cerca de los insurgentes locales, sus compatriotas, que de un ej¨¦rcito extranjero cuyos soldados hablan otras lenguas, practican otra religi¨®n, tienen otras costumbres y viven en fortalezas superprotegidas, aislados del resto del pa¨ªs. La prueba: una emboscada que cost¨® la vida a 10 soldados franceses el pasado 18 de agosto no pod¨ªa ser ignorada por los habitantes m¨¢s pr¨®ximos; sin embargo, nadie avis¨® a los franceses.
Adem¨¢s, los soldados occidentales prefieren responder a los ataques con bombardeos, y ¨¦stos producen "v¨ªctimas colaterales". Durante los d¨ªas siguientes a la emboscada antifrancesa, una incursi¨®n a¨¦rea caus¨® la muerte de 92 civiles, la mayor¨ªa ni?os. Se han contabilizado 400 bajas civiles desde comienzos de a?o, sin incluir a los talibanes -que a fin de cuentas tambi¨¦n son afganos-. ?C¨®mo podr¨ªan los ocupantes, responsables de esas muertes, ser amados por la poblaci¨®n?
"Estamos en Afganist¨¢n para combatir el oscurantismo y la barbarie y llevar el bienestar y la civilizaci¨®n". Uno se pregunta si la intervenci¨®n militar sirve a tan nobles objetivos. Es cierto que gran parte de la poblaci¨®n afgana es analfabeta, pero probablemente los militares no tengan ocasi¨®n de hacer de maestros. Cierto tambi¨¦n que oprimir a las mujeres, rechazar a los extranjeros o perseguir a los infieles son comportamientos b¨¢rbaros porque consideran a una parte de la humanidad como intr¨ªnsecamente inferior a la otra. Pero cabr¨ªa preguntarse si el ej¨¦rcito extranjero est¨¢ libre de toda sospecha de barbarie. ?Se puede calificar de otro modo la tortura practicada en las bases militares estadounidenses, en particular en la prisi¨®n de Bagram -situada en el sector donde est¨¢n las fuerzas francesas-, que sirvi¨® de modelo para la prisi¨®n iraqu¨ª de Abu Ghraib?
Por otra parte, adem¨¢s de bombardeos y torturas, los occidentales han tra¨ªdo fondos que han permitido construir carreteras, hospitales y escuelas. As¨ª era como las antiguas potencias coloniales justificaban el dominio de los pa¨ªses asi¨¢ticos o africanos: al fin y al cabo, les llevaban "la civilizaci¨®n". Sin embargo, esas potencias fueron expulsadas, pues los pueblos colonizados prefirieron recuperar su independencia, honor y dignidad antes que beneficiarse de los regalos que tra¨ªan los colonizadores. Como esos beneficios vienen de la mano de la ocupaci¨®n y la sumisi¨®n del pa¨ªs, cumplen una funci¨®n de camuflaje y de excusa.
En la misma l¨ªnea, hay quien dice: "Estamos en Afganist¨¢n para defender nuestros valores, republicanos o universales, los derechos humanos, la justicia y la paz, la libertad y la igualdad". Pero la injerencia moderna en nombre de la democracia no es m¨¢s leg¨ªtima que aquella otra, m¨¢s antigua, en nombre de la civilizaci¨®n: en ambos casos los medios utilizados comprometen los fines perseguidos. A veces se a?ade: "Nos odian y nos atacan a causa de nuestros valores", pero es m¨¢s probable que lo hagan por la forma en que se los imponemos: ocupaci¨®n, bombardeos y tortura.
"Estamos en Afganist¨¢n para combatir el terrorismo". Esta ¨²ltima palabra adolece de cierta vaguedad. Si bien los combatientes de Al Qaeda merecen tal calificativo, ¨¦ste no basta para definir los diferentes grupos de talibanes, que defienden un islam fundamentalista pero carecen de ambiciones internacionales. A eso hay que a?adir los se?ores de la guerra y los productores de adormidera: la intervenci¨®n extranjera ha actuado como trabaz¨®n de los diversos ingredientes de la resistencia, que gracias a ella ha podido reforzarse estos ¨²ltimos a?os. Por lo dem¨¢s, los insurgentes se comportan m¨¢s como guerreros organizados que como terroristas an¨®nimos, y libran batallas cl¨¢sicas. Este estado de guerra favorece a los verdaderos terroristas, que encuentran argumentos para reclutar nuevos combatientes ("expulsar al invasor") y un campo de entrenamiento a escala natural. Para combatir eficazmente a los terroristas es necesario contar con la simpat¨ªa de la poblaci¨®n y con un profundo conocimiento de la situaci¨®n; un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n no cumple esas condiciones.
"Estamos en Afganist¨¢n para defender nuestra seguridad". Tal vez sea ¨¦sta la verdadera raz¨®n de nuestra intervenci¨®n. Pero, ?es el medio apropiado? Los actos de terrorismo en Europa son obra de personas nacidas o residentes en el continente, cuyo resentimiento se alimenta de las im¨¢genes de los estragos infligidos por los ej¨¦rcitos occidentales a las poblaciones musulmanas: destrucci¨®n, da?os colaterales, tortura. La herramienta de reclutamiento m¨¢s poderosa de los nuevos terroristas son las im¨¢genes de la prisi¨®n de Abu Ghraib (sobre Bagram s¨®lo disponen de relatos).
A diferencia de los estadounidenses, los europeos no albergan proyectos hegem¨®nicos ni imperialistas. No obstante, sobre el terreno, aunque aportan una gran parte de las tropas, no pueden escoger una conducta propia, ya que la estrategia les viene dictada por el Pent¨¢gono. Aunque no torturen, la reprobaci¨®n cae tambi¨¦n sobre ellos: es una de las consecuencias de no disponer de una defensa aut¨®noma.
?Hay que permanecer en Afganist¨¢n, pese a que las razones de la intervenci¨®n no se sostengan, para no revelar que la OTAN es falible y vulnerable? Eso ser¨ªa justificar un error pasado con uno presente. Pero ?qu¨¦ otra cosa se puede hacer?
Habr¨ªa que partir de la idea de que la soluci¨®n a los problemas afganos no puede ser sino afgana. Por tanto, la direcci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs deber¨ªa ser m¨¢s s¨®lida y, para ello, corresponderse con el conjunto de fuerzas afganas o, en todo caso, con la mayor¨ªa de ellas. El presidente de Afganist¨¢n acaba de dar algunos pasos en esta direcci¨®n. Hay que animarle, apoyarle, facilitarle la tarea. Y si se necesitan provisionalmente ej¨¦rcitos extranjeros para mantener el orden, ser¨ªa preferible que no estuviesen integrados por occidentales, sino por soldados de los pa¨ªses vecinos geogr¨¢fica o culturalmente.
Los europeos deber¨ªan retirarse lo antes posible de aquellas lejanas tierras -e intentar arrastrar a los norteamericanos-. Podr¨ªan actuar m¨¢s eficazmente con el ejemplo de su prosperidad, unos v¨ªnculos econ¨®micos ventajosos rec¨ªprocamente y la fuerza de sus ideas y valores, que es mayor de lo que creen, pues pueden atravesar muros e incluso derribar imperios. Los europeos deber¨ªan retirarse no porque hayan descubierto con estupor que la guerra implica la muerte de sus soldados, sino porque esta guerra es responsable de un n¨²mero muy superior de v¨ªctimas afganas, porque la intervenci¨®n es rechazada hoy por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n y porque alimenta el antioccidentalismo y, en consecuencia, refuerza el terrorismo. Las exigencias de la moral y las del inter¨¦s van ahora en la misma direcci¨®n.
Tzvetan Todorov es ling¨¹ista, historiador y fil¨®sofo. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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