Ser adicto al sexo no tiene gracia
Los afectados sufren temblores, ansiedad y s¨ªndrome de abstinencia - Esta obsesi¨®n enfermiza les lleva a buscar sesiones de sexo para mitigar la angustia - El 85% son hombres
Vale ya de chistes f¨¢ciles. Ser adicto al sexo es ser un adicto. Es como ser yonqui. Miedo, temblores, mono. Sesiones de horas de sexo que no producen placer y que s¨®lo mitigan por unos instantes la angustia, la ansiedad. El infierno por el que pas¨® Ricardo, que perdi¨® sus dos trabajos y a su mujer, nos servir¨¢ para entender de qu¨¦ hablamos. Vale ya de chistes f¨¢ciles. Ser un adicto al sexo no tiene ninguna gracia.
La adicci¨®n al sexo est¨¢ en el centro del debate. Y no porque el actor David Duchovny haya pasado por una cl¨ªnica. Hoy por hoy, no est¨¢ reconocida como tal en el Manual diagn¨®stico y estad¨ªstico de trastornos mentales (Disease Statistical Manual -DSM IV TR-), la biblia de los psiquiatras, el manual que permite efectuar un diagn¨®stico. Stricto sensu, no existe. Muchos de los que en Estados Unidos preconizan que se incluya en la pr¨®xima revisi¨®n de esta biblia, en 2012, otorgan una dimensi¨®n moral al debate, un cierto puritanismo. En Espa?a, un buen n¨²mero de los que apoyan su incorporaci¨®n al DSM abogan porque se reconozca una realidad innegable. El debate est¨¢ abierto y lleno de matices. Pero hay algo en lo que todos, psiquiatras, terapeutas, sex¨®logos y pacientes, coinciden: estar enganchado al sexo no tiene ninguna gracia.
Luis lleg¨® a gastarse 2.400 euros en una noche en el prost¨ªbulo
Practicar sexo tres veces al d¨ªa no quiere decir que uno sea adicto
"No hay diferencia entre el drogadicto y adicto al sexo", dice un experto
Ricardo perdi¨® una casa y dos trabajos por su adicci¨®n. Su mujer le dej¨®
Las luces de los clubes de carretera, cada dos por tres, saliendo a su paso. Para Luis, circular de noche con su coche era exponerse a volver a caer. Luis es un nombre ficticio. S¨®lo su familia sabe que es adicto al sexo. El estigma social en torno a esta enfermedad es una losa.
Le cuesta contar su historia. Sentado en una consulta del Centro para el Tratamiento y la Rehabilitaci¨®n de Adicciones Sociales (Cetras) de Valladolid, recuerda sus d¨ªas de calvario. Las luces de colores de los clubes eran como la musiquilla que llama al lud¨®pata para que eche otra moneda a la m¨¢quina. "Todo est¨¢ perfectamente pensado para atraerte", dice, y tuerce el gesto: "La tentaci¨®n es m¨¢s grande que la voluntad".
Luis tiene 44 a?os y trabaja como comercial. O sea, viaja constantemente. Su trabajo le ofreci¨® durante a?os una cierta cobertura, un cat¨¢logo de coartadas para su mujer. Hasta que llegaron los problemas de dinero. Entonces ya no hubo modo de tapar la evidencia con m¨¢s mentiras.
Empez¨® a frecuentar prost¨ªbulos con los libros de la Facultad bajo el brazo. Siempre iba solo. El trabajo trajo dinero, y el dinero, m¨¢s visitas a los clubes. Noches cada vez m¨¢s largas. Despertares junto a dos chicas. Prostitutas que le vend¨ªan coca para aguantar toda la noche. La factura de esas escapadas fue creciendo. Lleg¨® a gastarse 2.400 euros en una noche.
Comenz¨® a llegar tarde a sus citas laborales. A utilizar su dinero y el de la empresa. A vigilar el buz¨®n para interceptar las cartas del banco. Lleg¨® un momento en que abr¨ªa las p¨¢ginas de contactos de los peri¨®dicos y s¨®lo con ver el tel¨¦fono sab¨ªa en qu¨¦ club se encontraba la chica del anuncio. "Los ¨²ltimos tres meses fueron de locura, iba de putas todas las noches". Hasta que se encontr¨® en un callej¨®n sin salida, hace cuatro a?os. "El dinero me faltaba, la empresa me lo pod¨ªa reclamar. Piensas en desaparecer, en estamparte contra un cami¨®n. Pero tuve un momento de lucidez y llam¨¦ a mis hermanos", dice subiendo la voz.
Necesitaba 8.000 euros. Le dijeron que no. Que pidiera un pr¨¦stamo y que hiciera frente al problema ingresando en el Cetras. "Ahora agradezco que no me dejaran ese dinero, enfrentarme a mi problema fue lo mejor que pod¨ªa hacer".
Cuatro a?os de terapia han pasado. Luis sigue acudiendo todos los mi¨¦rcoles por la tarde a este centro situado junto al campus universitario de Valladolid. Su mujer le dio una oportunidad y la ha aprovechado. Ha superado "el distanciamiento" que le separaba de ella. Ha aprendido a disfrutar de "los peque?os placeres de la vida". Juega de nuevo con su hijo. "Hay que pedir ayuda antes de llegar al l¨ªmite", dice. Eso s¨ª, nunca m¨¢s podr¨¢ llevar una visa en el bolsillo.
"Es una patolog¨ªa de la libertad", dice Enrique Echebur¨²a, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Cuando hay adicci¨®n, la persona lo pasa mal, no encuentra satisfacci¨®n, es incapaz de frenar y su obsesi¨®n interfiere en su vida. Afecta a su trabajo, a su capacidad de concentraci¨®n, a su econom¨ªa.
Hay parejas que practican sexo dos o tres veces al d¨ªa y eso no significa que sean adictos al sexo. "Eso es la pasi¨®n de una relaci¨®n que comienza, por ejemplo", declara la sex¨®loga Miren Larraz¨¢bal, presidenta de la Federaci¨®n Espa?ola de Sociedades de Sexolog¨ªa. Hay personas que se masturban dos veces al d¨ªa, dice, y eso no tiene por qu¨¦ ser patol¨®gico. "Si eso no les causa problemas con su pareja, si no interfiere en su vida, si saben controlarlo, no hay problema. La persona que sufre adicci¨®n s¨®lo obtiene placer en el momento, al final del cl¨ªmax sexual ya se siente mal, vuelve la ansiedad, que va a m¨¢s y que necesita volver a aplacar con m¨¢s sexo".
De hecho, m¨¢s de uno se agarra a la cantinela de la adicci¨®n al sexo para justificar su comportamiento en pareja. La sex¨®loga Charo Casta?o, que atiende a mujeres en el Instituto Palacios, cuenta que en ocasiones ellas vienen acompa?adas del marido, que dice que la mujer no le da lo que ¨¦l quiere y que por eso lo busca fuera de casa, que no lo puede evitar. Francisco Cabello, presidente de la Liga Internacional para la Promoci¨®n de la Salud Sexual, asegura que es una coartada frecuente. "Si un hombre es infiel, no es que tenga una enfermedad, es que ha roto con sus valores. Tambi¨¦n hay gente que utiliza con frecuencia la prostituci¨®n y no tiene una adicci¨®n al sexo". Cabello tambi¨¦n recibe a parejas en las que el hombre plantea que su mujer tiene adicci¨®n porque lo quiere hacer todos los d¨ªas: "Son casos de falta de deseo masculino, hacerlo todos los d¨ªas no es malo, ?acaso decimos que alguien es adicto cuando ve dos partidos de f¨²tbol al d¨ªa?".
Fernando P¨¦rez del R¨ªo, autor del libro Nuevas adicciones, ?adicciones nuevas?, defiende que hace falta un diagn¨®stico com¨²n para todas las adicciones. "No hay gran diferencia entre el adicto al sexo y el drogadicto. No podemos estar inventando una nueva adicci¨®n cada tres a?os, se crea alarma social". En el Cetras de Valladolid, de hecho, uno de los centros pioneros en adicciones sociales en Espa?a, los adictos a las compras, a Internet y al sexo hacen terapia juntos.
Mi¨¦rcoles pasado, 18.30. Nueve pacientes est¨¢n sentados en corro. Adelina Bernardo, la terapeuta, dirige la sesi¨®n. Hay una nueva incorporaci¨®n al grupo, una mujer de mediana edad que se ha vuelto adicta al messenger, as¨ª que toca que cada uno de los pacientes se presente. Luis, el ¨²nico adicto al sexo que acude a la terapia esta tarde, da el paso adelante y cuenta su caso. Poco despu¨¦s interviene Juan. "Yo entr¨¦ aqu¨ª en el a?o 2000. Dej¨¦ el alcohol y lo cambi¨¦ por una adicci¨®n a las compras. Me ment¨ªa a m¨ª mismo y ment¨ªa a todos los dem¨¢s". Olga, de 26 a?os, sentada a su lado, asiente. Ella padece bulimia y dependencia emocional, una adicci¨®n en la que una persona se convierte en el objeto adictivo de la otra. Todos tienen la sensaci¨®n de tener mucho en com¨²n.
"Cuando escucho a alguien contar su adicci¨®n a la coca o al alcohol, siento que ¨¦sa es mi historia", dice Ricardo, otro de los nueve pacientes adictos al sexo que acuden a este centro, "el sudor, los temblores, la angustia, el miedo, el deseo desenfrenado de conseguir lo que necesitas". Ricardo -nombre ficticio-, de 49 a?os, perdi¨® una casa y dos puestos de trabajo por su espiral adictiva. Su mujer le dej¨®. Cuando entraba en un restaurante, fijaba la mirada en una mujer, le daba igual que estuviera acompa?ada. La miraba y hac¨ªa un gesto. Si ella se levantaba al ba?o, aprovechaba el momento y se acercaba a proponerle un encuentro furtivo. "No me importaba que me diera una bofetada, si lo lograba, consegu¨ªa mi objetivo. No ten¨ªa reglas, ni moral, ni respeto por nada", dice, sujetando su cabeza entre las manos. Tuvo una reca¨ªda el pasado mes de enero. Dej¨® de comer, perdi¨® 22 kilos, se le empez¨® a caer el pelo. Su mujer, de la que se separ¨® un tiempo, ha vuelto junto a ¨¦l para apoyarle.
Los adictos al sexo consultados dicen que siempre les falt¨® personalidad. Que no sab¨ªan decir que no. Que exist¨ªa una enorme falta de autoestima y de confianza en s¨ª mismos. Como Pedro, que trabaja solo en casa y cuya vida cambi¨® con la llegada de Internet. Casado y con tres hijos, lleva cinco a?os en terapia. "Pod¨ªa visitar p¨¢ginas porno durante 12 o 14 horas al d¨ªa. Acab¨¦ con molestias en el codo, de tanto usar el rat¨®n", cuenta, apesadumbrado. A¨²n no ha salido del t¨²nel, sigue trabajando en casa, e Internet est¨¢ ah¨ª. "Es como tener un mechero en una mano y un cigarro en otra para un adicto al tabaco".
Hay cl¨ªnicas que ofrecen soluciones milagrosas al problema en 45 d¨ªas. De hecho, los famosos suelen ingresar en centros de los que salen al poco tiempo. "En 45 d¨ªas da tiempo a que la persona se centre y se d¨¦ cuenta de que tiene un problema", dice Adelina Bernardo. Hacen falta entre seis meses y un a?o para que la persona se estabilice. Y como ella suele explicar, ser adicto al sexo es como tener diabetes. Hay que mantenerse vigilante toda la vida, como el alcoh¨®lico que no debe volver a probar un sorbo. Eso s¨ª, con la terapia se puede volver a la vida, salir del infierno.
La combinaci¨®n con la coca¨ªna
"Veo muchos adictos combinados sexo-coca", dice el director del Instituto Andaluz de Sexolog¨ªa, Francisco Cabello. Personas que en sus noches de desenfreno tienen que recurrir adem¨¢s a la viagra para no perder la erecci¨®n que el consumo de coca¨ªna produce.
La psic¨®loga Adelina Bernardo explica que, en muchos casos, detr¨¢s de la adicci¨®n al sexo hay episodios de abusos sexuales en la infancia. O padres que han hecho que los hijos desarrollen un sentimiento de culpabilidad frente al sexo.
El Instituto Dexeus de Barcelona realiz¨® un estudio cl¨ªnico entre sus pacientes hace dos a?os. De los 65 adictos al sexo que estudiaron, el 85% eran hombres. El 32% presentaban adicci¨®n a t¨®xicos; un 18% hab¨ªan sido compradores compulsivos, y un 5%, eran jugadores patol¨®gicos. El 21% sufr¨ªa un cuadro depresivo.
El psiquiatra Josep Maria Farr¨¦, que lleva a?os estudiando este fen¨®meno, explica que hoy por hoy la adicci¨®n al sexo no est¨¢ reconocida como tal por la comunidad cient¨ªfica. Y que lo que se est¨¢ planteando es su inclusi¨®n en el grupo de los trastornos del control de impulsos, un cap¨ªtulo en el que hoy se hallan la ludopat¨ªa, la piroman¨ªa, la cleptoman¨ªa o la tricotiloman¨ªa (arrancarse el cabello). "Debemos aceptar que es un fen¨®meno que existe y estudiarlo".
Enrique Echebur¨²a tambi¨¦n se muestra partidario de que se reconozca su existencia. Eso s¨ª, ambos se desmarcan de la cuesti¨®n moral que acompa?a al debate en Estados Unidos. "La sexualidad est¨¢ siendo patologizada", explica por tel¨¦fono desde la Universidad de Indiana el investigador Brian Hodge.
Farr¨¦s dice que, entre los adictos al sexo, los m¨¢s impulsivos pueden llegar a ser acosadores sexuales. El doctor Blas Bomb¨ªn, fundador del Cetras, asegura que la adicci¨®n al sexo es la ¨²nica adicci¨®n que no es atenuante y que puede llegar a ser agravante en un juicio. "El clima de alarma social es de rechazo a estos adictos, se les estigmatiza como si no tuvieran remedio. Pero son personas rehabilitables".
A?ade que el perfil del violador es distinto: en el caso del violador hay un trastorno de la personalidad. "El reconocimiento de la adicci¨®n al sexo es pol¨ªticamente incorrecto en la medida en que puede acabar convirti¨¦ndose en atenuante en determinados delitos", sentencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.