La crisis financiera vista desde Rabat
Al igual que el resto de la gente, trato de comprender lo que est¨¢ pasando y lo que queda por venir. Las ¨²nicas certezas que se vislumbran en toda esta confusi¨®n es que la crisis financiera y econ¨®mica no tendr¨¢ los mismos efectos sobre ricos y pobres y que las reglas del juego las dictan y las cambian a su antojo los poderosos.
Hace al menos dos d¨¦cadas que el FMI y el Banco Mundial van impartiendo clases y dictando reglas de conducta a los pa¨ªses del Tercer Mundo para que saneen sus econom¨ªas y estructuren sus finanzas. Vimos c¨®mo se les exig¨ªa deshacerse de las empresas estatales rentables en el marco del famoso proceso de privatizaci¨®n. Y, para apreciar mejor el manjar, llegaron tambi¨¦n las conminaciones sobre comercio internacional, con la abolici¨®n de fronteras para los productos manufacturados y los capitales extranjeros, y la armonizaci¨®n de las legislaciones laborales y de inversi¨®n en base a las pautas de los pa¨ªses ricos.
El Tercer Mundo ha sufrido enormemente para aplicar una ortodoxia que los ricos se saltan ahora
Es necesario recordar la convulsi¨®n que, para las poblaciones de esos pa¨ªses, supone soportar las famosas reformas estructurales que apuntaban a menos Estado y mayor "competitividad". Muchos gobiernos se tambalearon y otros fueron arrasados por la ira de manifestantes desesperados, aunque el nuevo sistema sigui¨® su camino, imperturbable, decidido a dejar en la vereda a los d¨¦biles.
Para colmo, se cerraron las fronteras de los para¨ªsos occidentales a los productos agr¨ªcolas de los pa¨ªses pobres y se empez¨® a criminalizar la inmigraci¨®n de las v¨ªctimas del sistema.
Lo que no se pod¨ªa imaginar es que cuando los Estados del Tercer Mundo empezaban a tapar las brechas y a curar las heridas sociales, habiendo asumido que los Estados no deben interferir en la econom¨ªa ni asistir a las empresas y personas, se hayan visto sorprendidos por los remedios recetados por los poderosos para atajar la crisis actual.
Sin pretender ser exhaustivo, las medidas que deber¨¢n asumir ahora los pol¨ªticos y los gobiernos se resumen en volver a las nacionalizaciones, utilizar la plancha de billetes, recurrir al producto de los impuestos para verterlos en las cajas sin fondo de las instituciones financieras, otorgar la garant¨ªa del Estado a los dep¨®sitos bancarios y, por si ello no fuera suficiente, optar por el endeudamiento exterior y el d¨¦ficit presupuestario para implicar mejor a las futuras generaciones en asumir nuestras torpezas. Todo un esc¨¢ndalo.
Hay que imaginarse la amargura con la que se percibe este proceso desde Rabat, Brasilia o Yakarta. En un pasado muy reciente, cuando con medidas similares pod¨ªan pretender relanzar sus econom¨ªas y recortar distancias, se les encend¨ªa el sem¨¢foro rojo; ahora, cuando empezaban a lidiar con el mercado internacional y a sentirse aguerridos, se cambian las reglas de juego y se les deja indefensos. Por ejemplo, cuando el banco central de Marruecos sube los tipos de inter¨¦s en medio punto para yugular la inflaci¨®n, Trichet, que no ha cesado de defender la misma pol¨ªtica, sucumbe al p¨¢nico y, junto con los principales bancos centrales del mundo, baja los tipos de medio punto.
Definitivamente, los pa¨ªses emergentes y en desarrollo deben prepararse para padecer su propia crisis.
Una de las principales consecuencias de la hecatombe financiera actual es la desecaci¨®n del cr¨¦dito. Sea a nivel de individuos o de Estados, el efecto se anuncia devastador. La sangre dejar¨¢ de fluir en el cuerpo de la econom¨ªa y el paro cardiaco ser¨¢ inevitable. En todo caso, las secuelas sobre las funciones del cerebro estar¨¢n servidas. Ahora bien, el que no tenga necesidad de recurrir al cr¨¦dito, por tener medios para aguantar la racha, podr¨¢ esperar mejores tiempos y hasta beneficiarse. En otros t¨¦rminos, es el momento para los ricos de hacerse m¨¢s ricos y el momento para los pobres de asumir plenamente su condici¨®n y dejar de fingir, como llevaban haciendo algunos recurriendo a los cr¨¦ditos al consumo y a las hipotecas.
Pa¨ªses como Marruecos, cuyo sistema financiero no est¨¢ contaminado, tendr¨¢n que afrontar pronto la escasez de inversi¨®n exterior, la desaceleraci¨®n del flujo tur¨ªstico y la disminuci¨®n de la actividad exportadora en general. Se trata de miles de trabajadores en situaci¨®n de riesgo. Pero la cobertura social no es la misma que en los pa¨ªses desarrollados y tampoco lo es la capacidad intr¨ªnseca de autofinanciarse durante un largo periodo de tiempo. Lo que hab¨ªa que privatizar ya se ha privatizado; lo que hab¨ªa que conceder al sector privado a nivel de servicios p¨²blicos ya se ha concedido, y, consecuentemente, las posibilidades extraordinarias de financiaci¨®n se agotan. Marruecos deber¨¢ optar, pues, por sus propias soluciones y apoyarse en su mercado interno.
Y me pregunto, ?qu¨¦ latitud tendr¨ªa un pa¨ªs emergente en tomar medidas de protecci¨®n e imaginar soluciones propias sin levantar protestas institucionales, ya que las reglas de la globalizaci¨®n siguen vigentes, al menos en teor¨ªa? Las propias palabras de Paulson, secretario del Tesoro, pronunciadas en el Congreso de EE UU al presentar su plan de rescate, inducen a temor. Dec¨ªa: "Si no se aprueba, que Dios nos ayude". Ahora que est¨¢ aprobado, parece insuficiente a todas luces. As¨ª, digo yo, que Dios nos coja confesados.
Abdeslam Baraka es ex ministro marroqu¨ª de Relaciones con el Parlamento y ex embajador en Espa?a.
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