?D¨®nde estaba la 'mano invisible'?
Pocas met¨¢foras han dado tanto que hablar en econom¨ªa pol¨ªtica como la mano invisible de Adam Smith, que el curioso lector podr¨¢ encontrar, no sin cierto trabajo, en su obra magna, La riqueza de las naciones. Con ella viene a proclamar el puritano escritor escoc¨¦s la autosuficiencia del mercado, asentada nada menos que en la naturaleza humana. Y as¨ª, cualquier control estatal a la iniciativa privada ser¨¢ ileg¨ªtima. Mano tan discreta ser¨ªa como la ley de la gravedad de Newton, que ordena el equilibrio entre los cuerpos celestes en raz¨®n a su masa y a la distancia. Aqu¨ª, la m¨ªstica econ¨®mica imagina un mundo autorregulado y regido en ¨²ltima instancia por designios trascendentes, ante los que el hombre nada debe hacer. Pese a su elevaci¨®n a los altares por la econom¨ªa cl¨¢sica, este sagrado principio no ha podido evitar las hambrunas que con rigor b¨ªblico han azotado a la humanidad. Y ha servido de poco en momentos dif¨ªciles, como el presente, en que las gentes echan mano de cosas menos et¨¦reas con que llenar la despensa.
Los Estados son el dique de contenci¨®n de esta riada que arrasa bancos, empresas y empleos
Una asombrosa tolerancia ampara el fraude, el delito fiscal y el dinero negro
Los problemas se multiplican en esta aldea global de McLuhan, vasto territorio en que los ciudadanos est¨¢n, sin embargo, expuestos a los mismos virus, sidas econ¨®micos que amenazan todos los rincones del planeta. Ello es debido a los colosales procesos de globalizaci¨®n de la inversi¨®n y de la producci¨®n, sin precedentes en la historia de la civilizaci¨®n. Desmantelados los controles a los flujos financieros, la movilidad del dinero le otorga ahora un predominio indiscutible sobre la mano de obra, en un mundo globalizado a merced del capital. Sufren de ello los propios Estados, pese a todo lo m¨¢s s¨®lido que tenemos, dada su capacidad para al menos tomar decisiones, en contraste con una Uni¨®n Europea diluida en su indefinici¨®n pol¨ªtica. Limitado el quehacer del Banco Central Europeo a los pa¨ªses de este subsistema monetario, apenas se aspira en lo dem¨¢s a una relativa coordinaci¨®n de pol¨ªticas nacionales. Es el modelo intergubernamental hoy imperante, tan lejos del proyecto comunitario e integrador.
Cuesti¨®n distinta es si el acierto est¨¢ presidiendo la actuaci¨®n interventora de los Estados. La anta?o mano invisible se ha tornado hoga?o en fuente del man¨¢ con que allegar recursos a los m¨¢s necesitados, incluidos los pobres pecadores de la especulaci¨®n. En penitencia habr¨¢n de recibir la transfusi¨®n de recursos, all¨ª donde las reglas de la competencia estar¨ªan reclamando la piadosa extremaunci¨®n. Aparecen as¨ª los m¨¢s variados planes a uno y otro lado del Atl¨¢ntico, desde el "rescate" de activos y la nacionalizaci¨®n de bancos a la evitaci¨®n de quiebras, el aval a las operaciones decr¨¦dito y la garant¨ªa de dep¨®sitos. Facilitar en suma la liquidez a quienes se supon¨ªa sus naturales agentes.
Forzoso es reconocer que los Estados se han convertido en el dique de contenci¨®n de esta riada que arrasa con entidades financieras, empresas y puestos de trabajo. Que est¨¦n en condiciones de encauzar las aguas hacia saneadas c¨¢rcavas y torrenteras es algo que queda por ver. Triste es que s¨®lo se acuerden de Santa B¨¢rbara cuando truena, mientras que una asombrosa tolerancia ha presidido hasta la fecha su quehacer, en lo tocante al delito fiscal, al dinero negro y a los para¨ªsos fiscales.
Mi deformaci¨®n profesional me lleva al C¨®digo Penal, que con previsora tenacidad contempla los delitos de fraude, falsedad y estafa, quiz¨¢s no tan lejos del origen del problema, aunque tan poco se hable de ello, todav¨ªa. Esto es tambi¨¦n lo que ha caracterizado la econom¨ªa global: un crimen a escala planetaria. Y es que, aunque cueste trabajo creerlo, la financiaci¨®n de las actividades ilegales se ha convertido en uno de los pilares de la econom¨ªa mundial. Manifiesta contradicci¨®n entre principios jur¨ªdicos y realidad econ¨®mica que denuncia una gran mentira, cuya fuerza es la energ¨ªa del delito. Y todav¨ªa hay quien se pregunta por el paradero del dinero desaparecido.
Ante la gravedad de la crisis, inevitable resulta que los fundamentos del capitalismo adquieran renovada actualidad. La fuerza de los principios de Adam Smith, los que han permitido el predominio de Am¨¦rica en el ¨²ltimo siglo, es de naturaleza ¨¦tica. El ilustrado profesor de filosof¨ªa moral no imagin¨® el liberalismo como f¨¢brica de ricos, sino como medio para generar riqueza en beneficio del com¨²n. En contraste con sus or¨ªgenes hist¨®ricos destaca la inmoralidad de este nuevo capitalismo, patio de Monipodio de oportunistas e indeseables. Presentados pese a ello como h¨¦roes en la econom¨ªa global de la especulaci¨®n, con frecuencia se ven protegidos por contratos millonarios y amparados por los poderes p¨²blicos. No han procurado otra cosa que la ganancia al menor coste, ampliar mercados, alcanzar nuevas cotas de venta. Crecer, sin reparar en los trabajadores, los consumidores, el urbanismo, el medio ambiente o la estabilidad de los Gobiernos, con frecuencia asediados por su poder corruptor.
Crecer, en suma, a costa de la raz¨®n, la verdad y el sentido com¨²n. Y sin pensar en el ser humano. Tan intr¨¦pida actividad ha venido acompa?ada de un aparato te¨®rico alumbrado fundamentalmente en universidades americanas, con Posner y dem¨¢s, que ha pretendido reducir las instituciones y el derecho a par¨¢metros econ¨®micos. Craso error, al imaginar a un hombre hecho de impulsos y necesidades materiales, reflejo de una naturaleza implacable presidida por los instintos; pero sin valores. Prisionero de leyes primitivas, este hombre, homini lupus en el pesimista Hobbes, no vacilar¨ªa al arrojar desde la roca Tarpeya a los desvalidos ni al abandonar a nuestros ancianos a su suerte. Se confunden los autores de este monstruo capitalista, y sus c¨®mplices y encubridores, en algo esencial: impulsado por una fuerza de naturaleza ¨¦tica, la humanidad discurre en direcci¨®n opuesta a la naturaleza.
Apartemos de una vez esa farsa econ¨®mica a la postre tan destructiva, la de esos brillantes profetas del pasado, que con tanta frecuencia yerran al mirar el futuro. Y confiemos en el derecho, encarnaci¨®n de los valores, cuya contribuci¨®n a la civilizaci¨®n es muy superior a la econom¨ªa, pese a la miop¨ªa de la Academia Sueca que distribuye los Premios Nobel cada a?o. Menos econom¨ªa y m¨¢s derecho, la ¨¦tica frente a la llamada eficacia, el control del capitalismo y un Estado reconstruido. El Estado, esa vieja creaci¨®n pol¨ªtica de la edad moderna, garante luego de los derechos fundamentales. Su funci¨®n, en entredicho desde Daniel Bell, puede verse revitalizada ante el fracaso o la inexistencia de ¨®rganos de control supranacionales, pese a ser reclamados con sensatez e insistencia desde hace al menos una d¨¦cada.
Seamos conscientes, finalmente, de que la superioridad de nuestras democracias europeas radica no en nuestra capacidad de producci¨®n, sino en la estabilidad pol¨ªtica basada en la raz¨®n moral. Quiz¨¢s as¨ª, y s¨®lo as¨ª, podamos ahuyentar el fantasma de la desaparici¨®n del sistema que ha permitido el florecimiento de los derechos humanos y sociales, patria universal hoy amenazada por la crisis econ¨®mica. Y que, aun por razones bien distintas a las de la profec¨ªa de Marx, ya deambula por los pasillos del castillo.
Joaqu¨ªn Gonz¨¢lez, fiscal, es jefe de la Unidad del Consejo Judicial de la Oficina Europea de Lucha Antifraude (OLAF) y autor de Corrupci¨®n y justicia democr¨¢tica.
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