"Si te piden diez, da doce"
La peque?a Nadia siempre miraba a su padre con asombro. Cada noche, Gheorghe volv¨ªa del taller donde trabajaba de mec¨¢nico, despu¨¦s de haber andado una hora y media para ir y otra hora y media para volver. Pero el cansancio nunca se reflejaba en su rostro. Nunca se quejaba. "Fue un mec¨¢nico que nunca tuvo coche, un hombre muy trabajador. De ¨¦l aprend¨ª que para triunfar hay que trabajar duro". A?os m¨¢s tarde, ella procur¨® que su esfuerzo tampoco se notara durante sus gloriosos e insuperables ejercicios ol¨ªmpicos. La ni?a de los siete dieces, la de las nueve medallas, la chica de la cola de caballo y ojeras que se convirti¨® en hero¨ªna en Montreal 1976 es hoy una mujer de 46 a?os determinada y alegre. Su discurso es de manual de autoayuda.
La hero¨ªna de la gimnasia no habla de su tortuoso pasado. "S¨®lo una cosa: dejar a mi familia fue dif¨ªcil"
De hecho, se dedica a dar conferencias por el mundo para ejecutivos y l¨ªderes en ciernes, comparte sus recetas para el ¨¦xito. Con gimn¨¢stica habilidad, recurre a los "saca lo mejor de ti" y los "nada es imposible".
Pide agua con gas y no toca ni una sola de las galletitas saladas. "El agua sin gas ya me aburr¨ªa", dice, y se r¨ªe. Dentadura blanqu¨ªsima, muy americana; labios muy carnosos; zapatos de tac¨®n de piel de serpiente, u?as de los pies pintadas de rojo.
Nunca olvidar¨¢ ese primer diez. El primer 10 de la historia para una gimnasta. Ese diez que los marcadores de Swiss Timing recogieron como un uno porque no estaban programados para encajar un ejercicio perfecto, no admit¨ªan cuatro d¨ªgitos. "Yo no miraba el marcador, s¨®lo pensaba en que ese ejercicio me hab¨ªa salido mejor en los entrenamientos. Fue un momento confuso, se produjo un rugido incre¨ªble... Yo no entend¨ªa lo que pasaba. T¨² no vas a hacer historia, el momento hist¨®rico, simplemente, sucede".
Nadia Comaneci es una mujer de mirada viva y discurso siempre positivo, nunca negativo, que vive en Oklahoma. La oficina que tiene en la academia de gimnasia que regenta junto a su marido, el ex gimnasta Bart Conner, est¨¢ llena de juguetes. La zona est¨¢ acondicionada para que el peque?o Dylan Paul pueda jugar a sus anchas. Dylan se llama Dylan porque Conner es fan de Dylan. Desde que naci¨®, hace dos a?os y cuatro meses, la vida de Nadia ha dado un vuelco. "Cosas que importaban ya no importan, hacer ejercicio, el spa y las compras ya no son prioridad". No quiere recordar sus a?os oscuros en Bucarest, los de las palizas que le propinaba Nicu Ceaucescu, el hijo del dictador rumano, los d¨ªas de moratones y u?as arrancadas. Ni siquiera quiere evocar aquel 29 de noviembre de 1989, el d¨ªa en que la hero¨ªna nacional abandonaba la Rumania que la idolatraba. "S¨®lo dir¨¦ que dejar a mi familia atr¨¢s fue dif¨ªcil. Y peligroso".
Le encanta viajar, se siente ciudadana del mundo, siente que tanto Norman, Oklahoma como Bucarest son su hogar. Tambi¨¦n tiene casa en Venice Beach, Los ?ngeles (y no de San Rafael), donde de vez en cuando coincide con George Clooney y Richard Gere. "Pero no me siento atra¨ªda por el mundo de Hollywood".
Adem¨¢s de las conferencias y la academia, a Nadia le gusta implicarse en causas humanitarias. Hoy, en su calidad de miembro de la Fundaci¨®n Laureus, que agrupa a deportistas de primera l¨ªnea de todos los tiempos, se pondr¨¢ a hacer ejercicios junto a chicas con discapacidad intelectual en un club deportivo madrile?o. "Siempre he hecho m¨¢s de lo que me ped¨ªan", dice hablando del ¨¦xito. "Si te piden diez, da doce. Y mejor tener bajas expectativas".
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