La era de la sospecha
PIEDRA DE TOQUE. ?C¨®mo hemos llegado a esta crisis sin que nadie lo advirtiera? El mundo financiero comenz¨® a vivir en la ficci¨®n, pero fuera de la novela y el arte, en la pol¨ªtica y la econom¨ªa eso supone un suicidio
En una propuesta bastante m¨¢s entretenida que las novelas en las que trataba de describir los "tropismos" humanos, Nathalie Sarraute public¨® en los a?os cincuenta un ensayo titulado La era de la sospecha, en el que, para justificar su tesis de que era imperativa una reforma radical del g¨¦nero narrativo, sosten¨ªa que una profunda desconfianza hab¨ªa ca¨ªdo sobre la novela: los lectores ya no cre¨ªan en esos narradores intrusos que se interpon¨ªan entre ellos y la historia que contaban; tampoco en los personajes movidos por los hilos del titiritero-novelista, ni en esos argumentos tradicionales que simulaban la vida vali¨¦ndose de las deleznables palabras. ?Deb¨ªa desaparecer entonces la novela? No, en absoluto: hab¨ªa que reinventarla de principio a fin y concebir novelas sin narradores, ni personajes ni argumentos, como las que intentar¨ªan escribir en esos a?os los ahora olvidados escritores del nouveau roman.
El sistema capitalista no va a desaparecer; no hay alternativa alguna para reemplazarlo
El capitalismo s¨®lo funciona si se cumplen las leyes que lo regulan
Una "era de la sospecha" semejante a la que se imagin¨® Nathalie Sarraute ha ca¨ªdo ahora entre los aturdidos ahorristas, pensionistas, accionistas y p¨²blico en general en torno al sistema capitalista, y ¨¦sta es la raz¨®n principal por la que los desesperados esfuerzos que hacen los gobiernos occidentales con sus planes de salvamento y de rescate de los bancos e instituciones financieras medio quebrados por la crisis fracasan o funcionan s¨®lo a medias, de modo pasajero, y la crisis, en vez de retroceder, se agrava y parece a punto de provocar una recesi¨®n mundial de apocal¨ªpticos efectos.
La primera pregunta que todo el mundo se hace y a la que nadie responde es: ?c¨®mo es posible que se haya llegado a estos extremos cr¨ªticos sin que nadie lo advirtiera? ?C¨®mo se explica que banqueros, financistas, ministros de econom¨ªa, jefes y t¨¦cnicos de los grandes organismos encargados de vigilar la marcha de la econom¨ªa no encendieran las luces rojas cuando todav¨ªa est¨¢bamos a tiempo de rectificar, dar marcha atr¨¢s y, por lo menos, atenuar ese desplome generalizado del sistema financiero mundial? Una respuesta posible es que, a partir de un momento dado, la econom¨ªa de los pa¨ªses occidentales perdi¨® amarras con la realidad y comenz¨® a vivir en la ficci¨®n, en una construcci¨®n ilusoria que, durante buen tiempo, permiti¨® a quienes se embarcaron en la aventura imaginaria repartir alt¨ªsimos dividendos y embolsillarse fortunas sin percatarse de que, de este modo, iban cavando bajo sus pies un foso que nos tragar¨ªa a todos por igual.
?sa es la conclusi¨®n que saca cualquier profano que, como yo en estas ¨²ltimas semanas, se haya dedicado a leer en la prensa las delirantes informaciones sobre la crisis, empezando por la burbuja inmobiliaria que, iniciada en Estados Unidos, se extendi¨® luego a otros pa¨ªses occidentales. Como las tasas de inter¨¦s se manten¨ªan equivocadamente muy bajas, hubo un gran incentivo para la adquisici¨®n de viviendas, y bancos y financieras concedieron cr¨¦ditos e hipotecas que pusieron pisos y casas al alcance de cualquiera, estuviera o no en condiciones de cumplir con los compromisos de deuda que asum¨ªa. ?Por qu¨¦ actuaron aquellas empresas de este modo irresponsable? Porque de esta manera presentaban contabilidades de soberbios rendimientos, aunque ¨¦stos fueran s¨®lo de papel, que permit¨ªan repartir beneficios y conceder fuertes primas de productividad a sus ejecutivos y consejeros delegados. Esas hipotecas estaban aseguradas por compa?¨ªas de seguros que emit¨ªan bonos sobre ellas, es decir, papeles, que, a su vez, rend¨ªan intereses a sus tenedores. Uno de los misterios que no se ha resuelto y acaso no se resolver¨¢ jam¨¢s son las sumas que alcanzaron aquellas transacciones de dudosa consistencia en los principales bancos y que, seg¨²n se ha visto ahora, superaban con creces todos los l¨ªmites que las leyes, la reglamentaci¨®n que regula el funcionamiento de las instituciones financieras y hasta el simple sentido com¨²n, exig¨ªan de unas compa?¨ªas que segu¨ªan operando en el sobreentendido imaginario de que la gran mayor¨ªa de aquellas hipotecas iban a ser pagadas alguna vez. Lo extraordinario es que cuando fue evidente que esto no iba a ocurrir, la ficci¨®n de las hipotecas sigui¨® encandilando la vida financiera de medio planeta, hasta que, un buen d¨ªa, la realidad volatiliz¨® a lo imaginario y comenzaron las quiebras.
Como era de esperar, han llovido las cr¨ªticas sobre los irresponsables ejecutivos que, azuzados por la avaricia, propiciaron esta farsa, aceptando las hipotecas basura, a sabiendas de que nunca ser¨ªan pagadas, porque eso les permit¨ªa recibir rollizas primas de productividad en funci¨®n de unos beneficios que s¨®lo eran tales en los libros. Pero, sin que ello exonere para nada a los codiciosos ejecutivos, ?no hab¨ªa accionistas en esas empresas que denunciaran la farsa y le pusieran atajo, sabiendo que todo ello s¨®lo acabar¨ªa en un desplome de la instituci¨®n? ?Por qu¨¦ los organismos de control y vigilancia de la actividad bancaria no pusieron coto a un sistema que, por lo menos ellos, que ten¨ªan todos los datos sobre lo que estaba ocurriendo, sab¨ªan iba a venirse abajo en un momento dado causando da?os inmensos al conjunto de la sociedad y sobre todo a la gente de a pie? La sola respuesta posible es que la ficci¨®n que se viv¨ªa mantuvo a buena parte de quienes hac¨ªan funcionar el sistema en la pura obnubilaci¨®n, es decir, en la creencia ingenua de que aquella mentira seguir¨ªa haciendo operar a bancos, inmobiliarias, financieras, aseguradoras y acreedores de manera indefinida o hasta que un milagro viniera a salvarlos de la ruina final.
El milagro no se ha producido porque lo que est¨¢n haciendo los gobiernos con sus planes de salvamento no es resucitar a los muertos, sino prolongar su agon¨ªa lo m¨¢s posible, con la esperanza de que, en el entretiempo, haya un ordenamiento y recuperaci¨®n progresiva del sistema. Esto sin duda ocurrir¨¢, pero a largo plazo, y en el interregno, las v¨ªctimas y los perjuicios ser¨¢n enormes, para todo el planeta, pero principalmente para los pa¨ªses con menos defensas y para las personas con escasas o nulas reservas con que hacer frente a estos a?os de vacas flacas que tenemos por delante.
El sistema capitalista no va a desaparecer, desde luego, porque, aunque les duela a los nost¨¢lgicos de las econom¨ªas estatizadas y su inevitable corolario -la dictadura totalitaria-, no hay alternativa alguna para reemplazarlo. Pero la ¨²nica manera de que esta "era de la sospecha" que se ha iniciado con la crisis presente amaine y se vaya restableciendo la confianza sin la que el sistema de la empresa libre y el mercado jam¨¢s pueden tener ¨¦xito, es una reforma profunda de sus instituciones y funcionamiento. La transparencia, que ha brillado por su ausencia en lo ocurrido, debe ser una exigencia a todos los niveles de la vida econ¨®mica que permita a accionistas, ahorristas, clientes y autoridades verificar que las empresas act¨²an y compiten dentro de la legalidad y el realismo, dejando la ficci¨®n fuera de sus m¨¢rgenes, porque la ficci¨®n s¨®lo es ben¨¦fica cuando se presenta como tal, sin disfraces, y no enmascarada detr¨¢s de supuestas leyes de la historia o maquiav¨¦licas transacciones econ¨®micas. Fuera de la novela y el arte, vivir en la ficci¨®n, sea en pol¨ªtica o en econom¨ªa, es un suicidio.
Adam Smith, el gran te¨®rico del capitalismo y la econom¨ªa libre, compar¨® a la empresa privada con una locomotora. Y explic¨® que, as¨ª como ¨¦sta, colocada sobre los buenos rieles y orientada en la direcci¨®n querida, aseguraba a los viajeros un viaje c¨®modo y la llegada a su destino, una empresa produc¨ªa riqueza, trabajo, servicios y beneficios al conjunto de la sociedad. En estos ¨²ltimos a?os, el capitalismo se sali¨® de los rieles y cambi¨® de direcci¨®n de manera arbitraria, y ahora todos estamos pagando los estropicios de ese desquiciamiento que no supimos frenar a tiempo. ?Por qu¨¦ ocurri¨® esto? Porque -¨¦sta es otra afirmaci¨®n constante de Adam Smith- el capitalismo s¨®lo funciona si la legalidad que lo regula est¨¢ conformada por leyes justas, equitativas, que respeten la libertad, y -sobre todo- si estas leyes se cumplen. Y, de otro lado, si la frialdad en las relaciones humanas y en el trabajo que la moderna sociedad industrial provoca est¨¢ contrarrestada por una vida ¨¦tica y espiritual intensa que mantiene a la comunidad unida, decente y solidaria. Tal vez ¨¦ste sea el tal¨®n de Aquiles del capitalismo en nuestros d¨ªas. Hay leyes generalmente bien orientadas, pero que no se cumplen, o se cumplen s¨®lo a medias porque est¨¢n llenas de trampas que permiten burlarlas. Y ello ocurre porque en este mundo de cultura fr¨ªvola, desencantada y c¨ªnica no hay frenos ¨¦ticos contra la irresponsabilidad y la codicia desbocada. Me temo que tendremos epidemia de sospecha para rato.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2008. ? Mario Vargas Llosa, 2008.
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