M¨²sica de bodas
Hasta el s¨¢bado, hac¨ªa muchos a?os que no acud¨ªa a una boda. Un casamiento cl¨¢sico, en una iglesia medieval al norte de Castilla. No puedo asegurar que fuera divertido pero s¨ª instructivo. La ceremonia pasa r¨¢pida; las celebraciones se prolongan. Primero, la parada en un bar del pueblo. Luego, el desplazamiento hacia un pintoresco hotel en la periferia de otro pueblo mayor (la invitaci¨®n inclu¨ªa el mapa correspondiente). All¨ª, una interminable sesi¨®n fotogr¨¢fica en la pradera, mientras pasan legiones de camareros. Cuando nos sentamos finalmente, llevamos quiz¨¢s tres horas picando y bebiendo. Los mayores sacuden la cabeza y repiten lo de "crisis ?qu¨¦ crisis?" sin saber que est¨¢n citando a Supertramp. Al final de una inimaginable comilona, descubro rituales perversos.
No vale esa simpleza de que la m¨²sica se divide en buena y mala
Los reci¨¦n casados reciben bolsas de la compra cargadas de calderilla y una enorme cazuela con pan troceado (algo que ver con el "contigo pan y cebolla"). Tampoco estaba preparado para la m¨²sica. En esta zona de Espa?a -?como en todas!- hab¨ªa peque?as bandas que animaban diferentes eventos, combinando bailables de toda la vida con ¨¦xitos pop, laboriosamente desarrollados seg¨²n partitura.
Parecen haber fenecido: su lugar es ocupado por un cantante-animador con coleta y un m¨²sico parapetado tras un enorme teclado. Son eficientes pero recuerdan el desastre que ha supuesto para la ecolog¨ªa sonora de todo el planeta la implantaci¨®n de los aparatos digitales: est¨¢ desapareciendo el sonido de los instrumentos nobles, reemplazado por esa empalagosa t¨ªmbrica sint¨¦tica. Y hasta un saxof¨®n tocado torpemente ten¨ªa mayor poder de evocaci¨®n que el omnipotente Yamaha.
?El repertorio! Cuando la SGAE anuncia anualmente su lista de las piezas m¨¢s interpretadas, siempre est¨¢n canciones que uno desconoce. Sospecho que estos eventos explican su capacidad recaudatoria. Junto a los boleros y las rancheras, a veces demasiado truculentos para la ocasi¨®n, van cayendo canciones latinas que hablan de tiburones, toreros y mentirosas. Tambi¨¦n funcionan aqu¨ª los odiosos posos de Operaci¨®n Triunfo. En unos minutos, la pista se llena de invitados desinhibidos: el cantante, con micro inal¨¢mbrico, se mezcla con los bailarines.
Y ratifico lo que siempre he intuido. No vale esa simpleza de que la m¨²sica se divide en buena y mala. En verdad, cualquier m¨²sica, de la m¨¢s sublime a la m¨¢s abyecta, puede ser buena o mala, seg¨²n el momento: resulta reconfortante si acompa?a a la situaci¨®n, odiosa si no encaja. Sirve o no sirve. Y esas latinadas contagiosas logran milagros. De repente, est¨¢ bailando el tipo que poco antes se declaraba adicto al trash metal. Al otro extremo, inventa nuevos pasos salseros el intelectual californiano que pretend¨ªa leer un poema del siglo XVII -en ingl¨¦s- durante el enlace. Se pierde la verg¨¹enza, se cede al abandono. Mala suerte para los m¨²sicos: nadie pide que salga el dj.
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