Lorca, Kundera
Hace ya un tiempo que estamos removiendo la tierra para darle un merecido descanso a los muertos ca¨ªdos en la guerra civil. Muertos de la Rep¨²blica. Galicia, con esa ancestral man¨ªa de dialogar con las ¨¢nimas, no se ve tan decidida como otras comunidades al desenterramiento f¨ªsico de los deudos, sabe por tradici¨®n c¨¦ltica, que los huesos y las cenizas son tan s¨®lo un simulacro de ese alma vagabunda que se encuentra en las fragas, en los caminos, en los acantilados y las bra?as, en la le?a que arde o el viento de oto?o que arroja las casta?as al suelo...
Galicia con su habitual di¨¢logo con el al¨¦n, no har¨¢ un caso como el de Lorca, aunque muchos de sus desaparecidos hayan salido para siempre de paseo y los fusilamientos de cuneta hayan sido un cl¨¢sico del g¨¦nero terror¨ªfico que nuestros mayores nos han contado con la voz todav¨ªa atenazada por un terrible secreto. No, aqu¨ª, en Galicia, sin contienda b¨¦lica, hemos sufrido esa estrategia insufrible de la expiaci¨®n, hemos librado la sorda batalla contra los delatores, conocemos la hiel de la venganza, la frialdad de la denuncia, la hoguera de los libros, una lucha que ha pesado sobre muchas familias como un sarc¨®fago de plomo y que hoy un sobrino, un nieto, un amigo de los viejos tiempos, ha decidido desenterrar, acercarse a la fosa com¨²n y levantar la calavera con todas las de la ley.
Es como una liberaci¨®n de todos los demonios amparada por lo que se hace ley y memoria hist¨®rica
Y eso es como sacarse una noche de piedra de encima, como expulsar definitivamente al fantasma, como escupir sobre la tumba donde yace el oprobio, una liberaci¨®n de todos los demonios amparada por lo que se hace ley y memoria hist¨®rica. Personalmente, soy de la opini¨®n de que dejar¨ªa a cada difunto all¨ª donde fue ajusticiado, en compa?¨ªa del alba, del barbero, del banderillero o de la Santa Compa?a, pero comparto que todo el mundo tienen derecho a darle una sepultura digna a sus muertos ya sea en A Fonsagrada, Calo, Dunkerque o Srebrenica.
Al hilo de que la memoria hist¨®rica est¨¢ levantado surcos y necr¨®polis en todo nuestro Estado, al hilo de que muchos recelan de que se vuelva a reabrir la vieja herida, en otro lugar de Europa, en otra memoria que escuece, Respekt, un semanario checo, ha descubierto a un delator llamado Milan Kundera, para muchos el mayor literato europeo vivo, y para m¨ª uno de esos autores a los que recurro peri¨®dicamente para sentirme un poco menos est¨²pido. La trama parece una carga de dinamita, tanto como desenterrar un cad¨¢ver sepultado en plena juventud, el de aquel estudiante denunciado por su desafecci¨®n al r¨¦gimen comunista, concretamente denunciado por ser un desertor y cruzar ilegalmente, como lo hacen los personajes de sus novelas, al otro lado del espejo, a Alemania.
Que el autor de La insoportable levedad del ser (cuya ¨²nica biograf¨ªa oficial reza "naci¨® en Checoslovaquia. Reside desde 1975 en Francia") sea testigo de cargo de esa brutal cicatriz centroeuropea no puede ser en vano. Que el genio narrador de El libro de la risa y del olvido haya cometido ese pecado de juventud, puede ser una broma del tiempo, una venganza cruel o esa mueca de cruel desenga?o que siempre secunda a los moralistas. Primero fue Grass, ahora otro campe¨®n de la defensa contra el totalitarismo, Kundera.
La literatura, demasiadas veces, es un refugio para culpables. Culpables sin culpa, o traidores culpables. En la ficci¨®n arden las llamas del infierno y la intimidad del autor aflora como un m¨¢rtir a punto de ser devorado por la pira. Rozar los abismos interiores de toda una generaci¨®n de escritores de entreguerras (de C¨¦line y Drieu La Rochelle a Dionisio Ridruejo o Camilo Jos¨¦ Cela) es asomarse a un precipicio confesional, a un censo de almas que exp¨ªan una felon¨ªa, una culpa, una guerra, un temblor que a veces no cesa ni cuando descansan en paz. Por ello, el abismo en el que ahora parecen verse asomados Grass y Kundera no nos parece nada nuevo, pero s¨ª su coincidencia con este oto?o de almas en pena en el que nos afanamos en la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica.
No sabemos hasta qu¨¦ punto aquel joven comunista de Brno denunci¨® al joven desertor, ni c¨®mo todo eso pudo ser el "disparador" de una de las m¨¢s grandes obras literarias europeas actuales. Kundera tendr¨¢ que enfrentar ahora sus propios demonios con los de la opini¨®n p¨²blica. Federico Garc¨ªa Lorca no goz¨® de ese privilegio. Enfrente tuvo un pelot¨®n de fusilamiento.
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