Vanguardias b¨¦licas
Lo que da m¨¢s miedo en la doble exposici¨®n sobre las artes de vanguardia y la Primera Guerra Mundial que ha organizado el Thyssen este oto?o no son las m¨¢scaras expresionistas de Otto Dix o de Grosz ni las vacuas alegor¨ªas sobre los cuatro jinetes del Apocalipsis en las que incurrieron tantos artistas de la ¨¦poca. Lo que da miedo de verdad es ver esas fotograf¨ªas de las muchedumbres joviales que ocuparon las calles de las capitales europeas el 1 de agosto de 1914 para celebrar la declaraci¨®n de guerra: hombres j¨®venes, delirando de alegr¨ªa, vestidos con los trajes claros y los sombreros redondos de paja del verano, dispuestos a arrojarse cuanto antes a la mayor matanza que hab¨ªa conocido el mundo hasta entonces, arrebatados por una insensata apetencia de destrucci¨®n, con gran contento de la casta pol¨ªtica que hab¨ªa alimentado patriotismos feroces y ahora se dispon¨ªa a abastecer los vastos mataderos de hombres, y a plena satisfacci¨®n de los honrados industriales y comerciantes que iban a hacerse de oro gracias a una demanda ilimitada de todos los bienes que mantienen en marcha la maquinaria de la guerra, desde el acero para los blindajes y los ca?ones hasta la tela para los uniformes y los cordones para las botas de las futuras v¨ªctimas.
Aparte de toneladas de muertos y continentes de ruinas, el entusiasmo por la guerra genera excelentes beneficios y vapores t¨®xicos de literatura. Cerca de la foto aterradora de las muchedumbres de j¨®venes enajenados por la expectativa de matar como fieras y morir como reses, en el instructivo panel de entrada a la exposici¨®n hay otra de uno de los mayores cretinos del siglo XX, el botarate Marinetti, inventor de la prosa idiota, y tal vez por eso tan imitada, de los manifiestos futuristas, y de ese exabrupto de que la guerra es "la gran higiene del mundo". Pero no fueron menos tarados o irresponsables la mayor parte de los intelectuales m¨¢s brillantes de Europa, que se entregaron con fervor a la misma ret¨®rica homicida, disfraz¨¢ndola de nobles palabras, de vaciedades provistas de may¨²sculas acerca de la Cultura, la Civilizaci¨®n, los B¨¢rbaros, etc¨¦tera. En el verano de 1914, Thomas Mann, Sigmund Freud, Fernand L¨¦ger, hasta Stefan Zweig, saludaban con gozo el advenimiento de la guerra. Albert Einstein se qued¨® solo denunci¨¢ndola como una monstruosidad y vaticinando los desastres que traer¨ªa consigo. Cuando el ser humano se deja intoxicar por una propensi¨®n brutal a la unanimidad agresora hasta las mentes m¨¢s dignas pueden sucumbir al contagio, y el que se atreve a disentir se juega la vida: entre la burda marea de patrioter¨ªa que aneg¨® Francia entera s¨®lo Jean Jaur¨¦s tuvo la decencia de llevar la contraria en nombre de los principios de fraternidad universal que sus correligionarios socialistas hab¨ªan traicionado. Le pegaron un tiro y su entierro no alter¨® los grandes fastos con banderas. En el ensayo que acompa?a el cat¨¢logo, y que es un libro extraordinario en s¨ª mismo, Javier Arnaldo, el comisario de la exposici¨®n, escribe con apasionada claridad: "Uno se pregunta qu¨¦ fuerzas anulan universalmente la capacidad de an¨¢lisis de las personas en algunos momentos hist¨®ricos".
Entre la plaza de las Descalzas y el paseo de Recoletos va uno sin sosiego rumiando su indignaci¨®n en las dulces ma?anas oto?ales de Madrid. Artistas, literatos y fil¨®sofos palabreros europeos hab¨ªan escrito toda clase de tonter¨ªas sobre las bondades de la guerra antes de 1914. Javier Arnaldo explica lo que nadie sabe o quiere saber, que la vanguardia art¨ªstica fue tan vehemente como la extrema derecha en su belicismo canallesco. El ansia de destrucci¨®n que ese verano estall¨® en Europa llevaba a?os agitando las artes, segregando una ret¨®rica guerrera y nihilista que abarataba la saludable rebeld¨ªa contra lo acad¨¦mico iniciada en los tiempos de Baudelaire y de Manet convirti¨¦ndola en una especie de se?oritismo gamberro. Algunos de los exaltados que reclamaban en los caf¨¦s el advenimiento de un nuevo mundo y de un nuevo arte tra¨ªdos por la destrucci¨®n y por las m¨¢quinas se encontraron poco tiempo despu¨¦s atrapados en el cieno de las trincheras, viendo con sus propios ojos el cumplimiento literal de lo que hab¨ªan anhelado. Otros, desde luego, tuvieron la conocida astucia de ahorrarse a s¨ª mismos la ocasi¨®n de morir heroicamente o sufrir mutilaciones horribles que tan admirable les parec¨ªa, cumpliendo el poco glorioso axioma de que quienes alientan o celebran la guerra o se aprovechan de ella raras veces sufren alguno de sus inconvenientes.
Un tono l¨²gubre, una pesadumbre insana, acompa?an el tr¨¢nsito por la exposici¨®n, como si atraves¨¢ramos un t¨²nel demasiado largo en el que respirar se va haciendo m¨¢s dif¨ªcil. El verdadero espanto de la guerra no puede ser comunicado, a no ser por el talento y el asco de Goya. Por comparaci¨®n con la experiencia de los que la han padecido el arte incurre muy f¨¢cilmente en la gesticulaci¨®n o en la banalidad, a menos que se aproxime de una manera lateral, con cautela, casi con sigilo, con el pudor respetuoso que merece el sufrimiento, o con la rabia justiciera con que ha de acusarse a los culpables y a los aprovechados y a los proveedores de mentiras que legitiman el deg¨¹ello. Las grandes deflagraciones de color en las que las figuras humanas apenas existen o se deshacen como en la explosi¨®n de una bomba anticipan al mismo tiempo la abstracci¨®n en la pintura y la aniquilaci¨®n del individuo en los reg¨ªmenes que surgieron despu¨¦s del gran hundimiento de una gran parte de Europa en 1918. Libre de la boba reverencia que casi todos prodigamos a los hacedores del arte moderno, Javier Arnaldo no suaviza su parte de responsabilidad en la masacre: "El idioma de la vanguardia enardec¨ªa los ¨¢nimos temerarios y prestaba sus t¨¦cnicas a la propaganda figurativa del belicismo".
Lo imagino navegando con su impetuosa erudici¨®n entre colecciones de pintura y archivos de guerra, exhumando en las hemerotecas los testimonios del delirio infame al que sucumbi¨® lo m¨¢s selecto, lo m¨¢s civilizado, lo m¨¢s avanzado de la cultura europea. En medio de tantos chafarrinones de barbarie disfrazada de modernidad, de sofisticadas invitaciones al exterminio, Javier Arnaldo dispone en puntos diversos de la exposici¨®n, como piedras que indican un sendero, algunas obras, casi siempre menores en su formato o en su soporte -acuarelas, dibujos, grabados-, que cuentan de alg¨²n modo la verdad de la guerra y, como ¨¦l dice, "expresan escuetamente la desventura humana e invitan a la compasi¨®n": paisajes de trincheras y ¨¢rboles talados de Max Beckmann; retratos a l¨¢piz de soldados de Mario Sironi; las im¨¢genes de mutilados y convalecientes en un hospital de Ossip Zadine; los soldados trepando sobre la trinchera al principio de un ataque, dibujados con una r¨¢pida caligraf¨ªa de tinta china por Andr¨¦ Dunoyer de Segonzac, que los ver¨ªa caer de nuevo segados por la metralla unos momentos m¨¢s tarde; una llanura lunar de cr¨¢teres de bombas iluminada por las bengalas nocturnas, en un boceto al pastel de Otto Dix; unas caricaturas de militares de Paul Klee, dibujadas tan livianamente que la pluma casi no roza el papel. Como viene ocurriendo en el siglo sombr¨ªo que empez¨® en 1914 y todav¨ªa no termina, muy pocos nombres propios nos salvan de la verg¨¹enza.
?1914! La vanguardia y la Gran Guerra. Museo Thyssen-Bornemisza y Fundaci¨®n Caja Madrid. Hasta el 11 de enero de 2009. www.museothyssen.org/ y www.fundacioncajamadrid.es
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