Una crisis muy posmoderna
Tras encabezar una delegaci¨®n en favor de la boat people vietnamita, que se ahogaba en el mar de China para escapar de la dictadura comunista (1978), Sartre y Aron salieron del palacio del El¨ªseo decepcionados: "?Es que estos no saben que la historia es tr¨¢gica, o lo han olvidado?". ?Estos? ?Qui¨¦nes? ?El equipo presidencial de entonces y su ben¨¦vola incomprensi¨®n? M¨¢s que eso: como muy pronto constat¨¦, se trataba del esp¨ªritu de una ¨¦poca cuyos perfiles ya eran "posmodernos". La econom¨ªa occidental acababa de remontar la primera crisis petrolera absorbiendo los petrod¨®lares. Pronto celebrar¨ªa la ca¨ªda del sovietismo como "fin de la historia".
Ahora, cuando J. C. Trichet imputa la crisis actual a la subestimaci¨®n sistem¨¢tica del riesgo, cuando P. Krugman, reciente premio Nobel, responsabiliza al "mecanismo panglosiano" de un capitalismo que cree que todo le est¨¢ permitido porque habita el "mejor de los mundos posibles", ambos tienen raz¨®n. Son s¨ªntomas de la euforia devastadora de una existencia posmoderna, m¨¢s all¨¢ del bien y del mal, al margen de lo verdadero y lo falso.
Las grandes quiebras econ¨®micas son problemas del 'ethos' capitalista, vienen cargadas de historia
Todos sufrimos las consecuencias de un exceso de confianza
Basta de explicaciones simplonas y miopes: tanto los pros como los anticapitalistas se conforman con exorcizar la "locura" -ya sea la de un sistema vamp¨ªrico (recuerdo marxista de los posmarxistas), o la fiebre del beneficio de los traders-especuladores (anatema religioso de una sociedad agn¨®stica)-. Una vez dicho esto, queda explicar por qu¨¦ estas seudocausas eternas han hecho explotar, precisamente ahora, unas burbujas espec¨ªficas y datadas. Las grandes quiebras econ¨®micas no acaecen no importa d¨®nde ni cu¨¢ndo, vienen cargadas de historia. Son crisis del ethos capitalista. Cuando Max Weber se?alaba el calvinismo como origen de nuestra modernidad, se equivocaba al focalizarse exclusivamente en la ¨¦tica protestante, pero acertaba al descubrir detr¨¢s de los "mecanismos del mercado" la energ¨ªa de un esfuerzo colectivo cuyos reveses resultan terribles.
La "mano invisible" que, siguiendo a Adam Smith, regulaba y garantizaba la econom¨ªa mercantil en los siglos XVIII y XIX, era una manifestaci¨®n de la ¨¦tica de una burgues¨ªa convencida de su derecho: "Todas las clases sociales est¨¢n al mismo nivel en lo que al bienestar del cuerpo y a la serenidad del alma se refiere, y el mendigo que se calienta al sol al borde de un camino generalmente posee esa paz y esa tranquilidad que los reyes siempre persiguen" (Teor¨ªa de los sentimientos morales). Buena conciencia de la que Balzac, Flaubert y Dostoievski, entre otros, har¨ªan un blanco recurrente.
Final de partida: 1914-1918. Al burgu¨¦s providencial le sucede el burgu¨¦s angustiado. La crisis de las mentalidades precede en una d¨¦cada a la gran depresi¨®n de 1929: "La guerra ha revelado a todos la posibilidad del consumo y a muchos la inutilidad de la abstinencia. Las clases trabajadoras pueden no querer seguir conform¨¢ndose con tan amplia renuncia. La clase capitalista, perdida la confianza en el porvenir, puede pretendergozar m¨¢s plenamente de sus facilidades para consumir mientras ¨¦stas duren", escribe J. M. Keynes en 1920 (Las consecuencias econ¨®micas de la paz).
El advenimiento de los totalitarismos de derecha e izquierdos provoca la emergencia de una burgues¨ªa consciente de su finitud; la econom¨ªa social de mercado, como el New Deal, acepta el reto de una posible extinci¨®n de las libertades fundamentales a manos de Hitler y Stalin. Los comentarios de Michel Foucault -abatido por el analfabetismo del antiliberalismo de la izquierda francesa- merecen una relectura. La "gobernanza" liberal a la europea implica, dice, que "la regulaci¨®n de los precios por el mercado sea de por s¨ª tan fr¨¢gil que debe ser apoyada, acondicionada, ordenada mediante una pol¨ªtica interna y vigilante de intervenci¨®n social" (Nacimiento de la Biopol¨ªtica).
Cuarta metamorfosis, ya en nuestros d¨ªas: tras el burgu¨¦s providencial, tras el burgu¨¦s agobiado y luego consciente de su finitud, llega el burgu¨¦s ejecutivo, para el que decir es hacer. El Muro de Berl¨ªn ha ca¨ªdo, ?viva el mundo reconciliado! El ethos ejecutivo "mejora" desde entonces sin miedos ni reproches y apela al credo posmoderno, que proclama la muerte de Dios y predica con m¨¢s insistencia la de los diablos.
Desde siempre, la econom¨ªa mercantil relativiza los bienes se?alando su intercambiabilidad y el Bien, tolerando su multiplicidad. En cambio, s¨®lo nuestro tiempo proclama que puede reducir el riesgo a cero reparti¨¦ndolo y mutualiz¨¢ndolo. Es el reino risue?o del "pensamiento positivo", cuyos estragos denuncia Barbara Ehrenreich, la ensayista del New York Times: "Todo el mundo sabe que no se puede obtener un empleo con un sueldo de m¨¢s de 15 d¨®lares a la hora si uno no es positivo, ni llegar a director gerente alertando sobre posibles cat¨¢strofes".
Una euforia semejante produce burbujas econ¨®micas y tambi¨¦n pol¨ªticas. Tanto a izquierda como a derecha, tanto en Europa como al otro lado del Atl¨¢ntico, se especula sobre la ineluctable adhesi¨®n del planeta a la democracia, se apuesta por la paz y la armon¨ªa prometidas por un nuevo orden mundial multipolar. En 2008, los tanques de nuestro amigo Putin se lanzaron sobre Tbilisi. Nicolas Sarkozy tuvo que perge?ar a la carrera una tregua in extremis. Y, dos meses m¨¢s tarde, los Estados intentan taponar la hemorragia financiera tambi¨¦n in extremis. Antes de lamentarnos de la crisis de confianza, constatemos que todos estamos sufriendo las consecuencias de un exceso de confianza. La ausencia de Casandra mata.
De nada sirve atribuir a los bancos norteamericanos el abuso de confianza desplegado en los mercados, los pol¨ªticos y la opini¨®n p¨²blica demostraron la misma sensibilidad hacia las sirenas posmodernas que los financieros. Ni tampoco hay que abandonarse al catastrofismo dada¨ªsta de los a?os 20 del siglo pasado perdiendo la cabeza en un agujero de la capa de ozono o golpe¨¢ndosela contra el horizonte confusamente radiante de otra sociedad. En efecto, la historia es tr¨¢gica, como ya adelantaron Esquilo y S¨®focles. En efecto, tambi¨¦n es est¨²pida, como ironizaron Arist¨®fanes y Eur¨ªpides. Hay algo podrido en los estados mayores de los bancos, lo mismo que en "el reino de Dinamarca". Una jugada de dados, o de Dios, o de las altas finanzas matematizadas jam¨¢s abolir¨¢ el azar, ni la corrupci¨®n, ni la adversidad.
Una ¨²ltima cita, esta vez de Plat¨®n, que convendr¨ªa inscribir en el frontispicio de los futuros G-20: "La ¨²nica buena moneda contra la cual se deben cambiar todas las dem¨¢s es la phr¨®nesis, una inteligencia alerta".
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchezSilva.
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