Afganist¨¢n, c¨®mo evitar el fracaso
La situaci¨®n actual es la m¨¢s dif¨ªcil desde la ca¨ªda de los talibanes, pero no es irreversible. Se necesita una nueva estrategia occidental. La llegada de Obama a la Casa Blanca puede permitir el necesario cambio
Afganist¨¢n se encuentra en su periodo m¨¢s dif¨ªcil desde la expulsi¨®n de los talibanes. Partiendo de las cuatro provincias m¨¢s meridionales, la insurgencia se ha extendido hacia el este, hasta las provincias que rodean Kabul, as¨ª como a otras zonas del norte y del oeste, entre ellas Baghdis, donde est¨¢ desplegado el Equipo Provincial de Reconstrucci¨®n (PRT, en sus siglas inglesas) espa?ol. Por otra parte, grupos islamistas radicales, alentados durante mucho tiempo por los sucesivos gobiernos militares paquistan¨ªes para convertirlos en ant¨ªdoto contra los grupos civiles laicos y para tener m¨¢s expectativas de instaurar un r¨¦gimen subsidiario en Afganist¨¢n, se han vuelto contra su creador, haci¨¦ndose pr¨¢cticamente con el control de las ?reas Tribales Administradas Federalmente (FATA) que jalonan la frontera afgano-paquistan¨ª, y extendiendo sus actividades terroristas, tanto a m¨¢s zonas de la Provincia Fronteriza del Noroeste como a otros lugares.
La retirada de los soldados espa?oles ser¨ªa un error. Esto no tiene nada que ver con lo de Irak Las redes 'yihadistas' de Pakist¨¢n y Afganist¨¢n son una amenaza para el pa¨ªs que ya sufri¨® el 11-M
Aunque la mayor¨ªa de los afganos no desea retornar al r¨¦gimen medieval de los talibanes, est¨¢n desencantados con el liderazgo del presidente Karzai, al que culpan del mal gobierno, de la ausencia de un Estado de derecho, de la corrupci¨®n generalizada y de una cultura de impunidad. Dado que el Gobierno depende de la asistencia occidental, la mayor¨ªa de los afganos simplemente no comprende nuestra aparente incapacidad para inducirlo a que se encamine en la direcci¨®n adecuada, y nos consideran corresponsables de los males de su pa¨ªs. Adem¨¢s, hechos como las continuas bajas civiles, sobre todo durante operaciones de apoyo a¨¦reas, las detenciones arbitrarias que practican las fuerzas estadounidenses y el extendido desprecio por las normas culturales afganas est¨¢n provocando una creciente oposici¨®n a los contingentes militares internacionales, que nada tiene que ver con la generalizada bienvenida que se les dispens¨® entre 2001-2002.
?Qu¨¦ se ha hecho mal desde el 11 de septiembre de 2001? Un error inicial fue que la Conferencia de Bonn se celebrara despu¨¦s y no antes de la derrota de los talibanes, lo cual posibilit¨® que la Alianza del Norte, en su mayor¨ªa no past¨²n, se hiciera con el control de extensas zonas del pa¨ªs, presentando la conferencia como un "hecho consumado" y logrando la parte del le¨®n de la administraci¨®n transitoria.
Esto supon¨ªa entregar el sistema pol¨ªtico afgano a muchos de los antiguos dirigentes muyahidines, que durante su estancia en el poder a mediados de la d¨¦cada de 1990 hab¨ªan causado destrucci¨®n y pillaje, y cuyo ca¨®tico desgobierno hab¨ªa facilitado el advenimiento de los talibanes. Menos importancia podr¨ªa haber tenido ese hecho si las Naciones Unidas no hubieran optado por dejar una "huella ligera", que las privaba de los medios para desempe?ar un papel m¨¢s profundo y determinante, en un momento en el que la mayor¨ªa de los afganos as¨ª lo deseaban, o si Estados Unidos no hubiera mostrado desd¨¦n por la "construcci¨®n nacional" o si no hubiera limitado durante los primeros dos a?os la presencia de la ISAF a Kabul.
Despu¨¦s vendr¨ªan otros errores. En primer lugar, EE UU y la ONU, haciendo caso omiso de la popularidad que ten¨ªa el antiguo rey, se opusieron durante la loya yirga de emergencia a que fuera elegido jefe del Estado, algo que podr¨ªa haber contrarrestado la sensaci¨®n que ten¨ªan los pastunes de ser las v¨ªctimas de Bonn, y tambi¨¦n habr¨ªa tenido los efectos positivos de ayudar a fortalecer a Karzai, recuperar las estructuras tribales debilitadas por 23 a?os de conflicto y garantizar que los afganos del campo escucharan al monarca y no a los ulemas.
En segundo lugar, los caudillos y comandantes militares fueron encumbrados por Estados Unidos y por otros actores; no se hizo ning¨²n esfuerzo por garantizar que fuera el Gobierno el que tuviera el monopolio de los medios para ejercer la violencia, y el proceso de desarme fue ineficaz. Hasta el momento, la persistente falta de voluntad que han mostrado tanto la coalici¨®n liderada por EE UU como la ISAF a la hora de prestar un apoyo efectivo a la disoluci¨®n de los grupos armados ilegales ha debilitado a Karzai, favoreciendo la llegada al Parlamento de varios hombres fuertes locales de dudosa reputaci¨®n, que de este modo han seguido influyendo en los nombramientos de cargos provinciales y de distrito, con el consiguiente desarrollo de una cultura de corrupci¨®n e impunidad. Todo ello mientras que poca atenci¨®n se prestaba a la sociedad civil o a fomentar la creaci¨®n de grupos pluralistas y reformistas.
Y esto no es todo. La invasi¨®n de Irak desvi¨® la atenci¨®n internacional de Afganist¨¢n, mientras que Estados Unidos y Europa, en un despliegue de ingenuidad o de deliberada ceguera, se fiaron de Musharraf cuando les garantizaba que Pakist¨¢n, despu¨¦s de 20 a?os, hab¨ªa cambiado su pol¨ªtica de apoyo a los grupos islamistas m¨¢s extremistas de Afganist¨¢n. Esa ofuscaci¨®n posibilit¨® que en 2006 los talibanes surgieran de sus santuarios en Beluchist¨¢n y la Provincia Fronteriza del Noroeste convertidos en una importante fuerza de combate.
Con todo, esta l¨²gubre evaluaci¨®n no deber¨ªa llevarnos a la conclusi¨®n de que en Afganist¨¢n estamos condenados al fracaso. Preguntemos a los afganos, que, despu¨¦s de quejarse de los defectos del Gobierno y de la complacencia de la comunidad internacional, dir¨¢n que nuestra presencia, tanto civil como militar, es esencial para evitar el regreso de los viejos y malos tiempos de los talibanes y los muyahidines, y una nueva guerra civil. Lo que se necesita es desandar el camino y revisar a fondo la estrategia que venimos aplicando. La llegada de una nueva Administraci¨®n a Washington, sobre todo si la encabeza Obama, ser¨¢ una oportunidad para hacerlo.
?C¨®mo deber¨ªa ser la nueva pol¨ªtica? En primer lugar, no tendr¨ªa que centrarse ¨²nicamente en Afganist¨¢n, sino tambi¨¦n en Pakist¨¢n, ya que los problemas de radicalismo y terrorismo islamistas de ambos pa¨ªses est¨¢n profundamente interconectados. Deber¨ªa incorporar a Ir¨¢n, reconociendo que, como vecino y como potencia regional, sus intereses en Afganist¨¢n son leg¨ªtimos. Tendr¨ªa que esclarecer el contenido de una posible "soluci¨®n pol¨ªtica", es decir, hasta d¨®nde podr¨ªan llegar las concesiones a los talibanes en un di¨¢logo conducente a la "reconciliaci¨®n" y sus consecuencias para las aspiraciones de reforma y de democracia de los afganos. Esto significar¨ªa apoyarse menos en personalidades y m¨¢s en instituciones, impulsando un r¨¦gimen parlamentario descentralizado, m¨¢s acorde que el actual r¨¦gimen presidencialista con una sociedad multi¨¦tnica y biling¨¹e.
La nueva pol¨ªtica necesitar¨ªa tambi¨¦n prestar una mayor atenci¨®n a la reforma de la funci¨®n p¨²blica, la polic¨ªa y el sistema judicial, as¨ª como mejorar las instituciones provinciales y locales. Aun siendo importante, centrarse s¨®lo en el desarrollo del Ej¨¦rcito Nacional conlleva el peligro de sentar las bases de una futura dictadura militar. Tendr¨ªamos que reconocer el fracaso de nuestra pol¨ªtica antidroga y de su insistencia en la erradicaci¨®n, un m¨¦todo caro y proclive a generar corrupci¨®n, y m¨¢s bien dar prioridad a los mecanismos policiales, las subvenciones a los agricultores que cultivan productos legales y el hincapi¨¦ en que los funcionarios que se cree est¨¢n implicados en el tr¨¢fico de drogas sean expulsados de sus cargos. Hay, por ¨²ltimo, un elemento no menos importante: como tantos afganos nos est¨¢n demandando, necesitamos vincular nuestra ayuda a la actuaci¨®n del Gobierno.
Por diversas razones, dentro de los europeos, los espa?oles parecen especialmente reacios a implicarse en Afganist¨¢n, un pa¨ªs remoto que, si tiene alguna relevancia para nuestras vidas, es poca. Esa actitud demuestra que no hemos aprendido nada, no s¨®lo del 11-S sino del 11-M. El hecho de que los extremistas isl¨¢micos puedan contar con santuarios en cualquier pa¨ªs, ya sea Afganist¨¢n o Pakist¨¢n, sigue siendo la amenaza m¨¢s grave para nuestra seguridad y bienestar. Los que, con las mejores intenciones, se oponen a nuestra participaci¨®n militar en la ISAF o desean mantenerla en su m¨ªnimo actual, establecen comparaciones err¨®neas con Irak, y no comprenden que la ISAF est¨¢ en Afganist¨¢n a petici¨®n de las Naciones Unidas y que su retirada arrojar¨ªa a 30 millones de afganos a una situaci¨®n de nuevo caracterizada por los combates y la opresi¨®n, en la que las mujeres se convertir¨ªan en ciudadanos de segunda clase, vi¨¦ndose privadas una vez m¨¢s del acceso a la educaci¨®n y el empleo.
Francesc Vendrell ha sido representante de la Uni¨®n Europea en Afganist¨¢n. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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