Una tragedia tronchante de Yasmina Reza
Lo mejor de las comedias de Yasmina Reza es que todos sus personajes se equivocan y todos tienen raz¨®n. Antes, en la imposible arcadia del teatro, las razones sol¨ªan estar en boca de seres apol¨ªneos y bell¨ªsimas personas. Los franceses inventaron, tautol¨®gicamente, la figura del raisonneur, y los autores de izquierda se sacaron de la manga al "h¨¦roe positivo", que era el que dec¨ªa en voz alta lo que ya sab¨ªamos y quer¨ªamos volver a o¨ªr: un espejo de nuestras presuntas cualidades. El problema (y la verdad humana, y el juego esc¨¦nico) empieza cuando el canalla redomado suelta una frase que te mueve la alfombra, o la que parec¨ªa una boba arquet¨ªpica se descuelga con una observaci¨®n diamantina. Los personajes de Yasmina Reza nos convencen porque no son "de una pieza". No puedes colgarles una etiqueta, como en las farsas baratas o las obras de tesis. Sus razones nunca llegan limpias o esculpidas en m¨¢rmol. Suelen ser verdades inc¨®modas, atrabiliarias, que brotan entreveradas de delirio o disparate; verdades que a menudo sus propios portavoces descubren de golpe como bombas de efecto retardado, ocultas durante a?os bajo capas y m¨¢s capas de convenci¨®n y autoenga?o. Que comparezca, por favor, el cuarteto protagonista de Un Dios salvaje. Alejandro (Pere Ponce) es un bicharraco machista y un abogado marrullero hasta decir basta, pero no es dif¨ªcil compartir su lucidez acerca de la pulsi¨®n primitiva y brutal que da t¨ªtulo a la funci¨®n y rige nuestros pasos desde que el mundo es mundo. Por otro lado, c¨®mo no estar de acuerdo con Ver¨®nica (Aitana-S¨¢nchez Gij¨®n), aunque sea una pija esnob con insoportables ¨ªnfulas de superioridad moral, cuando postula que si no frenamos los embates de la irracionalidad todo se va al garete. Lo malo, claro, es que ese anhelo de control y esa omnipresente politesse han convertido a su marido, Miguel (Antonio Molero), en el (casi) perfecto var¨®n domado: se comprende (o tambi¨¦n casi) que una mala noche acabe sacando a pasear al animalazo que lleva dentro. Tres cuartas de lo mismo, pero a su estilo, sucede con Ana (Maribel Verd¨²): ha optado por la m¨¢scara de una sonrisa meliflua y permanente para soportar la convivencia con un tipo tan eg¨®latra y desatento como Alejandro. Da capo: todos se equivocan, todos tienen raz¨®n, todos est¨¢n al borde del abismo.
Los cuatro actores embocan la tonalidad justa en la escena culminante
Tamzin Townsend, directora del montaje, afirma que Un Dios salvaje es una tragedia secreta. Y tronchante, a?ado: ¨¦sa es la marca de la factor¨ªa Reza. En Arte, lo que comenzaba como una sofisticada sesi¨®n de tiro al blanco con dianas previsibles (el papanatismo posmoderno, las neurosis urbanas, las terapias new age) conclu¨ªa como un desolado drama sobre los l¨ªmites de la amistad. Un Dios salvaje (Le Dieu du carnage, el Dios de la matanza, en el original) parece una reescritura, una extended version (m¨¢s clara, m¨¢s aristot¨¦lica y mucho m¨¢s bestia) de Tres versiones de la vida, donde dos matrimonios, aparentemente burgueses y apacibles, acababan con las caretas por el suelo y las verdades convertidas en armas de destrucci¨®n masiva. En aqu¨¦lla, el detonante era un ni?o que no quer¨ªa dormir si no le daban una galletita; en ¨¦sta, el hijo de unos le ha partido la cara al de los otros con un palo de hockey, y ambas parejas se citan para resolver educadamente el conflicto, frente a un pastel de manzana y ramos de tulipanes reci¨¦n cortados. Un Dios salvaje parece un cruce perfecto entre Sarraute y Feydeau. Bastar¨¢ un tropismo (esos "movimientos imperceptibles, subterr¨¢neos y apenas voluntarios que modifican el comportamiento humano") acerca de la palabra justa en el acuerdo escrito para que el barniz del lenguaje, esencia de la civilidad, se resquebraje. Y el toque Feydeau chisporrotear¨¢ como ¨¢cido hirviente en las juntas de la estructura: el exasperante crescendo de llamadas de m¨®vil; los peligrosos efectos del hipotensor Antril; el abandono de un h¨¢mster; el v¨®mito empapando, ay, una primera edici¨®n de Kokoschka; los quince a?os en barrica del temible ron Coeur de Chaffe. A?¨¢dase a la mezcla el fulgor de los di¨¢logos, la agudeza psicol¨®gica de los perfiles y, por supuesto, la habilidad de los actores en la ejecuci¨®n de la partitura. El souffl¨¦ tarda un poco en subir. En el primer tercio, para mi gusto, la falsa cortes¨ªa est¨¢ demasiado caricaturizada: ellas parecen ni?as jugando a las visitas y ellos est¨¢n un tanto gritones y desaforados. No ayuda la traducci¨®n de Jordi Galcer¨¢n, con locuciones demasiado r¨ªgidas ("no pienses mucho en ello"), y galicismos literales (nadie dice en castellano "en mi vida me hab¨ªa sentido tan miserable").
Los cuatro embocan la tonalidad justa en la culminante escena del v¨®mito, y a partir de entonces calzan y despliegan todos los matices. Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n borda el dif¨ªcil rol de Ver¨®nica, la m¨¢s pu?etera, la que m¨¢s se contiene y m¨¢s tarda en revelar su verdadera naturaleza. Pere Ponce viaja en direcci¨®n contraria: de la brutalidad inicial, desabrochada, bronca y sin complejos, un poco a la manera de Luis Varela, hasta el progresivo hundimiento, precedido de una jubilosa epifan¨ªa de fraternidad masculina. Antonio Molero est¨¢ igualmente estupendo cuando al fin revela toda su amargura reprimida y lanza devastadoras cargas de profundidad contra las cadenas del matrimonio y la paternidad, y Maribel Verd¨² se lleva la parte del le¨®n componiendo esa Ana que comienza como mu?equita que siempre dice s¨ª y acaba escupiendo una cadena de noes feroces e innegociables. Da gusto ver esta funci¨®n, verles a ellos llev¨¢ndola a tan buen puerto pese a la zizgagueante salida y, sobre todo, da gusto ver al p¨²blico: la fiesta comienza en el desbordado vest¨ªbulo del Alc¨¢zar, con ese maravilloso runr¨²n de euforia anticipada que s¨®lo he visto en los teatros de Madrid, y estalla en platea a cada r¨¦plica brillante, a cada giro inesperado. Apres¨²rense a pillar entradas, porque la cosa est¨¢ felizmente dif¨ªcil y porque mucho me malicio que ese reparto, por los t¨ªpicos compromisos ineludibles, no va a seguir ah¨ª toda la temporada.
Un Dios salvaje. Yasmina Reza. Versi¨®n de Jordi Galcer¨¢n. Direcci¨®n de Tamzin Townsend en el Teatro Alc¨¢zar de Madrid. Hasta enero.
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