El juguete rabioso: semblanza de Argentina de la mano de Dios
"Algunas veces en la noche yo pensaba en la belleza con que los poetas estremecieron al mundo, y todo el coraz¨®n se me anegaba de pena como una boca con un grito".
Roberto Arlt, El juguete rabioso.
Sabemos por experiencia que el f¨²tbol es espect¨¢culo, herramienta social de cisma esquizofr¨¦nico donde todo lo vivido se convierte en representaci¨®n, que dir¨ªa Guy Debord; que es una industria que mueve millones de d¨®lares, euros, pesos o yenes cuyo objetivo declarado es que tantas personas como monedas observen imp¨¢vidos desde el sof¨¢, y a ser posible en canal de pago, a veintid¨®s nuevos ricos corriendo en calzoncillos detr¨¢s de un bal¨®n; que es religi¨®n cat¨¢rtica y purgativa menos inc¨®moda que una confesi¨®n o una lavativa, d¨®nde va a parar, gracias a la cual solucionamos enconos y violencias de todo tipo, en lugar de sacrificando seres en lo alto de la pir¨¢mide insultando detr¨¢s de la alambrada o desde el palco de autoridades -todos somos iguales a los ojos del Se?or- a ?lvarez Izquierdo o al delantero centro que falla un gol cantado... Pero lo que a¨²n desconoc¨ªamos era que el f¨²tbol es a su vez un juguete rabioso que por ejemplo a Maradona le ha ca¨ªdo del cielo como el nieto que le traer¨¢ la cig¨¹e?a de Par¨ªs de la mano de Gianina y el Kun, cuando su deseo de ser seleccionador nacional de Argentina se ha cumplido en forma de regalo bendito, de capricho celestial que se le otorga al ni?o que m¨¢s berrinches organiza en el patio del colegio para que deje de llorar.
Lo contrario al h¨¦roe no es el villano al que perdonar, sino el m¨¢rtir que regresa agotado
A Maradona le ha ca¨ªdo un regalo bendito, un capricho celestial
Y es que la macro operaci¨®n de mercadotecnia que supone su nombramiento oficial demuestra que el f¨²tbol, m¨¢s que un juego, es hoy en d¨ªa un juguete de "t¨®mala vos, d¨¢mela a m¨ª", de tira y afloja que, sin ir m¨¢s lejos, le permite al h¨¦roe que el Diego fue reafirmarse en el c¨¦nit de su recuperaci¨®n y dejar atr¨¢s definitivamente al m¨¢rtir que tambi¨¦n habita en ¨¦l. No hay que olvidar, desde luego, que lo contrario del h¨¦roe no es el villano al que resulta preciso perdonar sus fechor¨ªas conscientes, sino precisamente el m¨¢rtir que regresa agotado, derrotado, v¨ªctima de su propia ingenuidad al regazo amni¨®tico de la madre, despu¨¦s de haberse visto obligado a claudicar en una lucha a muerte contra el padre en la que s¨®lo triunfan los elegidos para vivir (en) la realidad.
Psicoan¨¢lisis y fanatismo freudianos aparte, pensemos que como una suerte de Absal¨®n poderoso, terrible, b¨ªblico, Maradona parece haber logrado detener el tiempo o, mejor a¨²n, ha conseguido que el tiempo simule seguir su ruinoso curso circular para presentarnos ante las c¨¢maras su inmensa alegr¨ªa actual hirviendo de agua inventada, mientras desgarra a pu?etazos ansiosos el papel que envuelve el presente a?orado. M¨¢s juguete que juego, entonces, es la infancia y no el f¨²tbol -aunque sean lo mismo- la que recobra protagonismo, la que palpita nuevamente en Argentina, estadio en el que se encuentra anquilosada una irrealidad inescrutable de la que el Diego form¨® y, por lo que acontece, sigue formando parte de manera visceral.
Porque seguramente no exista un ejemplo m¨¢s indicado para explicar la historia argentina reciente -la de hoy, con el mate, los bizcochitos de grasa y casi el 40% de la poblaci¨®n por debajo del umbral de la pobreza seg¨²n, claro, datos poco oficiales; la de ayer, con el fac¨®n y la picana ocultos bajo el poncho y pronto el filo para matar salvajes unitarios y mujeres embarazadas; la de ma?ana, con el Monumental abarrotado venerando al un¨ªsono el regreso triunfal del padre pr¨®digo al grito de "Maradooo, Maradooo"- que el soma que todav¨ªa encarna en cuerpo y alma el Diego de la gente, personaje teatral esculpido en porcelana y volc¨¢n, persona real tallada en madera de h¨¦roe y de m¨¢rtir que en estos d¨ªas ha cumplido 48 a?os de edad y m¨¢s de treinta en el poder.
Hu¨¦rfanos de Per¨®n, cuando debut¨® en Primera con esa carita de hermos¨ªsimo cronopio que ten¨ªa y le tir¨® el ya famoso ca?o a Cabrera nada m¨¢s tocar la pelota, que no se mancha, Maradona lleg¨® para quedarse. Cebado constantemente por los poderes f¨¢cticos de turno y por Grondona (que ah¨ª sigue dale que te pego desde la Dictadura), en su genio y figura el Diego consigui¨® abducir la dualidad extrema de un pa¨ªs que muri¨® durante siglos de las rentas sint¨¢cticas y b¨¦licas que le ofrec¨ªa el lema "o est¨¢s conmigo o contra m¨ª". As¨ª, tendiendo un espeso manto de neblina bajo el que se difuminaron las responsabilidades entre v¨ªctimas y verdugos, entre opresores y oprimidos, que dir¨ªa Marx, la selva argentina se mantuvo satisfecha de impunidad.
?Sobre cu¨¢l de los dos maradonas se habr¨¢ montado, pues, esta excepcional operaci¨®n de mercadotecnia? ?A hombros del Diego ni?o, inocente, utilizado por el poder, exprimido como el lim¨®n con el que hac¨ªa jueguito en los entrenamientos? ?O a horcajadas del Maradona adulto que necesariamente ya es y que por tanto sabe lo que hace y debe asumir las consecuencias de sus actos?
Si hay suerte, Lio seguir¨¢ jugando para el Deportivo Messi y tendr¨¢ que ir al banquillo, el Kun estar¨¢ distra¨ªdo pensando en qu¨¦ nombre ponerle a su hijo y no ser¨¢ convocado y el Diego, Dios lo permita, ?l lo quiera, no tendr¨¢ m¨¢s remedio que volver a ponerse los cortos para demostrarnos una vez m¨¢s que, a lo sumo, la muerte es un invento de la prensa.
Pablo Nacach es escritor y soci¨®logo argentino.
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