El ala valiente de la televisi¨®n
La campa?a electoral narrada en 'El ala Oeste de la Casa Blanca' tiene una sorprendente similitud con la de Barack Obama. Un ejemplo m¨¢s de la renovaci¨®n de las series estadounidenses, cr¨ªticas y audaces
Hubiera querido ser piloto. Los que se cargan m¨¢s gente son los pilotos. Hubiera querido ser el que lanz¨® la bomba en Jap¨®n. Un par de t¨ªos se cargaron a cientos de miles. Eso s¨ª es la hostia". "Nunca invadimos un pa¨ªs que mole, uno que tenga t¨ªas en biquini. ?Por qu¨¦ en estos pa¨ªses nunca hacen falta marines? Yo os dir¨¦ por qu¨¦. Es la falta de co?os lo que jode los pa¨ªses". As¨ª de clarito y salvaje hablan los soldados norteamericanos de Generation Kill, una miniserie sobre los primeros d¨ªas de la invasi¨®n de Irak. No hay resquicio para la ¨¦pica. A estos berzotas con ganas de matar s¨®lo les queda la tr¨¢gica atenuante de ser, tambi¨¦n ellos, v¨ªctimas de un aparato militar m¨¢s inoperante de lo que parece y que los env¨ªa a una batalla sin sentido.
La existencia de series de calidad hace que el planeta cultural deje de despreciar la 'tele'
En 'Generation Kill', los 'marines' se quejan porque no atacan pa¨ªses "con t¨ªas en biquini"
En la quinta temporada de 24, la mirada sube unos pelda?os. Estamos en las habitaciones presidenciales. Los servicios secretos piden permiso para una serie de acciones antiterroristas. Hay que escoger qui¨¦n y cu¨¢ntos morir¨¢n. El presidente es un ser pusil¨¢nime, que se agarra sin criterio al ¨²ltimo consejo que recibe y que, como toda la Casa Blanca, tiene una obsesi¨®n: que no se entere la prensa, y los ciudadanos, de lo que pasa. El poder se oculta y, encima, est¨¢ en manos de incompetentes.
La madre traficante de marihuana de Weed viv¨ªa en un barrio calcado al de Eduardo Manostijeras. Todos en las mismas casitas, con los mismos horarios y las mismas rutinas. Un retrato deprimente del planeta hogare?o. En Dexter, el juego consiste en situar al espectador en una posici¨®n moral inc¨®moda. El protagonista es un forense de la polic¨ªa y sanguinario asesino en serie de sujetos igualmente repulsivos. ?El televidente se siente culpable de desear ver cada semana las andanzas de Dexter, que se sit¨²a en el centro del relato, como los grandes h¨¦roes? Claro que tampoco son ejemplares los polic¨ªas de The Shield (Al margen de la ley) de FX, la emisora que cre¨® la socarrona Nip/Tuck o Da?os y perjuicios (Damages), una serie sobre abogados con sonrientes villanos. Una serie protagonizada por Glenn Close, emigrada de una industria del cine que apenas da el trono de los repartos a las cincuentonas.
?stas son unas cuantas buenas producciones televisivas estadounidenses. Aunque no hayan disfrutado de tan merecidos parabienes de otras (desde Los Soprano a The Wire), son un ejemplo de c¨®mo algunos relatos televisivos est¨¢n circulando por techos argumentales que no se atreve a pisar con id¨¦ntica persistencia y categor¨ªa est¨¦tica la industria cinematogr¨¢fica de Hollywood. Indudablemente, en televisi¨®n sigue habiendo insignes y abundantes tonter¨ªas, pero el ¨¦xito no desde?able de estas apuestas demuestra que hay una audiencia que busca a quienes se atreven a romper las postizas fronteras de lo decible e indagan en la forma de decirlo con una ret¨®rica que evita la repetici¨®n de los estilemas m¨¢s banales. Gracias a estas propuestas, la poblaci¨®n de ceja alta ha regresado sin rubor a la televisi¨®n para hablar bien de ella. No se trata ahora de renunciar a los discursos severos sobre la televisi¨®n porque cobija estos t¨ªtulos, pero s¨ª de combatir el desprecio que ciertos sectores de la cultura han mostrado hacia el medio, un desprecio que parec¨ªa acreditar autom¨¢ticamente su pertenencia al cielo de los esp¨ªritus exquisitos. No todo tiene procedencia anglosajona, pero en las series de ficci¨®n la abundancia de t¨ªtulos norteamericanos explica su tratamiento como fen¨®meno.
Ya s¨®lo faltaba para aumentar todav¨ªa m¨¢s el aprecio hacia ellas que la vida real las copiara. La campa?a dem¨®crata en la serie El ala Oeste de la Casa Blanca que narraron en las temporadas 2004-2006 tiene unas sorprendentes cercan¨ªas con la protagonizada por Barack Obama. El candidato dem¨®crata, el hispano Matthew Santos (interpretado por Jimmy Smits), triunfa en las primarias de su partido contra un pol¨ªtico que estuvo dos legislaturas con el presidente saliente. Y luego gana a un maduro contrincante republicano. No es casualidad. Los guionistas han admitido haberse inspirado, hace cuatro a?os, en un joven pol¨ªtico de Illinois, Obama. Smits ha participado en su campa?a y en un juego de fusi¨®n total entre realidad y ficci¨®n, The New York Times public¨® un encuentro entre Obama y el personaje del presidente saliente de la serie, Jed Bartlet. Lo escribi¨® Aaron Sorkin, el creador de la misma.
En los noventa, Karl Popper, preocupado por la indignidad de la televisi¨®n, cuya bazofia ve¨ªa como un peligro para la democracia, propon¨ªa que todos sus empleados necesitaran, para trabajar, poseer una licencia que se les podr¨ªa retirar si participaban en un programa basura. La necesitar¨ªan todos, desde los productores a los "camar¨®grafos", como ¨¦l dec¨ªa. Eran los tiempos en que no se discut¨ªa la met¨¢fora de la "caja tonta". Estos d¨ªas se ha publicado en Espa?a un libro cuyo titular combate este adjetivo tan instalado y que, administrado indiscriminadamente, pierde su sentido. Se trata de La caja lista: televisi¨®n norteamericana de culto (Laertes), que re¨²ne una serie de voces, mayoritariamente universitarias, que desmenuzan, defendi¨¦ndolos, algunos de los t¨ªtulos se?eros. Popper convert¨ªa a los productores en los principales sospechosos de la ignominia televisiva. Ahora, los nombres propios que reconoce cualquier televidente exigente son, precisamente, el de los productores que se han empe?ado en este reto: contradecir los imaginarios sociales m¨¢s buc¨®licos y enga?osos. Desde la ficci¨®n est¨¢n dibujando paisajes humanos que no escapan a ning¨²n tema y siembran s¨®lidas dudas sobre la posticer¨ªa que alimenta a las series del mont¨®n. Hay un merecido ensalzamiento de estos profesionales -los productores y, de paso, las emisoras que los respaldan- que recuerda el rescate que los chicos de Cahiers du Cin¨¦ma, en los a?os cincuenta del siglo pasado, hicieron de cineastas como Ford y Hawks trat¨¢ndoles de autor cuando apenas eran reconocidos como artesanos y acredit¨¢ndolos en las academias culturales. Un sistema de trabajo, el de estas emisoras y productores, que se acerca a la etapa m¨¢s fruct¨ªfera de los estudios hollywoodienses.
No es una apuesta c¨®moda. Este a?o, los premios Emmy, por ejemplo, han reconocido los m¨¦ritos de Mad men, que en Estados Unidos empez¨® teniendo apenas 900.000 espectadores y ahora sobrepasa los dos millones. Muchos de estos productos nacen en televisiones de pago y llegan a Espa?a gracias a las plataformas digitales con m¨¢s paciencia y capacidad de riesgo. Cuando entran en el ¨¢mbito de las generalistas, sus audiencias no llegan a los casi seis millones de espectadores que ha dado alg¨²n minuto de oro de Escenas de matrimonio, pero, por ejemplo, House ha rondado en m¨¢s de una ocasi¨®n los cuatro. Perdidos o 24 han fracasado relegadas a horarios inh¨®spitos, acumulando la emisi¨®n de cap¨ªtulos y sin estabilidad en la parrilla. Y sus seguidores abandonan el televisor para cazar en la Red el ¨²ltimo episodio que, encima, alg¨²n internauta ha subtitulado gratuitamente en una noche. Una producci¨®n televisiva cuyas ediciones por temporadas en DVD palian el descenso que vive el mercado de cine enlatado. En 2006, las series de televisi¨®n, incluyendo las de dibujos animados, ya representaban el 21% de todos los DVD vendidos en Espa?a, seg¨²n Gfk. Mientras que las emisoras abiertas norteamericanas restringieron la distribuci¨®n de su material por DVD para no estrangular su mercado de la sindicaci¨®n, los canales de cable optaron por ¨¦l para obtener un segundo rendimiento a sus producciones. Seg¨²n Concepci¨®n Cascajosa, en su libro Prime Time (Calamar Ediciones), no fue hasta que en septiembre de 2002 "la primera temporada de 24 se comercializ¨® con ¨¦xito cuando se convirti¨® en habitual que las series fueran editadas poco despu¨¦s de su emisi¨®n para promocionar el estreno de nuevas tandas de cap¨ªtulos".
Indudablemente, el recuento de horas que supone la emisi¨®n de estas espl¨¦ndidas piezas televisivas no hace sombra a la oferta m¨¢s estandarizada, pero son un s¨ªntoma de que existe otra televisi¨®n y que tiene un p¨²blico. Su mayoritaria procedencia norteamericana y la acidez de su mirada hacia lo dom¨¦stico hace pensar en la escena final del filme En el valle de Elah (en el cine sigue habiendo excelentes obras) en la que el personaje de Tommy Lee Jones iza al rev¨¦s la bandera norteamericana. Seg¨²n los c¨®digos de la vexilolog¨ªa... se trata de una se?al de socorro. En cualquier caso, una sociedad donde hay gente que ilumina sus rincones menos presentables, que sabe mirarse sin mucha cosm¨¦tica demuestra que no ha perdido vigor ni salud democr¨¢tica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.