Una fiesta de costa a costa
Las calles se inundaron de j¨®venes que corr¨ªan cantando "lo hicimos, lo hicimos" y gentes que lloraban de alegr¨ªa
Presente en la memoria el l¨¢tigo esclavista y la segregaci¨®n racial, el 96% de los 30 millones de negros que pudieron hacerlo vot¨® por Barack Obama, y llor¨® la noche del triunfo pues uno de los suyos hab¨ªa alcanzado la presidencia de EE UU y reescrito la historia. Abiertamente, sin disimular el llanto, se quebr¨® el reverendo Jesse Jackson, frecuentemente cr¨ªtico con Obama, llor¨® la negritud del Harlem o de Detroit, y lloraban dos amigas blancas en una esquina de Washington.
La noche de la revolucionaria victoria, se aguaron los ojos de millones, blancos o negros, convencidos todos de que sin los cambios prometidos por Obama, EE UU se precipitaba hacia su propia destrucci¨®n. El pa¨ªs entr¨® en una especie de patri¨®tica catarsis. Los abrazos, las tracas, los brindis y las invocaciones a Dios y al optimismo cruzaron el pa¨ªs de punta a punta, a velocidad de v¨¦rtigo.
"Apenas puedo respirar por la emoci¨®n", dec¨ªa una escritora
Colin Powell, ex secretario de Estado, confes¨® que todo el mundo alrededor suyo sollozaba a l¨¢grima viva durante el escrutinio que confirm¨® la ¨¦pica victoria del afroamericano de Chicago. Sobreviviente del racismo y de la cruz ardiente del Ku Klux Klan, el simbolismo vivo de una amargura ya pret¨¦rita, Ann Nixon Cooper, una negra de Atlanta de 106 a?os, tambi¨¦n vot¨® por la candidatura del cambio. Durante su juventud, le prohibieron hacerlo.
"Sue?o con que mis cuatro hijos vivan un d¨ªa en un pa¨ªs donde no se les juzgue por el color de su piel", confes¨®, hace 45 a?os, el l¨ªder de los derechos civiles Martin Luther King, sin imaginar que su asesinato, en 1968, y la sangre corrida durante la larga marcha hacia la igualdad, hacia la derogaci¨®n de leyes que castigaban el matrimonio interracial en 22 de los 50 Estados, habr¨ªan de concluir con un negro en la Casa Blanca. Pocos de los afroamericanos agolpados el martes ante los colegios electorales y desplegados despu¨¦s por las calles de la celebraci¨®n ten¨ªan la seguridad de que el racismo de ¨²ltima hora, el temido efecto Bradley, no hab¨ªa de malograr la victoria anticipada en las encuestas. Pero el cambio de ¨²ltima hora no se produjo y la mayor¨ªa secund¨® la esperanza, el talento, la serenidad, sin importar el color de la piel de quien ofrec¨ªa esas virtudes.
Espont¨¢neamente, miles de estadounidenses, j¨®venes la gran mayor¨ªa, tomaron las calles de las principales ciudades y pueblos para compartir la emoci¨®n del triunfo con quien quisiera sumarse: desde Washington a Florida y desde Maine a Montana. "La gente corre pero no s¨¦ hacia donde", comentaba la noche del martes un taxista de la capital federal. La gente corr¨ªa, coreando "lo hicimos, lo hicimos", hacia la Casa Blanca en Washington, hacia la Quinta Avenida en Nueva York, o hacia la plaza de Chicago donde Obama se comprometi¨® con sus votantes y con la historia. Cory Broker, alcalde de Newark, la principal ciudad de Nueva Jersey, convulsionada hace 40 a?os por terribles choques raciales, dijo que la elecci¨®n de Obama es la mejor prueba de que los enfrentamientos son cosa del pasado: "No todo va a ser perfecto con el nuevo presidente, pero su elecci¨®n significa que se est¨¢n cerrando las cicatrices".
Los activistas del cambio consumieron la madrugada saboreando las mieles de los resultados, y no s¨®lo festejaron la victoria del candidato dem¨®crata, sino tambi¨¦n el revolucionario cambio de comportamiento social, la rebeld¨ªa, frente a las fracasadas pol¨ªticas y valores de George Bush en pol¨ªtica nacional e internacional. "Apenas puedo respirar de la emoci¨®n. Y esto no es el final de algo, sino el principio", dec¨ªa la novelista Kim McLarin, en Washington DC. En la otra punta, en Seattle, igualmente incr¨¦dulo y palpitante, el reverendo Ken Jacob se sumaba al asombro: "No lo puedo creer todav¨ªa, no puedo creer que en 2008 tengamos un presidente negro". En el mitin del agradecimiento de Chicago, entre la multitud enfervorizada, fue visto el reverendo Jesse Jackson, que fracas¨® en sus dos intentos de alcanzar la Casa Blanca (1984 y 1988) y fue testigo del asesinato de King en Memphis, 40 a?os atr¨¢s.
Devotamente atento al estrado donde Obama encandilaba de nuevo, el pastor negro lloraba. Al mismo tiempo, una concentraci¨®n con velas honr¨® la tumba del l¨ªder de los derechos civiles. "Mi abuelo fue esclavo y esto significa mucho para m¨ª", dijo un asistente. Alegr¨ªa en los antiguos Estados esclavistas y en la calle 125 de Nueva York, en el Harlem, la oficiosa capital negra de EE UU. Una multitud de vecinos vitoreaba al nuevo inquilino de la Casa Blanca y muchos no se lo cre¨ªan.
"No hay unos Estados Unidos blancos y otros negros, sino Estados Unidos", dijo Obama en la Convenci¨®n Dem¨®crata de Boston del a?o 2004. Cuatro a?os despu¨¦s, la mayor¨ªa norteamericana que vot¨® por su candidatura, blancos o negros, asi¨¢ticos o hispanos, se abrazaba.
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