Obama y Cuba
El primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro, escribi¨® que John McCain y Barack Obama eran lo mismo y vaticin¨® que, llegado el momento, este ¨²ltimo, quien de "puro milagro no ha sufrido la suerte de Martin Luther King", no saldr¨ªa electo ya que el "profundo racismo" que existe en Estados Unidos "hace que la mente de millones de blancos no se reconcilie con la idea de que una persona negra con la esposa y los ni?os ocupen la Casa Blanca, que se llama as¨ª, Blanca". El secretario cultural de ese mismo partido, Eliades Acosta Matos, fue m¨¢s lejos y dijo que el candidato dem¨®crata era, como Colin Powell y Condoleezza Rice, un producto del neoconservadurismo norteamericano, m¨¢s peligroso a¨²n que el republicano, puesto que representaba las "suaves maneras del contraataque".
Esta oportunidad deber¨ªa sobreponerse a la intransigencia de algunos en La Habana y Miami
Estados Unidos debe concertar su pol¨ªtica cubana con Europa y Am¨¦rica Latina
Ambos pol¨ªticos se equivocaron. Barack Obama gan¨® la presidencia de Estados Unidos con un programa claramente distinto al de su rival: pol¨ªtica fiscal redistributiva, ampliaci¨®n de la cobertura de seguridad social, promoci¨®n de fuentes alternativas de energ¨ªa, retiro de las tropas en Irak, diplomacia multilateral, legislaci¨®n moral avanzada. El error de estos ide¨®logos y pol¨ªticos cubanos refleja el da?o cultural que puede producir medio siglo de construcci¨®n de estereotipos negativos sobre Estados Unidos en la opini¨®n p¨²blica de un pa¨ªs latinoamericano. Los l¨ªderes de un pa¨ªs as¨ª terminan, inevitablemente, desconociendo a su vecino, ignorando que, a pesar de su hegemon¨ªa mundial, esa naci¨®n es una democracia, donde, desde las campa?as por los derechos civiles en los 60 y 70 y las pol¨ªticas multiculturales de los 80 y los 90, se ha creado un nuevo pacto jur¨ªdico para lograr la convivencia dentro de la diversidad.
Donde no se ha logrado ese pacto es, precisamente, en Cuba. All¨ª, el porcentaje de negros y mulatos rebasa el 60% de los cubanos que viven en la isla, a diferencia de Estados Unidos, donde los afroamericanos siguen siendo una minor¨ªa que no llega al 15% de la poblaci¨®n. El poder cubano no refleja la diversidad racial, gen¨¦rica, religiosa y sexual de la isla ni la existencia de una oposici¨®n y un exilio que pac¨ªficamente defienden otra idea de gobierno. Barack Obama gana las elecciones como un pol¨ªtico opositor, joven, negro y reformista, mientras que en Cuba el r¨¦gimen est¨¢ en manos de un peque?o grupo de ancianos blancos y conservadores. El contraste no podr¨ªa ser mayor y, sin embargo, ambos pa¨ªses deber¨¢n experimentar el reajuste de unos v¨ªnculos caracterizados, en el ¨²ltimo medio siglo, por la hostilidad y el recelo mutuos.
Obama no s¨®lo es el primer presidente negro de Estados Unidos, sino el primero nacido despu¨¦s del triunfo de la Revoluci¨®n Cubana y el primero en formarse pol¨ªticamente despu¨¦s de la ca¨ªda
del Muro de Berl¨ªn. En propiedad, estar¨ªamos en presencia de un pol¨ªtico m¨¢s del siglo XXI que del siglo XX, moldeado por los dilemas transversales de la sociedad posterior a la guerra fr¨ªa. Su contraparte en la isla, Fidel y Ra¨²l Castro, son, en cambio, criaturas del mundo bipolar, sujetos arcaicos que se perfilaron en la r¨ªgida contraposici¨®n entre capitalismo y comunismo. Esa asimetr¨ªa de liderazgo, en vez de conformar un obst¨¢culo infranqueable, podr¨ªa actuar como incentivo a la b¨²squeda de un nuevo tipo de relaci¨®n entre dos vecinos naturales, artificialmente convertidos en adversarios pol¨ªticos.
Barack Obama llega a la presidencia sin una agenda latinoamericana. Lo poco que le hemos escuchado sobre el tema genera m¨¢s interrogantes que propuestas para un hemisferio en el que asistimos al espect¨¢culo parad¨®jico de democracias que se consolidan y, al mismo tiempo, se exponen a nuevas amenazas. La emergencia de gobiernos de izquierda, en Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia, Ecuador, Panam¨¢ y Paraguay, por ejemplo, en los que la voluntad de construir pol¨ªticas de Estado en materia social no se da acompa?ada de maniobras para perpetuar a una persona, un partido o una familia en el poder, es una clara se?al de consolidaci¨®n de la democracia. El caudillismo, la inseguridad, el narcotr¨¢fico y la corrupci¨®n son s¨®lo algunos de los tantos desaf¨ªos a esa gobernabilidad democr¨¢tica.
La nueva presidencia dem¨®crata y su gabinete tendr¨¢n que concebir una agenda latinoamericana. Algunas pol¨ªticas de la Administraci¨®n Bush -libre comercio, seguridad hemisf¨¦rica, combate al narcotr¨¢fico, reforma migratoria- no deber¨ªan descartarse sino insertarse en una estrategia regional m¨¢s amplia. Obama podr¨ªa dotar esas prioridades de un sentido de colaboraci¨®n econ¨®mica y pol¨ªtica plena, que permita dejar atr¨¢s las tensiones que genera el proteccionismo y las que todav¨ªa se heredan de las d¨¦cadas anticomunistas. Una buena diplomacia de Washington ayudar¨ªa mucho a reforzar el componente democr¨¢tico de las nuevas izquierdas y a contrarrestar la tendencia autoritaria y antiamericana que, en la primera mitad de esta d¨¦cada, promovieron La Habana y Caracas a costa de los excesos de Bush.
Si el nuevo presidente honra sus compromisos de campa?a eliminar¨¢ las restricciones a viajes y remesas que la pasada Administraci¨®n aplic¨® contra el Gobierno cubano. Esa medida, incorporada a una estrategia de negociaci¨®n del levantamiento del embargo comercial a cambio de pasos concretos a favor de la democratizaci¨®n de la isla, como el excarcelamiento de todos los presos pol¨ªticos y la concesi¨®n de garant¨ªas para la actividad opositora podr¨ªa ser el punto de partida de una importante distensi¨®n de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. El viejo diferendo, herencia inc¨®moda de la guerra fr¨ªa y motivo permanente de desencuentros entre Washington y la comunidad internacional, deber¨ªa llegar a su fin en los pr¨®ximos a?os con una transici¨®n pac¨ªfica a la democracia en la isla.
El liderazgo del Departamento de Estado que designe Obama tendr¨¢ que tomar cartas en el asunto. A diferencia de la Uni¨®n Europea y Am¨¦rica Latina, Estados Unidos no puede dar un cheque en blanco a Fidel y Ra¨²l Castro, dos gobernantes que durante medio siglo han sostenido una confrontaci¨®n de la hegemon¨ªa de Washington. Lo que s¨ª puede hacer la nueva Administraci¨®n es concertar multilateralmente su pol¨ªtica hacia la isla, con aliados europeos y latinoamericanos, procurando siempre que cualquier negociaci¨®n con La Habana incluya medidas tangibles a favor de libertades p¨²blicas en Cuba. El autoritarismo cubano no s¨®lo es algo que sufre la poblaci¨®n insular, ansiosa por entrar, finalmente, al siglo XXI, sino causa de conflictos en una regi¨®n fr¨¢gilmente democr¨¢tica.
?Qu¨¦ inter¨¦s pueden tener las democracias europeas y latinoamericanas en que en Cuba persista un r¨¦gimen de partido ¨²nico, econom¨ªa de Estado e ideolog¨ªa marxista-leninista? Con un r¨¦gimen as¨ª son siempre m¨¢s dif¨ªciles las relaciones comerciales y diplom¨¢ticas y un r¨¦gimen as¨ª siempre alentar¨¢ valores antidemocr¨¢ticos en el mundo. Los Estados Unidos de Barack Obama pueden ayudar, si se lo proponen, a que la democracia cubana no s¨®lo sea un deseo de miles de opositores y millones de exiliados, excluidos de la vida p¨²blica de su pa¨ªs, sino inter¨¦s de la inmensa mayor¨ªa democr¨¢tica del mundo. Para ello, Washington tendr¨ªa que asumir la cuesti¨®n cubana como algo m¨¢s que un asunto dom¨¦stico, relacionado con los votantes del sur de la Florida.
Cuba sigue siendo la m¨¢s clara alternativa autoritaria de la izquierda latinoamericana actual. La Venezuela de Ch¨¢vez tiene mayor poder econ¨®mico, pero el r¨¦gimen pol¨ªtico bolivariano no ha desmantelado el pluralismo pol¨ªtico, ni la econom¨ªa de mercado ni la esfera p¨²blica. El problema cubano tiene que ver, por tanto, con la consolidaci¨®n y el perfeccionamiento de la democracia en el hemisferio. Si el Gobierno de Ra¨²l Castro, como parecen transmitir las ¨²ltimas negociaciones de su canciller¨ªa con Espa?a, la Uni¨®n Europea y M¨¦xico, quiere relacionarse con todas las democracias del mundo, est¨¦n gobernadas por la izquierda o por la derecha, nada m¨¢s l¨®gico que esas democracias impulsen la democratizaci¨®n de su interlocutor caribe?o.
Los protagonistas de esa transici¨®n no ser¨¢n, como sabemos, Washington, Bruselas, Madrid o Brasilia: ser¨¢n los dem¨®cratas cubanos del siglo XXI, provengan de la oposici¨®n, el Gobierno o el exilio. Pero mientras m¨¢s consenso internacional genere un cambio pac¨ªfico de r¨¦gimen en la isla m¨¢s r¨¢pido podr¨¢n avanzar sus impulsores. La oportunidad que se abre con el nuevo presidente de Estados Unidos no deber¨ªa ser desaprovechada por la t¨ªpica intransigencia de quienes, desde La Habana o Miami, ven amenazados sus intereses y, como tantas veces en el pasado, se aprestan a dinamitar cualquier plataforma de distensi¨®n. Medio siglo ha sido tiempo m¨¢s que suficiente para vivir el drama de un pa¨ªs dividido y paralizado.
Rafael Rojas es historiador cubano, exiliado en M¨¦xico.
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