Oleada de tristeza
Comenz¨® el oto?o literario con muy malas noticias. David Foster Wallace (La broma infinita, La chica del pelo raro) se suicidaba a los 46 a?os en su casa de California v¨ªctima de una negra depresi¨®n y de una mala medicaci¨®n. Literato e hijo de literatos, su taller creativo de la Universidad de Pomona no le dio la paz suficiente como para vencer a la negra sombra. Foster Wallace es una cruz m¨¢s en la larga lista de los caballeros de largos cabellos que no han soportado el oto?o del imperio americano (Kurt Cobain, Elliott Smith). Los heraldos negros de los que hablaba C¨¦sar Vallejo (uno de los grandes tristes de la cultura universal) no hacen m¨¢s que anticipar un oto?o que promete grandes dosis de romanticismo en vena: delgadez est¨¦tica, tristeza como actitud y oscuridad como una forma de adentrarnos en la materia filos¨®fica. Caen Fannie Mae y Lehman Brothers pero sube la cotizaci¨®n de Paul Auster y Leonard Cohen.
La anorexia cultural recorre el mundo, aunque la industria la mire de reojo, y empieza a vomitar el mejunje de la ¨²ltima dieta alta en calor¨ªas
Los nuevos iluminados prefieren la pintura de Caspar David Friedrich a los globos de Jeff Koons, la oscuridad de Lynch que el becerro de Hirst
M¨¢s s¨ªntomas sobre el paciente. Si hasta los idus de marzo no conoceremos con todo detalle los secretos de Los abrazos rotos, ¨¦sta promete ser sin duda la pel¨ªcula m¨¢s rom¨¢ntica y negra de Almod¨®var en su carrera. El director manchego apunta ya en esta direcci¨®n en su muy filos¨®fico blog relatando su experiencia en la penumbra:
"El origen de Los abrazos rotos se halla en las largas horas de oscuridad que viv¨ª en mi habitaci¨®n aquejado de migra?as. Durante meses s¨®lo dispon¨ªa de dolor, oscuridad, imaginaci¨®n. Si quer¨ªa defenderme de lo primero tendr¨ªa que utilizar las otras dos armas".
O sea, que la oscuridad, refugio natural de la tristeza, no es ya s¨®lo moda en la pasarela. Acaba de desembarcar en la cultura. Una oscuridad rom¨¢ntica, p¨¢lida, nocturna, de ojeras pronunciadas, l¨¢grimas de r¨ªmel y negro riguroso. Una manifestaci¨®n insomne de algo m¨¢s incorruptible: esa tristeza a la que Chico Buarque llama se?ora en Desde que o samba ¨¦ samba, manifiesto de la saudade por excelencia, y a la que rinden tributo las almas en pena del momento. A ella se adhieren desde toda una primera dama como Carla Bruni, que susurra versos de Emily Dickinson a la mand¨ªbula de Sarkozy, hasta un tipo nada sospechoso de melindres literarios como Michael Jackson, que se enfrenta al poeta nacional escoc¨¦s Robert Burns a calz¨®n quitado. En el horizonte po¨¦tico brillan tambi¨¦n dos crespones: la reedici¨®n por Bartleby, traducida por Xo¨¢n Abeleira, de la integral po¨¦tica de Sylvia Plath (muri¨® metiendo la cabeza en un horno, ya saben) y esa noticia de que Bunbury le ha robado la cartera a un poeta ya fallecido, Pedro Casariego C¨®rdoba, que puede tener as¨ª cierta y merecida fama p¨®stuma en su condici¨®n de "hombre delgado que no flaquear¨¢ jam¨¢s".
La misma medicina para todos los que han padecido, de una forma u otra, los venenos de la abundancia y ahora quieren recuperar la elegancia a la hora de llevar la antorcha.
La anorexia cultural recorre el mundo, aunque la industria la mire de reojo, y empieza a vomitar el viscoso mejunje de la ¨²ltima dieta alta en calor¨ªas, l¨¦anse los pasotes del best seller de engorde y el culto a todo tipo de descerebramiento cinematogr¨¢fico y televisivo; l¨¦ase la resaca de superh¨¦roes o la inflaci¨®n de bandas de rock que han imitado in¨²tilmente a Radiohead sin hacernos derramar una l¨¢grima. O sea que la m¨ªstica rebelde invade la escena (vegetarianos fascinados por Juan de la Cruz, yonquis tras los pasos espirituales de William Burroughs, famosas lectoras de Las Moradas de Santa Teresa) y los libreros se frotan las manos con una f¨®rmula infalible en tiempos de crisis: por apenas quince euros usted puede viajar a cualquier lugar imaginario sin tener que padecer la Terminal 4 de Barajas. De momento, muchos han reservado por Internet los billetes para el mejor banquete del oto?o negro: la suculenta exposici¨®n que la Tate Gallery de Londres dedica al pintor Francis Bacon en su centenario y que re¨²ne hasta el 4 de enero las obras principales de toda su trayectoria. Bacon, cuya exposici¨®n llegar¨¢ al Museo del Prado el 3 de febrero, es sin parang¨®n uno de los m¨¢s grandes maestros de la carne que gusta especialmente a los vegetarianos; un ap¨®stol del hematoma en tiempos de cirug¨ªa est¨¦tica, un gay de la crudeza en tiempos rosas. Si ustedes van a Londres, por el mismo precio pueden darse el gusto de poder ver, tambi¨¦n en la Tate, la retrospectiva dedicada a Mark Rothko, el pintor americano, suicida, al que muchos sit¨²an en la cima de la abstracci¨®n con sus bandas coloridas de ocultas reverberaciones m¨ªsticas. Si se quedan con m¨¢s ganas de anatom¨ªa y su linterna no ha perdido la pila, el Museo del Prado nos premia con Rembrandt, aunque el holand¨¦s no es precisamente un triste, pero s¨ª un gu¨ªa maravilloso para adentrarse en la oscuridad a trav¨¦s de 35 mod¨¦licos viajes al fin de la noche.
La novia cad¨¢ver. Est¨¢ claro ya que los nuevos iluminados prefieren la pintura de Caspar David Friedrich a los globos de Jeff Koons, la oscuridad de Lynch que el becerro de Hirst, matar¨ªan por un crep¨²sculo de Turner o un firmamento de Anselm Kiefer, visitan el P¨¨re Lachaise, adoran Stonehenge y no entienden cosas para ellos importantes como la presencia de Leonard Cohen en el ¨²ltimo festival de Benic¨¤ssim o por qu¨¦ Dylan prest¨® Hard rain's a gonna fall para la Exposici¨®n Universal de Zaragoza (?ser¨¢ por dinero, Mr. Zimmerman?).
Todos parecen haber encontrado La novia cad¨¢ver, de Tim Burton, en sus vidas y ahora es dif¨ªcil salir de esa enso?aci¨®n de plastilina, pero no se alarmen, porque despu¨¦s de La novia y El barbero diab¨®lico, el maestro Burton vuelve a internarse en otra perla de la disoluta aristocracia inglesa, la Alicia de Lewis Carroll, el conejo que la magia moderna reivindica una y otra vez; el espejo en el que se refleja buena parte de esta distorsionante sociedad de la anorexia. Ya no se trata del manto asfixiante y negro de los disc¨ªpulos de The Cure (otra vez a la carga con el vampiro Robert Smith menos insomne que anta?o) o de Joy Divisi¨®n (ya est¨¢ disponible en DVD Control, la pel¨ªcula sobre la vida y muerte de Ian Curtis). No es la negrura de los hijos de la tiniebla posindustrial del punk predicada por Trent Reznor y Marilyn Manson sino la intuici¨®n crepuscular de las obras multimedia de Olafur Eliasson y sus crep¨²sculos repartidos por todo el planeta: prodigios que congregan a los banqueros rampantes con los adictos a la cultura de club.
En el hipot¨¦tico bagaje de estos viajeros al fin de la noche -que siguen pensando que C¨¦line es un pobre inocente- cabe tambi¨¦n un ¨²ltimo redescubrimiento al alza en el mundo del arte: la fotograf¨ªa de Francesca Woodman, prodigiosa joven italonorteamericana que se suicid¨® con s¨®lo 23 a?os arroj¨¢ndose al vac¨ªo desde la ventana de su loft neoyorquino (v¨¦ase la excelente monograf¨ªa editada por Phaidon) y que deja tras de s¨ª una especie de estela de desolaci¨®n de la misma onda s¨ªsmica que ese Kurt Cobain que rescat¨® no hace mucho Gus Van Sant (un creador siempre atento a la infinita tristeza de la adolescencia) en Last days. Otras dos mujeres cotizan muy al alza en este curioso ranking de la depresi¨®n: la tambi¨¦n fot¨®grafa Diane Arbus (lean la biograf¨ªa de Patricia Bosworth publicada por Lumen), que supone una de las mejores manifestaciones de la aristocracia del precipicio, y por supuesto la redescubierta, para gloria de todos, adolescentes o no, Carson McCullers (Seix Barral ha publicado toda su obra).
Noches de insomnio. Pero no se pongan tristes todav¨ªa porque el oto?o ha llegado cargado de angelitos negros y hojarasca literaria para avivar el rescoldo del coraz¨®n. Dos autores de fama internacional ofrecen alivio a los tenebristas y nuevas dosis de tristeza compartida. Son el japon¨¦s Haruki Murakami, para m¨ª quien mejor se maneja en los abismos adolescentes de la era posbeatle, que vende nuevos apagones existenciales de japoneses adictos al pachinko y a la soledad, y el gran seductor Paul Auster, que con su nuevo t¨ªtulo, Un hombre en la oscuridad, da pasto a la tiniebla aunque de la mano de su siempre encendida linterna m¨¢gica.
Tanto en el Tokio de Murakami (After Dark, Tusquets), donde los aliens transmiten a sus cuarteles c¨®smicos los sue?os de los j¨®venes noct¨¢mbulos nipones, como en esa noche insomne de Vermont (Un hombre en la oscuridad, Anagrama) donde el protagonista de Auster no consigue dormir y va mezclando en su duermevela los desastres de la guerra de Irak con otros desvelos que acechan su existencia, la adoraci¨®n nocturna est¨¢ servida. Dos noches blancas, dos madrugadas dantescas que personifican esa oscuridad de Oriente y Occidente en la que, como en las pinturas de Friedrich, avanzamos por el corredor en penumbra con la antorcha de nuestro desvar¨ªo en la mano. Hablando de desvelo hay que citar dos cl¨¢sicos recientes del insomnio que no me resigno a pasar por la criba de la actualidad: Ayer no te vi en Babilonia, del maestro portugu¨¦s Ant¨®nio Lobo Antunes (Mondadori), y La carretera, el m¨¢s ceniciento libro, aunque no el mejor, que ha salido de la pluma de Cormac McCarthy (Mondadori).
En lo m¨¢s hondo del pozo, si todav¨ªa siguen ah¨ª, la banda sonora viene de la mano de un hada, la m¨¢s universal de las hadas que las sagas islandesas, las que tanto gustaban a Borges, han dado a los tiempos modernos: Bj?rk. Sus tres ¨²ltimos discos (Vespertine, Medula, Volta) eran ya una creaci¨®n puramente espiritual que a muchos est¨®magos festivaleros se le atragantaron como una sesi¨®n de Sch?nberg, pero lo que viene a continuaci¨®n es como un triple salto mortal sobre la boca del g¨¦iser. Se llama al modo rom¨¢ntico que aqu¨ª hablamos The dull flame of desir (la p¨¢lida llama del deseo) y cuenta con dos ingredientes que garantizan una lujuriosa depresi¨®n; la presencia de Antony, el inclasificable m¨²sico de Antony and The Johnsons, con su voz de tenor eduardiano, y los versos del poeta ruso Fi¨®dor Tiutchev arrancados a un prodigio de la desolaci¨®n de todos los tiempos, la pel¨ªcula Stalker, de Andr¨¦i Tarkovski, un fest¨ªn de cenizos de una misma tacada para su disfrute.
Sobre la negra lava. Aunque el disco lleva publicado desde principios del verano, tambi¨¦n hay que rese?ar para los seguidores de la Santa Compa?a una banda sonora imprescindible de los tambi¨¦n islandeses Sigur Ros, pura delicia y tortura vocal, equivalente a un ciclo completo de Carl Theodor Dreyer y Lars von Trier juntos. El disco se llama Meo Suo I Eyrum-Vio Spilum Endalaust, y no le busquen m¨¢s significados que "la m¨²sica que zumba en nuestros o¨ªdos eternamente", dado que el entierro est¨¢ oficiado en una lengua a medias entre el island¨¦s y otra de su pura invenci¨®n. En la misma onda hiperb¨®rea aunque no tan al norte andan los devaneos siempre b¨ªblicos de un apuesto caballero australiano, Nick Cave, que tras su prolongada ca¨ªda en los infiernos visionarios nos viene deleitando con nuevas perlas m¨¢s luminosas desde que ha convertido el gospel en aliado: tras su baconiano Abbatoir Blues, llega Dig! Lazarus Dig!, celebrado por la prestigiosa revista brit¨¢nica Mojo como el mejor ¨¢lbum de lo que va de a?o (las revistas ya no esperan a acabar el a?o). Por cierto, Lars von Trier (no confundir con su famosa parodia de la tele) anda empe?ado en arrojarnos a la cara para inicios de a?o todo un temible Anticristo, con Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg en liza. Supongo que, de saberlo, Nietzsche abrazar¨ªa de nuevo al caballo.
De las ra¨ªces del blues y del gospel, del rezo, de la penitencia, del lamento y la redenci¨®n despu¨¦s de tanto desatino, nacen tambi¨¦n lujos del nuevo panorama de la m¨²sica americana que parece consistir en volver a los grandes nombres, de Johnny Cash a Bruce Springsteen, a los tiempos de la Gran Depresi¨®n (la de ahora no es precisamente peque?a). Un ramillete de ejemplos contumaces de esta nueva era fanny mae son las ¨²ltimas producciones de Rick Rubin, con el difunto Johnny Cash (muchos han elegido ya para su entierro las canciones de Solitary Man), o con Neil Diamond, s¨ª, oyen bien, Neil Diamond sin m¨¢s aditamento que una colecci¨®n de guitarras y la aridez del estudio por testigo (12 songs). En la misma onda deben figurar las del carism¨¢tico productor T. Bone Burnett, para s¨ª mismo (Tooth of crime en colaboraci¨®n con su amigo Sam Shepard) o para otros amiguetes, como la celebrada reuni¨®n entre Alison Kraus y el viejo zeppelin Robert Plant, o el redescubrimiento del rey del pantano, B. B. King, que finalmente hace un disco de blues como Dios manda. Desde que Beck se ha puesto triste (Sea, Modern Guilty) el country est¨¢ buscando novia...
Aunque animada por una tristeza cosmopolita y una soledad cong¨¦nita a la especie, The burning plain -no confundir con Burn after reading (Quemar despu¨¦s de leer), de los hermanos Coen, comedia sobre la CIA y pel¨ªcula tambi¨¦n incendiaria- muestra sus credenciales (aparte Kim Basinger y Charlize Theron) para ser una de las cintas de oto?o id¨®neas para compartir abatimiento y una manta escocesa en el patio de butacas. Es la venganza tambi¨¦n de Guillermo Arriaga, que insiste en repetir la estrategia de Babel, de su antiguo amigo Alejandro Gonz¨¢lez I?¨¢rritu, del que dice poco menos que le rob¨® el alma. Peleas aparte, es la hora del debut para este cazador de grandes huracanes emocionales que es Arriaga.
Volvemos al principio. ?Somos tan fr¨ªvolos para suponer que est¨¢ de moda la se?ora tristeza de Chico Buarque? ?Que la oscuridad es el ¨²ltimo refugio de la cultura? Nadie puede entender que podamos gozar tanto de esta lista negra. Pregunten a su psiquiatra, no se conformen con Woody Allen, y escuchen a Jo?o Gilberto o a Jorge Drexler, elijan entre Tarkovski o Dos metros bajo tierra, visiten a Bacon o a su carnicero, y no traten de negar que a veces uno se siente a gusto con este misterio, como dice la canci¨®n, "hijo del placer y padre del dolor". Ya lo dijo Casariego, no flaqueen, por favor. -
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