Infiltrado en el islam m¨¢s radical
Un investigador marroqu¨ª sigui¨® a Maghraoui, el jeque que propugna que las ni?as se casen
Mohamed al Maghraoui es uno de los predicadores m¨¢s radicales de Marruecos aunque no propugne la violencia. Formado en la Universidad saud¨ª de Medina, lleva 32 a?os propagando sus ideas salafistas en libros y arengas, y hubiese podido seguir haci¨¦ndolo de no ser porque en septiembre cometi¨® un desliz. En respuesta a una consulta particular emiti¨® en su web una fetua (edicto isl¨¢mico) en la que "legalizaba" las bodas de ni?as a partir de los nueve a?os con hombres adultos.
A esa edad, escribi¨® Maghraoui, las ni?as "dan con frecuencia mejor resultado en la cama que una joven de 20". Sus palabras escandalizaron a la sociedad civil. El c¨®digo de familia vigente desde 2004 veta el matrimonio de menores, a menos que un juez lo permita. El a?o pasado, los magistrados concedieron 33.560 autorizaciones a chicas menores de 18 a?os, el 87% de las solicitadas. 159 correspondieron a ni?as de 14 a?os.
A partir de 9 a?os, las ni?as "dan con frecuencia mejor resulta escribe Maghraoui
Las autoridades han secundado a la sociedad civil. La fiscal¨ªa abri¨® una investigaci¨®n al tiempo que el Consejo Superior de los Ulemas, la m¨¢s alta instancia religiosa, rechaz¨® la fetua de Maghraoui. La polic¨ªa clausur¨® adem¨¢s la sede central de su asociaci¨®n, Predicaci¨®n y Sunna en el Cor¨¢n, en Marraquech, y 33 escuelas religiosas que frecuentaban 2.800 fieles. El cierre se decidi¨® para "proteger la seguridad espiritual" del pueblo, seg¨²n explic¨® el ministro del Interior, Chakib Benmoussa. Subvenciones saud¨ªes costeaban toda esta infraestructura.
Abdelhakim Aboullouz, de 35 a?os, es un investigador de Marraquech autor de una tesis sobre los movimientos salafistas en Marruecos. Para prepararla, Aboullouz se introdujo, a partir de 2002, en la asociaci¨®n que encabeza Maghraoui. ?ste es el relato de una experiencia que dur¨® seis a?os:
"El jeque Maghraoui describe con crudeza las posturas sexuales. Imparte una clase en la que ense?a a sus disc¨ªpulos el arte de gozar y de hacer gozar. Explica c¨®mo las mujeres deben prepararse para que el hombre se deleite. Me sorprende que los salafistas hablen de sexo. Tambi¨¦n me incomoda porque mi padre me acompa?a a este primer encuentro con Maghraoui y sus fieles. ?l es distribuidor de aceite de oliva y, con motivo de las fiestas religiosas, le regala al jeque algunas botellas. Le deben de gustar porque se ha dejado convencer por mi padre y me ha permitido incorporarme a sus filas a condici¨®n, eso s¨ª, 'de que el trabajo d¨¦ una imagen positiva de la asociaci¨®n'.
De sopet¨®n, un alumno interrumpe la lecci¨®n. 'Jeque, por favor, p¨¢rese un momento porque ya no podemos m¨¢s', afirma describiendo su grado de excitaci¨®n. Maghraoui le responde con una sonrisa: 'Hijo, haz lo que consideres oportuno, c¨¢sate... Yo s¨®lo hago mi trabajo, que consiste en dispensar una ense?anza religiosa digna'.
Al acabar la clase, mi padre saluda a Maghraoui. '?Aboullouz, cu¨¢nto tiempo!', exclama el jeque antes de hacerle observar que sigue sin dejarse crecer la barba, algo indispensable en el mundillo salafista. 'Esto es un problema porque el d¨ªa en que le entierren no sabr¨¢n por d¨®nde agarrarle', le dice sonriente. Pese al aspecto monacal de la sede de la asociaci¨®n, pese a su semblante rigorista, el jeque tiene sentido del humor.
Para ser uno m¨¢s, me dejo crecer la barba y acudo a un sastre salafista del barrio de Boukar que me confecciona una gandura, el atuendo imprescindible. Pero no basta con las apariencias externas. Mi tradici¨®n religiosa es suf¨ª, como la de la gran mayor¨ªa de los marroqu¨ªes, y hay ritos salafistas que desconozco. No s¨¦ c¨®mo colocar mis brazos durante la oraci¨®n. Seguir¨¦ el ejemplo de los dem¨¢s fieles, los cruzar¨¦ ante el pecho. Hasta el lenguaje est¨¢ salpicado de expresiones religiosas que me resultan extra?as.
Al jeque le consultan con frecuencia sobre todo tipo de cuestiones. Para hacerlo hay que entregarle una pregunta escrita que aceptar¨¢ o no responder. Hay temas que rechaza porque le resultan inc¨®modos o carece de opini¨®n al respecto. En sus clases arremete contra Occidente, 'del que hay que alejarse porque sus valores son corruptos'.
Le record¨¦, en una pregunta, un hadith [precepto enunciado por el profeta Mahoma, pero que no figura en el Cor¨¢n] en el que insta a ser tolerante con el pr¨®jimo y sacar el mejor partido de ¨¦l. 'Hablaremos de ello cuando hayas concluido tus ense?anzas', respondi¨® Maghraoui. 'Por ahora conf¨®rmate con escuchar', a?adi¨®. No se le lleva la contraria. Hacerlo puede conllevar la expulsi¨®n. Ser un alumno modelo puede facilitar una beca de estudios en Arabia Saud¨ª.
El jeque y sus fieles m¨¢s cercanos dedican entre cuatro y cinco horas diarias a la lectura del Cor¨¢n y a la oraci¨®n, a lo que se a?aden los cursos que ¨¦l y otros profesores imparten. Como buen salafista, su doctrina es ultraconservadora. Hasta las cafeter¨ªas en las que no sirven alcohol son lugares licenciosos. Sus disc¨ªpulos no beben, no fuman. S¨®lo les est¨¢n permitidos dos tipos de ocio: el primero es el deporte. Despu¨¦s de rezar de madrugada en la mezquita, los devotos visten un pantal¨®n y juegan al f¨²tbol, pero su preferencia son las artes marciales, que practican al aire libre; la segunda modalidad de ocio es el hamm¨¢n (ba?o turco), al que acuden los viernes para relajarse y atiborrarse de aitar, un empalagoso perfume oriental.
Las fiestas no existen ni siquiera en las bodas. Nada de gritos, de alegr¨ªa ni de bailes. A la que asist¨ª consisti¨® en una cena entre hombres regada con mucho t¨¦ y que concluy¨® con la lectura del Cor¨¢n. No vi a la esposa ni a ninguna otra mujer.
El puritanismo de los fieles de Maghraoui provoca roces con otros musulmanes. El m¨¢s contundente al que asist¨ª tuvo lugar en el cementerio cuando enterramos en silencio, como lo requiere la tradici¨®n salafista, a un hermano. No muy lejos, un grupo de personas daba sepultura a un familiar salmodiando vers¨ªculos del Cor¨¢n. 'C¨¢llense, por favor, y respeten a nuestros muertos', les espet¨® un salafista. 'No van ustedes a imponernos su islam', se le respondi¨® desde el grupo. Acabamos a pedradas.
Regres¨¦ al cementerio para asistir, junto con unos 10.000 hombres vestidos de blanco, al entierro de un 'm¨¢rtir' ca¨ªdo en Irak. Maghraoui estaba all¨ª, pero reprob¨® la actuaci¨®n del difunto. 'Le advert¨ª de que equival¨ªa a un suicidio, pero hizo lo que le dio la gana', me coment¨®. Maghraoui rechaza el salafismo yihadista (combatiente) porque practicarlo pondr¨ªa en peligro su red de escuelas.
Tras las explosiones del 16 de mayo de 2003 [que causaron 45 muertos en Casablanca], el jeque estaba tranquilo. 'No tengo nada que reprocharme', me dijo. 'Al contrario, en cuanto observo que alguien se aleja de nuestras filas para adherirse a la yihad armada, no dudo en comunic¨¢rselo a la polic¨ªa'. 'Por eso no voy a tener problemas', vaticin¨®. Alguno que otro tuvo por aquellas fechas, pero fueron menores".
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