Impresiones de ?frica (Ravel)
1 - Despierto en Saint-Nazaire, Breta?a, en un cuarto del Holiday Inn Express, enfrente mismo de la antigua base nazi de submarinos U-Boote, hoy reconvertida en centro cultural y paisaje raro donde los haya. En mi ventana, la bella c¨²pula que se construy¨® en el techo del gigantesco b¨²nker y desde la que puede verse el gran estuario del Loira. Pero cuando dejo mi confortable posici¨®n en la cama y me asomo a la ventana, se me aparece en toda su siniestralidad el hormig¨®n y la atm¨®sfera de hierros retorcidos de la antigua base nazi y, literalmente aterrado, creo estar en mi ciudad natal viendo los ingenios antia¨¦reos de la plaza de Lesseps, de la Panzer Platz, como la llama Jacinto Ant¨®n.
-?No, no! -grito con verdadera ferocidad.
Como faltan horas todav¨ªa para el mediod¨ªa -que es cuando voy a un concierto de piano de m¨²sica de Ravel en homenaje a Ravel, el libro de Jean Echenoz- decido tomarme las cosas con calma y canalizar mis energ¨ªas hacia un nescaf¨¦ que encuentro encima del minibar y hacia Cahier d'un retour au pays natal, el libro de Aim¨¦ C¨¦saire -texto fundacional de la generaci¨®n de la Negritud- que Joan de Sagarra me regal¨® el otro d¨ªa, a su vuelta de la Martinica. Dos horas despu¨¦s, como si no quisiera cambiar ciertas tendencias de esta ma?ana, abordo la relectura de un libro que me trae el soplo c¨¢lido de los olores de la sabana y el ruido agudo de la selva; un libro que me impresion¨® ya en su momento: El africano, de Jean-Marie Le Cl¨¦zio.
No he acabado de comprender las reticencias hacia el Nobel de literatura de este a?o. Es cierto que, ya s¨®lo buscando en Francia, encontramos narradores m¨¢s a la altura del premio. Michon, Modiano, Echenoz, por ejemplo. Pero es que Le Cl¨¦zio es el escritor menos franc¨¦s del mundo. De hecho, ha sido una bofetada a Par¨ªs darle el Nobel a un autor tan escasamente nacional. Por otra parte, no es un escritor tan secundario como algunos irresponsables han tratado de decirnos. Basta con acercarse a El africano, potente texto en torno a los recuerdos de la fascinante figura paterna, m¨¦dico en los a?os m¨¢s duros de Nigeria. Tuve en su momento noticia puntual de ese libro por mi amiga Colette Fellous, que fue quien tuvo la idea de encargarle a Le Cl¨¦zio, en buena hora, ese texto autobiogr¨¢fico -sorprendente por lo que revelaba-, que inaugur¨® la gran colecci¨®n Traits et Portraits de Mercure de France.
2
- Al mediod¨ªa, en una sala de la antigua base submarina, creo estar en una remota ?frica ¨ªntima mientras escucho en directo m¨²sica de Ravel al piano, entremezclada con la lectura de textos de Ravel, la novela de Echenoz. Todav¨ªa me llegan los ecos de El africano: "Luego el negro atacado por la rabia cay¨® en una especie de letargo, derrumbado por la morfina. Horas m¨¢s tarde, mi padre introdujo en la vena la aguja que le inyectaba el veneno. Antes de morir, el muchacho mir¨® a mi padre, perdi¨® el conocimiento y su pecho se hundi¨® en un ¨²ltimo suspiro. ?Qu¨¦ hombre se es cuando se ha vivido algo as¨ª?".
?Qu¨¦ clase de hombre era el padre? Le Cl¨¦zio lo encontr¨® a los ocho a?os, en 1948, cuando el padre ya estaba al final de su vida africana. No acert¨® a entenderlo y, como tantas veces sucede, lo ha entendido despu¨¦s. Era un padre demasiado diferente de todos los que conoc¨ªa, un extra?o. Nada ten¨ªa en com¨²n con los hombres blandos que el ni?o ve¨ªa en Francia, en el c¨ªrculo de su abuela, esos se?ores distinguidos, condecorados, patriotas, que estaban abonados al Journal des voyages. El padre sab¨ªa lo que en verdad era un viaje, la dura traves¨ªa africana. Y era ferozmente anticolonialista e incorruptible. El ni?o se asust¨® cuando vio por primera vez al padre. Estaba al pie de un auto, en el muelle de Port Harcourt. Era un padre de otro mundo, con sus zapatos de cuero negro polvorientos por el camino.
Me invade el crescendo de Ravel y, en plenas evocaciones africanas, noto que su m¨²sica me transporta caprichosamente a Satie y tambi¨¦n noto que tengo hambre. Tal vez es imprudente o¨ªr m¨²sica en ayunas.
"?Qu¨¦ prefiere usted, la M¨²sica o la Charcuter¨ªa? Parece que es una pregunta que tendr¨ªa que hacerse a la hora de los entremeses" (Erik Satie, Memorias de un amn¨¦sico).
Tengo hambre, s¨ª. Y podr¨ªa desvariar en cualquier momento. Recuerdo que Satie dec¨ªa que el piano "como el dinero, s¨®lo resulta agradable a quien lo toca". De pronto, al final de mi desvar¨ªo fam¨¦lico, me doy cuenta de que en el ¨²ltimo libro de Le Cl¨¦zio, en Ritournelle de la faim, el Bolero de Ravel tiene un papel crucial. En el libro se entretejen los recuerdos sobre isla Mauricio con la memoria de los momentos de ira y de hambre en el Par¨ªs de 1928. Porque Le Cl¨¦zio habla del hambre, recuerda haberla conocido en sus a?os de infancia.
Su madre fue testigo de la premi¨¨re del Bolero de Ravel y le habl¨® de la emoci¨®n, de los gritos, los bravos y los silbidos, el tumulto de ese estreno. La madre, tiempo despu¨¦s, confiar¨ªa a su hijo que aquella m¨²sica le hab¨ªa cambiado la vida. Le Cl¨¦zio cree comprender por qu¨¦. "Creo saber qu¨¦ signific¨® para su generaci¨®n esa frase repetida, machacada, impuesta por el ritmo y el crescendo. El Bolero no es una pieza musical como las otras. Es una profec¨ªa. Cuenta la historia de la ira y del hambre. Cuando culmina en violencia, el silencio que sigue a continuaci¨®n es terrible para los supervivientes aturdidos. Es la m¨²sica de la generaci¨®n de mi madre".
Es el bolero que termina ahora, aqu¨ª en Saint-Nazaire. Aplaudimos muy educados, condecorados. A comer, dice una voz lejana. Airado, trato de controlar la mezcla de emoci¨®n y hambre que siento en esta antigua base nazi, rodeado de hijos de los supervivientes aturdidos, mientras me asalta el recuerdo inventado de mi tierra m¨¢s ¨ªntima: el mediod¨ªa profundo de la planicie, el trueno cada vez m¨¢s cercano, la onda que hace vacilar mi hamaca y sopla la llama de mi l¨¢mpara de gas. Impresiones de ?frica.
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