El momento de las golondrinas
Suelen gritar y amenazar cuando los detienen, o cuando se sientan en el banquillo tras el cristal blindado. Muestran una absoluta convicci¨®n. Parecen orgullosos de lo que han hecho. Casi todos lo est¨¢n, no cabe duda. Pero uno, al menos uno de esos asesinos furiosos, y muy probablemente m¨¢s de uno, ha pasado por el momento de las golondrinas. No puedo verlos sin pensarlo.
Hace algunos a?os visit¨¦ a Adriana Faranda para hacerle unas preguntas. Faranda, que pronto cumplir¨¢ 59 a?os, form¨® parte del comando terrorista que en 1978 secuestr¨® y asesin¨® a Aldo Moro, el pol¨ªtico democristiano. Ahora vive en una hermosa casa de campo junto al lago Bracciano, un paraje maravilloso al norte de Roma. La casa es de alquiler porque Faranda carece de propiedades. Ten¨ªa un piso en Roma, pero lo vendi¨® y entreg¨® el importe a C¨¢ritas para que esta organizaci¨®n, a su vez, lo distribuyera libremente entre las v¨ªctimas del terrorismo. No quiso saber qui¨¦n recib¨ªa el dinero.
Ah, los irreductibles. ?Qui¨¦nes lo son de verdad? La duda surgi¨® en Adriana Faranda antes de secuestrar a Aldo Moro
Se trata de una mujer de esp¨ªritu noble. Puedo afirmarlo porque tambi¨¦n lo afirma una de las personas a las que m¨¢s hizo sufrir: Maria Fida, hija de Aldo Moro, mantiene una relaci¨®n muy parecida a la amistad con Adriana Faranda, una de las personas que asesinaron a su padre. Fida empez¨® a visitarla en la c¨¢rcel pocos a?os despu¨¦s del crimen, porque necesitaba comprender aquel acto terrible, uno m¨¢s entre muchos: las Brigadas Rojas y los grup¨²sculos en torno a ellas mataron a medio centenar de personas e hirieron gravemente a m¨¢s de mil.
Cuando conoci¨® a Mar¨ªa Fida, Faranda ya se hab¨ªa disociado del terrorismo. La disociaci¨®n fue uno de los pocos conceptos v¨¢lidos surgidos del aberrante edificio te¨®rico construido por un terrorismo que se defin¨ªa como marxista y proletario, enemigo del reformismo del Partido Comunista, y surgi¨® ya en la c¨¢rcel, cuando algunos de los condenados a perpetuidad se dedicaron a reflexionar sobre su particular momento de las golondrinas. Faranda y otros como ella se declararon absolutamente arrepentidos y dispuestos a reunirse con todas las v¨ªctimas que lo desearan: quer¨ªan ofrecer al menos la posibilidad de que desahogaran su rabia contra ellos. Se negaron, sin embargo, a delatar a sus antiguos compa?eros. Como la figura legal del arrepentido, extra¨ªda de la legislaci¨®n anti-Mafia, implicaba cooperaci¨®n con la polic¨ªa, inventaron la figura del disociado. El Ministerio de Justicia acab¨® adopt¨¢ndola de forma oficial y creando zonas carcelarias especiales para que los disociados no sufrieran las represalias de los irreductibles.
Ah, los irreductibles. ?Qui¨¦nes lo son de verdad? El momento de la duda se produjo, en el caso de Adriana Faranda, cuando a¨²n no hab¨ªan secuestrado a Aldo Moro. Ella, nacida en una familia siciliana cat¨®lica y acomodada, ten¨ªa 28 a?os y una hija de cinco. A¨²n no cargaba con delitos de sangre y se le encomendaron dos misiones: la compra de una decena de uniformes de Alitalia, para disfrazar a los miembros del comando, y la vigilancia cotidiana de los movimientos del estadista. Un d¨ªa, frente al domicilio de Moro, observ¨® que uno de los dos polic¨ªas apostados junto a la puerta se?alaba al cielo. El otro mir¨® y ambos sonrieron. Pasaba sobre la ciudad una bandada de golondrinas como anuncio de la primavera. Faranda pens¨® que quiz¨¢ esos dos polic¨ªas no llegaran a verla. Y sufri¨® el aguijonazo de la duda.
Adriana Faranda sigui¨® adelante. El 9 de mayo de 1978, los cinco carabinieri que escoltaban a Aldo Moro fueron ametrallados con sa?a y el dirigente pol¨ªtico cay¨® en manos de las Brigadas Rojas. El secuestro dur¨® 55 espantosos d¨ªas. Antes de asesinar a Moro, el comando celebr¨® una votaci¨®n. Faranda vot¨® contra el asesinato, pero qued¨® en minor¨ªa. Y acept¨® el resultado.
Ya sab¨ªa en ese instante que no pod¨ªa seguir creyendo en la secta, pero las Brigadas Rojas se hab¨ªan convertido en su ¨²nica familia, la ¨²nica gente con la que pod¨ªa hablar de lo ocurrido. Fue tras su detenci¨®n, meses despu¨¦s, cuando, a la espera de juicio y de la previsible cadena perpetua, revivi¨® una y otra vez el momento de las golondrinas y decidi¨® romper con su pasado.
Cuando habl¨¦ con ella, cumplidos los 16 a?os de c¨¢rcel en que qued¨® su condena y habituada ya a la libertad, coment¨® que el momento de las golondrinas puede suscitar reacciones curiosas. Quien siente el aguijonazo de la duda suele mostrarse ante los dem¨¢s como el m¨¢s firme, el m¨¢s despiadado. Por un tiempo, al menos. Si reflexiona sobre las golondrinas, su fe en la violencia acaba por venirse abajo. -
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