Am¨¦rica seg¨²n Avedon
Los dos rostros miran hacia la Casa Blanca desde que empez¨® el ¨²ltimo tramo de esta carrera, las convenciones nacionales de los dos grandes partidos que nombraron candidatos a John McCain y Barack Obama. Estar¨¢n ah¨ª, orientados hacia la mansi¨®n desde la esquina suroeste, hasta pocos d¨ªas despu¨¦s de la toma de posesi¨®n del nuevo presidente, el 20 de enero, y luego partir¨¢n de viaje por otras ciudades de la ancha geograf¨ªa norteamericana. Su instalaci¨®n en lo alto de la fachada del viejo edificio decimon¨®nico est¨¢ pensada para cualquiera de las dos eventualidades electorales: a un lado, Ronald Reagan, el presidente del nuevo comienzo conservador, cuya herencia se da ahora por clausurada; y en el otro, Barbara Jordan, la afroamericana que consigui¨® hacer carrera de abogado y de parlamentaria en la sudista Texas, y se convirti¨® luego en la primera congresista negra elegida en el Sur. Ambos interpelan al nuevo inquilino de la Casa Blanca desde dos meses antes de que se conociera su nombre. Al final, esta conversaci¨®n de im¨¢genes no ha tenido como interlocutor al republicano John McCain, el soldado de Reagan derrotado en la contienda del 4 de noviembre, sino al dem¨®crata Barack Obama, el heredero de Barbara Jordan.
Esos dos rostros anuncian una exposici¨®n fotogr¨¢fica de las que marcan una ¨¦poca. Se trata de los Retratos de poder, de Richard Avedon (1923-2004), una gran antol¨®gica en la Corcoran Gallery en Washington, en la que se recogen varias colecciones de este gran fot¨®grafo y retratista norteamericano desde los a?os cincuenta hasta la campa?a electoral de 2004. Ah¨ª est¨¢n los rostros de quienes m¨¢s han contado en EE UU en los ¨²ltimos 50 a?os, captados por la subjetividad de la mirada fotogr¨¢fica e incluso por la subjetividad de la selecci¨®n. No hay una simple moralidad en la colecci¨®n de esas caras fuertemente expresivas que miran a veces duramente al visitante, a veces hasta la caricatura o la radiograf¨ªa mordaz. Tampoco hay estricta jerarqu¨ªa ni orden, pero s¨ª una fuerte intenci¨®n narrativa. De hecho, Retratos de poder es una narraci¨®n visual de la Am¨¦rica que qued¨® dividida desde los sesenta tras la lucha por los derechos civiles, la oposici¨®n a la guerra de Vietnam y el efecto de la contracultura en las costumbres de los norteamericanos.
La anti-Am¨¦rica atacada por la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, y a la que ha tachado de socialista y urbanita, est¨¢ muy bien representada, como lo est¨¢ la de la propia gobernadora de Alaska, la Am¨¦rica rural de las tres ges: guns (armas), God (Dios) y gays (oposici¨®n al reconocimiento de los derechos de los homosexuales). Tambi¨¦n est¨¢ ah¨ª la tercera Am¨¦rica que pugna por reconciliar y superar a las otras dos, y que tiene un momento especialmente m¨¢gico en la corta etapa de John Kennedy. Esa tercera Am¨¦rica es tambi¨¦n la que quiere revivir Obama, y de ella el fot¨®grafo pudo recoger las huellas en los rostros envejecidos de los supervivientes, 30 a?os despu¨¦s, en un episodio crucial de la exposici¨®n titulado Exilios. La corte de los Kennedy y el final del siglo americano, de 1993, encabezada por una cita del propio Avedon: "Los Kennedy y la gran cantidad de gente que ellos atrajeron estaban llenos de promesas y orgullo, y ten¨ªan un respeto por la inteligencia que yo no he vuelto a observar nunca m¨¢s en la pol¨ªtica americana. He viajado a trav¨¦s del pa¨ªs para fotografiar a los hombres y mujeres de esta ¨¦poca que sobrevivieron, gente de mi generaci¨®n en su mayor¨ªa que por un momento tuvo fe en el poder". Muy pocos siguen vivos de todos aquellos que Avedon fotografi¨® en 1993. Uno de ellos es el congresista dem¨®crata negro por Alabama John Lewis, dirigente en los sesenta del movimiento por los derechos civiles, que ha jugado un papel destacado en la campa?a electoral, primero apoyando a Hillary Clinton, y despu¨¦s, a Barack Obama.
La ¨¦poca de Avedon tiene unos hitos propios, quiz¨¢ mejores, m¨¢s expresivos que los que marcan el periodismo o la historiograf¨ªa.
Al principio est¨¢ la foto de Charles Chaplin de 1952, tomada cuando decide partir de EE UU, donde la fiebre del macartismo le hace la vida imposible. Chaplin, con ambas manos sobre la cabeza y los dedos ¨ªndices como si fueran cuernos, hace un mimo del diablo mientras ilumina la foto con su sonrisa inconfundible. Y el recorrido queda cerrado por una contraposici¨®n elocuente y bien viva. Frente a frente, Karl Rove, el maquiavelo de Bush con rostro de falso bonach¨®n, y Barack Obama, serio, austero, joven: el nuevo presidente. Rove fue el art¨ªfice de la victoria de Bush en 2004. Obama, el autor del discurso a la Convenci¨®n Dem¨®crata que nombr¨® a John Kerry como candidato en el mismo a?o. Avedon muri¨® con 81 a?os, un mes antes de aquellas elecciones, mientras trabajaba en esas fotos, las ¨²ltimas que hizo, que aparecieron en The New Yorker como un trabajo inacabado bajo el t¨ªtulo de Democracy.
Avedon no pod¨ªa ni siquiera intuir que en la siguiente campa?a presidencial, la que ¨¦l ya no vivir¨ªa, un Karl Rove retirado de la pol¨ªtica activa har¨ªa de brillante comentarista electoral, mientras que Obama ser¨ªa el candidato dem¨®crata. En la gravedad recogida por el retrato en color del presidente, entonces en campa?a para obtener un puesto en el Senado por Illinois, y en la mueca grotesca en blanco y negro de Rove, el fot¨®grafo supo captar el aire de la ¨¦poca que se avecinaba. La reacci¨®n de Rove al ver la foto fue un verdadero homenaje al artista: "Avedon era un snob elitista que quiso molestarme deliberadamente. El retrato es rid¨ªculo, est¨²pido, insultante. Me presenta como un idiota completo". Ten¨ªa raz¨®n y lo demostrar¨ªan las siguientes elecciones de mitad de mandato de 2006, en las que los republicanos sufrieron una escocedora derrota, preludio de la sufrida ahora por McCain, y condujeron a Rove al periodismo.
El nudo argumental de toda la instalaci¨®n est¨¢ entre dos grandes murales enfrentados, considerados por la cr¨ªtica como las mayores obras de arte de Avedon. The Mission Council es un mural coral donde est¨¢n fotografiados de cuerpo entero el equipo civil y militar de la embajada norteamericana en Saig¨®n, 11 diplom¨¢ticos, los asesores nombrados en 1964 para ayudar al Gobierno anticomunista del Sur en su guerra contra el Norte. Hay un hueco en la foto que no es inocente: el director de la antena de la CIA en Vietnam del Sur, Theodore Shackley, busc¨® una excusa para evitar ser fotografiado. Probablemente era el hombre m¨¢s poderoso en el pa¨ªs asi¨¢tico, y Avedon no quiso que su ausencia quedara sin subrayar. En el otro muro, otra foto del mismo tipo, los ocho de Chicago, el grupo de izquierdistas que organiz¨® las protestas contra la guerra de Vietnam durante la Convenci¨®n Dem¨®crata del verano de 1968. Paul Roth, responsable de la exposici¨®n y director de fotograf¨ªa de la Corcoran, se?ala que con esta obra el artista "simboliza la criminalizaci¨®n de los disidentes" mediante el uso de la foto frontal policial, mientras que en The Mission Council "subvierte el homenaje del retrato oficial, anta?o uno de los gajes del poder del Estado".
El visitante se encuentra, antes de llegar a este espacio de confrontaci¨®n, con una foto cl¨¢sica, pieza obligada en toda historia de la fotograf¨ªa. Es el rostro del centenario William Casby, el ¨²ltimo norteamericano nacido en esclavitud. La foto es de 1963, cuando Barack Obama ten¨ªa dos a?os. Dentro de una serie de fotos en las que la voluntad de poder desborda en la expresi¨®n del rostro, no tan s¨®lo de los pol¨ªticos, sino tambi¨¦n de los artistas y escritores, la faz sagrada de Casby muestra la ausencia de pulsi¨®n de poder, el rostro del despose¨ªdo absoluto. Est¨¢ en una l¨ªnea de puntos que recorre toda la muestra: Marian Anderson, la primera cantante negra que cant¨® en la New York Metropolitan Opera, fotografiada en 1955, el mismo a?o del acontecimiento; el escritor James Baldwin, coautor con Avedon del libro Nothing personal ("una pol¨¦mica fotogr¨¢fica sobre el racismo", seg¨²n el retratista); o los ya mencionados Barbara Jordan y John Lewis; hasta ese Barack Obama de la clausura, cuya fuerza expresiva Avedon supo ver tan prematuramente.
Adem¨¢s de un gran artista, en la l¨ªnea de los grandes pintores retratistas, Avedon fue un militante por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Particip¨® en las protestas e incluso pas¨® algunas horas en los calabozos de la polic¨ªa. Pero sus fotos van m¨¢s all¨¢ de la ideolog¨ªa. En los rostros de muchos militantes izquierdistas de esta ¨¦poca supo captar, por encima de sus convicciones, las mejores y las peores pulsiones. Pero lo mismo suced¨ªa cuando fotografiaba a gente del otro lado. Sus fotos vietnamitas son los retratos m¨¢s duros de toda la exposici¨®n: el poder se traduce all¨ª en violencia, grabada en el fuego del napalm en algunos casos. No est¨¢ ¨²nicamente en los rostros, tambi¨¦n en la fuerza expresiva de la ¨¦poca. Hay una alegr¨ªa a veces desafiante y salvaje en algunas im¨¢genes iniciales, en el momento de la eclosi¨®n: los poetas Allen Ginsberg y Peter Orlovsky, despojados de ropa y abrazados; el desnudo exhibicionista y arrogante de Nureyev; o el rostro borroso y enigm¨¢tico de Malcolm X.
Hay tambi¨¦n elipsis extraordinarias, que no responden a error alguno, sino meramente a que el inter¨¦s del artista as¨ª lo ha determinado. No hay foto, por ejemplo, de Richard Nixon, pero est¨¢ su secretaria, la mujer aparentemente anodina y desconocida que, siguiendo sus instrucciones, grab¨® las conversaciones que llevar¨ªan a la perdici¨®n del presidente. Tampoco est¨¢n Dick Cheney, Bill y Hillary Clinton o George W. Bush. ?sta no es una muestra exhaustiva sobre las ¨¦lites pol¨ªticas norteamericanas, sino una muy intencionada selecci¨®n de la obra de un artista. No se trata, en realidad, de retratar a todos los poderosos, sino de captar el poder de los rostros a trav¨¦s del inter¨¦s que suscita cada personaje en el fot¨®grafo.
Adem¨¢s de las confrontaciones expl¨ªcitas -los retratos instalados de forma pol¨¦mica uno frente a otro-, las series se hallan magnetizadas por la polarizaci¨®n de ideas y costumbres. Dos fotos de la serie Democracy lo expresan con nitidez. De una parte, ah¨ª est¨¢n posando en su retrato de familia Travis Mair, mec¨¢nico de coches, con su esposa Carol, ama de casa, y su hija Mackinze, sin olvidar el fusil que sostiene la mujer, con un chupete en un dedo y el beb¨¦ en brazos; la hizo en Winnemucca, Nevada. De la otra, otro retrato de familia, indiscutible pero discutido: Russ Irwin Porter, director de la Harvard School of Public Health, y Christian Schlesinger Porter, maestro de escuela elemental, casados y con su hija Nina; se hallan en Jamaica Plain, Massachusetts.
El poder de los rostros tambi¨¦n es pol¨ªtico, sin duda. Y esto lo saben bien quienes se dedican al marketing electoral. Pero los rostros requieren de otro poder para que aflore, m¨¢s informal pero quiz¨¢ m¨¢s profundo. Es el poder de la mirada art¨ªstica, esa autoridad que consigue sentar a un personaje ante la c¨¢mara para someterlo a la fuerza de unos ojos escrutadores y una capacidad de expresi¨®n desbordante. Esa potente mirada del fot¨®grafo se decanta claramente a lo largo de la muestra. Aunque es evidente su ambivalencia, que la convierte en v¨¢lida para la eventualidad de cualquier resultado electoral, el argumento narrativo es todo entero de Obama, para su campa?a y su victoria. Eso est¨¢ en la cabeza de Paul Roth, el ant¨®logo, pero tambi¨¦n en los ojos y cerebro de Avedon, en su trayectoria como artista.
Estados Unidos estaba en guerra civil, tal como ha explicado el columnista de The New York Times Tom Friedman: ah¨ª est¨¢n las trazas, los rostros, las muecas, el dolor y la arrogancia de la guerra fratricida. Y ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n las se?as, los indicios, de que esta guerra va a terminar, y de que acabamos de ver el 4 noviembre c¨®mo, de hecho, ya ha terminado con la llegada de Obama a ese ala oeste que contemplan los ojos congelados de Ronald Reagan y de Barbara Jordan desde lo alto de la Corcoran Gallery.
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