Epidemiolog¨ªa
La semana pasada, la crisis financiera ha dado una nueva vuelta de tuerca en su vertiginoso contagio de la epidemia de p¨¢nico. Cuando se supon¨ªa que la reuni¨®n en Washington de los 22 jefes de Gobierno tendr¨ªa que haber tranquilizado a los mercados, sin embargo, no fue as¨ª. Por el contrario, los inversores hicieron caso omiso del c¨®nclave, descontaron la constataci¨®n de su impotencia y en menos de una semana las bolsas volvieron a desplomarse, marcando nuevos m¨ªnimos anuales. Otra nueva ocasi¨®n perdida, tras el anterior fracaso de los planes de rescate gubernamental. Claro es que se ve¨ªa venir, pues nadie esperaba nada serio de la reuni¨®n de Washington, que s¨®lo sirvi¨® para certificar el fracaso absoluto del monetarismo como barrera contra la crisis. Y si la pol¨ªtica monetaria ya no sirve de nada, porque los mercados dejan de reaccionar a las bajadas de los tipos de inter¨¦s, entonces hay que sacar al keynesianismo del ba¨²l de los recuerdos, recurriendo a la pol¨ªtica fiscal (con choques masivos de gasto p¨²blico con cargo al d¨¦ficit del Estado) como palanca de contenci¨®n de la crisis. A la espera de conocer el macro plan de Barak Obama, este mi¨¦rcoles se sabr¨¢ en qu¨¦ consiste el plan de choque europeo, y al d¨ªa siguiente el presidente Zapatero anunciar¨¢ en el Congreso las medidas de lucha contra el desempleo que piensa adoptar su Gobierno.
No ser¨ªa extra?o que los planes de choque fracasaran por la propagaci¨®n del p¨¢nico financiero
Pero no ser¨ªa nada extra?o que estos planes de choque fracasaran tambi¨¦n, siendo superados en pocas semanas por la propagaci¨®n del p¨¢nico financiero. Al fin y al cabo, eso es lo que predice la teor¨ªa de las expectativas racionales (de Thomas Sargent y Robert Lucas, que obtuvo por ello el premio Nobel en 1995), tercera en discordia en el debate entre monetaristas y keynesianos: en cuanto los Gobiernos anuncian sus futuras medidas de intervenci¨®n en los mercados (ya sea con pol¨ªticas monetarias o fiscales), los agentes econ¨®micos las descuentan por anticipado, contribuyendo a desvirtuarlas o anularlas. Es lo que ha ocurrido con el fracaso del plan de rescate mediante subastas de activos financieros con cargo a la deuda p¨²blica que ofreci¨® Zapatero a la banca espa?ola, cuya primera subasta celebrada la semana pasada se ha visto casi desierta para gran sorpresa de propios y extra?os. Y con las dem¨¢s medidas que anuncie el jueves que viene en el Congreso de los Diputados podr¨ªa ocurrir otro tanto.
?Quiere todo esto decir que no hay nada que hacer, m¨¢s que esperar y ver c¨®mo la epidemia del p¨¢nico financiero se contagia al resto de la econom¨ªa real? Nada de eso, claro que hay que intervenir, y probablemente habr¨¢ que hacerlo mediante un masivo plan de choque neokeynesiano. Algo as¨ª como aplicar descargas masivas con un gigantesco desfibrilador externo para ver si el comatoso cuerpo de la econom¨ªa resucita de su actual parada cardiorrespiratoria. Pero conviene entender que la naturaleza de esa intervenci¨®n exterior ha de realizarse en clave no tanto econ¨®mica como pol¨ªtica. Si hablamos de crisis es precisamente porque las reglas de la econom¨ªa de mercado (las leyes de la oferta y la demanda) han dejado moment¨¢neamente de funcionar, entrando el cuerpo social en un aut¨¦ntico estado de excepci¨®n. De ah¨ª la necesidad de que intervenga el poder del Estado, de acuerdo al principio de excepcionalidad que (desarrollando las formulaciones de Carl Schmitt) expone Giorgio Agamben en su Homo sacer. Y hasta que la intervenci¨®n excepcional del Estado no permita restaurar la normalidad perdida, las reglas de juego del capitalismo seguir¨¢n en suspenso y la crisis continuar¨¢ devorando todo a su paso, contagiando y diseminando por doquier la epidemia de p¨¢nico.
El que las leyes de la econom¨ªa ya no funcionen hace que algunos se sit¨²en en clave exclusivamente moralista, denunciando la codicia de los especuladores que buscan su lucro inmediato y reclamando otra econom¨ªa de mercado no ego¨ªsta con valores solidarios. Pero este rancio moralismo no s¨®lo revela una cierta hipocres¨ªa (pues cuando los mercados crec¨ªan todo el mundo satisfac¨ªa su codicia sin que nadie protestase) sino que tambi¨¦n implica no haber entendido nada. El motor de la crisis no es tanto la desconfianza (un valor moral) como el c¨¢lculo racional (seg¨²n demuestran los an¨¢lisis de Robert Lucas citados m¨¢s atr¨¢s). Si los agentes dejan de invertir no es porque desconf¨ªen unos de otros sino, al rev¨¦s, porque tratan de comportarse exactamente igual que los dem¨¢s, tal y como sucede con el contagioso ejemplo del s¨¢lvese quien pueda que desata una epidemia de p¨¢nico. Lo que gobierna el comportamiento de todos es la expectativa de qu¨¦ har¨¢n los otros. Y si se piensa que los dem¨¢s querr¨¢n vender, entonces nadie comprar¨¢ y la crisis se autoperpetuar¨¢, a menos que los poderes p¨²blicos clausuren el juego y detengan la epidemia de p¨¢nico.
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