Una aparici¨®n
Encend¨ª la tele sin esperanza y, de pronto, me encontr¨¦ viendo El viaje a ninguna parte. Era en ese momento en que Jos¨¦ Sacrist¨¢n, la imagen misma de la desesperanza, les habla a los catetos de un pueblo del hambre de los c¨®micos. La maravilla de la escena es que siendo casi un mon¨®logo teatral, en absoluto naturalista, consigue contarnos la verdad de una ¨¦poca.
Pudiera haber sido otra escena, qu¨¦ importa. Cualquier momento te atrapa y te deja paralizado en el sill¨®n, acongojado. Se me vino entonces la fecha a la cabeza. Ah, claro, 21 de noviembre. Un a?o sin Fernando. Las fechas son importantes. Mucho m¨¢s de lo que yo pensaba cuando peleaba con ellas en el Bachillerato. Las fechas nos traen la visita, siempre perturbadora, de quienes se fueron. Son apariciones que siempre nos dejan un poco melanc¨®licos, aunque con el tiempo vayamos aprendiendo que es mejor dejar que su presencia fluya, no evitarla.
El s¨¢bado por la noche, Fernando pas¨® caminando a paso lento varias veces delante de nosotros, que ve¨ªamos su pel¨ªcula sentados en el sof¨¢. Vista con el tiempo (22 a?os) la historia provoca dos penas diferentes: una, la de ese paisaje de miseria de nuestro pobre pa¨ªs en los a?os del hambre; otra, la nostalgia por aquellos actores nada glamurosos pero tan estrechamente identificados con esa gente de a pie que sol¨ªan representar. Hablo de Fern¨¢n-G¨®mez, pero tambi¨¦n de Agust¨ªn Gonz¨¢lez o la Ponte (?ha habido alguien mejor que ella?). Los c¨®micos se apropian hoy de esta historia de vagabundos como si fuera una especie de patrimonio familiar. L¨®gico, a todos nos gusta disfrutar de la ¨¦pica de un sufrimiento que no conocimos. Pero yo entiendo que aquellos c¨®micos que viajaban a ninguna parte retratan algo m¨¢s amplio, que se han convertido en el s¨ªmbolo de un pa¨ªs, el nuestro, que fue m¨¢s pobre que las ratas.
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