Cinco horas y media escondidos entre las rocas, bajo las bombas
Relato de la noche al raso en Bombay de 10 miembros de la delegaci¨®n de Aguirre
A voz en grito, desde la calle que da al malec¨®n, 10 personas suplican: "?Por favor, ¨¢brannos la puerta!". Pero nadie contesta. En el paseo mar¨ªtimo de Bombay, envuelto en humo, caen granadas, hay carreras, suenan explosiones. "No pueden entrar", contesta al final una voz en ingl¨¦s desde el interfono del edificio de oficinas. "?Por favor!", suplican. Ni as¨ª. Minutos despu¨¦s ven salir un coche. Parece que va a lograr escapar... "Pero vemos c¨®mo retrocede porque delante del hotel siguen las bombas". Lo contaba ayer, por tel¨¦fono, Isabel Gallego, la directora de comunicaci¨®n de la Comunidad de Madrid. Ella, junto a otras nueve personas de la delegaci¨®n de empresarios que dirig¨ªa la presidenta Esperanza Aguirre en un viaje oficial a India, pasaron la noche del mi¨¦rcoles al jueves -cinco horas y media- en las rocas de un rompeolas, delante de la bah¨ªa de Bombay. El tel¨¦fono fue su bien m¨¢s preciado, y el coche del c¨®nsul de Espa?a, casualmente aparcado delante, la ¨²nica manera de guarecerse por turnos del fr¨ªo que les cal¨® los huesos.
"Si alguien hablaba por el tel¨¦fono, le rega?¨¢bamos: ?la bater¨ªa!"
Los 10 atrapados en el malec¨®n huyeron api?ados en el coche del c¨®nsul
"A las tres de la madrugada hubo un momento de calma", recuerda un asesor
Unas horas antes de las nueve y media se las promet¨ªan felices. "??sta es una ciudad tranquila?", le pregunt¨® uno de los miembros de la delegaci¨®n al taxista. Ven¨ªan de visitar un taller de confecci¨®n de una monja espa?ola para mujeres maltratadas. El trayecto se les hab¨ªa hecho eterno. "Aparte del tr¨¢fico ca¨®tico, no pasa mucho m¨¢s aqu¨ª", les dijo. Era la ¨²ltima noche en India, despu¨¦s de tres d¨ªas de visitas, aviones y coche, mucho coche para la veintena de empresarios madrile?os y los representantes del Gobierno regional. "Bajamos y vimos el paseo mar¨ªtimo, la bah¨ªa... Un lugar precioso. Y pensamos, qu¨¦ bien, hoy despu¨¦s de cenar podremos dar un paseo por la playa", cont¨® uno de ellos. La temperatura era agradable. Entraron al hotel a registrarse. A la presidenta le esperaba el alcalde de Majadahonda, Narciso de Fox¨¢, tambi¨¦n miembro del PP. Los dos se separaron un poco para hablar en privado. El resto empezaba a sorber el zumo de naranja de cortes¨ªa que les dio el hotel, cuando son¨® el primer estallido. "Algo del techo", pensaron. Hasta que vieron volar cristales y vasos estallar. En unos segundos, hab¨ªan pasado del paseo por la playa a ser presos de un atentado, con siete ataques sincronizados en distintos puntos de Bombay. "Han sido 48 horas de terror", asegur¨® Arturo Fern¨¢ndez, presidente de la Confederaci¨®n de Empresarios Independientes (CEIM) de Madrid, que tambi¨¦n estaba all¨ª."Alguien me coge del brazo, no s¨¦ quien y me arrastra hasta una puerta, bajo unas escaleras muy estrechas y me veo en una sala, peque?a, repleta de gente. No soy capaz de identificar a quienes est¨¢n conmigo", explic¨® Gallego. Todav¨ªa no sab¨ªa que Aguirre hab¨ªa salido por otra puerta, empujada por el personal de hotel, que les gritaba que desalojaran. Con Gallego estaban nueve personas de la delegaci¨®n: Arturo Fern¨¢ndez, de la CEIM, junto a un asesor; Salvador Santos, director de la C¨¢mara de Comercio, su responsable de prensa, Covadonga Fern¨¢ndez, Carlos Iglesias, el fot¨®grafo del Gobierno regional, un redactor y un c¨¢mara, tambi¨¦n del equipo de Aguirre y el c¨®nsul espa?ol en Bombay, C¨¦sar Alba.
A empujones y presionando a la gente, consiguen salir a la calle, ya conscientes de que la presidenta no est¨¢. "La llamo al m¨®vil, pero no contesta", cuenta Gallego. Huyen hacia el mar, que les parece la opci¨®n m¨¢s segura en caso de que abran fuego contra ellos. Pero el fuego no est¨¢ en el malec¨®n, est¨¢ a 200 metros, en el hotel Oberoi, donde Aguirre permanece, escondida en la cocina, pero no puede salir. Gallego, que al final logra hablar con ella, insiste: "?Salid!".
En la calle suenan bombas, "es ensordecedor", explica un miembro de la delegaci¨®n. Los 10 suben por las rocas. Alguno se rasgu?a, pero es un mal menor. Han dado con una guarida, pero no est¨¢n solos. "Nos topamos con algunos que duermen all¨ª", relata uno de ellos. Por el paseo corre gente. Algunos en bata, otras en albornoz. Otros descalzos, otros en camisa... Huyen del hotel. En total, unos 30 se acaban refugiando en el rompeolas. Al lado, el edificio enorme, que nunca les abri¨®.
En ese momento le suena el tel¨¦fono. Es el jefe del gabinete de Aguirre, Regino Garc¨ªa-Badell. Han conseguido salir de la cocina y les esperan con el coche a 200 metros para sacarles del fuego abierto. Pero no hay manera. La polic¨ªa ha acordonado la zona y no les deja salir. "Es peligroso", dan por toda respuesta.
Desde las rocas, est¨¢n viendo el hotel, humeante. Piensan que les ha tocado vivir un atentado, uno solo, por mala suerte, donde se iban a hospedar. Hasta que ven los "fuegos artificiales" en el otro lado de la Bah¨ªa, la otra punta de la ciudad. Uno de ellos sale de las rocas para preguntar a la polic¨ªa, que cerca el hotel. Quieren saber qu¨¦ pasa. "Est¨¢n bombardeando otros hoteles de la ciudad", le dicen.
La respuesta les revela la envergadura de los atentados. Ahora est¨¢n cercados por el ruido "atronador" de las balas y las bombas que caen a 200 metros de ellos, y con el "pum, pum" de fondo, que asedia la otra parte de Bombay. "Una cosa horrorosa, parec¨ªa que las bombas ca¨ªan a nuestro lado", resum¨ªa Fern¨¢ndez. Para entonces, el tel¨¦fono era lo m¨¢s preciado. La noticia del atentado hab¨ªa llegado a Espa?a. Los familiares, periodistas, pol¨ªticos quer¨ªan saber. "Si ve¨ªamos a alguien hablando con el m¨®vil, le rega?¨¢bamos: ?la bater¨ªa!", recuerdan. Sobre todo, porque la noche se promet¨ªa larga, seg¨²n les dec¨ªa la polic¨ªa.
Una noche cada vez m¨¢s densa, m¨¢s fr¨ªa y en la que no cesaban los balazos. S¨®lo una calle les separaba de terroristas que "tiraban granadas por la ventana", en boca de la polic¨ªa. "No sab¨ªamos cu¨¢ndo ¨ªbamos a salir de ah¨ª y, peor a¨²n, no sab¨ªamos qu¨¦ estaba pasando, s¨®lo que la ciudad estaba tomada", explican. Los m¨¢s enteros hac¨ªan de portavoces para los m¨¢s nerviosos, que prefer¨ªan no hablar con sus familiares para no preocuparles. Eran las dos de la ma?ana y estaban sentados en unas rocas, atrapados en Bombay, con las bombas zumb¨¢ndoles en el o¨ªdo. Al menos ten¨ªan el coche del c¨®nsul espa?ol para guarecerse del fr¨ªo. "En turnos, ¨ªbamos entrando y saliendo", cuentan.
"A las tres, aunque segu¨ªan los disparos, hubo un momento de cierta calma", recuerda Gallego, que aprovecharon para pedir una vez m¨¢s a la polic¨ªa que les dejara salir de all¨ª. Ya se lo hab¨ªan solicitado 20 veces, y 20 veces les hab¨ªan dicho que no. Fuera del cord¨®n s¨®lo hab¨ªa terroristas en la calle. "Les suplicamos, les dijimos que sab¨ªamos que no era seguro, pero que saldr¨ªamos con cuidado, r¨¢pido", a?ade la responsable de comunicaci¨®n de Aguirre. Fueron "terqu¨ªsimos". Insistieron, a pesar del primer no. Y al final, tras sus muchas horas en el malec¨®n, la polic¨ªa les permiti¨® dejar las rocas. De dos en dos, muy despacio, para no alertar a los terroristas.
"Cruzamos el cord¨®n, muy lentos, sin mirar hacia atr¨¢s. No sab¨ªamos si ven¨ªamos todos. S¨®lo pod¨ªamos caminar, mirando al frente", explica otro miembro de la delegaci¨®n. "El malec¨®n estaba absolutamente tomado por el ej¨¦rcito indio", recuerda. Los soldados, m¨¢s de 30, cargaban las metralletas. "El sonido del crac, crac era aterrador. Yo le dec¨ªa a Arturo, '?sabr¨¢n estos que somos los buenos?'. Sent¨ª verdadero p¨¢nico", explica Gallego.
Los 10 pasaron por delante del hotel Oberoi. Los cristales estaban ensangrentados, miembros del ej¨¦rcito hab¨ªan ocupado los tejados... Hab¨ªa llamas, humo, el ruido de alguna bala. En cinco horas y media ya no era ni la sombra del enorme complejo lujoso de cinco estrellas, donde sirven zumo de naranja de bienvenida. La calle estaba salpicada de charcos de sangre y cristales rotos, sin una sola se?a de esa ciudad que un rato antes llamaba a pasearse por la playa, antes de dormir.
Los 10, cinco delante y cinco detr¨¢s, se metieron en el coche del c¨®nsul, que les recogi¨® al final del cord¨®n. Dieron mucha vuelta. Hab¨ªa calles cortadas. Lo m¨¢s sencillo hubiera sido cruzar por delante del hotel, pero segu¨ªan las explosiones. Al final, llegaron a la casa del c¨®nsul. All¨ª comieron, se abrigaron y alguno pudo echar una cabezadita. En la calle sonaban helic¨®pteros, los tiroteos no hab¨ªan cejado, pero cada vez eran menos. "Al fin hab¨ªamos salido de all¨ª", recuerda uno de los 10. Quedaba esperar al avi¨®n del Ministerio del Interior que iba a evacuar a los atrapados.
Cerca de las 10 de la noche de ayer, lleg¨® un sms: "Salimos en un rato". A la una de la madrugada, estaban a punto de despegar.
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