Lugares de la memoria hist¨®rica
No hay duda, desenterrar a los muertos es pasi¨®n nacional", escribi¨® Manuel Aza?a a prop¨®sito de Manuel Jos¨¦ Quintana, "en la infausta remoci¨®n de sus huesos" (La Pluma, marzo de 1922). No sab¨ªa a qu¨¦ atribuir aquella pasi¨®n, si a nuestra vocaci¨®n de sepultureros, a un realismo abyecto o a la necrofagia. Pero de lo que estaba seguro era de que nadie se ver¨ªa libre de ella -especialmente los poetas, siempre desvalidos- y avisaba, en consecuencia, a toda persona notoria que procurara "morirse a hurtadillas y enterrarse con nombre supuesto si quiere reposar en paz: de otro modo, ir¨¢n a cribarle las cenizas cuando menos lo espere".
Hoy, la pasi¨®n nacional sopla con m¨¢s fuerza que nunca, hasta alcanzar a dos de los m¨¢s grandes y, por decirlo al modo de Aza?a, m¨¢s desvalidos poetas del siglo pasado: Federico Garc¨ªa Lorca, enterrado en alg¨²n lugar del barranco de V¨ªznar, donde fue asesinado, y Antonio Machado, enterrado en Collioure, donde muri¨® de pena y de tristeza por "estos d¨ªas azules, este sol de la infancia", perdidos para siempre. V¨ªznar y Collioure son dos lugares de memoria, de lo que metaf¨®ricamente llamamos nuestra memoria hist¨®rica, y es parad¨®jico que quienes han convertido en una profesi¨®n la recuperaci¨®n de la memoria pretendan, no ya profanar esos lugares, sino eliminarlos, exhumando los cad¨¢veres de los dos poetas, que, en el colmo de su desvalimiento, no pueden defenderse. En Collioure y en V¨ªznar fueron la muerte y el crimen; all¨ª est¨¢n enterrados, all¨ª permanece, pegada a sus huesos, su memoria: la del crimen cometido en los primeros d¨ªas de la rebeli¨®n militar contra la Rep¨²blica, la de la muerte en el destierro unos d¨ªas despu¨¦s de la ca¨ªda de Catalu?a. Dejarlos reposar en paz, en los lugares que acogen sus restos, es lo m¨¢s digno que podemos hacer por su memoria.
Como la r¨¢faga no cesa, le llega el turno al mismo Aza?a, que no fue poeta pero que muri¨® tambi¨¦n, como Antonio Machado, en el destierro, en una habitaci¨®n del H?tel du Midi, en el centro de Montauban. Hasta all¨ª, en una ambulancia, le traslad¨® su esposa, huyendo de la Gestapo y de sus esbirros de la Falange exterior, que asaltaron la casa de Pyla-sur-Mer donde viv¨ªa toda la familia y de donde arrancaron a su cu?ado para entregarlo a la polic¨ªa franquista. All¨ª, en Montauban, pas¨® Manuel Aza?a las ¨²ltimas semanas de su vida, enfermo, perdido entre la raz¨®n y el delirio, a expensas y bajo la protecci¨®n de la Legaci¨®n de M¨¦xico, y all¨ª, en su viejo cementerio, sigue enterrado bajo la misma l¨¢pida que para su tumba encarg¨® su viuda, con la sobria inscripci¨®n "Manuel Aza?a, 1880-1940". Do?a Dolores de Rivas Cherif, que lo conoc¨ªa mejor y le amaba m¨¢s que nadie, dej¨® claro testimonio de la voluntad de su marido de que por nada del mundo le levantaran nunca del lugar en que muriera. Aza?a muri¨® en el destierro, y no habr¨¢ ley de memoria ni juez universal que pueda liberarlo de ese destino.
No es vergonzoso ni denigrante para la actual democracia espa?ola que el segundo y ¨²ltimo presidente de la Rep¨²blica siga all¨ª enterrado. Aunque muy pocos lo sepan o recuerden, el primer Senado de nuestra denostada democracia aprob¨®, el 19 de octubre de 1977 y por iniciativa de la Agrupaci¨®n Independiente, una proposici¨®n no de ley solicitando al Gobierno que se realizaran las gestiones necesarias, de conformidad con las respectivas familias, para "el traslado a Espa?a de los restos de los tres jefes de Estado enterrados en el extranjero: don Alfonso XIII, don Niceto Alcal¨¢-Zamora y don Manuel Aza?a". Los restos de los dos primeros fueron repatriados, no as¨ª los de Aza?a, que permanecen en el cementerio de Montauban, un lugar de memoria que, en vez de eliminar, mejor har¨ªamos en cuidar, colaborando con la Amicale Manuel Aza?a y con las autoridades municipales y departamentales en la perpetuaci¨®n de su recuerdo.
Federico Garc¨ªa Lorca en V¨ªznar, Antonio Machado en Collioure, Manuel Aza?a en Montauban constituyen, con tantos otros asesinados y desterrados, la imborrable memoria de lo que el mismo Aza?a defini¨® como cruel e inmerecido destino de la Rep¨²blica espa?ola. Exhumar sus cad¨¢veres para trasladarlos a cualquier otro lugar so pretexto de "recuperar" nadie sabe qu¨¦ equivaldr¨ªa a destruir parte de esa memoria, la que nos sigue interpelando desde los lugares de sus enterramientos, la memoria que nunca nos podr¨¢ servir de consuelo ni de pretexto, porque siempre nos obligar¨¢ a formular las preguntas m¨¢s amargas sobre nuestro pasado.
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