Todos los genios muertos
Ya s¨¦ que el elogio desmedido a los muertos es antiguo como la vida misma, pero precisamente por eso irrita m¨¢s que en pleno siglo XXI se siga practicando, y adem¨¢s con m¨¢s desfachatez que nunca. Me parece bien que no se los critique -o al menos no se los ponga verdes- cuando acaban de estrenar su condici¨®n, m¨¢s que nada por el dolor a?adido que eso causa a sus allegados. La pena por la muerte de alguien querido es tan intensa que deber¨ªa respetarse en el primer momento y dejar que fluya sin mezcla de enfurecimiento o rabia. Es posible que algunos de los demenciales paneg¨ªricos que leemos en la prensa cuando fallece alguien c¨¦lebre tengan como fin uno aceptable, el de consolar a esos allegados tristes y hacerles m¨¢s transitable el desfiladero de la p¨¦rdida. Lo malo es que se suele notar la falsedad de esos textos, cuando no algo peor y muy frecuente en Espa?a: la jactancia del que escribe, el hincapi¨¦ en lo importante que ¨¦l fue para el muerto ("yo lo descubr¨ª, fui su confidente, me apreciaba m¨¢s que a nadie"). Pero en fin, sea como sea, esos elogios iniciales son parte de una convenci¨®n arraigada y hasta cierto punto comprensible.
Lo que ya no lo es tanto es que, pasado el periodo de duelo, se despliegue con los muertos toda la generosidad exagerada que a la mayor¨ªa se les regate¨® en vida, sobre todo si son muertos m¨¢s o menos prematuros. Hace m¨¢s de seis a?os escrib¨ª en otro sitio un art¨ªculo titulado "El amargo valor de algunos muertos" en el que contaba c¨®mo, unos meses despu¨¦s del accidente de coche que se lo llev¨® a la tumba, vi en un cat¨¢logo ingl¨¦s de primeras ediciones la de la novela Austerlitz, de W G Sebald, de 2001 y por tanto a¨²n recent¨ªsima, con su firma, al desorbitado precio de 550 libras, unos 900 euros. De no haber desaparecido Sebald, ese libro habr¨ªa valido much¨ªsimo menos. Si el descubrimiento me produjo amargura fue porque yo hab¨ªa tenido trato epistolar con ¨¦l y se me hab¨ªa convertido en alguien real, que podr¨ªa haber acabado siendo un amigo, y ya no me era s¨®lo un autor al que admiraba. Pero, dejando de lado mi caso particular, era normal el fulgurante aumento de precio: cuando un escritor ha muerto, es seguro que ya no estampar¨¢ su firma en ning¨²n otro volumen. Hay los que hay, son contados y por tanto se encarecen, siguiendo las habituales leyes de la oferta y la demanda.
Lo que no tiene justificaci¨®n, en cambio, es que se empiece a calificar de "genios" una y otra vez, como a coro, a quienes casi nadie se?al¨® como tales mientras estuvieron vivos. No entrar¨¦ a discutir la val¨ªa de los autores elevados ¨²ltimamente a esa categor¨ªa, pero me resulta sospechoso y t¨¦trico que el elogio sin reservas -el diapas¨®n cada vez m¨¢s alto- se dedique en exclusiva a quienes ya no pueden disfrutarlo. Desde que muri¨® el propio Sebald -que en sus cartas no se mostraba nada seguro de su talento, y a quien le cost¨® no poco abrirse paso en su pa¨ªs de origen, Alemania, donde se le escatimaban m¨¦ritos-, ha pasado a ser considerado un "genio universal" por quienes no lo escribieron nunca mientras por aqu¨ª anduvo, no sobrado de riquezas, por cierto. Desde que muri¨® Roberto Bola?o -a quien no conoc¨ª, pero que fue amable conmigo-, se lo tiene por "el escritor m¨¢s innovador en lengua espa?ola" y se habla y no se para de su "inmensa influencia", cuando no fueron muchos los cr¨ªticos y colegas y editores que apostaron por ¨¦l cuando estaban a tiempo de hacerlo un poco m¨¢s feliz, supongo, de lo que lo fue en sus cincuenta a?os de vida. S¨¦, por gente que s¨ª lo conoci¨®, que pas¨® muchos apuros econ¨®micos, hasta el punto de no poderse desplazar a veces de Blanes a la cercana Barcelona por carecer de dinero para pagarse el tren. De haberse "decidido" entonces que era tan "genio" como se dictamina ahora alegremente, es seguro que habr¨ªa vivido mejor y m¨¢s contento y con mayor tranquilidad respecto a su familia. Hace poco se ha suicidado, a los cuarenta y seis a?os, el norteamericano David Foster Wallace, del cual conoc¨ªa yo el nombre y nada m¨¢s, sol¨ªa aparecer en enumeraciones muy largas de "nuevos valores literarios" de su pa¨ªs. Pues bien, desde que se ahorc¨® hace unos meses, he le¨ªdo un mont¨®n de art¨ªculos (tambi¨¦n, ay, en Espa?a) hablando sin rubor ni tapujos de su "genialidad absoluta", de la cual, francamente, no hab¨ªa tenido excesiva noticia antes. Tambi¨¦n he le¨ªdo Los girasoles ciegos, de Alberto M¨¦ndez, autor novel malogrado al poco de la publicaci¨®n del que result¨® ser su ¨²nico libro. Me ha parecido prometedor y aplicado, pero no m¨¢s que eso. Puedo equivocarme, pero estoy convencido de que si M¨¦ndez siguiera vivo no habr¨ªa recibido tantos premios y ditirambos como obtuvo (p¨®stumamente, claro).
Da la impresi¨®n de que -sobre todo en Espa?a- s¨®lo se elogia encendidamente a quienes ya no pueden molestar ni persistir ni hacernos sombra. Da la impresi¨®n, incluso, de que alabar as¨ª a esos infortunados es una manera de fastidiar a los vivos: "Vosotros no sois genios como ellos, jodeos", parece ser el mensaje. Ser¨ªa de desear que los escritores, cr¨ªticos, editores y gacetilleros tuvieran la valent¨ªa de percibir la "genialidad" a tiempo, y que se abstuvieran de proclamarla a posteriori, cuando suena inevitablemente artificial y oportunista, incluso si la raz¨®n los asiste. La raz¨®n tambi¨¦n hay que tenerla a tiempo, para tenerla de veras.
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