Solos ante la indiferencia
Algunos lo llamar¨¢n sobreexplotaci¨®n pero otros estamos felices: siguen saliendo discos en directo de The Doors. Los Doors con Jim Morrison, urge precisar. Un cuarteto que solo dur¨® cinco a?os (1966-1971) pero muy documentado en grabaciones. Eso explica que cada poco nos encontremos con un nuevo live de calidad sonora m¨¢s o menos aceptable.
Los c¨ªnicos dir¨¢n que tal avalancha es redundante: reiteraci¨®n de repertorio conocido, reproducido en piloto autom¨¢tico. Pero ¨¦sa es la mentalidad a la que nos tiene acostumbrados el fr¨ªgido rock business contempor¨¢neo: los Doors no funcionaban como una m¨¢quina de tocar ¨¦xitos. Por el contrario, sus actuaciones eran el¨¢sticas e imprevisibles. En su papel de cham¨¢n dionisiaco, Morrison gustaba de increpar a los agentes de polic¨ªa presentes (no exist¨ªa entonces el concepto de seguridad privada) y a sus propios fans. Si a?adimos su imb¨¦cil h¨¢bito de embriagarse, ya tenemos los ingredientes para unos conciertos explosivos.
Podemos escuchar c¨®mo sonaban los Doors antes del ¨¦xito y los colocones
Para imaginar la tensi¨®n y el enfrentamiento resultantes, resulta indispensable el triple Live in Boston, turbulentos shows registrados en 1970. Pero el ¨²ltimo lanzamiento, el doble Live at The Matrix 1967, es otra pel¨ªcula. Corresponde a la pesadilla de cualquier m¨²sico: ofrecer un concierto y que (casi) nadie acuda.
Los Doors todav¨ªa no hab¨ªan logrado su primer n¨²mero 1 con Light my fire pero eran una banda en ascenso, con un elep¨¦ en el respetado sello Elektra que reventaba los esquemas del rock en sonido y tem¨¢tica. Sin embargo, se hallaban en San Francisco, territorio hostil. Ellos iban a la meca de los beats; ignoraban que la ciudad viv¨ªa intoxicada con los vapores del jipismo y no se sent¨ªa impresionada por las propuestas que llegaban de Los ?ngeles, capital de la "cultura pl¨¢stica".
Estaban contratados en el Avalon, t¨ªpico ballroom de la ¨¦poca, donde se proyectaban gelatinosas im¨¢genes sobre los grupos mientras la gente de las flores hac¨ªa que bailaba. Ya que estaban all¨ª, se buscaron un par de bolos extra en un peque?o club, The Matrix, donde hab¨ªa mesas y el p¨²blico pod¨ªa sentarse. Era el local de Marty Balin, uno de los cantantes de The Jefferson Airplane, con lo que imaginaron que atraer¨ªan a los m¨²sicos de Frisco.
Para nada. Lo extraordinario de Live at The Matrix 1967 es escuchar a un grupo hoy legendario esforz¨¢ndose ante una sala vac¨ªa. Apenas logran arrancar aplausos a un p¨²blico que el baterista John Densmore calcula en "unas ocho personas". As¨ª que podemos escuchar c¨®mo sonaban los Doors antes del ¨¦xito, de la histeria, de los colocones.
Y lo que descubrimos es una banda de club. M¨²sicos acostumbrados a tocar, entre su repertorio personal, ¨¦xitos bailables: Money, Gloria, Who do you love, Get out out of my life, woman. Chicos espabilados: siguiendo la pista de los Rolling Stones y dem¨¢s conjuntos brit¨¢nicos, tambi¨¦n intercalaban algunos blues l¨²bricos de Slim Harpo, Muddy Waters, Howlin' Wolf.
Aparte del repertorio de batalla, no eran el habitual grupo de rock de garaje. Instrumentalmente, se parec¨ªan m¨¢s a un tr¨ªo de jazz: ¨®rgano, bater¨ªa, guitarra (no usaban bajo). Se les escapaban modismos de amable banda de restaurante: ecos de bossa nova, bastante de jazz, esa versi¨®n de Summertime, una sugerencia del Concierto de Aranjuez.
El punto subversivo se aprecia en Alabama song, pieza de Kurt Weill y Bertolt Brecht que cantaban las prostitutas en Mahagonny. En The Matrix, Jim Morrison ni siquiera cambiaba el sexo de la letra: "mu¨¦strame el camino hacia el siguiente muchachito".
Demasiado turbio para el San Francisco feliz de 1967. Enfrentados a un local desierto, los Doors se explayaron a capricho: casi todo su debut y adelantos de la siguiente entrega. En un agujero de la calle Fillmore, pintaron la cara B del inminente Verano del amor: odio a los padres, alienaci¨®n, soledad, sexo desesperado. Instant¨¢neas de una California hosca que Raymond Chandler habr¨ªa reconocido inmediatamente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.