Patrias, p¨¢jaros, Laboa
Se ha muerto Mikel Laboa. Mi primer impulso es volver a poner uno de sus discos, homenajearle en silencio. Hace no m¨¢s de medio siglo eso no ser¨ªa posible: su voz se morir¨ªa con ¨¦l, como murieron las voces de tantos y tantos cantantes y poetas en el pasado. Brindo por la t¨¦cnica, que a veces enga?a un poco a la muerte, que hace pervivir im¨¢genes, voces, palabras. Y, curiosamente, me pongo a pensar en las patrias.
?Las patrias? ?Por qu¨¦ las patrias? Pues ver¨¢n, resulta que no es nada f¨¢cil definirlas. Si fueran simplemente la tierra o la naci¨®n que le han visto nacer (y crecer) a uno, la cosa no tendr¨ªa mayor misterio. Al fin y al cabo, todo el mundo ha nacido en alguna parte, sin arte ni parte para decidirlo. As¨ª que no es tan sencillo, no. Los antiguos estoicos ya se defin¨ªan a s¨ª mismos como "ciudadanos del mundo", ampliando todo concepto de patria. Cicer¨®n sentenci¨®: "Donde quiera que se est¨¦ bien, all¨ª est¨¢ la patria". Quiz¨¢ aquella supuesta iron¨ªa que solt¨® una vez Milan Kundera sea otra forma de ver esto mismo: "Yo soy muy cosmopolita. Me siento desgraciado en todas partes".
Siento algunas canciones de Laboa como si fueran algo as¨ª como mi patria (o una de mis patrias)
?Entonces, "mi patria mis zapatos"; no existen m¨¢s patrias que las subjetivas? En todo caso, est¨¢ claro que no tienen por qu¨¦ circunscribirse a un territorio concreto. Pueden ser las personas queridas. Pueden ser las lenguas (recuerdo a Xabier Euskitze afirmando "mi patria es el euskera"). Pueden ser, para alguien ¨¢vido de saber, los libros: "El verdadero lugar de nacimiento es aqu¨¦l donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros", como escribi¨® Marguerite Yourcenar. Muchas patrias, s¨ª, pero, en ¨²ltimo t¨¦rmino, todas se quedan peque?as ante la grande: "No hay m¨¢s patria que la Humanidad" rezaba -lo recuerdo bien- la pancarta que encabezaba la manifestaci¨®n contra ETA tras el intento de asesinato del joven socialista Eduardo Madina.
Pues bien, siento algunas canciones de Laboa (y de Ruper Ordorika, entre otros) como si fueran algo as¨ª como mi patria (o una de mis patrias). Una relaci¨®n sentimental, por supuesto, y como tal, dif¨ªcil de explicar. Me gusta el tono existencial de la mayor¨ªa de ellas: est¨¢n llenas de invierno, p¨¢jaros, muerte, melancol¨ªa. Y me gusta cuando se pone experimental, como en su Komunikazioa-inkomunikazioa, ese babel de lenguas, balbuceos, absurdos y ternuras.
Leo que se ha ido "un icono de la cultura vasca", que ha sido "una gran p¨¦rdida para Euskal Herria", etc¨¦tera. Muy bien, pero se me ocurre que todo ello es, en cierta manera, como hablar de la patria de los p¨¢jaros. Necesitan un nido, sin duda, pero su vuelo no entiende de fronteras. Pensar que las canciones de Laboa son valiosas s¨®lo o principalmente porque est¨¢n en euskera (la mayor¨ªa, no todas), o porque recupera varias canciones populares vascas, me parece muy pobre. M¨¢s bien creo que su principal grandeza estriba en escoger e interpretar con voz vacilante e inconfundible letras y poemas que hablan de nuestra com¨²n condici¨®n humana (no de algo as¨ª como la "condici¨®n vasca"). Eso es, me parece, lo que me transmite esa sensaci¨®n de patria: una combinaci¨®n de lo m¨¢s cercano, pr¨®ximo, local (la lengua, algunas canciones que se remontan a nuestros abuelos) con lo m¨¢s amplio, universal, abarcador (esa -siempre insuficientemente reivindicada- patria de la Humanidad).
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