Instant¨¢neas po¨¦ticas
Escribimos todos tant¨ªsimo, que a veces desatendemos los escritores el car¨¢cter ¨²nico de los textos. Un defecto ¨¦ste agravado por nuestra concentraci¨®n en la propia obra, la propia facundia. Acabo de leer una nueva colecci¨®n de quince cuentos de un excepcional escritor y cr¨ªtico literario, Ernesto Calabuig. Al leer estos relatos -y sobre todo, una vez le¨ªdos, al reflexionar sobre ellos- se tiene la impresi¨®n de que la realidad humana se ha impuesto, ennobleci¨¦ndola, a su expresi¨®n literaria. No hay, por supuesto, literatura sin textos detenidamente elaborados, enjutos, densos, brillantes. El lector encontrar¨¢ esta densidad reverberante en los relatos de Calabuig. No hay literatura sin palabras, aunque pueda haber profunda experiencia humana sin ellas. Pero los escritores serios debemos rechazar, por amor a la literatura, el c¨¦lebre dictum de Mallarm¨¦ de que todo existe para convertirse en libro. Las cosas existen para existir, eso es todo. S¨®lo que los escritores tenemos la obligaci¨®n especial de decirlas. Estamos aqu¨ª para decirlas.
Un mortal sin pirueta
Ernesto Calabuig
Menoscuarto Ediciones. Palencia, 2008
184 p¨¢ginas. 14,50 euros
Esta doble voluntad de decir y, a un tiempo, dejar las cosas en su existir resplandeciente -vivido, pero al final inalcanzado- est¨¢ presente en la obra narrativa de Ernesto Calabuig -que es ante todo po¨¦tica- y tambi¨¦n en los trabajos de cr¨ªtica literaria que ha ido publicando a lo largo de estos ¨²ltimos diez a?os. Que la cr¨ªtica literaria sea con frecuencia documentada pero superficial, lo sabemos todos desde siempre. Para que -como en el caso de Calabuig- no lo sea, se requiere disponer de esa innata simpat¨ªa intelectual bergsoniana, esa intuici¨®n filos¨®fica, por la cual coincidimos con un texto en lo que tiene de ¨²nico y por consiguiente de inexpresable.
Fue Ernesto Calabuig hace unos a?os aventajado estudiante de Filosof¨ªa en la Aut¨®noma y es un insaciable lector de literatura narrativa. Estas dos condiciones no suelen darse juntas. Los fil¨®sofos (si se me permite incluirme a m¨ª mismo en esa categor¨ªa) desconfiamos de las narraciones. Los relatos, incluidos los propios, nos cansan un poco porque nos parece que les falta el elemento de lo universal. En estos quince relatos de Calabuig, lo universal es siempre narrativo, siempre concreto. Mi intenci¨®n, en esta lectura de Un mortal sin pirueta, no es biogr¨¢fica: lo que me interesa es hacer ver la vivencia existencial basal de Ernesto Calabuig, que determina un modo ¨²nico y nuevo de narrar las cosas de este mundo. Estamos ante una nueva era del mundo: los trillos que trillaban el b¨¢lago anterior gravitan ahora sobre la mies con la esperanza de un nuevo cielo y una nueva tierra intramundanos. Ahora somos responsables de la existencia entera. Somos la providencia pol¨ªtica, social y pedag¨®gica de este mundo. No hay ninguna otra. Nunca la ha habido.
Esta colecci¨®n de relatos de Ernesto Calabuig nos indica c¨®mo podemos hacernos cargo del mundo narr¨¢ndolo de quince maneras profundas y diversas. Quisiera detenerme ahora en el relato que da t¨ªtulo a la colecci¨®n: Un mortal sin pirueta: "La otra noche so?¨¦ con esa ca¨ªda [?un suicidio, un accidente involuntario? El narrador deja esto abierto para que el lector lo decida por su cuenta], pero en el sue?o ¨¦l llevaba una sotana larga hasta los pies, y la ca¨ªda era larga, interminable, como por un acantilado, una ca¨ªda acrob¨¢tica, controlada, disfrutada, pero sin adornos ni piruetas, sobria como ¨¦l". Advirtamos que se trata de una ca¨ªda insonorizada, desangrada, on¨ªrica. El aparecer en el sue?o confiere po¨¦ticamente a este mortal, el Padre Alberto, la dignidad y la gracia schillerianas, con una ¨²nica substracci¨®n: la pirueta. No hay adorno ninguno, as¨ª es nuestra muerte: un silogismo en b?rbArA: todos los hombres son mortales, el Padre Alberto es hombre, luego es mortal.
Cada uno de los relatos es una modulaci¨®n de esta finitud insalvable y esencial, que en La Pinada, por ejemplo, se formula como la afirmaci¨®n del significado de una persona insignificante: "S¨®lo cuenta lo que para ella significa... Y si aquel significado, todo tu mundo exagerado, Tere, fue capaz de salvarte". Parece que Calabuig opta aqu¨ª por la soluci¨®n rilkeana: tan s¨®lo el canto sobre la tierra consagra y celebra. Estos relatos son todos ellos cantos en este sentido rilkeano. Como el muy bello Dos hermanos, o Fotocomposici¨®n del se?or Gattinara, que termina diciendo: "S¨®lo la fotograf¨ªa detiene, congela heroicamente, cualquier despu¨¦s". S¨®lo la fotograf¨ªa, reteniendo el instante, lo celebra en su afilada finitud. Estos relatos, en suma, no deben ser le¨ªdos prosaicamente sino l¨ªricamente. Su vibrante y detallado realismo no debe confundir al lector: son instant¨¢neas po¨¦ticas que adoptan la forma dram¨¢tica para hacer m¨¢s evidente el impulso que recorre todo el libro y que lo hace brillant¨ªsimo. Como en la D¨¦cima Eleg¨ªa de Rilke, aqu¨ª el autor ha deseado, en sus quince relatos: dass das unscheinbare Weinen bl¨¹he: que florezca el llanto que no aparece a simple vista. -
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