Personaje de ficci¨®n
1
- Al recibir una carta de Alberto Manguel desde su casa del norte de Francia, siento que en mi respuesta tendr¨ªa que hacer alguna referencia a c¨®mo me ha sentado verme convertido en personaje de ficci¨®n del inquietante thriller literario Todos los hombres son mentirosos, su elogiada ¨²ltima novela. Vencida la tentaci¨®n inicial de mentirle y decirle que me he instalado tambi¨¦n en el norte de Francia, en Saint-Nazaire, frente a la antigua base de submarinos nazi, me pongo finalmente a escribirle con el ¨¢nimo encogido y el l¨®gico complejo de inferioridad que puede tener un personaje que se dirige a su autor. En un primer momento, hago como que llevo muy bien el asunto de ser h¨¦roe casual de ficciones y le explico que precisamente acabo de aceptar con naturalidad mi discreto papel en Pac¨ªfico, la magn¨ªfica novela de Jos¨¦ Antonio Garriga Vela (uno de los libros del a?o), y que llevo tambi¨¦n muy bien la odisea de ser personaje de la pr¨®xima novela (ya acabada) de Paul Auster y tambi¨¦n la de ser personaje de la nueva novela (tambi¨¦n ya acabada) del misterioso Casas Ros.
No es tarea ingrata y, adem¨¢s, me voy acostumbrando, le digo, a ser personaje de ficci¨®n en libros de amigos y de desconocidos. Pero nada m¨¢s terminar esta frase, estoy a punto de romper a llorar. No, no llevo bien mi existencia de ficci¨®n en esos libros, como tampoco mi existencia de ficci¨®n en la vida. Para no llorar, me dedico a explicarle que quiz¨¢ he le¨ªdo demasiado a Vil¨¦m Vok y a Garriga Vela, pero tengo para m¨ª que el mundo es un escenario en el que todos actuamos; algunos, cuando se dan cuenta, siguen interpretando como si no pasara nada; otros, perturbados por haber descubierto que est¨¢n participando en una mascarada, tratan de irse del escenario y de la obra, y se equivocan. Porque fuera del teatro no hay nada. El espect¨¢culo, al igual que el teatro kafkiano de Oklahoma, es, por as¨ª decirlo, el ¨²nico que hay en la cartelera. As¨ª las cosas, le digo, creo que bastante tengo con ser un personaje de ficci¨®n en el teatro de la vida para encima tener ahora que caer en la redundancia de serlo tambi¨¦n en las novelas de amigos y de desconocidos.
Me interrumpo. No puedo seguir mont¨¢ndole tanto teatro a mi autor, y me pregunto si no ser¨¢ mejor una carta elegante, decir que estoy encantado y que, despu¨¦s de todo, me tengo bien merecido ser tratado como personaje de ficci¨®n cuando he tratado a tantos escritores de la misma forma. Y entonces s¨ª, ya no resisto m¨¢s y rompo de verdad en llanto, me apiado a fondo de mi doble condici¨®n de personaje de ficci¨®n, mientras se oyen a lo lejos las voces del televisor, vociferantes e indiscretas: una retransmisi¨®n teatral.
2
- Decido reiniciar la carta, pero busco sentirme menos dram¨¢tico y para ello me planteo desprenderme de mi conciencia. Me acuerdo de unas palabras de Joan Mitchell: "Quiero estar disponible para m¨ª misma. En cuanto cobro conciencia de m¨ª, dejo de pintar". Voy escribi¨¦ndole a Manguel sin acordarme ya de ser su personaje y enseguida me distraigo pensando en la propia Joan Mitchell, sobre la que ¨¦l escribi¨® precisamente un bell¨ªsimo ensayo, La imagen como ausencia. Y dejo de distraerme cuando me pregunto si ese t¨ªtulo no se referir¨¢ a lo que me ocurre cuando me veo como personaje de ficci¨®n en una novela y cuanta m¨¢s imagen noto que voy adquiriendo en sus p¨¢ginas, m¨¢s percibo al mismo tiempo la realidad intangible de mi profunda ausencia.
Reacciono a tiempo y vuelvo a perder la conciencia y, de nuevo, a expresarme con una disponibilidad in¨¦dita, que me permite por fin escribirle a mi autor con un olvido completo de mi doble condici¨®n de triste figura ficticia. Le escribo de repente muy liberado, como si mi carta estuviera hecha a base de los brochazos que Joan Mitchell se permit¨ªa cuando encaraba un cuadro donde, como ella misma luego dec¨ªa, no pasaba nada, no se representaba nada. "Lo que los espectadores recibimos al mirar el cuadro no es un relato, sino algo al borde del movimiento, la promesa de una presencia identificable que jam¨¢s habr¨¢ de cumplirse", escribi¨® Manguel acerca de cierta atm¨®sfera de ausencia en el gigantesco cuadro Dos pianos, de Joan Mitchell.
Ahora s¨¦ que mi autor recibir¨¢ la carta de alguien y nadie, la carta sin sentido de alguien que es nadie y a la inversa y le cuenta que se niega a explicar el sentido de su ep¨ªstola y que encima especula en torno a su condici¨®n de personaje de ficci¨®n y le dice, como si todo perteneciera al pasado: "No sab¨ªa c¨®mo llevar esa fren¨¦tica nueva actividad. S¨®lo algo estaba claro. Hasta entonces hab¨ªa tenido suerte con los exquisitos Alberto Manguel, Paul Auster y compa?¨ªa, pero pod¨ªan estar por llegar escritores que me parecieran unos indeseables. Y, por terrible que me pareciera, no me ser¨ªa permitido elegir ser personaje s¨®lo de unos y no de todos. De modo que, viendo lo que se avecinaba, decid¨ª llevar una vida m¨¢s discreta, ausentarme m¨¢s todav¨ªa, y finalmente hacer mutis por el foro".
Y nunca mejor dicho, porque si la vida la pasamos en un escenario, la imposible salida est¨¢ en el foro. Nuevo mutis. Le he enviado la carta a Manguel con la tristeza de un prisionero del escenario y el deseo de que piense que, como ¨¦l bien sabe, cuando se confirma que la imagen es ausencia, nuestra ¨²nica respuesta ante el absurdo es una oraci¨®n de gracias por el arte, por aquello que a¨²n nos permite, con nuestros limitados sentidos, una multitud razonable de lecturas en busca del improbable esclarecimiento del teatro.
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