Cien a?os de amor a las curvas

?rase una vez un hombre que no cog¨ªa aviones, pero pilotaba platillos volantes. ?rase un rostro de piedra viejo como los arcanos del mundo y joven como esos ni?os de sexto sentido que nos retratan como sin querer mientras nos contemplan, un rostro enmara?ado en una nube de humo dibujada por generosas raciones de Davidoff, esos pitillitos cortos y afilados de color marr¨®n oscuro que tanta distinci¨®n otorgan a quien los consume.

?rase un fabricante de sue?os de hormig¨®n armado, un poeta espacial que, a bordo de un rotulador y estigmatizado por una obsesi¨®n de curvas, hab¨ªa declarado la guerra al ¨¢ngulo recto. "No es la l¨ªnea recta la que me atrae, dura, inflexible, creada por el hombre. La que me atrae es la curva libre y sensual. La curva que encuentro en las monta?as de mi pa¨ªs, en la sinuosidad de sus r¨ªos, en las nubes del cielo y en las olas del mar. De curvas est¨¢ hecho el universo, el universo curvo de Einstein". Palabra de Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares, para quien la arquitectura no puede ser otra cosa que "conmoci¨®n, emoci¨®n, sorpresa, diferencia y poes¨ªa, cosas que no est¨¢n sujetas a la escuadra y el cartab¨®n".

Todo ello est¨¢ presente en sus inmensas c¨²pulas blancas, en esas rampas inacabables que se pierden en el aire y en unos vol¨²menes tan b¨¢sicos en apariencia como complejos en su t¨¦cnica, cuyo compendio magistral son los impensables edificios que ¨¦l pens¨® y plant¨® entre 1956 y 1960 en la plaza de las Tres Culturas de Brasilia por encargo del presidente Juscelino Kubitschek: una nueva capital en mitad de la nada, un grito de modernidad que ya cumple medio siglo, el legado de un genio que sigue influyendo en j¨®venes arquitectos de todo el mundo.

Pero tambi¨¦n subyace ese lirismo en obras mucho m¨¢s modestas, como la fascinante Casa das Canoas, una peque?a villa de dos plantas que Niemeyer se construy¨® como vivienda en plena Floresta de Tijuca, all¨¢ por 1952: un arquetipo perfecto de h¨¢bitat adaptado al terreno, en el que toda la casa, y tambi¨¦n la piscina, est¨¢ dispuesta en torno a una enorme roca que forma parte de la vivienda.

Esta ma?ana, Oscar Niemeyer mira la playa de Copacabana desde su estudio-guarida, noveno piso, edificio Ypiranga, avenida Atl¨¢ntica, R¨ªo de Janeiro, Brasil. Mira el mar y las nubes, y la vida pasando por delante, como desde hace tanto tiempo, como desde hace un siglo. Niemeyer cumplir¨¢ 101 a?os el pr¨®ximo d¨ªa 15, pero cualquier cosa parecida a las leyes de la naturaleza insiste en negar esa afirmaci¨®n. El interesado se empe?a, con los hechos cotidianos de una existencia que raya en lo inconcebible, en descartar que eso pueda ser verdad.

Porque Oscar Niemeyer fuma, s¨ª, davidoffs a troche y moche ("?no fuma usted?, pues hace mal; fumar es bueno para la salud y hace pensar mejor", bromea); come frijoles con pollo como si en ello le fuera la vida; bebe vino y alg¨²n g¨¹isquito cuando cae; charla y r¨ªe, "ej, ej, ej"; observa al visitante de reojo; lee a Sartre y a Baudelaire; escucha a Chico Buarque o a su propia esposa, Vera, cantando La vie en rose; habla del telescopio Hubble o de la literatura de Orwell y Dos Passos con Carlos Alberto, su amigo y profesor en la Universidad de R¨ªo; habla de los meninos da rua, de esos ni?os y adolescentes marginados de pies descalzos que bajan a las calles del centro de R¨ªo procedentes de las favelas infinitas de Vidigal o Rocinha; habla de la injusticia social "promovida por el imperialismo americano" y de "ese hijo de puta de Bush, una mala persona"; de la "paradoja" que supone para un izquierdista ac¨¦rrimo como ¨¦l contribuir a una de las bellas artes, la arquitectura, "que es sobre todo para los ricos, porque la paga el capitalismo, mientras que los pobres no participan de ella en nada porque se mueren de hambre; s¨®lo ven desde sus favelas c¨®mo construimos los grandes edificios... Una pena".

AUNQUE NO SIEMPRE FUE AS?: hace a?os, Oscar Niemeyer agarr¨® a Amaro, su ch¨®fer de siempre, y le dijo: "Ahora te voy a hacer una casa nueva". Y se la hizo en las alturas de Vidigal. As¨ª que Amaro y su familia viven en una favela, pero en una casa rubricada por el arquitecto que en 1947 firm¨® el proyecto vencedor para la sede de las Naciones Unidas en Nueva York tras ganarle el pulso a un tal... Le Corbusier.

Entre humaredas de tabaco y el ir y venir de amigos que pululan por el estudio, sentado en su mesa delante de una preciosa fotograf¨ªa en blanco y negro de garotas desnudas tumbadas en la playa, irrumpe Oscar Niemeyer como un cicl¨®n de 100 a?os y habla de mil y una cosas, de cosas de la vida, "que es mucho m¨¢s interesante e importante que la arquitectura", advierte; de la injusticia mundial, que le hace ser "no pesimista, sino realista"; de "la necesidad que tenemos de que el hombre de hoy sea m¨¢s humilde"; de su convencimiento de que "con Lula da Silva, al menos, hay un poco m¨¢s de esperanza en Brasil"; de c¨®mo "Latinoam¨¦rica, por fin, se est¨¢ blindando contra el imperialismo" (Niemeyer apoya sin reservas a Hugo Ch¨¢vez y a Evo Morales); del triunfo de Obama, "que es algo hist¨®rico, porque antes, no hace tanto, los negros ni siquiera pod¨ªan subirse a un autob¨²s".

La injusticia social, mucho m¨¢s que las plantas, los alzados y los encantos del hormig¨®n armado, es su gran obsesi¨®n. Y para luchar contra ella, Niemeyer conserva una inmarchitable creencia en los principios del comunismo. "Los comunistas son los ¨²nicos que siguen queriendo construir un mundo mejor", afirma rotundo quien, sin embargo, abandon¨® el Partido Comunista Brasile?o en 1990 tras haber permanecido en ¨¦l 45 a?os.

Fue de hecho esa militancia roja la que le convirti¨® en enemigo mortal de los generales brasile?os que dieron el golpe de Estado de 1964 con el benepl¨¢cito de Estados Unidos. Una dictadura que se prolong¨® por espacio de dos d¨¦cadas. El derrocamiento del presidente Jo?o Goulart sorprendi¨® a Niemeyer de viaje en Israel. Al volver, constat¨® que de figura nacional hab¨ªa pasado a ser persona non grata: "Al llegar, me llevaron a comisar¨ªa y me interrogaron. Un polic¨ªa me pregunt¨®: 'Pero usted, Niemeyer, ?qu¨¦ es lo que quiere para este pa¨ªs?'. Y yo le respond¨ª: 'Pues cambiar la sociedad'. Y el idiota de ¨¦l le dijo al que escrib¨ªa el informe: 'Pon ah¨ª... cambiar la sociedad'. Y me dijo: 'Pues lo tiene un poco dif¨ªcil, ?eh?".

AL DARSE CUENTA DE que sus proyectos eran anulados y su propia persona recusada en el pa¨ªs que le hab¨ªa visto nacer, Oscar Niemeyer no lo dud¨® m¨¢s y se exili¨® a Francia. All¨ª recibi¨® de inmediato el apoyo de Andr¨¦ Malraux, "un personaje hist¨®rico, un gran pol¨ªtico, una gran persona". Fueron los a?os europeos y africanos de Niemeyer, quien firm¨® edificios como la sede del Partido Comunista Franc¨¦s en Par¨ªs (un contraste brutal entre las l¨ªneas rectas del bloque principal y las curvas blancas de la c¨²pula anexa, algo parecido, aunque en miniatura, a lo que ya hab¨ªa hecho en su proyecto para el Parlamento de Brasilia), la Bolsa del Trabajo de Bobigny, el Centro Cultural de Le Havre, la sede de la Editorial Mondadori en Mil¨¢n o la de la compa?¨ªa Fata en Tur¨ªn, pero tambi¨¦n los milagrosos vol¨²menes de la Universidad de Constantine, en Argel. Hasta que el recuerdo de las playas de Ipanema y Copacabana y de la bossa nova se hizo demasiado duro y decidi¨® volver.

Hoy, Niemeyer habla de pol¨ªtica y de injusticia social, s¨ª, pero tambi¨¦n de los placeres de la vida, "de esa vida fant¨¢stica dentro de la cual somos tan insignificantes", y de las glorias del f¨²tbol brasile?o, del Flamengo y del Fluminense (es un chaquetero, porque era del Flu, pero su esposa le reconvirti¨® al Fla); habla de Kak¨¢ y de Maradona, "el m¨¢s grande", y de las mujeres, de esas mujeres cuyas curvas tost¨¢ndose al sol de Copacabana le sirven -junto con las nubes, las olas del mar, el cauce de los r¨ªos y el perfil de las monta?as- de arsenal de inspiraci¨®n. Y habla de sus amigos, como Fidel Castro: "?l sigue siendo el jefe de todo, y, por cierto, est¨¢ usted sentado en la misma silla en la que estuvo ¨¦l; me sigue enviando cigarros habanos y ropa, ?pero, claro, su talla no me vale!". (Niemeyer no debe de medir m¨¢s de un metro y sesenta cent¨ªmetros).

PERO, SOBRE TODO Y PESE A TODO, el eterno creador de Brasilia sigue dibujando y pensando edificios; el ¨²ltimo de ellos, en Espa?a. El Centro Niemeyer de Avil¨¦s, un proyecto fascinante que condensa la teor¨ªa y la pr¨¢ctica no s¨®lo de su concepci¨®n de la arquitectura, sino tambi¨¦n del papel social de ¨¦sta, ya est¨¢ en construcci¨®n y ver¨¢ la luz en mayo de 2010. "Es, sin duda alguna, el proyecto m¨¢s importante que yo he realizado en Europa y, desde luego, uno de los proyectos m¨¢s queridos de mi carrera", explica.

El futuro Centro Cultural Oscar Niemeyer, puesto en pie a trav¨¦s de una iniciativa conjunta entre el Principado de Asturias y el Gobierno, se situar¨¢ en plena desembocadura de la r¨ªa de Avil¨¦s, en lo que antiguamente fueron los terrenos de Ensidesa. Una zona urban¨ªstica y econ¨®micamente degradada que, en teor¨ªa, acoger¨¢ uno de los grandes pulmones europeos en lo que a generaci¨®n de productos culturales se refiere, un centro que, merced a acuerdos ya sellados, trabajar¨¢ codo con codo junto a otros referentes europeos de la industria cultural, como el Centro Pompidou de Par¨ªs, el Barbican Center de Londres, el Lincoln Center de Nueva York, la ?pera de Sidney, la Biblioteca de Alejandr¨ªa, el Hong Kong Cultural Center y el F¨®rum Internacional de Tokio.

M¨¢s all¨¢ de suponer la presentaci¨®n efectiva del gran arquitecto brasile?o en suelo espa?ol (es su primer proyecto en nuestro pa¨ªs, y tiene la intenci¨®n, si la edad y el f¨¦mur se lo permiten, de viajar a Asturias para verlo construido), el nuevo Centro Niemeyer contar¨¢ con una dotaci¨®n t¨¦cnica y humana dif¨ªcil de igualar. Un auditorio para 1.000 espectadores, un espacio de 4.000 metros cua-

drados destinado a exposiciones, una torre mirador sobre la r¨ªa y la ciudad de Avil¨¦s, y un edificio polivalente que albergar¨¢ un cine y salas de ensayos, de reuniones y de conferencias; todo articulado en torno a una inmensa plaza abierta -caracter¨ªstica casi indispensable en los proyectos p¨²blicos de Niemeyer- que conectar¨¢ con el casco antiguo de Avil¨¦s.

Todo ello, en cuanto al lujoso continente. En lo relativo al contenido, habr¨¢ que esperar a ver lo que el equipo asesor del Centro Niemeyer es capaz de poner en marcha. Hay que decir que no se trata de un equipo asesor cualquiera, sino de un verdadero plantel de gal¨¢cticos del ocio y la cultura: Woody Allen ser¨¢ el asesor de programaci¨®n cinematogr¨¢fica; el actor brit¨¢nico Kevin Spacey, actual director del Old Vic Theatre de Londres, responder¨¢ de la programaci¨®n esc¨¦nica; Wole Soyinka prestar¨¢ su colaboraci¨®n como asesor literario, y Stephen Hawking asociar¨¢ su nombre a los contenidos de car¨¢cter cient¨ªfico.

"QUEREMOS COMPETIR CON UN SITIO de referencia como es el Guggenheim de Bilbao, aunque sabemos que lo tenemos muy duro", comenta Natalio Grueso, director del Centro Niemeyer, quien recuerda c¨®mo empez¨® todo: "Cuando ¨ªbamos a celebrar los 25 a?os de los Premios Pr¨ªncipe de Asturias, donde yo trabaj¨¦ anteriormente, quisimos que cada uno de los premiados hiciera algo especial, una conferencia, encuentro con el p¨²blico, algo as¨ª. Niemeyer, que hab¨ªa ganado el Pr¨ªncipe de Asturias de las Artes en 1989, nos dej¨® a todos helados cuando nos dijo que no, que en vez de una conferencia, lo que nos regalaba era un proyecto... Y se puso a dibujar, y de ah¨ª sali¨® el Centro Niemeyer".

El de Avil¨¦s ser¨¢ un proyecto muy especial dentro de la inacabable aventura creativa del que sin duda es el arquitecto m¨¢s prol¨ªfico del mundo, con m¨¢s de mil proyectos dise?ados. Centros culturales, museos, bibliotecas, zool¨®gicos, parques acu¨¢ticos, edificios oficiales, iglesias, catedrales, mezquitas, universidades, casinos, estadios de f¨²tbol, sedes de partidos pol¨ªticos, teatros, balnearios y hasta samb¨®dromos (los de R¨ªo y S?o Paulo son obra suya) tiene el genio de Laranjeiras repartidos por todo el globo.

Sin embargo, resulta proverbial su insistencia en minimizar el resultado de m¨¢s de 70 a?os de trabajo. "Oh, lo importante no es mi trabajo, sino la vida, el contacto con las personas, leer, estar con los amigos, el recuerdo de los tiempos vividos, conversar y saber apreciar las cualidades del otro... Eso no es muy habitual hoy en d¨ªa, ?verdad?", sostiene Niemeyer con gesto despreocupado en su estudio de R¨ªo y en presencia de Jair Valera, su amigo del alma, su mano derecha y la aut¨¦ntica alma mater de los proyectos que el Estudio Niemeyer contin¨²a sacando adelante por todo el mundo.

Pero pese a toda esa actividad desenfrenada en lo creativo y en lo personal, los papeles y los datos sostienen, en toda su frialdad, que la mayor leyenda viva de la arquitectura mundial naci¨®... un 15 de diciembre de 1907 en la Rua de Passos Manuel del barrio carioca de Laranjeiras.

Son las doce de un maravilloso mediod¨ªa de primavera en el 3940 de la avenida Atl¨¢ntica. Oscar Niemeyer se recuesta en el sof¨¢ (curvo, claro) de esa atalaya (totalmente curva) que corona el Ypiranga (como por casualidad, el ¨²nico edificio curvo de una avenida tiranizada por rascacielos de escuadra y cartab¨®n, y dise?ado, claro, por su inquilino), enciende otro pitillito y r¨ªe con un eco entre entra?able y terror¨ªfico -ej, ej, ej- mientras recuerda aquel episodio surrealista que un d¨ªa de hace siete a?os aconteci¨® en su estudio.

Aquel d¨ªa, el realizador de un v¨ªdeo sobre Niemeyer y su legado no deb¨ªa de andar muy inspirado y no ten¨ªa claro c¨®mo representar visualmente las explicaciones del arquitecto sobre una de sus obras mayores: el Museo de Arte Contempor¨¢neo de Niter¨®i, en las afueras de R¨ªo, un edificio simplemente genial sustentado sobre un ¨²nico pilar y abierto en el aire como una copa gigante de color blanco y negro..., lo m¨¢s parecido que el ojo humano haya visto entre un museo y un ovni a punto de despegar. Aunque su autor defienda que se trata "de una flor que se abre al aire".

Pero como ve¨ªa que la cosa del v¨ªdeo se prolongaba y que la tarde se echaba encima, con el consiguiente peligro de perderse la tertulia con los amigos y el chupito de whisky, le falt¨® tiempo a Niemeyer para proponer la soluci¨®n radical. Y la soluci¨®n radical no fue otra que colocarse en el mirador de su estudio y ponerse a los mandos del ficticio ovni como si del Han Solo de La guerra de las galaxias se tratara.

AS? QUE EN EL IMPAGABLE V?DEO (Oscar Niemeyer, un arquitecto comprometido, de Marc-Henri Wajnberg, editado en Espa?a por la Fundaci¨®n Caja de Arquitectos) puede verse a uno de los creadores de edificios m¨¢s superdotados de la historia agarrando los mandos en la cabina de su platillo volante (que en realidad es el ventanal de su ¨¢tico, pero como todo es curvo y de cristal, el espectador traga), entre nubes, por encima de Ipanema y de Copacabana, sobrevolando el m¨ªtico estadio de Maracan¨¢, hasta llegar a un punto concreto de Niter¨®i donde el ovni se posa en tierra y se transforma en museo. Todo ello, gracias a unos efectos especiales/espaciales de andar por casa.

Y la pregunta es: ?tiene pinta semejante circo de estar protagonizado por un menino de 92 a?os, que era la edad de Oscar Niemeyer cuando se grab¨® el v¨ªdeo? Y la respuesta es que s¨ª, porque el humor y el m¨¢s desarmante de los seductores habitan este estudio decorado con dibujos de ninfas desnudas y muebles dise?ados por el propio se?or de la casa, como esa preciosa -y traicionera- cadeira de balan?o (mecedora) de 1978.

UN LUGAR PLAGADO DE LUZ al que este centenario incombustible acude puntual cada d¨ªa, porque se aburre en casa. Un lugar irreal donde el visitante puede acabar lo mismo fumando pitillos con Niemeyer que degustando los manjares que prepara Tarsiso, el cocinero personal de Niemeyer, o hablando de surf y chicas con Paulo, tambi¨¦n arquitecto y uno de sus 12 biznietos (m¨¢s siete tataranietos), o cantando el Maravilha de Vinicius y Maria Creuza en el surrealista karaoke de los mi¨¦rcoles por la tarde, entre carcajadas del personal y el runr¨²n mareante de las olas de Copacabana.

Oscar Niemeyer tiene casi 101 a?os y goza de la vida como un ni?o grande. "Es incre¨ªble: toma vino tinto todos los d¨ªas con las comidas y fuma. Cuando se encuentra con problemas para sacar adelante alg¨²n proyecto, se sienta aqu¨ª a fumar y a pensar, hasta que lo resuelve; y lee, lee much¨ªsimo, lee de todo: novela, poes¨ªa, filosof¨ªa, pol¨ªtica, astronom¨ªa, f¨ªsica... Siente una curiosidad inmensa por todos los temas", dice Vera L¨²cia Cabreira, su ex secretaria y su esposa desde hace dos a?os. Pero es Jair, probablemente la persona que mejor le conoce, quien ofrece el retrato definitivo de este personaje irrepetible: "Oscar ya no es un arquitecto, es un mito, un s¨ªmbolo de este pa¨ªs por sus posturas morales y sus posicionamientos pol¨ªticos... No se puede salir con ¨¦l a la calle, todo el mundo quiere hablarle, es el brasile?o m¨¢s influyente, creo que m¨¢s que Lula".

Cae la noche sobre R¨ªo de Janeiro. Un hombre mira por la ventana. Llegan m¨¢s amigos. Suena la m¨²sica. Ha pasado un siglo. Oscar Niemeyer no se quiere ir a casa.