El poder de Harry Potter
La principal arma del Reino Unido en el mundo no son los misiles ni la libra, sino su influencia cultural. La cuesti¨®n es qu¨¦ debe hacer el Estado para asegurar que perdure
Al regresar a Gran Breta?a despu¨¦s de tres meses en Estados Unidos y China, he estado pensando en c¨®mo ven mi pa¨ªs los ciudadanos de las superpotencias actual y futura. ?Qu¨¦ ven, si es que ven algo, en Gran Breta?a? Lo que la mayor¨ªa de los estadounidenses y los chinos nota no es el poder econ¨®mico, militar, ni pol¨ªtico de Gran Breta?a. Apenas se dan cuenta de que existe. Y no puede importarles menos que el nombre del primer ministro brit¨¢nico empiece con B o con C (es decir, B de Gordon Brown y C de David Cameron, el l¨ªder de la oposici¨®n). Lo que les llama la atenci¨®n y a menudo suscita su admiraci¨®n es nuestra cultura. Las cosas de las que hablan espont¨¢neamente son un libro, una pel¨ªcula, un actor que les gusta, un grupo de rock, un equipo de f¨²tbol, un bonito pueblo campestre que visitaron en unas vacaciones o, lo que m¨¢s permanece de todo, la temporada que pasaron estudiando en un colegio o una universidad brit¨¢nicos.
No es sano que una sociedad tenga ej¨¦rcitos privados, pero s¨ª galer¨ªas, editoriales y universidades privadas
Que haya extranjeros que pasen unos a?os en una universidad brit¨¢nica es para el pa¨ªs una inversi¨®n de grandes rendimientos
Unos cuantos ejemplos escogidos casi al azar. Atravieso el campus de la Universidad de Pek¨ªn con una estudiante china que me indica una pista de tenis y me pregunta "c¨®mo se llama eso en ingl¨¦s". Lo llamamos pista de tenis, le digo, pero, cuando se trata de f¨²tbol, es un campo. "S¨ª, ya lo s¨¦", me contesta, "como el campo de quidditch". El mundo de Harry Potter creado por J. K. Rowling, con su deporte inventado del quidditch, captur¨® su imaginaci¨®n durante el a?o que pas¨® en la London School of Economics. Despu¨¦s hablo con una importante periodista de la televisi¨®n estatal china. Su hija, me dice, acaba de matricularse en la escuela Harrow de Pek¨ªn, una sucursal del viejo colegio de Winston Churchill. Despu¨¦s, cree que Oxford o Cambridge ser¨ªan los mejores sitios en los que estudiar, para luego hacer un posgrado en Harvard. Un abogado chino me cuenta que algunos antiguos alumnos de Oxford en Pek¨ªn han creado un club en el que reunirse de manera informal. Lo llaman el Oxford Club.
En un caf¨¦ en California hablo de todo este fen¨®meno con un amigo brit¨¢nico que hoy es un dirigente de la industria mundial del dise?o y reside en Estados Unidos. Un norteamericano sentado en la mesa de al lado se vuelve hacia nosotros, pide perd¨®n por interrumpir y dice que una explicaci¨®n del poder cultural brit¨¢nico es que los brit¨¢nicos utilizan la lengua inglesa de forma m¨¢s elocuente que la mayor¨ªa de los estadounidenses. ?sta parece ser una opini¨®n muy extendida en EE UU. Resulta llamativo con qu¨¦ frecuencia la televisi¨®n y la radio norteamericanas recurren a voces brit¨¢nicas para sus anuncios: una voz tipo presentador de m¨²sica cl¨¢sica de la BBC para los grandes acontecimientos culturales, pero tambi¨¦n Liz Hurley para un producto de moda (si la memoria no me falla), y una voz castiza londinense para anunciar la compa?¨ªa de seguros Geico. Un cr¨ªtico de cine de San Francisco dice que, a ojos -o, mejor dicho, a o¨ªdos- de los estadounidenses, tener acento ingl¨¦s a?ade inmediatamente 10 puntos a tu coeficiente intelectual. Parece que incluso Richard Nixon lo cre¨ªa. En una de sus cintas le o¨ªmos musitar: "Ser¨ªa estupendo que los brit¨¢nicos tuvieran la fuerza suficiente para desempe?ar un papel m¨¢s importante en el mundo, con lo terriblemente inteligentes que son".
En otros pa¨ªses, lo que exhibe su fuerza es otro punto de referencia cultural. En una visita que realic¨¦ a Myanmar hace unos a?os se me aproxim¨® un joven monje budista en la pagoda dorada de Shwedagon, en Bangkok. "?Aya Shiya!", exclam¨®, mientras juntaba sus manos en forma de saludo. "?Aya Shiya!". ?Qu¨¦ antigua bendici¨®n budista era aqu¨¦lla? ?Qu¨¦ profunda nota concentrada de sabidur¨ªa oriental? Hasta que reconoc¨ª el nombre de Alan Shearer, un famoso delantero del equipo de f¨²tbol Newcastle United. En las calles m¨¢s pobres, desde El Cairo hasta S?o Paulo, los ni?os reciben a cualquier visitante de Gran Breta?a con el grito de "?Manchester United!". A la hora de hablar del poder de atracci¨®n de Gran Breta?a en el mundo, el futbolista David Beckham vale m¨¢s que 50 misiles Trident. Es nuestra force de frappe.
Esto sugiere varios interrogantes. ?Es posible que algunos de estos extranjeros est¨¦n sobrevalorando la cultura brit¨¢nica? En general, me gustar¨ªa pensar que no, aunque tengo que decir que algunos estadounidenses se pasan con lo de nuestra elocuencia y nuestra inteligencia. Barack Obama, por ejemplo, utiliza la lengua inglesa mejor que la mayor¨ªa de los pol¨ªticos brit¨¢nicos que conozco.
Si no la sobrevaloran, ?por qu¨¦ tiene tanta fuerza la cultura brit¨¢nica? Mi amigo del sector del dise?o tiene una tesis interesante: dice que Gran Breta?a, no se sabe c¨®mo, ha dado con la mezcla exacta de intelectualismo y comercialismo. Francia tiende demasiado a lo intelectual, y Estados Unidos, demasiado a lo comercial. Est¨¢ tambi¨¦n el extraordinario factor que es Londres, la ciudad mundial, punto de encuentro de todo y todos. Y yo a?adir¨ªa el extraordinario recurso que es la BBC. Adem¨¢s de la lengua inglesa, por supuesto. Y quiz¨¢ tambi¨¦n el hecho de que los brit¨¢nicos, hoy, tenemos que vivir de nuestro talento, porque no nos queda mucho m¨¢s que vender (la producci¨®n industrial representa menos de la quinta parte del PIB de Gran Breta?a).
Luego viene la cuesti¨®n de lo que debemos hacer aqu¨ª, en Gran Breta?a, para mantener esta cultura vibrante. ?Y c¨®mo hacer que esta cultura ejerza el m¨¢ximo magnetismo posible en el extranjero, suponiendo que pensamos que eso ser¨ªa positivo? En este aspecto debemos ser precavidos con el papel del Estado. Un exceso de intervenci¨®n oficial puede ahogar una cultura. La multimillonaria J. K. Rowling, desde luego, no necesita una subvenci¨®n, ni tampoco David Beckham, aunque s¨ª es fundamental contar con fondos p¨²blicos para poder cultivar futuros Rowlings (en los colegios) y Beckhams (en los terrenos de juego). A diferencia de lo que ocurre con la defensa, en la que el Estado debe tener el monopolio, cuando se trata de desplegar el poder cultural de un pa¨ªs, el Estado s¨®lo debe facilitar. No es sano que una sociedad tenga ej¨¦rcitos privados, pero es muy sano que tenga galer¨ªas, editoriales, productoras de cine y universidades privadas.
No obstante, en mi opini¨®n, existen ciertas ¨¢reas en las que -si este an¨¢lisis del magnetismo relativo de las cuatro dimensiones del poder brit¨¢nico es acertado- estar¨ªa bien contar con m¨¢s financiaci¨®n p¨²blica. La primera, en mi lista personal, ser¨ªa la de las becas para estudiantes extranjeros. Claro, c¨®mo no iba a decir algo as¨ª, al fin y al cabo estoy en una universidad. Pero creo que podr¨ªa presentar poderosos argumentos, incluso para los m¨¢s intransigentes funcionarios de la temible oficina nacional de cuentas brit¨¢nica, que explicasen que los efectos que tienen para toda la vida unos cuantos a?os de formaci¨®n en una universidad brit¨¢nica equivalen a una inversi¨®n con unos rendimientos incomparables. Desde luego, ¨¦sa es la experiencia que hemos tenido los brit¨¢nicos con los estadounidenses que se benefician de las becas Rhodes y Marshall. Deber¨ªamos hacer lo mismo con muchos m¨¢s j¨®venes de otros lugares, entre ellos China, India y Oriente Pr¨®ximo.
La BBC, por supuesto, hay que mantenerla lo m¨¢s alejada posible del Gobierno. Pero ahora que vuelvo de tres meses de ver informativos por sat¨¦lite y por cable en lugares remotos, estoy m¨¢s convencido que nunca de que, con algo m¨¢s de dinero, el canal de noticias internacional de la BBC podr¨ªa superar a la CNN y todos los dem¨¢s y convertirse en la fuente internacional de informaciones televisivas m¨¢s respetada del mundo.
En comparaci¨®n con los presupuestos de Defensa, desarrollo extranjero y Exteriores, el del British Council, el organismo dedicado a promover la cultura brit¨¢nica en otros pa¨ªses, s¨®lo puede calificarse de insignificante. Cualquier idea de que el ingl¨¦s se puede extender por s¨ª solo, por los mecanismos de las leyes de la oferta y la demanda del libre mercado, es una idea arriesgada, y es preciso reexaminarla, junto con otras suposiciones sobre el impecable funcionamiento del libre mercado.
En el clima econ¨®mico actual, seguramente no es realista esperar que aumente el gasto en estas ¨¢reas, aunque creo que deber¨ªa. Pero, por lo menos, no deber¨ªa recortarse en favor de otros ¨¢mbitos que cuentan con grupos de presi¨®n mejor organizados dentro del Gobierno. La cultura es la cuarta dimensi¨®n del poder brit¨¢nico. A largo plazo quiz¨¢ sea la m¨¢s importante de todas.
www.timothygartonash.com Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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