Los espantajos del terror
No puede ser producto de la casualidad, sino de la pura y simple irresponsabilidad, el que cada vez que se producen avances sustanciales en la lucha antiterrorista se deteriore el consenso pol¨ªtico imprescindible para terminar con esta pesadilla. En esta ocasi¨®n, con dos direcciones de la banda desarticuladas en tres semanas, la pol¨¦mica llega a cuenta de los ayuntamientos gobernados por Acci¨®n Nacionalista Vasca. La oposici¨®n exige disolverlos, modificando la ley si fuera preciso, y el Gobierno se inclina por desalojar a los alcaldes de ANV por la v¨ªa de las mociones de censura o recurriendo a normas legales existentes. Entretanto, y a la vista de estas diferencias, los partidos nacionalistas EA, PNV y Aralar obtienen un gratuito e inesperado margen de maniobra para posponer cualquier decisi¨®n, manteniendo en sordina el dilema al que los ha enfrentado el atentado terrorista que cost¨® la vida a Ignacio Ur¨ªa, en particular al PNV. Al fin y al cabo, este crimen fue concebido por el fanatismo de la banda no s¨®lo como una respuesta a la detenci¨®n de Txeroki, sino tambi¨¦n como un golpe al principal proyecto en infraestructuras del Gobierno vasco y, por lo tanto, como un mensaje especialmente dirigido a ¨¦l.
El PP vuelve a las querellas de entonces justo en el peor momento, en el m¨¢s inoportuno
Por supuesto que ANV est¨¢ en algunos Ayuntamientos del Pa¨ªs Vasco porque as¨ª lo quiso el Gobierno socialista. No hace falta recordar la manipulaci¨®n que pretendi¨® llevar a cabo diciendo que la impugnaci¨®n de la mitad de las listas de la nueva marca pol¨ªtica de los terroristas, dejando la otra mitad intacta, era resultado de la escrupulosa aplicaci¨®n de la ley de partidos, no de una decisi¨®n pol¨ªtica para la que, todav¨ªa hoy, no ha dado ninguna explicaci¨®n. Tampoco es necesario recordar la campa?a de intoxicaci¨®n que puso en marcha intentando convencer a la opini¨®n p¨²blica de que la sentencia del Tribunal Supremo sobre las listas impugnadas le daba la raz¨®n cuando, en realidad, mostraba la misma perplejidad que muchos ciudadanos por el hecho de que tratara a un partido como una suma de agrupaciones electorales. Se viv¨ªa a¨²n la resaca del proceso de paz, cuyos ¨²ltimos episodios, seg¨²n confesi¨®n del propio Gobierno, tuvieron lugar despu¨¦s del atentado de Barajas, pese a las muchas ocasiones en que hab¨ªa afirmado lo contrario.
Pero todo esto lo sab¨ªa el Partido Popular antes de reconsiderar su estrategia de oposici¨®n en materia antiterrorista, y se entend¨ªa que el giro que adoptaba pretend¨ªa, en ¨²ltimo extremo, colaborar con el Gobierno para salir de una situaci¨®n que era la que era. Y ahora, de pronto, no es as¨ª, y vuelve a las querellas de entonces justo en el peor momento, en el m¨¢s inoportuno. Con la banda descabezada y los pistoleros sumidos en el des¨¢nimo, los dirigentes populares no est¨¢n teniendo mejor reflejo pol¨ªtico que apartar los focos de esta coyuntura extraordinariamente favorable y colocarlos justo en el lugar en el que los partidos democr¨¢ticos se muestran divididos. Adem¨¢s, todo por nada: con o sin el brazo pol¨ªtico de los terroristas en los Ayuntamientos, con o sin sus grupos municipales y parlamentarios disueltos, las fuerzas de seguridad, la cooperaci¨®n internacional y la justicia est¨¢n logrando asestar golpes decisivos a la banda. Por m¨¢s que los panegiristas del crimen deban estar fuera de las instituciones, las ¨²ltimas detenciones demuestran que la eficacia de la lucha antiterrorista los convierte en irrelevantes, en espantajos de un terror que tienen que pagar sus bravatas cada vez m¨¢s r¨¢pido.
Tiene, sin duda, poco sentido permitir a estos espantajos lo que no se le permite a los que manejan las pistolas. Pero menos sentido tiene a¨²n convertirlos en el problema m¨¢s acuciante, en el problema sobre el que no pueden dejar de pronunciarse los partidos democr¨¢ticos, incluso a costa de la divisi¨®n, cuando los que manejan las pistolas est¨¢n asistiendo a la sucesiva ca¨ªda de sus jefes y enfrent¨¢ndose a dificultades cada vez mayores para reorganizar sus entramados. Salvo que se prefiera sacrificar la inteligencia en la explotaci¨®n de los ¨²ltimos golpes contra la banda a unas inciertas expectativas electorales, no es posible comprender que un partido hoy en la oposici¨®n, pero que constituye una alternativa de Gobierno, se entregue con la pol¨ªtica antiterrorista a una estrategia opuesta a la de Pen¨¦lope: destejer durante el d¨ªa, durante los momentos de m¨¢s avances, lo que se ha ido tejiendo durante los m¨¢s dif¨ªciles, durante las muchas noches en las que ha habido que localizar, vigilar y detener a los asesinos y sus jefes.
Nada tiene de extra?o que existan dudas acerca de c¨®mo actuar cuando el Estado lleva la iniciativa frente a los terroristas. Pero s¨®lo una cosa deber¨ªa resultar incontestable a estas alturas: con los partidos democr¨¢ticos divididos ninguna estrategia da resultado. Desde la unidad, siempre son los terroristas quienes empiezan a entrever el implacable horizonte que les aguarda.
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