Doce n¨²cleos de chabolas en Valencia
Los vecinos piden una soluci¨®n integral para los asentamientos
Era espa?ol, ten¨ªa unos 40 a?os y aparentaba m¨¢s. Dorm¨ªa sobre un transformador el¨¦ctrico, protegido por la cubierta de un antiguo hospital psiqui¨¢trico, en la zona donde el barrio de Patraix se junta con el distrito de Jes¨²s, en Valencia. Apareci¨® muerto sin signos de violencia el 25 de noviembre, en plena ola de fr¨ªo. El caso atrajo a la polic¨ªa. Durante unos d¨ªas, cuenta Amparo Hern¨¢ndez, de 31 a?os, el transformador se qued¨® desierto. "Luego volvieron", dice, y se?ala los colchones, las mantas y los fardos de ropa que sobresalen del techo.
A diferencia de otras ciudades, Valencia no tiene ning¨²n gran poblado de chabolas. Cuenta, a cambio, con una legi¨®n de asentamientos precarios esparcidos aqu¨ª y all¨¢. La Federaci¨®n de Asociaciones de Vecinos ha elaborado algo parecido a un mapa de la exclusi¨®n con informaci¨®n recogida sobre el terreno. La intenci¨®n, se?ala Antoni Pla, vicepresidente de la federaci¨®n, es promover una "actuaci¨®n integral, no solo policial, que atienda a las necesidades sociosanitarias" de indigentes y otros colectivos marginales, como los relacionados con la prostituci¨®n y las drogas.
La federaci¨®n traza un mapa de asentamientos, droga y prostituci¨®n
"Est¨¢ muy bien que existan unidades policiales como la X-4, que hace un seguimiento de los indigentes y les facilita recursos, pero tendr¨ªa que haber grupos interdisciplinares de apoyo. Porque las situaciones son muy diferentes. Hay familias que se instalan y acaban integr¨¢ndose en el barrio. Hay quienes est¨¢n de paso, o son temporeros, grupos con menores, personas con problemas de dependencia. Casos de desestructuraci¨®n familiar o desadaptaci¨®n social. No todos pueden tratarse de la misma manera porque son casos muy variopintos", afirma Pla.
Los asentamientos tambi¨¦n son variopintos. Pueden nacer en unas naves industriales (como las de Macosa, hacia el final de la calle de San Vicente) o una f¨¢brica (Bombas Gems, en la avenida de Burjassot) abandonadas. En una furgoneta (carretera de la Font d'Encorts, camino de Mercavalencia). En una alquer¨ªa (en la huerta de San Marcelino y en la Ciudad Fallera). En un patio de manzana (la Malva-rosa). O en un cobertizo de uralita (en la Font de Sant Llu¨ªs) como el que Eugen Peptanaru, rumano, de 57 a?os, y su mujer Iulica vaciaron de basura durante semanas para convertirlo en su morada."Yo solo, mira, con las manos y el carro", dice Peptanaru. Buena parte de la basura, los escombros y los muebles rotos han quedado amontonados alrededor del algarrobo que hay frente a su vivienda. Dentro hay un par de habitaciones peque?as, atestadas de trastos, en las que flota un fuerte olor a humedad. La cocina queda a la entrada, a la derecha de un pasillo min¨²sculo. No hay luz el¨¦ctrica. Ni agua. De noche usan una vela, y tienen una botella de butano.
"Cuando llueve, problema, mucho problema. Cubo aqu¨ª, cubo all¨ª, mucho cubo", dice. Peptanaru no domina el castellano, pero despu¨¦s de explicar, medio con palabras medio con gestos, que en Galati, desde donde lleg¨® hace un a?o, se ganaba la vida esculpiendo los nombres en las l¨¢pidas de los cementerios, agrega: "Por ejemplo, Pepa P¨¦rez".
El hombre tiene todos los papeles en regla. Insiste en abrir la ri?onera y mostrar el pasaporte, la tarjeta de residencia, la tarjeta sanitaria. "Todo perfecto, no problema". Iulica apenas sale de casa. En verano la operaron de la columna, asegura. Su marido insiste en levantarle un poco el pa?uelo a la altura de la nuca y mostrar una cicatriz circular de la intervenci¨®n. Los Peptanaru viven de lo que a Eugen le dan a la puerta de Mercadona. "Cinco c¨¦ntimos, diez c¨¦ntimos".
Su casa est¨¢ incluida en el mapa de los asentamientos que ha trazado la federaci¨®n de vecinos. Pero el vicepresidente advierte de que han tardado casi un mes en reunir los datos de las asociaciones de cada barrio, as¨ª que ya habr¨¢n cambiado. Ni es exhaustivo ni logra nunca estar actualizado, pero el mapa tiene el valor de una foto fija. Y permite seguir las huellas.
En la carretera de la Font d'En Corts la federaci¨®n hab¨ªa detectado dos asentamientos en furgonetas y uno muy grande en las antiguas instalaciones de Industrias de Barnices Especiales, donde llegaron a reunirse m¨¢s de 10 familias de etnia gitana, afirma Jos¨¦ Siurana, de 31 a?os, uno de los pocos agricultores a tiempo completo que quedan en la zona, ubicada entre la salida de la pista de Silla y L'Oceanogr¨¤fic. "Muchos problemas no daban, pero mala imagen, s¨ª", comenta. "Hab¨ªan ido sacando la basura casi hasta la calle".
Las familias fueron desalojadas por la polic¨ªa. Y antes de llegar a la Font d'En Corts, dice Siurana, hab¨ªan sido desalojadas de La Punta.
Antoni Pla subraya ese problema circular, y lo extiende a los puntos de venta de droga. Otro de los elementos analizados en el mapa de la exclusi¨®n, pero que la federaci¨®n difunde con precauci¨®n para evitar, dicen, un efecto reclamo.
Reconocen, sin embargo, que las operaciones policiales en el h¨ªper de la droga de la huerta de Campanar, provocaron un resurgimiento de la venta de drogas duras, como la hero¨ªna, en otras zonas: el barrio de El Carme, las casitas rosas de la Malva-rosa, o el barrio de Beter¨® (al final de la avenida de Blasco Ib¨¢?ez).
"Cuando se genera una situaci¨®n muy grave en las ca?as, el h¨ªper de la droga, act¨²an, pero eso es como pegarle una pedrada a un avispero, provoca una dispersi¨®n", dice Pla, que lleva a?os apostando por una atenci¨®n sociosanitaria a los toxic¨®manos que incluya, en casos muy graves de adicci¨®n, la dispensaci¨®n de las sustancias bajo prescripci¨®n facultativa, como paso previo a un posible tratamiento de desintoxicaci¨®n. Y a?ade: "?C¨®mo vas a convencer a alguien directamente en las ca?as de que acuda al psic¨®logo o de que tiene cita con el trabajador social?"
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.