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Reportaje:60 a?os de DIARIO DEL LADR?N

La santidad de Genet

1932. Espa?a estaba cubierta entonces de vagabundos: sus mendigos iban de pueblo en pueblo, por Andaluc¨ªa en raz¨®n de su buen clima; por Catalu?a, de su riqueza, pero todo el pa¨ªs nos era favorable. Fui as¨ª un piojo con la conciencia de serlo. En Barcelona, frecuent¨¢bamos sobre todo la calle Mediod¨ªa y la del Carmen. Nos acost¨¢bamos a veces seis en un jerg¨®n sin s¨¢banas y, al amanecer, ¨ªbamos a pordiosear por los mercados. Sal¨ªamos en banda del Barrio Chino y nos dispers¨¢bamos con un capacho bajo el brazo, pues las amas de casa nos daban m¨¢s bien un puerro o un nabo que unos c¨¦ntimos. A mediod¨ªa regres¨¢bamos y nos hac¨ªamos la sopa con lo recaudado. Lo que voy a describir son los h¨¢bitos de la canalla.

La galer¨ªa de personajes genetianos no difiere mucho del hampa sevillana que conoci¨® Cervantes
La madre ausente ser¨¢ el punto de partida de su andadura literaria hasta su obra maestra, 'Un cautivo enamorado'

Ca¨ªdo en la abyecci¨®n, Genet decidir¨¢ asumirla y convertirla en virtud suprema. La escala de valores de la sociedad biempensante no ser¨¢ la suya sino d¨¢ndole la vuelta: lo vil se transmutar¨¢ en noble y lo noble en vil. El proceso de subversi¨®n ¨ªntima iniciado en el antiguo Barrio Chino barcelon¨¦s ser¨¢ largo y accidentado, y se plasmar¨¢ en la siguiente d¨¦cada en sus primeras obras po¨¦ticas y narrativas escritas en la c¨¢rcel parisiense de la Sant¨¦. El joven inclusero, m¨ªsero e indocumentado se consagrar¨¢ al robo, la prostituci¨®n y la mendicidad en su anhelo de alcanzar la dureza empedernida del criminal con la misma entrega de quien se inicia en los arcanos de una creencia m¨ªstica y de su ¨¢spero camino de perfecci¨®n espiritual.

Los piojos, escribe en Diario del ladr¨®n, eran el signo m¨¢s visible de su indignidad, tan representativos de su condici¨®n de paria como las joyas que adornan a arist¨®cratas y burgueses de la de su estatus de gente guapa. Los harapos y las llagas amorosamente cuidados para atraer la conmiseraci¨®n mudar¨¢n en su fuero interior la verg¨¹enza en gloria. El orgullo necesario para enfrentarse al desprecio ajeno, s¨®lido y resistente como esa roca que parte la corriente de un r¨ªo, se afianzar¨¢ en su voluntad de envilecimiento: su patria ser¨¢ la chusma, y ¨¦l su cronista y cantor.

Las fechas de la estancia de Genet en Espa?a no pueden fijarse con exactitud. Aunque en Diario del ladr¨®n habla de 1932, lo cierto es que, tras alistarse por primera vez en el ej¨¦rcito a su salida del reformatorio de Mettray y ser destinado como "jen¨ªzaro colonial" a Siria en 1930, de donde fue repatriado el siguiente a?o, firm¨® un nuevo contrato de alistamiento y fue enviado al S¨¦ptimo Regimiento de tropas ind¨ªgenas de Mekn¨¦s, en el que permaneci¨® hasta enero de 1933. Ni la exhaustiva biograf¨ªa de Edmund White ni la cronolog¨ªa establecida por Albert Dichy fijan claramente la duraci¨®n de su etapa espa?ola. Probablemente ¨¦sta se extienda de noviembre de 1933 a abril de 1934. La ¨²nica prueba documental de la misma es la carta dirigida a Andr¨¦ Gide el 12-12-1933 en la que, despu¨¦s de pintar su poco brillante situaci¨®n material ("estoy sin un c¨¦ntimo en Barcelona, el c¨®nsul es intratable, soy hu¨¦rfano y vagabundeo de tasca en tasca"), solicita su ayuda y da como remite el Apartado de Correos de la ciudad.

Tras su iniciaci¨®n en la querencia barcelonesa del antiguo Distrito Quinto, la carrera de ladronzuelo de Genet continuar¨¢, primero por Europa Central y luego en Francia, hasta la publicaci¨®n de sus primeras obras, escritas en la c¨¢rcel, a mediados de los cuarenta. Un breve repaso a sus sentencias condenatorias, reproducidas en el libro de Albert Dichy y Pascal Fouch¨¦ (Jean Genet. Essai de Chronologie), revela que su fascinaci¨®n juvenil por el crimen y devoci¨®n por sus profesionales no le llevaron a emular sus haza?as sino de forma muy modesta. Junto a los "delitos" de vagabundeo —el equivalente de nuestra infame Ley de Vagos y Maleantes—, carencia de carn¨¦ antropom¨¦trico de identidad o intento de viajar en tren con una tarjeta militar falsificada, leemos: substracci¨®n fraudulenta de una docena de pa?uelos en los almacenes La Samaritaine; idem, de aut¨®grafos en una librer¨ªa de la Rue Bonaparte; hurto de una camisa de seda en los almacenes del Louvre; de un retal de s¨¢bana en el Bazar de l'H?tel de Ville; de una billetera y una maleta, etc¨¦tera.

Su fallida carrera en el robo le condujo no obstante a su condici¨®n de gran escritor: a convertirse en esa bomba literaria descubierta por Cocteau y cuya potencia subversiva no tardar¨ªa en conmocionar a Sartre.

"Detr¨¢s del Paralelo se extend¨ªa un solar en el que los marginados jugaban a cartas (El Paralelo es una avenida de Barcelona paralela a las c¨¦lebres Ramblas. Entre estas v¨ªas, muy amplias, un laberinto de calles estrechas, oscuras y sucias forman el Barrio Chino)".

Con estas palabras, propias de una peque?a gu¨ªa para turistas, Genet nos introduce en lo que ser¨¢ para ¨¦l en adelante su "territorio moral" —el del robo, prostituci¨®n masculina, traici¨®n, humillaciones, miseria—, vinculado para siempre a Espa?a y a su inici¨¢tica experiencia barcelonesa. Su aprendizaje en el mal, de la mano izquierda de su mentor, el manco Stilitano, ser¨¢ el de un p¨ªcaro de escaso oficio y exiguo beneficio: hurto en los cepillos de las iglesias, timos menores, demanda en el consulado de su pa¨ªs de un bono de repatriaci¨®n hasta la frontera con el correspondiente billete de tren que vender¨¢ en la estaci¨®n de Francia, prostituci¨®n con marinos extranjeros por un pu?ado de pesetas. Su acto m¨¢s audaz consistir¨¢ en el robo de la esclavina de un carabinero en los muelles del puerto. Despu¨¦s de satisfacer los deseos de ¨¦ste en su garita de guardia, aprovechar¨¢ el momento en que va a lavarse en la pila de una fuente cercana para apropiarse de la prenda y huir envuelto con ella a su querencia del Barrio Chino. La modesta haza?a le engrandece a ojos de su mentor, a quien conf¨ªa la venta de su bot¨ªn en muestra de su devota sumisi¨®n (El carabinero burlado ir¨¢ a buscarle a La Criolla pero, advertido del peligro, Genet "toma las del Paralelo" y desaparece por un tiempo del local).

Extramuros de los reformatorios en los que fue internado desde la adolescencia y de los cuarteles en los que a continuaci¨®n se alist¨®, Genet hallar¨¢ en la Espa?a convulsa de la ¨¦poca el punto en el que asentar¨¢ su aventura est¨¦tica y moral. El Barrio Chino barcelon¨¦s —el actual Raval— era la guarida ideal para las heces y detritus de la sociedad. La "librea de la miseria" de la que hablan ir¨®nicamente nuestros cl¨¢sicos —esto es, los harapos, la mugre y las alpargatas usadas hasta la trama— identificaba a la hermandad de mendigos y rateros acampada en ¨¦l. La galer¨ªa de personajes genetianos —buscavidas, rufianes, prostitutas, pordioseros, desertores, travestidos— se amadrigaba en la espesura urbana del ¨¢mbito como quien se acog¨ªa anteriormente a lo sagrado y no difiere mucho del hampa sevillana que conoci¨® Cervantes. El aura sacra del execrado Distrito Quinto guiar¨¢ a Genet, como veremos, por los caminos de su peculiar santidad.

El Genet ramblero e hijo espurio del Paralelo se adentrar¨¢ en el territorio de la ignominia resuelto a convertirse en objeto de desd¨¦n y de asco, en una busca de acendramiento ¨ªntimo que en otra ocasi¨®n compar¨¦ con la de los malamat¨ªs del Islam, a quienes Ibn Arabi situaba en la esfera m¨¢s alta de los bienaventurados. ?l y sus cofrades de la miseria lucir¨¢n a trav¨¦s de Espa?a, nos dice, "una magnificencia secreta, humilde y sin arrogancia". Su empe?o se cifrar¨¢ en "dar un sentido sublime a una apariencia tan M¨ªsera". La soledad moral a la que aspira convertir¨¢ su destino en una conciencia irreductible de la que surge una obra luminosa y de perturbadora singularidad. La aspiraci¨®n al crimen condenado por sociedad, asociada a la de la traici¨®n, adquirir¨¢ una dureza y fulgor comparables a los del diamante.

La admiraci¨®n de Genet por las locas espa?olas que frecuent¨® en Barcelona y C¨¢diz apareci¨® m¨¢s de una vez en nuestras conversaciones. Eran las m¨¢s audaces y provocadoras de Europa, dec¨ªa, como reacci¨®n natural al rechazo que suscitaban. Asum¨ªan el oprobio de la opini¨®n com¨²n con un ritual de disfraces, gestos y voces agudas que, a partir de la histeria, alcanzaba la sublimidad.

Cuando me adentr¨¦ por primera vez en el Barrio Chino en 1949 de la mano de un compa?ero de universidad aficionado como yo a los libros y experto en las zonas desaconsejadas de la ciudad, La Criolla y los bares en los que anidaba la especie maldita no exist¨ªan ya. La red de callejuelas que se extend¨ªa del Portal de Santa Madrona a la calle del Carme albergaba tan s¨®lo numerosos prost¨ªbulos a cinco pesetas por ficha y la miseria reinante no deb¨ªa diferir mucho de la que conoci¨® Genet. El c¨¦lebre burdel de Madame Petite, en el que posiblemente se inspir¨® al componer Querelle de Brest ("La Feria", de Madame Lysiane), era una sombra de s¨ª mismo y la progenie de las execradas en p¨²blico (y apreciadas por algunos en privado) ocultaban su maquillaje, abanicos, peinetas y faralaes a los ojos del ciudadano "decente".

Una foto publicada recientemente en EL PA?S, en la que dos travestidos merodean por La Rambla, avanzada ya la noche, a la caza de un turista borracho a fin de desvalijarlo me trajo a la memoria un pasaje de Diario del ladr¨®n en el que dos "mariconas" muy compuestas, de ojos admirables y cejas inmensas pasean por las cercan¨ªas de una vespasiana (as¨ª se llamaba en Francia a los urinarios p¨²blicos, de chapa circular de metal, despiadadamente demolidos por el alcalde Chirac) con un mono amaestrado en los hombros. A la se?al de una de ellas, el mono saltaba de un brinco sobre el lig¨®n de apariencia m¨¢s burguesa y, aprovechando su confusi¨®n, le robaban la cartera.

La procesi¨®n f¨²nebre de las llamadas tambi¨¦n Carolinas (valientes precursoras de las "gasolinas" parisienses de Mayo de 68) al emplazamiento de uno de los meaderos destruidos durante los disturbios callejeros de 1933 es uno de los momentos m¨¢s bellos de Diario del ladr¨®n:

Estaba cerca del puerto y del cuartel, y la c¨¢lida orina de millares de soldados hab¨ªa corro¨ªdo su chapa de metal. Al constatar su muerte definitiva, las Carolinas con chales, mantillas, trajes de seda y chaquetillas ajustadas acudieron a ella en solemne delegaci¨®n para depositar un ramo de flores rojas anudado con un cresp¨®n de gasa. El cortejo parti¨® del Paralelo, torci¨® por la calle San Pablo, baj¨® por La Rambla hasta la estatua de Col¨®n. Eran las ocho de la ma?ana, el sol iluminaba la escena. Las vi pasar y las acompa?¨¦ de lejos. Sab¨ªa que mi puesto estaba en la comitiva: sus voces heridas, sus gritos de dolor, sus gestos exagerados, se propon¨ªan atravesar el espeso desprecio del mundo. Las Carolinas eran grandiosas: las Hijas de la Verg¨¹enza.

Llegadas al puerto, torcieron a la derecha en direcci¨®n al cuartel, y sobre la chapa herrumbrosa y hedionda del meadero p¨²blico, sobre su chatarra muerta, depositaron las flores.

?Qu¨¦ cineasta de genio filmar¨¢ alg¨²n d¨ªa la escena con la bella precisi¨®n de un Visconti y el humor cruel de Fassbinder? El hero¨ªsmo tragic¨®mico de las Carolinas merece un recordatorio y su inclusi¨®n en los breviarios de una nueva forma de santidad en los ant¨ªpodas de la de Monse?or Escriv¨¢ y de la del fundador de los Legionarios de Cristo Rey. Genet se reproch¨® siempre, me dijo, su falta de arrojo. Permaneci¨® junto a la multitud indulgente e ir¨®nica que acog¨ªa su duelo en vez de ocupar el lugar honroso que le correspond¨ªa.

Una de las p¨¢ginas m¨¢s bellas de Diario del ladr¨®n es la del episodio del tubo de vaselina. Detenido en una redada y conducido con otros sospechosos a la comisar¨ªa del distrito (imagino muy bien la escena, pues el poeta Jaime Gil de Biedma y yo corrimos la misma suerte a fines de los cincuenta del pasado siglo, cuando calleje¨¢bamos de noche por el barrio, en el cruce de San Pau y Robadors), el polic¨ªa que cachea a Genet le saca del bolsillo el lubrificante empleado para la penetraci¨®n anal (que yo acostumbraba a llevar tambi¨¦n en mis primeras incursiones por Barb¨¦s y la Gare de Nord): un tubo usado ya y cuya mera presencia en el lugar es la prueba palmaria de su pertenencia al gremio de las "mariconas" (Genet emplea siempre la palabra espa?ola, consciente de su brutal carga peyorativa):

"En medio de los objetos elegantes sacados de los bolsillos de los detenidos en esta redada, era el s¨ªmbolo mismo del oprobio que se disimula con el mayor cuidado, pero el signo tambi¨¦n de una gracia secreta que iba a salvarme pronto del desprecio [?]. Estaba en el calabozo, y sab¨ªa que toda la noche mi tubo de vaselina ser¨ªa objeto de burla —a la inversa de una Adoraci¨®n Perpetua— de un grupo de polic¨ªas [?]. No obstante, me animaba la certeza de que este fr¨¢gil y humilde objeto les resistir¨ªa y, por su simple existencia, derrotar¨ªa a todas las polic¨ªas del mundo".

Invulnerable al insulto —pienso en el I'm completely dead to decency de T. E. Lawrence—, la comparaci¨®n de la prueba concreta de su deshonra con el Sant¨ªsimo Sacramento permitir¨¢ a Genet rehabilitar y ensalzar su vida de indigente en el Barrio Chino, y luego su erranza hasta C¨¢diz y San Fernando, mediante el recurso a los t¨¦rminos m¨¢s sagrados y nobles. Su victoria verbal le llevar¨¢ as¨ª a bendecir la miseria que la suscita y le imanta a una nueva forma de perfecci¨®n moral:

Cuanto mayor sea mi culpabilidad a vuestros ojos, entera y totalmente asumida, mayor ser¨¢ mi libertad y m¨¢s perfectas mi soledad y mi unicidad.

El encuentro con Stilitano, el serbio desertor de la Legi¨®n Extranjera francesa, marca un antes y un despu¨¦s en la vida de Genet y ser¨¢ el primer eslab¨®n de una cadena de fascinaciones sucesivas por criminales o gente del hampa —los Harcamone, Bulkaen, Maurice Pilorge, etc¨¦tera—, elevados por ¨¦l al altar de la excelencia y la gloria. Sus primeros robos en el Barrio Chino los dedicar¨¢, nos dice, a su fortaleza e impudor severos, a la singularidad de su brazo derecho amputado, cuya mano se pudre bajo un casta?o en alg¨²n bosque de Europa Central. La fuerza irradiante de este mu?¨®n le galvanizar¨¢ con una imantaci¨®n similar a la que experimentar¨¢, cuarenta a?os despu¨¦s, por el sudan¨¦s Mubarak en los campos palestinos, cuando le pide que tenga su cigarrillo mientras se desabotona y orina tranquilamente junto a ¨¦l: el timbre gutural de su voz es en ambos el de un sexo en erecci¨®n.

Stilitano re¨²ne en su persona el rigor del soldado, el aventurero, el sicario, el hamp¨®n. Aunque admite la intimidad f¨ªsica con Genet —los dos duermen en el mismo catre en un hotelucho del barrio— le niega el sexo. Desprecia a las "mariconas" y ejerce ocasionalmente de chulo. No obstante, para atraer a aquellas y a las prostitutas, sujeta con un imperdible un racimo con granos de celulosa y algod¨®n en rama en el interior de la bragueta, de modo que abulte y la realce por pura provocaci¨®n. Genet se encarga de la tarea, sin poder evitar el temblor de las manos mientras prende y desprende el racimo al comienzo y fin de la jornada de merodeo y cambalache. Un d¨ªa, en vez de dejarlo sobre la estufa, como de costumbre

no pude retenerme de guardarlo entre mis manos y llevarlo a mis mejillas. El rostro de Stilitano, encima de m¨ª, se endureci¨®.

—?Su¨¦ltalo, cabr¨®n!

Me hab¨ªa agachado para abrir la bragueta, pero la furia de Stilitano, como si mi fervor habitual no bastara, me hizo caer de rodillas, en la posici¨®n que mentalmente anhelaba. Con sus dos pies y su ¨²nico pu?o me golpe¨®. Hubiera podido huir y me qued¨¦ all¨ª.

Su delaci¨®n posterior a la polic¨ªa del amigo com¨²n a ambos, Pepe el Gitano, por su homicidio cometido en las cercan¨ªas del Paralelo, no rebajar¨¢ la devoci¨®n de Genet por ¨¦l: la revestir¨¢ al rev¨¦s, nos dice, con los atributos luminosos de la traici¨®n.

Las numerosas referencias de Genet a La Criolla, el cabar¨¦ en donde se prostitu¨ªa por devoci¨®n a Stilitano, no mencionan su ubicaci¨®n en el Barrio Chino ni incluyen una descripci¨®n del local.

Nits de Barcelona, publicado en 1931, esto es, dos a?os antes de su venida a Espa?a —obra reeditada por Proa, con las ilustraciones de Oleguer Junyent y el pr¨®logo de Josep M. de Segarra de la edici¨®n original—, subsana dicha laguna y nos procura una valiosa informaci¨®n. Su autor, Josep M. Planes, colaborador de la m¨ªtica revista Mirador y empedernido noct¨¢mbulo, fue asesinado el 24 de agosto de 1936 en la Arrabassada por unos pistoleros incontrolados de la FAI a quienes hab¨ªa consagrado un reportaje poco ameno semanas antes del levantamiento militar contra la Rep¨²blica. Segarra esboza un sugerente retrato suyo y coincide con Planes en su aguda percepci¨®n de la ciudad durante el periodo que va de la dictadura de Primo de Rivera al 14 de abril: "Quienes m¨¢s aprovechan la noche en Barcelona son los turistas, los ladrones, los poetas, las prostitutas, la gente que no tiene un centavo y la que dispone de dinero a espuertas".

La Criolla —escribe Planes— se encuentra en plena calle del Cid. El cartel luminoso que cuelga verticalmente de la fachada emborrona el pobre paisaje urbano con un resplandor rojizo [?] inmuebles y personas comparten el mismo aire de miseria y nunca se sabe si la suciedad de las paredes viene de los hombres y las mujeres que se apoyan en ellos o viceversa [?]. El gent¨ªo aglomerado en la calzada y las prostitutas e invertidos que se exhiben por las aceras flotan en este fondo bermell¨®n decorativos y estilizados, como en las ilustraciones en las que debe de so?ar Francis Carco para sus libros.

La calle del Cid (?qu¨¦ iron¨ªa el nombre del Campeador, mantenido hasta hoy en lo que queda de ella, entre el Paralelo y la avenida de Les Drassanes!) est¨¢ entonces llena de basuras, soldados, prostitutas, marineros, mendigos. Cualquier navajero puede sacar de improviso su ¨²til de siete filos y asaltar a los viandantes acomodados que se asoman a ¨¦l. El local de La Criolla, una antigua f¨¢brica textil reconvertida en cabar¨¦, encubre la austera desnudez de sus columnas con un decorado chill¨®n de palmeras ornadas con falsas pencas verdes, cocos, monos y negros de tebeo de Tarz¨¢n que le confieren un menesteroso esplendor tropical. Una orquesta de tangos ocupa el estrado, ensordece al cliente y contagia su furia a las parejas que bailan en la pista.

(Genet evoca en Diario del ladr¨®n los aires de "Ramona" mas no la voz de Irusta —en realidad del tr¨ªo formado por ¨¦ste, Fugazot y Demare— mencionado por Planes, cuya m¨²sica barriobajera arrasaba en los a?os anteriores a la Guerra Civil. En una vieja gramola de manivela con bocina exterior, escuch¨¦ en mi ni?ez la canci¨®n citada por Genet —cuya letra me s¨¦ de memoria— y los discos del, en aquel tiempo en boga, conjunto argentino, no s¨¦ si ep¨ªgono o antecesor de Gardel. Mi familiaridad retrospectiva con La Criolla sale as¨ª reforzada. Su repertorio musical acun¨® mis o¨ªdos en la Barcelona "decente" de los barrios altos).

Al trazar su pintura del cabar¨¦, Planes se?ala la existencia, en la acera de enfrente —perd¨®neme el lector el involuntario juego de palabras—, del bar de Cal Sagrist¨¤, famoso, dice, por sus "invertidos" —la gente bien de la ¨¦poca empleaba dicha palabreja: ?se hallaba a¨²n muy lejos la era de la identidad gay!—, al que acud¨ªan jovencitos de labios pintados y cabello untado de gomina. Curiosamente, Genet no habla de ¨¦l.

Actualmente, el remozado Carrer del Cid no evoca ni remotamente el de la cochambre y bullicio de setenta a?os atr¨¢s. Cuando el Ayuntamiento de Barcelona puso el nombre del escritor a la plazuela o jardincillo del otro lado de la avenida de Les Drassanes, fui invitado a pronunciar unas palabras en la ceremonia de su rotulaci¨®n. In¨²til decir que no acept¨¦: tem¨ªa que Genet, encolerizado, resucitase de su tumba en Larache y me abrumara con el peso de sus burlas e insultos. Su percepci¨®n a la inversa de los t¨¦rminos honor y deshonor es tambi¨¦n la m¨ªa. Prefiero volver a la pintura cruel de Planes con la que cierra el cap¨ªtulo de su libro: la calle desierta al amanecer tras el cierre de La Criolla, la luz l¨ªvida, la visi¨®n goyesca de dos viejas horrendas y de los tricornios de una pareja de la Guardia Civil.

Los hurtos y trapacer¨ªas de los que viven Genet y Stilitano no bastan para sacarles de la miseria. Aunque el futuro autor de Diario del ladr¨®n entrega a su "protector" las pocas pesetas que gana o sisa en los urinarios p¨²blicos, ¨¦ste decide que se prostituya en La Criolla. All¨ª, la vestimenta femenina se impone. Algunos amigos espa?oles de Genet la llevan y le dan las se?as de vendedoras de prendas de segunda mano. Si bien "resulta muy dif¨ªcil", escribe, "acceder a la luz a trav¨¦s del pus y las llagas de la verg¨¹enza", el due?o del cabar¨¦ le exige que se exhiba "en se?orita". Trag¨¢ndose el sonrojo y convirti¨¦ndolo en una especie de dardo dirigido contra quienes se lo provocan, Genet va a La Criolla y es invitado, con otro travestido, a la mesa de un grupo de oficiales franceses. La dama que les acompa?a le pregunta con afectada indulgencia si le gustan los hombres. Genet resiste el impulso de abofetearla y, para vengarse, sustrae la cartera a uno de los m¨ªlites.

Una de las p¨¢ginas m¨¢s bellas del Diario se sit¨²a durante el Carnaval, ¨¦poca en la que es m¨¢s f¨¢cil disfrazarse sin llamar la atenci¨®n. Tras robar un traje de faralaes y una blusa, a los que agregar¨¢ su complemento de abanico y mantilla, Genet cruza el Barrio Chino para ir a la calle del Cid. Como ¨²ltima trinchera de defensa, conserva el pantal¨®n bajo la falda. Pero, apenas llegado a la barra, la cola de su traje se desgarra. Un joven ha tropezado con sus encajes y, por m¨¢s que pida excusas y le indique que cojea, la actriz tr¨¢gica oculta en su interior a¨²lla "?No se cojea en mis faldas!", con esa histeria que rompe con la fuerza de un g¨¦iser la dura corteza del mundo.

Humillado, Genet sale del local en medio de las risas de los clientes y de las Carolinas. Aunque, al releer el texto, su autor rectifique y precise en una nota a pie de p¨¢gina que el lance ocurri¨® en C¨¢diz, en donde tambi¨¦n se prostituy¨® con ropas de andaluza, el prestigio de La Criolla sale indemne del lapsus. La teatralidad de la escena alcanza ese punto en el que vileza y orgullo se confunden. La falda, blusa, abanico y mantilla arrojados al mar componen un ceremonial esperp¨¦ntico del que el vagabundo cubierto de oprobio extraer¨¢ la fortaleza necesaria para enfrentarse a la crueldad e hipocres¨ªa de la sociedad biempensante: la de ayer, la de hoy y sin duda tambi¨¦n la que nos suceder¨¢ al correr de los d¨ªas.

Poco despu¨¦s de ello, Genet y Stilitano abandonaron su querencia barcelonesa en un tren de mercanc¨ªas y buscaron un nuevo refugio en C¨¢diz.

"Nac¨ª en Par¨ªs el 19 diciembre 1910. Pupilo de la Asistencia P¨²blica, no pude conocer nada m¨¢s de mi estado civil. Cuando cumpl¨ª veinti¨²n a?os, obtuve una partida de nacimiento. Mi madre se llamaba Gabrielle Genet. Mi padre es desconocido. Vine al mundo en el 22 de la Rue d'Assas".

Aunque en la Maternidad le negaron toda informaci¨®n sobre sus or¨ªgenes, la imagen de la madre oculta aparece de forma intermitente a lo largo de su obra. Genet se aferra a su apellido, el de Gen¨ºt d'Espagne o retoma con el que salud¨® Cocteau su volc¨¢nica irrupci¨®n en la literatura, para identificarse con el mundo vegetal y considerar, dir¨¢, que todas las flores son de su familia. A trav¨¦s de ellas, se comparar¨¢ con los helechos arborescentes de las ci¨¦nagas y so?ar¨¢ con las supuestas especies vegetales del planeta Urano, en una metempsicosis que le convertir¨ªa en un ser rastrero, como la chusma del Paralelo, sin otra compa?¨ªa que la de los presidiarios de su raza.

Pero ese malditismo literario no se corresponde en modo alguno con su futura rebeli¨®n contra el orden establecido, tanto en el campo social y pol¨ªtico como en el art¨ªstico y moral. La madre ausente ser¨¢ el punto de partida de su andadura por una cartograf¨ªa literaria que culminar¨¢ en su obra maestra, Un cautivo enamorado.

En Diario del ladr¨®n, Genet evoca la imagen de una mendiga anciana, de rostro macilento; chato y circular como la luna, que le pide unas monedas. Su estampa humilde e hip¨®crita le induce a creer que acaba de salir de la c¨¢rcel. Una descuidera, piensa, e inmediatamente la asocia, en una enso?aci¨®n ef¨ªmera, con la mujer que le abandon¨® en la cuna:

?Y si fuera ella? me dije mientras me alejaba de la pordiosera. Si lo fuese, ir¨ªa a cubrirla de flores y de besos. Llorar¨ªa de ternura sobre sus ojos de pez luna, sobre su cara obtusa y boba.

La visi¨®n de la madre del fedai Hamza, de quien fue hu¨¦sped en el campo de refugiados palestinos de Irbid en 1970, es mucho m¨¢s elaborada y compleja. La mujer, m¨¢s joven que Genet, que le acoge en el lecho de su hijo, partido en misi¨®n de combate a los Territorios Ocupados por Israel, y le lleva a oscuras, de puntillas, crey¨¦ndolo dormido, una taza de caf¨¦, se transforma, como la Mater Dolorosa de las estatuas, en la madre simb¨®lica del escritor, la que vela por ¨¦l, como en aquella noche sagrada, a lo largo de su vida: una fantas¨ªa, nos dice, acariciada desde la infancia, cuando el escritor ten¨ªa cinco a?os.

La estampa de Hamza y su madre —la suya y la del guerrillero palestino—, superpuesta en calcoman¨ªa a la de la Piet¨¤ y el Crucificado, enlazar¨¢ sucesivamente con la de la Virgen portada en procesi¨®n por las Falanges maronitas libanesas y con la Virgen Negra del monasterio de Montserrat. "Dios, creador del cielo y de la tierra, debi¨® de divertirse mucho esculpiendo sus rocas rojizas y faloides", nos dice Genet, que asisti¨® en su vejez, en la abad¨ªa, a la conmemoraci¨®n religiosa de Pentecost¨¦s, con m¨²sica de Palestrina evocadora en su mente de Palestina. El abad, refiere en Un cautivo enamorado, besa a los fieles y ¨¦l acepta su doble ¨®sculo, pero no lo trasmite a su vecino, como es la norma, con lo que rompe la cadena de confraternidad.

En su correspondencia conmigo de aquella ¨¦poca —substra¨ªda por un clept¨®mano compulsivo, que tuvo no obstante la delicadeza de dejar una fotocopia, durante su exhibici¨®n en la Diputaci¨®n de Almer¨ªa—, describe su viaje por la Espa?a del tardofranquismo, se burla del aburguesamiento de Barcelona y refiere un ligue con un chapero que se dice estudiante de sociolog¨ªa, en las faldas del Tibidabo. Por estas fechas, ya no es el delincuente en el que so?aba ser cuarenta a?os antes sino el escritor voluntariamente marginal que busca primero en las Panteras Negras y luego en los feday¨ªn la causa que le aleje de una Francia y una Europa de las que se ha distanciado para siempre.

Al final de Diario del ladr¨®n, Genet anuncia una segunda parte que nunca escribi¨®: se propone en ella, dice, "relatar, descubrir, comentar, los fastos del presidio ¨ªntimo que hall¨¦ en m¨ª despu¨¦s de atravesar este espacio interior que he llamado Espa?a". Su deseo juvenil de cubrir el mundo con su progenie abominable ceder¨¢ paso, tras su estancia en los campos de refugiados palestinos de L¨ªbano y Jordania, a un retorno a su origen desconocido. "Esta ¨²ltima p¨¢gina de mi libro —escribe en El cautivo enamorado— es transparente". Transparencia que deja pasar la luz: su camino de perfecci¨®n moral a trav¨¦s de vericuetos imprevisibles y por v¨ªas distintas de las de Juan de la Cruz y del derviche suf¨ª Mawlana, le ha conducido a una subversiva y pagana forma de santidad. O

Diario del ladr¨®n. Jean Genet. Traducci¨®n de Mar¨ªa Teresa Gallego e Isabel Reverte. Seix Barral. Barcelona, 1994. 232 p¨¢ginas. 4,51 euros.

Lecturas francesas

El "territorio moral" de Genet atrajo, despu¨¦s del alzamiento popular de la Semana Tr¨¢gica y de la bonanza originada por la neutralidad espa?ola durante la Primera Guerra Mundial a numerosos escritores franceses, seducidos por el bullicio y promiscuidad del Barrio Chino.

- Paul Morand, La nuit catalane (1929)

- Montherland, La petite infante de Castille (1929)

- Francis Carco, Printemps d'Espagne (1931)

- Pierre Mac Orlan, La Bandera, (1931), Rues secr¨¨tes (1934)

- J¨¦r?me y Jean Tharaud, Cruelle Espagne (1937)

- Georges Bataille, Bleu du ciel (1935)

La perspectiva adoptada por estos escritores, excepto el ¨²ltimo, es muy semejante a la de los viajeros orientalistas en busca de color local (vicio, miseria, pintoresquismo) con todos los atributos del voyeur.

Entre los autores catalanes de la ¨¦poca, adem¨¢s de Planes, cabe citar a Josep Maria de Sagarra, Vida privada (1932). Con posterioridad a la Guerra Civil, el Barrio Chino tuvo dos minuciosos cronistas que desmitificaron la realidad descrita por los novelistas franceses antes citados: Sebastian Gasch, en Barcelona de nit (1956), y Llu¨ªs Permanyer, en Cites et testimonis de Barcelona (1993).

El libro mejor documentado sobre la estancia de Genet en el Raval es sin duda el de J¨¦r?me Neutres, Genet sur le routes du Sud (Fayard, Par¨ªs 2002), que recomiendo vivamente al lector. J. Goytisolo

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