Vivir sin destruir
Ha pasado casi una d¨¦cada desde que me atacaron con gas lacrim¨®geno en una calle de Seattle, extra?o suceso para la directora general de una de las mayores cadenas de tiendas del mundo. Fue una experiencia formativa que me ense?¨® dos cosas importantes sobre el planeta.
Ocurri¨® a finales de noviembre de 1999, y estaba en esa ciudad, igual que cientos de miles de personas, para lo que result¨® ser la fracasada cumbre de la Organizaci¨®n Mundial del Comercio. Un d¨ªa, hab¨ªa 300 ni?os vestidos de tortuga, una alusi¨®n a la decisi¨®n de la OMC de declarar ilegal la prohibici¨®n de los langostinos capturados en redes que tambi¨¦n ahogan a 150.000 gal¨¢pagos. Al d¨ªa siguiente presenci¨¦ escenas que no hab¨ªa visto nunca. Hab¨ªa gas lacrim¨®geno por todas partes, pelotas de goma a quemarropa contra multitudes de manifestantes, gas pimienta y grupos de polic¨ªas que parec¨ªan soldados de las tropas de asalto, con m¨¢scaras, protecci¨®n completa y botas militares, y sin placas ni ning¨²n otro identificador visible. Tambi¨¦n se ve¨ªa mucha sangre. Lo que parec¨ªa especialmente injusto era que, por lo que s¨¦, no hab¨ªa habido violencia previa contra instalaciones ni personas, salvo que hab¨ªan impedido que los delegados entraran en el Centro de Convenciones y el Teatro Paramount, donde iba a tener lugar la ceremonia de apertura.
Ocurri¨® en noviembre de 1999. La experiencia de ser atacada con gas lacrim¨®geno en Seattle cambi¨® mi vida
Tom¨¦ conciencia de que los que estaban detr¨¢s de esa globalizaci¨®n no se detendr¨ªan ante nada para imponerse
(...) La experiencia de ser atacada con gas lacrim¨®geno en Seattle cambi¨® mi vida. En primer lugar, me di cuenta de que, probablemente, yo era la ¨²nica directora general de una importante cadena internacional de tiendas que se encontraba al otro lado del cord¨®n policial, lo cual me preocupaba, no por m¨ª, sino por el mundo empresarial. Para triunfar como empresario hay que concebir el mundo de manera diferente: si los ¨²nicos que lo consiguen se alinean con los poderosos, algo va mal. En segundo lugar, tambi¨¦n tom¨¦ conciencia de que los que estaban detr¨¢s de esa globalizaci¨®n no se detendr¨ªan ante nada para imponer su voluntad al mundo.
Porque hay m¨¢s de una forma de globalizaci¨®n.
Todav¨ªa estoy a favor de entender el planeta teniendo en cuenta y respetando la multiplicidad de culturas, veo el lado oscuro de las cosas y descubro las crueldades que est¨¢n ocurriendo, e incluso puedo hacer algo al respecto. Pero la forma de globalizaci¨®n preconizada primero por la OMC y despu¨¦s llevada a un nuevo nivel por la Administraci¨®n de Bush es la de que s¨®lo importan el dinero y el poder, que de alguna manera acaban filtr¨¢ndose en beneficio de los m¨¢s pobres de la Tierra.
Estar en Seattle entonces, buscando vinagre y agua para aliviarme el escozor de ojos, me hizo horriblemente consciente de esta ind¨®mita globalizaci¨®n y de lo que conlleva.
No obstante, en los a?os posteriores mi visi¨®n de Seattle cambi¨®, se ampli¨®. Los gal¨¢pagos, la vestimenta, los disfraces, el color, la m¨²sica, el ambiente de carnaval, la alegr¨ªa que se respiraba... fue un intento valiente no s¨®lo de hacerse con las calles en una burda farsa de poder, sino de humanizar la imagen de la fuerza bruta con creatividad, imaginaci¨®n y diversi¨®n.
La mayor parte de las grandes empresas mantiene una actitud ambigua respecto al carnaval. Les gusta la idea de fiesta porque pueden vender tarjetas de felicitaci¨®n, refrescos y regalos. Pero tambi¨¦n suelen temer el poder creativo de la gente, que ¨¦sta tome la iniciativa, y comparten el miedo que los gobiernos siempre han tenido a lo que llaman "el populacho", a que las personas decidan por s¨ª mismas, a que hagan casi de todo en la calle salvo comprar o desplazarse al trabajo.
Ninguna de estas dos cosas es intr¨ªnsecamente necesaria para llevar una vida plena; en cambio, la alegr¨ªa, el color y el esp¨ªritu de celebraci¨®n son esenciales, como lo es, m¨¢s que nada, la belleza. Precisamos muy diversos elementos para vivir una vida aceptable y, a menudo, conocemos mejor lo que nos hace infelices que lo que nos satisface. Si nos sentimos aislados, no apreciados, inseguros material y socialmente, o, sencillamente, sin amor, somos infelices. Pero la cuesti¨®n es m¨¢s complicada: seg¨²n las estad¨ªsticas, la gente es m¨¢s desgraciada cuando vive en una sociedad polarizada, en la que hay una gran distancia entre los ricos y pobres, donde la vida y la sociedad carecen de sentido, o cuando la poblaci¨®n tiene menos influencia en la vida pol¨ªtica.
(...) As¨ª, el consumismo impide el cumplimiento de esas necesidades superiores. No le importa si el entorno en que compramos es bonito o feo. Pocos aspectos de la econom¨ªa en nombre de los cuales nos atacaron con gases lacrim¨®genos potencian la belleza o la comunidad y, lo que es peor, en varios sentidos la econom¨ªa global los rechaza mediante la manipulaci¨®n deliberada de la deuda, que es un est¨ªmulo tan poderoso como cualquier otro inventado a lo largo de la historia, tanto como la tiran¨ªa. Por otro lado, la satisfacci¨®n de estas necesidades vitales requiere un tipo de econom¨ªa radicalmente distinto, que favorezca la belleza, la comunidad y la creatividad.
Imaginemos por un momento que la belleza fuese la prioridad principal del nuevo programa del Gobierno. Vayamos m¨¢s lejos e imaginemos que he prestado juramento como ministra responsable del espacio p¨²blico.
Lo primero que descubrir¨ªa una vez instalada en mi despacho ministerial es que mi labor resultar¨ªa no s¨®lo divertida, sino, adem¨¢s, muy poco costosa. Empezar¨ªa organizando un D¨ªa del Disfrute Com¨²n, un carnaval anual lleno de belleza que pondr¨ªa el mundo patas arriba, como se hac¨ªa en la Edad Media. A continuaci¨®n redactar¨ªa una propuesta de ley sobre vallas publicitarias. No permitir¨ªa que volviesen a mostrar anuncios, sino ¨²nicamente poes¨ªa, textos ingeniosos y arte.
Eso me ocupar¨ªa los primeros d¨ªas. Despu¨¦s me procurar¨ªa pianos a prueba de agua y de ladrones, que aparecer¨ªan discretamente en plazas p¨²blicas y en los campos. Luego redactar¨ªa proyectos de ley sobre el D¨ªa Art¨ªstico de la Acera Italiana, los D¨ªas del Arte Automovil¨ªstico, en los que uno podr¨ªa decorar su coche como quisiera: forrado de hierba, o alicatado con trozos de cristal, o embadurnado de tarta.
(...) Recuerdo cuando hace poco cog¨ª el metro en la estaci¨®n Victoria y, cuando entr¨¦ en el vag¨®n, alguien que hab¨ªa saboteado el sistema de megafon¨ªa empez¨® a cantar: "?Ay ho, ay ho, vamos a trabajar...!". Los pasajeros soltamos una carcajada y observamos las reacciones de los dem¨¢s. Ocurri¨® una transformaci¨®n sorprendente: por fin los currantes camino al trabajo divirti¨¦ndose juntos.
Como ministra responsable del espacio p¨²blico, me acercar¨ªa a los artistas j¨®venes que intentan cambiar el mundo con el arte, con proyectos creativos de recuperaci¨®n de lugares degradados, generando di¨¢logo entre grupos, trabajando en orfanatos. En la batalla campal de Seattle me encontr¨¦ precisamente con esos grupos, los art¨ªfices del maravilloso esp¨ªritu de carnaval, que dise?aban banderas y marionetas y colgaban pancartas en lugares casi inaccesibles. Pensaba y sigo pensando que representan un futuro din¨¢mico para el arte y que est¨¢n contribuyendo a que el arte y la vida vuelvan a fundirse.
John Maynard Keynes, el genial economista, habl¨® del espantoso despilfarro de un sistema econ¨®mico incapaz de apreciar el arte y la belleza. En 1933, en un discurso ante el Gobierno irland¨¦s, inst¨® a pol¨ªticos y economistas -los que ten¨ªan poder- a elevar sus ambiciones e invertir dinero en belleza. Y se lamentaba de que "en Inglaterra, con lo que llevamos gastado en subsidios desde la guerra, podr¨ªamos haber convertido nuestras ciudades en las m¨¢s grandiosas construcciones de la humanidad".
Keynes fue un economista con un gran inter¨¦s por el arte. Promovi¨® el Arts Council, patrocin¨® e invirti¨® en el Cambridge Arts Theatre y se cas¨® con una bailarina. Sus actos avalan sus palabras. Y, sin embargo, si di¨¦semos un corto paseo por las urbanizaciones perif¨¦ricas de las principales ciudades europeas, por no hablar de las americanas y las asi¨¢ticas, descubrir¨ªamos la infame fealdad en la que esperamos que vivan grandes grupos de poblaci¨®n mundial.
A menudo, la fealdad se ha dise?ado deliberadamente en forma de monstruo de hormig¨®n, empleando fondos que siguen siendo una deuda pendiente mucho despu¨¦s de que las nuevas bastillas se hayan desmoronado.
Y no son s¨®lo los edificios, sino tambi¨¦n la suciedad, la contaminaci¨®n y la inhumana ausencia de ¨¢rboles y plantas, necesidades vitales. ?Por qu¨¦ piensan nuestros dirigentes que los pobres no necesitan nada verde ni natural?
Como encargada del espacio p¨²blico, se esperar¨ªa de m¨ª que en las reuniones del Consejo de Ministros defendiese que la aspiraci¨®n de embellecer va asociada a una forma diferente de medir el ¨¦xito, una moneda y un m¨¦todo diferentes. Es un objetivo que requiere ingenio, calor humano e imaginaci¨®n. La belleza y el ¨¦xito econ¨®mico no est¨¢n re?idos. Los lugares m¨¢s pr¨®speros de la Tierra son en su mayor¨ªa bellos, y si no lo son, pronto dejan de ser pr¨®speros. Las personas buscan vivir e invertir en lugares que les hagan sentirse bien.
Durante un cuarto de siglo o m¨¢s he intentado cambiar el mundo mediante el comercio y, por tanto, no soy uno de esos puritanos que piensan que la gente civilizada deber¨ªa prescindir de ir de compras. Pero embellecer el espacio p¨²blico no implica principalmente comprar: el consumismo no ayuda en nada. Una regeneraci¨®n basada en la recuperaci¨®n de los peque?os comercios requerir¨¢ tambi¨¦n embellecimiento. Se necesita una moneda radicalmente distinta: triunfaremos o fracasaremos dependiendo de cu¨¢nta imaginaci¨®n pongamos en juego.
Triunfaremos en la medida en que promovamos la comunicaci¨®n y el contacto humanos, y en la medida en que invirtamos las monedas en imaginaci¨®n, las historias sobre gentes y lugares y sus aspiraciones.
(...) Un d¨ªa en la vida de una buena vida: imagina c¨®mo podr¨ªa ser. (...) Ya no hay que romperse la cabeza a la hora de hacer la compra: las empresas y el Gobierno se han coordinado para hacer que el comercio social y ecol¨®gicamente sostenible (cuidadosamente controlado) sea la norma. La cuenta de la compra semanal de comida ha subido, pero no m¨¢s que la calidad, y a lo largo del d¨ªa ahorramos mucho dinero. Los efectos perniciosos de tener sistemas de comida barata se han reducido gradualmente. El caf¨¦, los cereales, la leche y la fruta han recuperado su funci¨®n hist¨®rica de placeres sencillos, sin las consecuencias negativas de la explotaci¨®n remota y la contaminaci¨®n de r¨ªos locales. Se ha generalizado el consumo sostenible y ya no hay que andar leyendo las etiquetas de los envases. Unas pocas operaciones h¨¢biles en juntas de direcci¨®n y c¨¢maras parlamentarias han contribuido a hacer que los mercados alimentarios sean justos y sostenibles.
Por el d¨ªa, la gente disfruta saliendo por su zona gracias a que los n¨²cleos urbanos se han vuelto lugares m¨¢s acogedores, y por la noche ocurre lo mismo. Es lo que sucede en pa¨ªses como Italia, donde la gente de todas las edades sale al atardecer a pasear por las calles, sin ning¨²n fin. El aumento de tiempo libre ha llevado a que se recuperen fiestas y celebraciones medio olvidadas y que se inventen otras para conmemorar y celebrar multitud de cosas: acontecimientos mundiales, personales, los cambios de estaci¨®n, historia local, etc. En general, se festeja mucho m¨¢s.
El renacer de las econom¨ªas locales, con sus idiosincrasias, ha dado m¨¢s car¨¢cter a las regiones, y resulta interesante viajar por los alrededores para visitar los festivales, bares, restaurantes, cines y teatros. Las ciudades clonadas dominadas por cadenas de tiendas y sitios de venta id¨¦nticos, igual que los abominables cr¨ªmenes de la moda -pantalones exageradamente acampanados, permanentes intensas y chaquetas con hombreras-, han pasado a la historia.
La buena vida es activa, adem¨¢s de plena. Accionando los resortes adecuados, genera su propia energ¨ªa para florecer. Por eso, llegada la noche, la mayor¨ªa de las personas siguen teniendo ganas de accionar otros resortes adecuados, los de los seres que aman. Luego nos relajamos, tal vez cansados, seguramente muy satisfechos, y hacemos balance del d¨ªa, lo concluimos, deseamos que llegue el siguiente y disfrutamos de un sue?o profundo, muy profundo.
Este texto de Anita Roddick, fundadora de la compa?¨ªa de cosm¨¦tica natural Body Shop, forma parte del libro Disfruta la vida sin cargarte el planeta, que estaba en preparaci¨®n cuando ella falleci¨®. La obra, editada por Andrew Simms y Joe Smith, ser¨¢ publicada por Los Libros del Lince a principios de febrero. Precio: 22,50 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.