La belleza entre las tinieblas
A menudo, cuando disfruto de algo especialmente hermoso, un libro muy bueno, una exposici¨®n inolvidable, un espec-t¨¢culo excepcional, siento algo muy parecido a la envidia y me digo: si yo hubiera sido capaz de hacer esto o de participar en esto, creo que sentir¨ªa que mi vida estaba cumplida, que s¨®lo con ello ya habr¨ªa merecido la pena la existencia. Me sucedi¨® el otro d¨ªa viendo alguno de los mejores momentos de Varekai, el ¨²ltimo espect¨¢culo del Circo del Sol. Tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanta gente afan¨¢ndose al un¨ªsono para conseguir un minuto de magia: decoradores, iluminadores, m¨²sicos, actores, maquilladores, figurinistas... adem¨¢s de los artistas circenses, quienes, para lograr ese minuto soberbio, ese vuelo imposible, esa acrobacia exacta, han tenido que machacarse el cuerpo y la mente durante muchos a?os. Toda esa ingente marea de trabajo y talento se va uniendo y armonizando hasta culminar en una representaci¨®n que dan para ti. Qu¨¦ gran regalo. Una vez m¨¢s pens¨¦ que un solo instante de verdadera belleza puede valer toda una vida.
Creo que no somos lo suficientemente conscientes de hasta qu¨¦ punto los seres humanos necesitamos la belleza para vivir. Hablo de una necesidad primaria, b¨¢sica, esencial. De algo casi tan importante para nosotros como la comida. Los croma?ones trogloditas ya usaban collares, ya adornaban sus artefactos. Invert¨ªan tiempo y esfuerzo en hacer objetos aparentemente in¨²tiles. Los neandertales, en cambio, no crearon adornos, aunque ten¨ªan la misma capacidad craneal y, por consiguiente, la misma inteligencia. Ahora los paleont¨®logos se preguntan si el ¨¦xito de los croma?ones se habr¨¢ debido precisamente a esa diferencia; si la belleza nos ayud¨® a sobrevivir. Si esto es as¨ª (y yo lo creo), nada ser¨ªa m¨¢s ¨²til que esa inutilidad.
El poeta rom¨¢ntico Friedrich Schiller dec¨ªa que la pol¨ªtica era una cuesti¨®n de est¨¦tica: "A la libertad se llega por la belleza". Me parece que le entiendo; estoy convencida de que la falta constante de belleza aumenta la violencia y multiplica el mal. Esos chicos nacidos y crecidos en barriadas marginales y horrorosamente feas, esos adolescentes que nunca han podido saciar y tal vez ni siquiera reconocer el hambre de belleza que todo humano posee, son como ni?os f¨ªsicamente maltratados. Individuos heridos y frustrados. La falta de belleza deja cicatrices que no se borran.
Algunos creen ver a Dios en ese af¨¢n de belleza, pero para m¨ª es un rasgo radicalmente humano. Algo que llevamos inscrito en el m¨¢s rec¨®ndito rinc¨®n de nuestras c¨¦lulas, en el chapoteo de nuestra sopa qu¨ªmica. Un regalo gen¨¦tico que nos permite olvidar que somos mortales. La maravillosa exposici¨®n de Rembrandt en el Prado es un ejemplo perfecto de todo esto. En sus 63 a?os de existencia, Rembrandt lo vivi¨® todo. Tuvo un ¨¦xito temprano y arrollador, se cas¨® con una mujer a la que amaba, era un vitalista, sin duda fue feliz. Cada vez pintaba mejor y era m¨¢s verdadero, pero esto tuvo sus costes; su pintura dej¨® de ser tan comercial y empez¨® a irritar a sus clientes, porque no les hac¨ªa los retratos complacientes que exig¨ªa el mercado. Su ¨¦xito se apag¨®, se llen¨® de deudas, tuvo que venderlo todo, incluyendo su colecci¨®n de arte, lleg¨® hasta la m¨¢s completa bancarrota. Cuando falleci¨®, no pose¨ªa m¨¢s que sus pinceles y su ropa vieja.
Uno o dos a?os antes de su muerte pint¨® el ¨²ltimo del centenar de autorretratos que se hizo a lo largo de su vida. Es el Autorretrato como Zeuxis, un cuadro casi monocrom¨¢tico, en sombras y ocres y luces marfile?as, y para m¨ª, la obra m¨¢s conmovedora de la exposici¨®n del Prado. Zeuxis fue un pintor griego tan amante de lo hermoso que, seg¨²n dice la leyenda, muri¨® de risa al tener que retratar a una anciana fe¨ªsima. Rodeado de oscuridad, el rostro de Rembrandt tambi¨¦n sonr¨ªe en este lienzo. Un Rembrandt viejo, arruinado y olvidado, que adem¨¢s hab¨ªa tenido que enterrar a su primera mujer, luego a su querida segunda pareja, mucho m¨¢s joven que ¨¦l, y por ¨²ltimo a su hijo Titus. Frente a todo este desconsuelo y este dolor, Rembrandt sonr¨ªe, y su gesto es el m¨¢s triste y el m¨¢s sabio que he visto. Mira, ¨¦sta es la gran broma, ¨¦sta es la pesada broma de la vida, parece estar diciendo. Hace falta saber mucho para poder verlo tan claro, para asumirlo as¨ª, con esa humanidad y esa modestia. Y con el coraje de seguir pintando. De seguir buscando la belleza entre las tinieblas. Esa belleza que quiz¨¢ nos pueda rescatar del sufrimiento.
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