Fe de vida
Hace unas semanas publiqu¨¦ en este peri¨®dico un art¨ªculo en el que me hac¨ªa eco de la creatividad que todav¨ªa demostraban algunos de nuestros contempor¨¢neos que hab¨ªan llegado o estaban a punto de llegar a los 100 a?os. Citaba los nombres de la neur¨®loga Rita Levi-Montalcino, del cineasta Manoel de Oliveira y del cirujano Mois¨¦s Broggi. En el primer redactado del art¨ªculo a?ad¨ªa a estos nombres el del arquitecto brasile?o Oscar Niemeyer, del que dec¨ªa que no s¨®lo continuaba con su magistral arquitectura, sino que se hab¨ªa iniciado en el oficio de novelista.
No ten¨ªa dudas en los casos de Levi-Montalcino y Oliveira, pues hab¨ªa le¨ªdo informaciones sobre homenajes que recientemente se les han ofrecido, y todav¨ªa menos con respecto al doctor Broggi, al que de vez en cuando encuentro, de buena forma, por Barcelona. Tampoco cre¨ªa tenerlas en lo referente a Niemeyer, pero, para asegurarme, consult¨¦ una prestigiosa enciclopedia cuya ¨²ltima edici¨®n se public¨® hace un lustro. Para mi tristeza y decepci¨®n, le¨ª que Oscar Niemeyer, nacido en 1907, hab¨ªa muerto en 1998. Por lo que contaba la enciclopedia, no se trataba de un error cronol¨®gico, ya que, al describir la obra del arquitecto, sus construcciones se deten¨ªan precisamente en el a?o del fallecimiento.
Las entidades bancarias s¨®lo se preocupan de que los viejos demuestren su supervivencia
Niemeyer no quer¨ªa pasar sus ¨²ltimos a?os de vida como mero superviviente
Como estaba a punto de emprender un largo viaje y di cr¨¦dito a lo que dec¨ªa la afamada enciclopedia, no se me ocurri¨® consultar otras fuentes. Aunque yo hubiera jurado que Niemeyer segu¨ªa vivo y en plena actividad, no s¨®lo en Brasil sino en otros pa¨ªses, era evidente que mi memoria fallaba y hab¨ªa tomado por pr¨®ximo en el tiempo -la intenci¨®n del arquitecto de escribir una novela- lo declarado hac¨ªa ya una d¨¦cada. En consecuencia, al redactar definitivamente el art¨ªculo sobre los creadores centenarios, me vi obligado a excluir a Oscar Niemeyer.
Como me desplazaba a Bogot¨¢ en el vuelo transatl¨¢ntico, tuve tiempo de rememorar con tranquilidad la ¨²nica vez que hab¨ªa visto a Niemeyer en su estudio de R¨ªo de Janeiro en 1995. Era un hombre pleno de vigor que despreciaba la actitud de ciertos arquitectos, de ¨¦sos que empezaban a llamarse arquitectos-estrella, e insist¨ªa en la toma de partido en la lucha contra la explotaci¨®n. Al hablar de Brasilia, su gran creaci¨®n, su balance era contradictorio, pues si bien lamentaba que la miseria se hubiera adue?ado de su utop¨ªa, consideraba del todo l¨®gico que su pulcro trazado original hubiera quedado alterado por la presi¨®n demogr¨¢fica. La arquitectura, opin¨®, no se hac¨ªa para ser esmeradamente retratada en las revistas, sino para ser contaminada por la poblaci¨®n que deb¨ªa habitarla. Sin embargo, a Niemeyer, m¨¢s que de arquitectura, le gus
-taba hablar de otras cosas, especialmente de pol¨ªtica. Cre¨ªa que, antes o despu¨¦s, la revoluci¨®n social har¨ªa de Brasil un gran pa¨ªs y que ¨¦l vivir¨ªa lo suficiente como para comprobarlo. Desgraciadamente, seg¨²n informaba la enciclopedia, hab¨ªa muerto tres a?os despu¨¦s de esta conversaci¨®n.
Cu¨¢l no ser¨ªa mi sorpresa cuando en el vuelo de regreso de mi viaje me encontr¨¦ con una entrevista en El Pa¨ªs Semanal donde un revivido Niemeyer aparec¨ªa, a los 101 a?os, con un aspecto envidiable. No ¨²nicamente estaba vivo y coleando 10 a?os despu¨¦s de su muerte en la citada enciclopedia, sino que parec¨ªa tener proyectos para los pr¨®ximos 100 a?os. De sus palabras pod¨ªa deducirse que, aunque evidentemente no ignoraba la l¨®gica proximidad de la muerte, no quer¨ªa pasar lo que le quedaba de vida como un mero superviviente, alguien que tiene que justificarse ante los dem¨¢s por el mero hecho de continuar viviendo.
No s¨¦ si el l¨²gubre redactor que hab¨ªa matado a Niemeyer en la enciclopedia opina que, en principio, a partir de cierta edad, todo el mundo est¨¢ muerto a no ser que se demuestre legalmente que sigue vivo. Los bancos, por ejemplo, s¨ª son de esta opini¨®n cuando se trata de pagar las pensiones a los viejos que insisten en continuar viviendo. Si no estoy equivocado en la denominaci¨®n, las entidades bancarias, a petici¨®n de la Seguridad Social, exigen peri¨®dicamente a los pensionistas una fe de vida o certificado de vivencia, es decir, la demostraci¨®n clara y palpable de que el sujeto receptor de las mensualidades a¨²n no ha sido definitivamente liquidado a trav¨¦s del certificado de defunci¨®n.
Esta renovaci¨®n peri¨®dica de la fe de vida da lugar, como muchos de ustedes habr¨¢n observado o quiz¨¢ protagonizado, a escenas notablemente pat¨¦ticas. Dado que el individuo obligado a demostrar que est¨¢ vivo no puede hacerlo por tel¨¦fono o a trav¨¦s de un familiar directo -para evitar que se incurra en fraude y en suplantaci¨®n de persona-lidad-, se hace necesario su desplazamiento f¨ªsico a la oficina bancaria o un certificado m¨¦dico que pruebe que su enfermedad o invalidez todav¨ªa no le ha matado. Por consiguiente, no es inusual asistir a la escenograf¨ªa bancaria de la fe de vida, con sospechosos montados en sillas de ruedas a la espera de que alg¨²n empleado tome nota de su resistencia a la parca.
No es que no comprenda esta lucha bancaria contra la eventual picaresca, pero me llama la atenci¨®n que esa f¨¦rrea vigilancia no se haya extendido a todos los ¨¢mbitos de las finanzas. A juzgar por las noticias que nos sobresaltan con tanta asiduidad ¨²ltimamente, nuestros bancos, que monopolizan buena parte de las operaciones que rodean nuestra existencia, son m¨¢s cuidadosos en el momento de vigilar que los viejos demuestren su supervivencia que en el de alejar a los grandes depredadores, quienes, al parecer, no necesitan de fe de vida alguna para ser cre¨ªdos. Claro que una cosa es la peque?a picaresca, adecuada para gentes un poco subdesarrolladas, y otra, la gran picaresca, sin la cual quiz¨¢ no existir¨ªan ni los propios bancos.
Por lo que podemos deducir, durante d¨¦cadas, a banco alguno se le ocurri¨® solicitar a Bernard Madoff ning¨²n certificado de honestidad o algo similar, y debieron ser sus hijos los que finalmente, un tanto traidora y shakespearianamente, lo denunciaran al comprobar que la suculenta herencia era, en realidad, el fraude m¨¢s descomunal. Sin embargo, Madoff -un perfecto caballero, seg¨²n su peluquero de Florida- no es sino el s¨ªmbolo final de una ¨¦poca en la que una legi¨®n de vividores no ha necesitado certificado alguno para enriquecerse honorablemente. Es dudoso que esto cambie mientras se permita la m¨¢xima opacidad bancaria y mientras la ¨²nica aut¨¦ntica transparencia llegue de la mano de esos supervivientes que necesitan de un certificado de vivencia para no ser dados por extintos.
Volviendo al asunto de Oscar Niemeyer: estoy tentado de enviarle el volumen de esa enciclopedia que lo da por muerto desde hace 10 a?os. Para que se r¨ªa. Como se ri¨® Ram¨®n Carande, el gran historiador econ¨®mico, autor de Carlos V y sus banqueros (?siempre los banqueros!), quien en el pr¨®logo a un libro de 1969 escribi¨®: "Con esta nota rectifico un error del tomo V, p¨¢gina 749, de la Enciclopedia de la Cultura Espa?ola, seg¨²n la cual he muerto en Sevilla en 1968. Todav¨ªa no".
Ram¨®n Carande no morir¨ªa hasta 1986. Oscar Niemeyer, ?salud!
Rafael Argullol es escritor.
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