Salvar una naci¨®n
En 'El factor humano' (Seix Barral) John Carlin da cuenta de la capacidad de Nelson Mandela para seducir al oponente y su inteligente decisi¨®n de usar el rugby como medio de reconciliar a blancos y negros. Un caso inspirador para la humanidad
El d¨ªa en que Nelson Mandela fue liberado, tras 27 a?os de c¨¢rcel, Morn¨¦ du Plessis dud¨® si ir a la Grand Parade, la plaza abierta de Ciudad del Cabo en la que el preso m¨¢s famoso del mundo deb¨ªa pronunciar su primer discurso como hombre libre. Finalmente decidi¨® que s¨ª, ir¨ªa.
Du Plessis era seguramente el m¨¢s alto de las decenas de miles de personas reunidas en la Parade aquel 11 de febrero de 1990. Era uno de los personajes m¨¢s famosos de aquella multitud -desde luego, el blanco m¨¢s c¨¦lebre: hab¨ªa sido capit¨¢n de los Springboks, la selecci¨®n surafricana de rugby, y ahora era su manager. Durante los nueve a?os que jug¨® en la selecci¨®n fue un h¨¦roe nacional afrik¨¢ner y, como tal, la expresi¨®n m¨¢s visible de la opresi¨®n racial que simbolizaba la camiseta verde de los Springboks para los surafricanos negros. A diferencia de algunos de sus compa?eros de equipo, hab¨ªa sido capaz de verlo, aunque hab¨ªa optado, con cierta mala conciencia, por no expresar sus opiniones.
Mandela utiliz¨® el rugby como el b¨¢lsamo para reconciliar a blancos y negros bajo el eslogan "Un equipo, un pa¨ªs"
Empezaron a cantar, como tres ni?os de coro gigantes, primero en voz baja, subiendo hasta las notas m¨¢s altas
Por eso no fue demasiado sorprendente que un hombre negro, aparentemente borracho, se acercara a ¨¦l esa tarde, le insultara y le dijera que se fuera, que aqu¨¦lla era una ceremonia en la que ¨¦l no pintaba nada. "Pero lo que me impresion¨® no fue la actitud amenazante de aquel tipo", record¨® Du Plessis. "Fue el hecho de que otro negro se apresur¨® a amonestarle. Entonces se unieron otros, enfadados porque me hubiera tratado as¨ª, y se lo llevaron".
Era gente pobre que hablaba en xhosa, la lengua de Mandela, pero Du Plessis comprendi¨® que ten¨ªan la sutileza pol¨ªtica suficiente para saber que, a cuantos m¨¢s blancos pudiera convencerse de participar en las celebraciones de la liberaci¨®n de Mandela, mejor para todos.
Du Plessis fue a la Parade porque albergaba la esperanza de que la liberaci¨®n de Mandela curara un pa¨ªs que hab¨ªa estado enfermo durante mucho tiempo y que en 1990 conten¨ªa todos los elementos para una guerra civil.
Sus esperanzas se cumplir¨ªan, y Du Plessis lleg¨® cinco a?os m¨¢s tarde a descubrir que desempe?ar¨ªa un papel clave en el plan magistral de Mandela de transformar un s¨ªmbolo de divisi¨®n en un instrumento unificador, en usar el rugby como el b¨¢lsamo para la reconciliaci¨®n de blancos y negros bajo el eslogan "Un equipo, un pa¨ªs".
El gran acto de generosidad de Mandela fue llevar el torneo de la Copa del Mundo de rugby a Sur¨¢frica, emocionando a los afrik¨¢ners que no hab¨ªan podido ver rugby de primer nivel a causa del boicoteo internacional a los Springboks en la d¨¦cada de los ochenta. La genialidad de Du Plessis fue convencer a los Boks para que aprendieran un himno de resistencia negra que para muchos blancos surafricanos era una expresi¨®n amenazante de la vasta marea negra que pod¨ªa alzarse y devorarlos.
En los partidos de los Springboks, la muchedumbre afrik¨¢ner siempre entonaba como un grito de guerra el himno Die Stem (la llamada), cuya letra celebra los triunfos de los b¨®ers cuando avanzaron en sus carretas hacia el norte en la Gran Marcha de mediados del siglo XIX, durante la que fueron apropi¨¢ndose de las tierras de los negros por el camino.
La respuesta negra era el Nkosi Sikelele iAfrika (Dios bendiga a ?frica), la sentida expresi¨®n de un pueblo que hab¨ªa sufrido durante largos a?os y anhelaba la libertad. En los a?os del apartheid, a menudo provocaba la intervenci¨®n violenta de la polic¨ªa cuando se cantaba con tono desafiante.
Mandela contradijo al comit¨¦ ejecutivo de su Congreso Nacional Africano (CNA) cuando ¨¦ste quiso reemplazar el Die Stem por el Nkosi Sikelele como himno nacional, en un momento en el que hab¨ªa gran tensi¨®n pol¨ªtica y exist¨ªan temores de un golpe de extremistas blancos. Mandela expuso su punto de vista. "Esta canci¨®n que despach¨¢is con tanta facilidad contiene las emociones de muchas personas a las que todav¨ªa no represent¨¢is. De un plumazo, decidir¨ªais destruir la ¨²nica base de lo que estamos construyendo: la reconciliaci¨®n".
Las dos canciones se convirtieron en los himnos cooficiales; pero en la toma de posesi¨®n de Mandela como presidente, en 1994, pocas voces blancas cantaron el Nkosi Sikelele. Du Plessis decidi¨® que sus hombres pod¨ªan hacerlo mejor.
Mandela y ¨¦l ten¨ªan una misma misi¨®n imposible: convencer a los negros de que ejecutaran un vuelco hist¨®rico y apoyaran a los Boks. Mandela estaba realizando la labor que le correspond¨ªa dentro del CNA, transmitiendo el mensaje a su gente de que "ellos" eran ya "nosotros". Du Plessis sab¨ªa que las consecuencias pod¨ªan ser terribles si, antes de cada partido de la Copa del Mundo, la gente ve¨ªa a los Springboks cantando la letra de Die Stem en afrik¨¢ans y en ingl¨¦s con entusiasmo, pero no la del Nkosi Sikelele.
Du Plessis no hab¨ªa hablado de pol¨ªtica con ninguno de los jugadores, pero no ten¨ªa motivos para creer que fueran otra cosa que los t¨ªpicos votantes del Partido Nacional, que hab¨ªa impuesto el apartheid durante casi medio siglo con la ignorancia y los prejuicios que eso entra?aba.
"Ten¨ªamos a algunos afrik¨¢ners de pura cepa, y el himno
[el Nkosi Sikelele] estaba en xhosa, que era la lengua del que, para muchos surafricanos blancos, hab¨ªa sido el enemigo. Era duro pedir a estos chicos que cantaran una canci¨®n que ten¨ªa esas connotaciones". Y era duro ense?arles a pronunciar las palabras en xhosa. Dos de los jugadores de la plantilla lo hablaban un poco, los 24 jugadores restantes no ten¨ªan ni idea.
Por suerte, Du Plessis ten¨ªa una amiga que pod¨ªa ayudar, una vecina suya en Ciudad del Cabo llamada Anne Munnik. Era una mujer blanca de treinta y tantos a?os, esbelta, atractiva y vivaz, de habla inglesa, que se ganaba la vida ense?ando xhosa. Se qued¨® estupefacta cuando Du Plessis le sugiri¨® que diera una clase a los Boks para ense?arles a cantar el Nkosi Sikelele. ?C¨®mo reaccionar¨ªan?
Munnik pens¨® en algunos de sus nombres guturales, t¨ªpicos del afrik¨¢ner (Kobus Wiese, Balie Swart, Os du Randt, Ruben Kruger, Hannes Strydom, Joost van der Westhuizen, Hennie le Roux), y ten¨ªa la sensaci¨®n de que, desde el punto de vista pol¨ªtico, tambi¨¦n deb¨ªan de tener m¨¢s en com¨²n con la extrema derecha que con el CNA, con Die Stem que con el Nkosi Sikelele. Con serias reservas, acept¨®.
Quedaron una tarde de la tercera semana de mayo de 1995 en el hotel de Ciudad del Cabo en el que se alojaba el equipo durante los preparativos para el primer partido de la Copa contra los campeones del mundo, los australianos, para el que faltaban pocos d¨ªas. Du Plessis, una torre al lado de la menuda profesora, la present¨® como una vieja amiga. Los jugadores reaccionaron como adolescentes. Codazos, gui?os, gestos de complicidad.
"Cuando Morn¨¦ dijo que hab¨ªa estado en mi granja varias veces no hubo m¨¢s que hablar", recordaba Anne Munnik. "Todo fue 'oh', y 'ah', y risitas, y carcajadas, e insinuaciones, y empezaron a tomarnos el pelo".
Pero sin mala intenci¨®n. Era aficionada al rugby, pero nada de lo que hab¨ªa visto en televisi¨®n la hab¨ªa preparado para el tama?o de aquellos hombres en carne y hueso. Wiese y Strydom med¨ªan 1,93 metros y pesaban 125 kilos; Swart med¨ªa casi ocho cent¨ªmetros menos, pero era tan ancho como la puerta de un establo.
Dio a cada jugador una hoja de papel con la letra de la canci¨®n y les hizo leerla, repitiendo las palabras m¨¢s dif¨ªciles e intentando reproducir los sonidos chasqueantes del xhosa, casi imposibles para personas que no los hubieran aprendido desde ni?os. "Luego, cuando lleg¨® el momento de cantar", contaba, a¨²n sorprendida, a?os m¨¢s tarde, "lo hicieron con mucho sentimiento". Kobus, Wiese y Strydom ten¨ªan talento natural. Wiese (pronunciado Vise) era uno de los payasos del equipo y un hombre cuya agudeza mental parec¨ªa impropia de su tama?o, pero nadie habr¨ªa podido acusarlo nunca de ser progresista. La liberaci¨®n de Mandela, seg¨²n reconoc¨ªa ¨¦l mismo, le hab¨ªa dejado fr¨ªo.
Wiese se asombr¨® al ver con qu¨¦ rapidez la m¨²sica del Nkosi Sikelele, desde la primera vez que cant¨® el himno, hab¨ªa eliminado de un plumazo los escr¨²pulos pol¨ªticos. "Hab¨ªa o¨ªdo la canci¨®n, por supuesto", contaba. "Hab¨ªa visto en televisi¨®n esas masas enormes de negros desfilando, cantando y bailando por las calles con palos y neum¨¢ticos en llamas; les hab¨ªa visto arrojar piedras e incendiar casas. Y siempre se o¨ªa el Nkosi Sikelele iAfrika de fondo. Para m¨ª, y pr¨¢cticamente para todos los que conoc¨ªa, el himno era sin¨®nimo de swart gevaar, el peligro negro. Pero el caso es que me gusta mucho cantar. Siempre me ha gustado. Y de pronto descubr¨ª, para mi asombro, que estaba atrapado en el canto, que era una melod¨ªa preciosa.
Fran?ois Pienaar, el capit¨¢n, que hab¨ªa conocido a Mandela un a?o antes y hab¨ªa quedado cautivado, se uni¨® al grupo con buena voluntad, pero le costaba much¨ªsimo la pronunciaci¨®n de las palabras y ten¨ªa la canci¨®n en s¨ª menos presente -"pocos de nosotros conoc¨ªamos ni siquiera la melod¨ªa, la verdad"- que Wiese, con toda su falta de progresismo.
(...) Hennie le Roux, uno de los miembros m¨¢s solemnes del grupo, se dedic¨® con gran aplicaci¨®n a las lecciones de Anne Munnik. Era tan poco pol¨ªtico como los dem¨¢s, pero ten¨ªa ya muy clara la necesidad nacional de aprender el Nkosi Sikelele. Lo hab¨ªa comprendido, como otros Springboks, a su llegada al hotel de Ciudad de El Cabo unos d¨ªas antes, cuando el personal, en su mayor¨ªa negro, sali¨® a recibirles en el vest¨ªbulo. "Nos recibieron cantando, bailando y celebrando, felices de vernos, muy acogedores. Fue algo que no hab¨ªamos visto nunca en nuestras carreras, unos negros ah¨ª delante, salud¨¢ndonos con tanto entusiasmo como el que nos mostraban las muchedumbres de aficionados blancos m¨¢s enloquecidos. Fue un gran momento para todos nosotros".
James Small lo dec¨ªa de forma m¨¢s directa. "Nos miramos entre nosotros y pensamos: ?Joder, aqu¨ª est¨¢ pasando algo!" Para Le Roux, ¨¦se fue el momento en el que comprendi¨® que ten¨ªa que poner algo de su parte. "Si ellos estaban tan dispuestos a estar a nuestro lado, lo menos que pod¨ªamos hacer nosotros era un esfuerzo para aprender su canto".
Munnik estaba a punto de acabar la clase cuando los tres jugadores m¨¢s grandotes del equipo, Wiese, Strydom y Swart, alzaron la mano: ?Pod¨ªan cantar el himno una vez m¨¢s, ellos tres solos? "Dije: '?Por supuesto! Y empezaron a cantar, como tres ni?os de coro gigantes, primero en voz baja, subiendo hasta las notas m¨¢s altas. ?Lo cantaron de forma tan hermosa! Los dem¨¢s jugadores se quedaron boquiabiertos. No hubo risas ni bromas. Simplemente los miraron".
Para los tres gigantes, cantar aquella canci¨®n tuvo el poder de una epifan¨ªa. "?All¨ª se qued¨® mi inocente ignorancia, hecha a?icos!", exclamaba Wiese. "Cuando aprend¨ª la letra de aquel canto se me abrieron las puertas. Desde entonces, cada vez que oigo a un grupo de negros cantando el Nkosi Sikelele... es deslumbrante, t¨ªo. Es precioso".
El equipo cant¨® el Nkosi Sikelele en el partido inaugural contra Australia, y en cada partido mientras iban camino hacia la final. Pero cuando llegaron a la final contra Nueva Zelanda, Pienaar, el capit¨¢n de los Springboks, se qued¨® mudo. "No pude cantar el himno", reconoci¨®. "No me atrev¨ª". Hab¨ªa querido desesperadamente estar a la altura de la ocasi¨®n, ser un ejemplo, no decepcionar a Mandela. Hab¨ªa visualizado la escena una y otra vez en su cabeza. Sin embargo, cuando lleg¨® el momento, cuando los dos equipos se pusieron en fila a un lado del campo, antes del partido, y la banda toc¨® los primeros compases del Nkosi Sikelele, no fue capaz de abrir la boca. (...) Dos horas despu¨¦s prob¨® el sabor de la victoria. Ante el j¨²bilo de toda una naci¨®n, los Springboks ganaron el partido y se coronaron campeones del mundo.
El factor humano, de John Carlin (Editorial Seix Barral) se publica el 27 de enero. Precio: 19 euros.
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