Risas en la niebla
Una de las pocas ventajas de la Navidad espantosa es que de vez en cuando da se?ales de vida alguien semiolvidado o de quien no se sabe nada hace a?os. Utilizo la palabra "semiolvidado" a falta de otra mejor y porque el olvido cabal casi no existe: una cosa es no acordarse normalmente de algo o de alguien y otra distinta que, si ese algo o ese alguien reaparecen o nos son tra¨ªdos a la memoria, aun as¨ª seamos incapaces de recordarlos. Rara es la ocasi¨®n en que no nos "suenan", en que no surge en nuestro cerebro una vaga y nebulosa reminiscencia, y entonces comprobamos que el olvido siempre es "tuerto", como dije en una novela, y jam¨¢s ciego o jam¨¢s completo. A menudo hay que hacer un esfuerzo para distinguir lo evocado, y a veces ni siquiera se logra salir de la densa bruma que nos permite s¨®lo entrever, y aceptar que quien nos devuelve el recuerdo no miente. "Debi¨® de ser como dice", pensamos, "porque algo vislumbro". Uno aprende, adem¨¢s, que otros recuerdan mejor que uno mismo cosas que dijimos, hicimos o nos ata?eron directamente. Uno vivi¨® algo, por ejemplo, y se lo cont¨® a un amigo. Despu¨¦s olvid¨® esa vivencia -quiz¨¢ porque al cabo del tiempo le rest¨® importancia-, y en cambio el amigo recuerda para siempre el relato que escuch¨® de nuestros labios. Olvidamos las cartas que escribimos m¨¢s que las que le¨ªmos, lo que dijimos m¨¢s que lo que nos dijeron y o¨ªmos. No digamos las ofensas y los da?os y agravios: recordamos mucho m¨¢s los que nos infligieron que los que infligimos. Si quisi¨¦ramos repasar a fondo nuestras vidas, tendr¨ªamos que rastrear testigos.
Una de esas personas que "se hacen vivas" en diciembre -por expresarlo a la italiana- es un amigo de primer¨ªsima juventud, Nacho Amado, que siempre fue deliberadamente misterioso y desconcertante, lo cual no quita para que tambi¨¦n fuera muy cari?oso y simp¨¢tico. Era amigo de mis primos, Ricardo y Carlos Franco, sobre todo del segundo, y tal vez lo conoc¨ª un verano que pas¨¦ con ellos en Sangenjo. Lo consider¨¢bamos un atleta, porque lanzaba la jabalina y corr¨ªa los cien metros y era muy musculoso. De cara -es una semejanza descubierta a posteriori- se parec¨ªa al escritor Thomas Bernhard en sus retratos de joven. Daba la impresi¨®n de vagar y estar permanentemente en la calle, porque aparec¨ªa con frecuencia, sin avisar y a deshoras, por la casa de mi primo Carlos o por la m¨ªa. Tomaba asiento y nos espetaba a uno o a otro: "?Qu¨¦ me cuentas de nuevo?" Y esperaba, en efecto, que se le relataran cosas, mientras que ¨¦l no soltaba prenda. Lo que quisiera que le contara uno le sol¨ªa provocar carcajadas, ten¨ªa una especial habilidad para ver el lado c¨®mico que casi todo encierra, y en particular para aislar expresiones o frases que le hac¨ªan verdadera gracia, ya fueran orales o escritas. Luego las memorizaba, y era capaz, al cabo de a?os, de recitarlas y celebrarlas como si acabaran de ser pronunciadas. No era muy lector por entonces, pero decidi¨® tener un ¨ªdolo literario, Patrick Modiano. Y tambi¨¦n uno cinematogr¨¢fico, Roman Polanski. Andaba casi obsesionado con ambos, y no era raro que me preguntara, imperioso: "?Qu¨¦ m¨¢s sabes de Modiano?", o "?Qu¨¦ novedades hay de Polanski?", como si yo hubiera de conocerlos. Ante su insaciable insistencia, creo haber inventado en su d¨ªa unas cuantas leyendas absurdas sobre el franc¨¦s y el polaco. Tambi¨¦n le dio por fijarse -en ambos sentidos del verbo- en una pel¨ªcula que en modo alguno era una obra maestra, Hello, Dolly!, de Gene Kelly, cuyos di¨¢logos repet¨ªa interminablemente entre risas.
Uno de sus personajes favoritos de la vida real era mi t¨ªo Ricardo, el padre de mis primos, m¨¦dico, bromista con sus pacientes pero m¨¢s bien hosco en casa, falangista de gran pureza que hab¨ªa combatido en la Divisi¨®n Azul. Nacho, que se quedaba a menudo a cenar all¨ª, le dejaba junto a su plato diversos textos para ver su reacci¨®n y luego celebrar con nosotros las antol¨®gicas frases con que mi t¨ªo los despachaba. Recuerdo que una vez le dej¨® un libro de Freud, abierto por una p¨¢gina subrayada. Mi t¨ªo ley¨® los p¨¢rrafos, sac¨® su pluma con parsimonia y anot¨® en un margen: "T¨² lo que eres es un psiquiatra asqueroso que s¨®lo quiere joder a la poblaci¨®n, como todos". Otra vez le dej¨® una octavilla antitaurina, escrita por unos ingleses. Mi t¨ªo la ley¨® y la alej¨® de s¨ª con desprecio y resumi¨® su impresi¨®n en una palabra: "Afeminados".
M¨¢s tarde Nacho se hizo bombero forestal, y criador de perros, y le perd¨ª la pista. A finales de los ochenta tuve, durante dos cursos, una alumna norteamericana muy callada. Tiempo despu¨¦s reapareci¨® Nacho un d¨ªa y me confes¨® que aquella joven hab¨ªa sido su mujer en el tiempo en que yo le daba clase, y que gracias a ella ten¨ªa un mont¨®n de frases m¨ªas "impagables". Supe entonces que hab¨ªa pasado a?os en los Estados Unidos, con y sin ella. La ¨²ltima vez que lo vi -hace ya tiempo, no se deja ni tengo su n¨²mero- sigui¨® tan misterioso como de costumbre y no me cont¨® a qu¨¦ se dedicaba. S¨®lo le entresaqu¨¦ que viajaba con frecuencia a Senegal y a Thailandia, a qu¨¦ no tengo ni la menor idea. Ahora me ha mandado una nota navide?a, sin remite, en la que todav¨ªa me cita frases remotas que le hac¨ªan una gracia loca cuando ten¨ªamos diecinueve a?os. Las palabras se abren paso trabajosamente entre la niebla, y s¨ª me "suenan". Y me a?ade otras que lo han divertido recientemente, de la pel¨ªcula Invitaci¨®n a un pistolero: "?Qu¨¦ hace ahora?", pregunta un ciego. "Est¨¢ destruyendo la ciudad", le contestan. Y s¨ª, veo a Nacho Amado ri¨¦ndose, y subray¨¢ndolas: "Est¨¢ destruyendo la ciudad. Qu¨¦ respuesta inolvidable".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.