Teolog¨ªa del verm¨² de grifo
Poble Sec arriba, donde la monta?a asoma y la cuesta toma tintes dram¨¢ticos -en una calle peatonal que sue?a con ser la rambla del barrio- existe una peque?a bodega. En su origen, aqu¨ª se despachaba vino a granel y algunas conservas de marisco. Era uno de esos lugares donde se mandaba al ni?o a buscar una garrafa de tinto, mientras los parroquianos se tomaban sus anchoas. Nada que no hubiese existido en cualquier barriada. De vez en cuando, los portalones se abr¨ªan y el carro que tra¨ªa el g¨¦nero entraba hasta el fondo del establecimiento y vaciaba su dep¨®sito de garnacha o de priorato en uno de los toneles.
Durante d¨¦cadas, obreros de la madera, cupletistas retiradas y emigrantes aragoneses se encontraron y se conocieron entre estas cuatro paredes. Pero lleg¨® la televisi¨®n, se muri¨® el dictador y cambiaron los tiempos; a principios del siglo XXI era un anacronismo comercial, como el vodevil o las ligas de encaje. La bodega Salt¨® estaba a punto de cerrar cuando -en la Nochebuena de 2001- las cosas tomaron un giro inesperado. Dos transe¨²ntes entraron a comprar una botella de cava y se enamoraron del lugar. Desde entonces, Lidia L¨®pez y Jos¨¦ Luis Canovas son las cabezas pensantes de la Gran Bodega Salt¨® (as¨ª, escrito con may¨²sculas).
La Gran Bodega Salt¨®, de la calle de Blai, est¨¢ en v¨ªas de convertirse en un nuevo cl¨¢sico de la ciudad
La cosa tiene su gracia. ?ste es, quiz¨¢, el ¨²nico lugar de la ciudad donde la vecina que viene en bata a por un litro de vino, el adolescente radical y mestizo y el matrimonio acomodado de verm¨² y aceituna pueden encontrarse -e incluso tutearse- sin que nadie se queje del aspecto, tendencia o gusto musical del otro. En los ant¨ªpodas del bar de moda o del local reservado para un determinado tipo de cliente, resulta un notable caso de comunicaci¨®n e integraci¨®n con el vecindario. A veces incluso como cuartel oficioso para muchas de las entidades y asociaciones del barrio. Si no fuese por su reciente refundaci¨®n, se dir¨ªa que lleva toda la vida all¨ª.
No obstante, no fue hasta el mes de junio de 2002 cuando la Salt¨® volvi¨® a abrir sus puertas, completamente remozada y remasterizada por el escultor brit¨¢nico Steven Forster, que inund¨® las paredes de frases vin¨ªcolas, mientras dispon¨ªa sobre la barra un sinuoso poema del Carmina Burana, como si la m¨¢gica invocaci¨®n goliarda fuese a convocar el esp¨ªritu de las viejas tabernas. Decoraci¨®n por acumulaci¨®n, a medio camino entre los brillos falsos del cercano Paral¡¤lel y el teatrillo de marionetas. Todo rematado por una ex¨®tica colecci¨®n de objetos -a cual m¨¢s kistch- relacionados con el tigre; con el tigre como animal y con "el tigre", apodo que tiene cari?osamente el se?or C¨¢novas.
Desde entonces -en gran medida por la pionera labor de esta bodega- la calle de Blai se ha convertido en un lugar con vida propia; donde se arraciman algunos de los mejores bares de los contornos, con su propia ruta de aperitivos y tapas, y una nueva generaci¨®n de barceloneses que ya no tiene reparos en subir por estas empinadas aceras. En la fiesta mayor, el escenario que se instala frente a su puerta es uno de los m¨¢s concurridos. Y uno siempre puede toparse aqu¨ª con la historia m¨¢s ins¨®lita o el personaje m¨¢s peculiar. Sin ir m¨¢s lejos, el Tito Juan -habitante de la ¨²ltima barraca de Montju?c- fue hasta su muerte uno de sus parroquianos m¨¢s conocidos; como atestigua la foto -vestido de torero- que le recuerda en un rinc¨®n de la barra.
H¨ªbrido de bar de la esquina y punto de reuni¨®n para los colectivos y creadores m¨¢s inquietos del momento, la Salt¨® ha terminado convertida en uno de esos espacios que -a pesar de estos duros tiempos de presi¨®n municipal sobre los locales de ocio- est¨¢ en v¨ªas de convertirse en un nuevo cl¨¢sico de la ciudad.
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