Un instante brillante y ef¨ªmero
La multitud, la raza, la trascendencia en la historia: dejo de lado esas cuestiones, superlativas, que abundar¨¢n en los textos principales. A m¨ª, simple espectador de televisi¨®n, me sorprendi¨® el fondo de angustia en el discurso. Obama habl¨® de esperanza. El mismo Obama encarna una gigantesca ola de esperanza (objetivamente delirante) en todo el mundo. Pero la esperanza de Obama se situ¨® lejos en el tiempo, semioculta tras una serie de dur¨ªsimas batallas inminentes. El mensaje del nuevo presidente de Estados Unidos se envolvi¨® en buenos prop¨®sitos; el texto subyacente, sin embargo, sonaba al Winston Churchill de 1940: "Sangre, sufrimiento, l¨¢grimas y sudor".
El ¨²ltimo presidente al que sus ciudadanos pidieron esperanza fue Ronald Reagan. Los estadounidenses, abatidos por el racionamiento del combustible, la mezcla de inflaci¨®n y recesi¨®n, el fracaso en Ir¨¢n y lo que ya entonces parec¨ªa un declive inevitable, quer¨ªan recuperar el ¨¢nimo colectivo. Reagan pronunci¨® un discurso claro, en el que resumi¨® su programa de reducir el Gobierno federal y los impuestos, y perfectamente cincelado para la ocasi¨®n. Habl¨® a sus conciudadanos llam¨¢ndoles "h¨¦roes". Puede decirse que ese mismo d¨ªa nacieron el optimismo irracional, la revoluci¨®n tecnol¨®gica, los hipermercados financieros y las burbujas que estallan ahora. El efecto, en cualquier caso, fue inmediato.
Tambi¨¦n se ped¨ªa esperanza a Franklin Roosevelt, en 1932. La Gran Depresi¨®n hab¨ªa arruinado el pa¨ªs y se expand¨ªa por el mundo. Hubo ecos del discurso inaugural de Roosevelt en el discurso de Barack Obama, pero faltaron la energ¨ªa y la concisi¨®n. Obama ley¨® mucho sobre la era de Roosevelt antes de viajar a Washington, porque deb¨ªa enfrentarse a problemas no muy distintos de los de hace 80 a?os.
Pese a ello, Obama adopt¨® a Lincoln como referencia. Ambos ten¨ªan or¨ªgenes inusuales para un presidente, ambos llegaron a Washington desde Illinois, ambos eran altos y delgados. Obama quiso jurar sobre la Biblia de Lincoln. Abraham Lincoln es hoy una figura universalmente respetada, pero fue un presidente tr¨¢gico: el inicio de su mandato casi coincidi¨® con el inicio de la guerra civil, tuvo que enviar a sus soldados a horribles matanzas, se vio obligado a variar sobre la marcha sus compromisos electorales (no lleg¨® a la Casa Blanca como abolicionista de la esclavitud) y padeci¨® como ninguno la soledad del poder. Su discurso inaugural fue pobre, cosa extra?a en un orador excepcional que a?os despu¨¦s, en Gettysburg, pronunci¨® uno de los mejores parlamentos de la historia. Lleg¨® a la Casa Blanca lleno de angustia y equivocado: pensaba que no habr¨ªa guerra. Su asesinato culmin¨® la tragedia.
Viendo la ceremonia de ayer me pareci¨® -permitan la absoluta subjetividad- que una inmensa sombra flotaba sobre la alegr¨ªa. Me pareci¨® que la gente quer¨ªa, quer¨ªamos, disfrutar de un momento de esperanza, conscientes de que llegar¨ªan cosas terribles. Me pareci¨® que el mismo Obama, con sus invocaciones a Lincoln, compart¨ªa la sensaci¨®n del instante brillante y ef¨ªmero.
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