Bernie Madoff y mi Nueva York
La operaci¨®n de Bernie Madoff era la cr¨®nica de un delito anunciado. Una explosi¨®n repentina de dinero nuevo en una sociedad no s¨®lo permite la aparici¨®n de nuevos peluqueros y restaurantes, sino tambi¨¦n de nuevos delincuentes, y, cuando Madoff invent¨® la gesti¨®n electr¨®nica de los traspasos de acciones, la producci¨®n industrial se consideraba un remanente sentimental de otra ¨¦poca y a nadie pareci¨® llamarle la atenci¨®n ni preocuparle que el desempleo se hubiera disparado en el Estado de Nueva York. Harry Markopolos, miembro de una firma financiera, curiosamente situada en Boston y no en Nueva York, advirti¨® en repetidas ocasiones a una SEC [la Comisi¨®n del Mercado de Valores de Estados Unidos] de ineficacia criminal de que Madoff estaba llevando a cabo "el mayor esquema de Ponzi del mundo". Una se?al de alarma que deber¨ªan haber visto, y no vieron, los investigadores fue que la firma auditora de las actividades de Madoff no era una de las ocho grandes que suelen utilizarse, sino una peque?a oficina que habr¨ªa encajado muy bien en la pel¨ªcula Los productores, con Nathan Lane y Matthew Broderick. The Washington Post public¨® informaciones que pon¨ªan en duda las actividades de Madoff. ?Por qu¨¦ nadie tom¨® medidas?
Su estafa habr¨ªa sido un gran material para un Balzac, un Proust, y, sobre todo, un Scott Fitzgerald
Era un soci¨®pata que necesitaba enga?ar a la gente y ganar la partida
?A qui¨¦n interesaba desenmascarar a Madoff? No a la SEC, cuyos empleados, mal formados, confiaban quiz¨¢ en obtener mejores trabajos con ¨¦l. Ni a los responsables de los fondos alternativos, que pod¨ªan ser considerados c¨®mplices. Ni a un establishment amorfo, un sistema que quer¨ªa que los buenos tiempos nunca se acabaran. Ni tampoco a las organizaciones ben¨¦ficas, que quieren hacer buenas obras como sea y, cada vez m¨¢s, se despreocupan por el origen del dinero.
No s¨¦ qu¨¦ pas¨® con Madoff, pero mi propia experiencia de hace muchos a?os (una joven viuda cuya herencia disminuy¨® misteriosamente hasta alcanzar, como dijo un amigo, el valor de una bicicleta; mi novela Smart Hearts in the City estaba vagamente basada en el caso, que tard¨¦ a?os en ganar) me ense?¨® varias cosas sobre el dinero y el sistema. 1. No se descubre un delito de cuello blanco a base de hurgar en auditor¨ªas. Primero hay que estar convencido de que existe un delito y luego buscar las auditor¨ªas para comprobarlo, no al rev¨¦s. 2. Es necesaria una gran motivaci¨®n para soportar la humillaci¨®n de que a uno le tomen por loco. 3. Lo m¨¢s importante, hay que aprender a sortear los mecanismos del sistema (cualquier sistema). Los que denuncian cosas no le caen bien a nadie.
Madoff sab¨ªa que era fundamental que sus clientes se sintieran tan impresionados por su respetabilidad como por su habilidad con el dinero; era un soci¨®pata que necesitaba enga?ar a la gente y ganar la partida. Sus v¨ªctimas consideraban que era una "suerte" que ¨¦l las hubiera aceptado y los rechazados sent¨ªan que hab¨ªan ca¨ªdo ignominiosamente en desgracia; ninguno de los dos grupos entend¨ªa que lo que le hac¨ªa falta a Madoff eran clientes que no necesitasen retirar fondos.
Todo esto habr¨ªa dado muy buen material a un Balzac, un Proust y, por supuesto, un F. Scott Fitzgerald, pero los novelistas literarios contempor¨¢neos, equivocadamente, no suelen preocuparse por c¨®mo se gana la vida la gente. Y Madoff necesitaba un toque de misterio. El edificio Lipstick (as¨ª llamado por su forma ovalada, como de barra de labios), en el que Madoff ten¨ªa su despacho leg¨ªtimo en un piso y su falsa oficina en otro, est¨¢ fuera del circuito habitual y es un lugar en el que Madoff pod¨ªa evitar a otros intermediarios y banqueros que observaran sus idas y venidas.
En su b¨²squeda de respetabilidad, Madoff se centr¨® en la peque?a sinagoga ortodoxa de la Quinta Avenida a la altura de las calles sesenta y tantos. A diferencia del enorme y elegante Temple Emmanuel, constituido a mediados del siglo XIX por jud¨ªos alemanes que prefer¨ªan una religi¨®n light, o la r¨ªgida sinagoga de espa?oles y portugueses, con sus profundas ra¨ªces hist¨®ricas, o la amplia Sinagoga Central -con su vasta congregaci¨®n y sus mujeres cantoras, dedicada al ecumenismo, la cultura, la m¨²sica, etc¨¦tera-, todos ellos lugares llenos de individuos que ten¨ªan conexiones propias con Wall Street, la Sinagoga de la Quinta Avenida, m¨¢s aislada, ofrec¨ªa a Madoff una oportunidad ¨²nica para controlar su entorno. No tuvo que conquistar m¨¢s a que a una sola persona, su presidente, el gestor de fondos alternativos Ezra Merkin, que, sin saberlo -o sin preocu-parse-, le abri¨® la puerta a las organizaciones ben¨¦ficas jud¨ªas a las que posteriormente rob¨®.
Como el estafador que se casa con una mujer, le roba el dinero y luego le regala unas cuantas joyas compradas con el dinero robado, por las que ella, como tonta, le da las gracias, Madoff contribuy¨® a las grandes organizaciones ben¨¦ficas jud¨ªas con los fondos robados y, de esa forma, se situ¨® como respetable l¨ªder de la comunidad.
Al meditar sobre estas revelaciones, recuerdo la ¨¦poca en la que discut¨ªa con mis abogados porque pensaba que hab¨ªa algo extra?o en la auditor¨ªa que nos hab¨ªan presentado tras la muerte de mi esposo: no pod¨ªa dejar de mirar un paquete de acciones presuntamente sin valor que rend¨ªa 50 d¨®lares cada trimestre. Lo examinaba una y otra vez, cada vez con m¨¢s detalle. Hasta que result¨® que no era un paquete de acciones, como insist¨ªan los brillantes abogados, sino una manzana de naves industriales (las naves industriales no son una cosa que se pueda hacer trocitos y enviar a las islas Caim¨¢n). Recuerdo el d¨ªa en que encontr¨¦ esas naves, el d¨ªa en que me hice mayor. Mi marido, que era muy de izquierdas (m¨¢s que yo), hab¨ªa demostrado excesiva ignorancia sobre nuestra fuente de ingresos.
El caso Madoff tiene demasiadas connotaciones. El dinero suscita, o demasiado temor y respeto por el mero hecho de ser dinero, con lo que implica -la autoridad-, o, en el otro extremo, la fe infantil que no necesita ninguna atenci¨®n; y ambos extremos son muy t¨ªpicos de Estados Unidos. En otras palabras, una receta perfecta para el desastre.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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