Frustrado viaje a la semilla

La palabra "Doo", explica el propio Pereira, resulta de un error ortogr¨¢fico com¨²n para denominar un d¨²o de danza moderna en Mozambique. Este d¨²o de anoche, si es que lo hay, tambi¨¦n resulta un error, al menos en lo esc¨¦nico. Se trata de un deshilachado proustiano, un hombre (blanco) hijo de colonos en Maputo, que vuelve a los or¨ªgenes en busca de un asidero en tierras que abandon¨® a los 12 a?os camino de Europa. Todo se desarrolla en un ambiente informal nada ritualizado (hasta descorchar una botella de champa?a y bromean) donde se esboza cierta coordinaci¨®n que no cuaja ni crece, quiz¨¢s sea un camino de frustraci¨®n provocado y merecido, intencionado hasta lo inquietante. Miguel Pereira aburre a las ovejas hablando, relatando una historia que no logra sostener una acci¨®n que se basa, vagamente, en su ni?ez perdida, en el p¨¢ramo de unos recuerdos que pueden tener hasta un trasfondo brutal que se intuye y no se manifiesta. Bajo un humor discreto, la evoluci¨®n del d¨²o circula sobre un reglado rudimentario de material ancestral, r¨ªtmico, que probablemente para un antrop¨®logo tenga un cierto hilo, pero que acaba de no dar lugar al acto coreogr¨¢fico.

El bailar¨ªn negro, con un f¨ªsico impresionante y una sinuosidad t¨ªpica, mantiene la entidad de estantigua persecutoria, de rastro tot¨¦mico, de hilo de vida o cuadratura del c¨ªrculo vital del core¨®grafo blanco que quiere bailar como un negro y que le imita (hasta se pone una peluca de rizos azabache). Pero ya, el que regresa all¨¢ al sur del sur, sabe que no conseguir¨¢ m¨¢s que seguir de lejos el tamtan.

La obra acaba y redime al espectador con un solo vibrante de casi 10 minutos de Bernardo Fernando, que en silueta, a golpe de percusi¨®n manipulada por la electr¨®nica, brinda un apogeo de energ¨ªa, casi un grito de libertad expresiva. Haber empezado por ah¨ª.