Nuevos relatos metropolitanos
En la conferencia anual que, en el marco del Colegio de Periodistas, realiza el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, se?al¨® que 2009 "ser¨¢ el a?o del ¨¢rea metropolitana". La reciente creaci¨®n del consorcio que unifica las entidades metropolitanas dedicadas a los temas de transporte y medio ambiente y la mancomunidad de municipios certifica que algo se mueve en ese terreno hist¨®ricamente tan conflictivo y lleno de minas que ha sido el espacio metropolitano de Barcelona y sus capacidades de gobierno y gesti¨®n. En el horizonte inmediato figura la nueva ordenaci¨®n que sobre el gobierno local en Catalu?a y el espacio metropolitano barcelon¨¦s prepara el consejero de Gobernaci¨®n de la Generalitat, Jordi Aus¨¤s. ?Vuelve, pues, el ?rea Metropolitana, disuelta en el rifirrafe de personalismos Pujol-Maragall all¨¢ por el a?o 1987? Puede ser que, como afirma Jordi Borja, acabe por volver tarde y mal, y sin un ¨¢pice de gloria. Pero es probable tambi¨¦n que, si no se quiere perder esta nueva oportunidad y si de lo que se trata es de construir un espacio y una capacidad colectiva de resolver problemas comunes, sea mejor hacerlo desde un perfil bajo que con alharacas y fuegos de artificio.
Es indudable que precisamos gobernanza metropolitana. Y si la generamos, podremos ir avanzando en m¨¢s proyectos comunes
El gobierno metropolitano ha de justificarse por su utilidad. El polit¨®logo alem¨¢n Fritz Scharpf se ha referido a la construcci¨®n europea como un proceso hist¨®rico en el que se ha partido m¨¢s de los outputs (de la capacidad de ofrecer resultados) que de los inputs (de los valores e identidades de partida). Es decir, seg¨²n Scharpf, la Uni¨®n Europea (UE) no pretendi¨® nunca fundamentar su progresiva construcci¨®n en una l¨®gica de nation building. No hab¨ªa identidades compartidas fuertes, no exist¨ªa una lengua com¨²n, y en cambio el punto de partida estaba profundamente marcado por una larga historia de conflictos entre pa¨ªses. Los padres fundadores de Europa dise?aron el camino de integraci¨®n a partir del intercambio econ¨®mico y desde el entrecruzamiento de intereses. Las diversas ampliaciones de la UE se han ido basando en la capacidad constante de generar impactos positivos en los nuevos socios tras su ingreso en el club. Y precisamente el agotamiento en la v¨ªa incrementalista (m¨¢s beneficios para m¨¢s socios), es lo que ha conducido a una situaci¨®n de crisis, ejemplarizada en el fallido proceso de aprobaci¨®n de la Constituci¨®n europea, que, en el fondo, era una vuelta de tuerca en los inputs sin que estuvieran muy claros los outputs finales.
La crisis del gobierno metropolitano de los ochenta deriva, en parte, de la aceleraci¨®n por parte de las fuerzas de izquierda que dominaban el panorama pol¨ªtico metropolitano, de intentar elevar el perfil de la Corporaci¨®n Metropolitana (CMB) dot¨¢ndola de un estatus simb¨®lico y supraterritorial, bajo la hegemon¨ªa socialista-maragalliana. Las an¨¦cdotas del himno y la bandera son eso, an¨¦cdotas, pero reflejan un planteamiento que pretend¨ªa ir m¨¢s all¨¢ de la capacidad de generar servicios y resolver problemas propios de la conurbaci¨®n. Veinte a?os despu¨¦s de la desaparici¨®n manu legislativa de la CMB, la situaci¨®n es muy distinta. Los problemas son en parte los mismos, aunque han aumentado en magnitud y en complejidad. Y a esos problemas se han a?adido otros, propios de este nuevo siglo. Tenemos, pues, razones suficientes para reclamar espacios de respuesta a problemas que requieren una escala superior a la que tiene cada uno de los municipios metropolitanos. Pero no tenemos relato metropolitano. O dicho de otra manera, no tenemos nada que nos haga sentir formando parte de ese espacio que nadie ha definido con exactitud, pero que algunos llaman ¨¢rea metropolitana, otros regi¨®n metropolitana, algunos simplemente conurbaci¨®n o espacio metropolitano. Tenemos necesidades metropolitanas, necesitamos poder metropolitano, pero en medio deber¨ªamos avanzar en identificar y reconocer esos inputs necesarios, como son el espacio y la identidad metropolitanas, para as¨ª reforzar nuestra capacidad conjunta de resolver problemas comunes. No creo que sea posible construir un gobierno metropolitano cuando cada uno de los componentes de esa hipot¨¦tica unidad ejecutiva quiere mantener su autonom¨ªa y su capacidad de agencia. Pero lo que es indudable es que precisamos gobernanza metropolitana. Y si la generamos y la reforzamos, podremos ir avanzando en m¨¢s proyectos comunes.
Mi pregunta es: ?existe una realidad metropolitana que trascienda las l¨®gicas administrativas e institucionales? ?Podemos identificar esas narrativas, vivencias, intercambios y din¨¢micas de interacci¨®n que configuran una trama metropolitana real y vital? Ser¨ªa absurdo imaginar que alguien pueda sentirse metropolitano. Pero al hecho metropolitano deber¨ªamos poderle a?adir corazones, mentes, rostros y vivencias. Si logramos avanzar de manera simult¨¢nea en identificar tramas y urdimbres ya existentes, y en tejer complicidades institucionales y capacidades de respuesta conjunta a problemas comunes, estaremos consolidando un proceso que requiere mucha gesti¨®n fina y mucha sensibilidad compartida, tras 20 a?os en que cada uno ha construido su propio universo. Sin duda, el t¨®pico puede volver a aplicarse aqu¨ª: la crisis es una oportunidad, ya que impide alegr¨ªas poco razonables y empuja a f¨®rmulas de colaboraci¨®n y asunci¨®n colectiva de los costes.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB
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