Bacon, la sensualidad de la herida
Aunque se comprenda la ansiedad de un artista al no ser ¨¦l y lo que hace sino un mero objeto hist¨®rico de la interpretaci¨®n aleatoria de otros mortales, no saberlo aceptar es prueba irrefutable de pat¨¦tica debilidad. A Francis Bacon no le asust¨® la historia, ni reneg¨® formar parte de ella, ni mucho menos ser ¨¦l mismo pasto de historias, quiz¨¢ porque, al contrario de lo que se suele decir al respecto, no es que fuera ateo, algo por completo irrelevante porque no despoja a nadie de tener creencias, sino que se centr¨® de forma radical en la naturaleza mortal del hombre, lo cual le ha convertido parad¨®jicamente en inmortal. Esta reflexi¨®n me parece la introducci¨®n obligada ante el hecho de que, a m¨¢s de tres lustros de su muerte en Madrid y justo en el a?o de su centenario, la Tate Gallery de Londres, el Museo del Prado y el Metropolitan Museum de Nueva York se hayan concertado para ofrecernos, con algunos matices diferenciales en cada una de las tres instituciones mencionadas, la quiz¨¢ mejor retrospectiva de este pintor brit¨¢nico. Rememorando la que tuvo lugar en 1962, se asombraba ya Alan Bownes, en el texto de presentaci¨®n de la exposici¨®n dedicada en 1985 por la Tate, de que este museo le hubiera dedicado dos retrospectivas aun estando Bacon vivo, con lo que, si sumamos esta tercera p¨®stuma, el resultado es que ha sido celebrado a raz¨®n de una gran muestra cada veintipocos a?os, un verdadero r¨¦cord en una ¨¦poca como la nuestra donde la renovaci¨®n y el cambio se buscan con desesperada compulsi¨®n. ?Por qu¨¦ entonces, en vez de entregarnos al banal juego mitomaniaco de mitificar y desmitificar, no nos planteamos qu¨¦ ha hecho tan imprescindible a Bacon para nosotros, al margen de que nos guste o no nos guste como si fuera un helado con sabor a coco? La respuesta a esta pregunta es obvia y palpable: est¨¢ en la pintura y en la forma de pintar Bacon.
Fue un pensador no acad¨¦mico, como Vel¨¢zquez, del que tom¨® el ser un pintor de la existencia mucho antes de la invenci¨®n del existencialismo
Apuntaba al principio que Bacon pint¨® desde la historia, con la historia y para la historia, o, si se quiere, desde el pasado, con el presente y para el porvenir, algo complejo y emocionante que, sin embargo, los historiadores del arte solemos interpretar reductoramente como un amasijo de influencias recibidas y aportaciones originales, como si fuera posible discriminar eso tal cual. El acervo art¨ªstico de Bacon era, desde luego, impresionante, como se subraya en la alargada serie de ¨ªdolos art¨ªsticos que se le atribuyeron, entre los que est¨¢n Miguel ?ngel, Vel¨¢zquez, Rembrandt, Ingres, Daumier, Van Gogh, Picasso, Matisse, Soutine, Fautrier, Giacometti...
Por otra parte, Bacon dec¨ªa no interesarle ning¨²n artista brit¨¢nico salvo Constable y Turner, lo cual era evidentemente una exageraci¨®n defensiva m¨¢s que una simple provocaci¨®n, porque no s¨®lo tuvo en cuenta, por ejemplo, a Stanley Spencer o a Graham Sutherland, sino que busc¨® el cuerpo a cuerpo, esa forma de amistad, con sus mejores compatriotas m¨¢s j¨®venes y, por tanto, potencialmente rivales, con cuyo compadreo se cre¨® ese r¨®tulo publicitario de la Escuela de Londres, que puede tomarse como una f¨®rmula trivial salvo cuando se hace la lista de sus componentes. Y es que Bacon, como Picasso, se desafiaba con los colegas hist¨®ricos y actuales que le merec¨ªan cr¨¦dito, la ¨²nica manera que tiene de crecer quien es ya de por s¨ª verdaderamente grande.
Seg¨²n he ido contemplando a lo largo de las d¨¦cadas la obra de Bacon lo que finalmente me ha cautivado m¨¢s ha sido algo as¨ª como lo que llamar¨ªa su f¨ªsica pict¨®rica, o, mejor, el relieve material, de materia f¨ªsica, de su manera de pintar, siempre tan extremadamente contrastada; esto es: en medio de la planitud monocrom¨¢tica radical, que hace de la superficie del lienzo como una pantalla luminosa, no pocas veces, mirabile visu, ?naranja!, densos cuajarones de empaste versicolor.
Se puede rastrear ciertamente esta tendencia en la forma de dar el color intenso y plano remont¨¢ndonos a Ingres, pero el retorcimiento empastado y las gruesas salpicaduras al desgaire que tensan hasta lo incre¨ªble la plana pantalla luminosa no encuentran, a mi modo de ver, otra raz¨®n que la genialidad esquizoide de un artista que obliga a que el pasado pict¨®rico t¨¢ctil y ¨®ptico se conjugue con la fotograf¨ªa y el cine.
Hay, sin duda, mucho m¨¢s, como, por ejemplo, que este astuto enamorado de la joie de vivre pict¨®rica meridional, encarnada por Bonnard, Vuillard, Valloton y Matisse, los desafiase demostrando que hay una sensualidad tan rotunda y compacta como la solar en medio de una noche alumbrada con luz el¨¦ctrica. Se puede comprobar, no sin un escalofr¨ªo, contemplando el panel central del Tr¨ªptico inspirado por el poema de T. S. Eliot 'Sweeney Agonistes' (1967), donde, al fondo de una estancia en cuyo primer plano hay una silla cubierta por un mont¨®n de ropa masacrada, vemos una ventana con una persiana de tela azul oscuro a medio cerrar que nos descubre una negra noche cerrada. ?A qui¨¦n sino a un enloquecido glot¨®n del placer m¨¢s carnal se le puede ocurrir semejante maravillosa extravagancia?
S¨ª; pero, adem¨¢s, resulta que Bacon era un pensador, que no es lo mismo que, como se dec¨ªa en el clasicismo anta?¨®n, un "pintor fil¨®sofo". Bacon fue un pensador no acad¨¦mico, como Vel¨¢zquez, del que no s¨®lo tom¨® sus exquisitas maneras retractivas, sino el ser un pintor de la existencia mucho antes de la invenci¨®n del existencialismo. No me extra?a que la obra de Bacon haya atra¨ªdo a tantos fil¨®sofos contempor¨¢neos como Deleuze, Lyotard o Leiris, por no hablar de cr¨ªticos pensantes como Sylvester o Dupin. No en balde Bacon es el pintor de la irredenta carnalidad, en la que se confunden los niveles biol¨®gicos org¨¢nicos, rompiendo con toda la trabajosa jerarqu¨ªa construida al efecto. Es el pintor de esa depredadora m¨¢quina deseante que es el cuerpo animal: en realidad, que es toda la materia tal y como la imaginamos, moteada por agujeros negros dinamizadores. En este sentido, Bacon es Bacon, su supuestamente antepasado fil¨®sofo; es Hobbes; es Hume; es Lamarck; es Darwin... Pero eso y mucho m¨¢s, aunque desde una perspectiva po¨¦tica; es decir: incursivamente abierta y, por completo, dram¨¢tica. Una enorme boca abierta que todo lo traga y todo lo grita; que simult¨¢neamente engulle y expele; un voraz respiradero.
Aunque sabemos que ya pintaba durante la d¨¦cada de 1930, en tantos aspectos decisiva para ¨¦l, Bacon se lanz¨® a la fama en el ecuador de la siguiente d¨¦cada, justo al concluir la Segunda Guerra Mundial que hab¨ªa dejado Londres como una ruinosa inmundicia. Lo hizo con unos cuadros de impresionante materia cenicienta, que hoy no han perdido su negra frescura. Luego hizo estallar el color porque seguramente se percat¨® de que all¨ª era donde la tragedia de lo sensual cobrara m¨¢s conminante vibraci¨®n, un poco como la sentencia que Esquilo puso en boca de Agamen¨®n, que a Bacon le gustaba repetir, de que "el hedor de la sangre me hace sonre¨ªr", lo cual no hay que tomarse como una truculencia, sino como una definici¨®n de la paradoja que constituye el vivir. Bacon no era truculento, ni macabro, ni cruel, ni pesimista, ni toda la retah¨ªla de estos adjetivos estigmatizadores para los malos de opereta.
Miraba de cara; o sea: sin pesta?ear, a la vida, que es tambi¨¦n la muerte. Lo hac¨ªa con el entusiasmo de los amantes, que es justo la condici¨®n de los grandes artistas. Finalmente, hab¨ªa visto y comprendido el hermoso y deslumbrante surco de luz que se abre en cada herida del humano cuerpo mortal. Llam¨¦mosle, as¨ª, pues, el poeta de la vulnerabilidad. -
Francis Bacon. Museo del Prado. Madrid. Hasta el 19 de abril. www.museodelprado.es. Francis Bacon: A Centenary Retrospective. Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Del 20 de mayo al 16 de agosto. www.metmuseum.org. Francis Bacon. Se cerr¨® en la Tate Britain de Londres el pasado 4 de enero. www.tate.org.uk.
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