Ausencias de Bonnard
Mirar algunos cuadros de Pierre Bonnard es como haber entrado en una habitaci¨®n en la que parece que no hay nadie y de pronto se descubre con el rabillo del ojo una presencia inadvertida: alguien que estaba inm¨®vil en un rinc¨®n, o que en ese momento pasaba gatunamente delante de un espejo o por una puerta entornada; alguien, incluso, que podr¨ªa ser un recuerdo, un fantasma incluido por la memoria en el espacio cotidiano donde la presencia real nunca estuvo; alguien que se ha marchado y sin embargo est¨¢ muy cerca, una de esas figuras que se hacen m¨¢s poderosas cuanto m¨¢s definitiva es su ausencia. El propio Bonnard tiene algo de pasajero y de ausente. No fue una celebridad a la manera de Picasso o Dal¨ª o Matisse pero tampoco un maldito al que pudiera atribu¨ªrsele una leyenda enaltecedora. No fue cubista, ni surrealista, ni abstracto. No hizo de s¨ª mismo un personaje p¨²blico. Poco a poco se fue alejando del Par¨ªs de las vanguardias y los manifiestos, y desde 1925 hasta el final de su vida vivi¨® retirado en una modesta villa con jard¨ªn en las colinas de Cannes, en compa?¨ªa de su mujer, Marthe, a la que hab¨ªa visto bajar de un tranv¨ªa en 1893 y de la que ya no se separ¨® nunca. La pint¨® y la dibuj¨® tantas veces que su mano se mover¨ªa trazando su contorno vago y preciso al mismo tiempo sin que interviniera ya la voluntad ni fuera necesario el recuerdo; la fotografi¨® desnuda y los juegos de claridad y de sombra sobre su cuerpo detenido en una especie de perpetua adolescencia -los pechos peque?os, la melena corta y lisa, la cara huidiza y redonda- ten¨ªan una morbidez de caricias. Cuando era joven la presencia de Marthe dominaba con un inmediato descaro sexual el cuadro entero en el que aparec¨ªa: indolente y desnuda sobre una cama revuelta, recre¨¢ndose solitariamente en el ba?o, con una sensualidad que le debe a Degas algo de sus sutilezas de color pero que es mucho m¨¢s carnal: no una modelo ni una proyecci¨®n de la fantas¨ªa masculina sino una persona real, m¨¢s misteriosa cuanto m¨¢s conocida, envuelta en la densa dulzura de una pasi¨®n que dura mucho tiempo. Seg¨²n pasan los a?os, Marthe permanece m¨¢s o menos id¨¦ntica, pero su figura se va desplazando hacia los m¨¢rgenes del cuadro; es una cara medio en sombras o una silueta de espaldas, en tr¨¢nsito, no vista directamente sino reflejada en el espejo, a medio camino entre una habitaci¨®n y otra, entre la cercan¨ªa y la ausencia, tal vez entre la a?oranza y el remordimiento. Marthe, que hab¨ªa tenido siempre una salud muy fr¨¢gil, un temperamento hura?o -darse largos ba?os calientes era un vago remedio m¨¦dico y una forma de retiro- muri¨® en enero de 1942 en la casa donde Bonnard y ella hab¨ªan vivido solos durante diecisiete a?os. Pero Bonnard sigui¨® pint¨¢ndola tan asiduamente como cuando estaba viva -su perfil en el margen de una habitaci¨®n con la mesa dispuesta para un desayuno, su silueta en el hueco de una puerta entornada- y uno de los ¨²ltimos cuadros que lleg¨® a terminar la retrata de nuevo como hac¨ªa casi medio siglo: intemporal, no joven pero s¨ª ajena a la decrepitud, sumergida en su ba?era, como flotando en el agua, disuelta en ella como los colores del cuadro en el flujo y en las ondulaciones de la luz; una mujer que se est¨¢ dando un ba?o en el cuarto de al lado y que tambi¨¦n est¨¢ muerta; la dulzura de los placeres dom¨¦sticos y la fantasmagor¨ªa de Ofelia ahog¨¢ndose con los ojos abiertos.
En el enero ¨¢rtico de Nueva York Pierre Bonnard es un par¨¦ntesis de luz mediterr¨¢nea y de colores c¨¢lidos, de frutos en saz¨®n y ventanas abiertas por las que entra la claridad madura de una tarde de verano. En la calle la ma?ana tiene una transparencia helada; en la escalinata del Metropolitan un sol muy p¨¢lido vibra sobre la escarcha con fulgor de diamante. El Bonnard de los ¨²ltimos a?os lo acoge a uno como una casa en apariencia hospitalaria poblada de fantasmas; como un para¨ªso en el que se nota en seguida una pulsaci¨®n de amenaza. Durante mucho tiempo los cr¨ªticos descartaron esta pintura como una deriva anacr¨®nica del impresionismo. En el arte del siglo XX ha prevalecido la percepci¨®n inmediata, el seco impacto visual; tambi¨¦n la enf¨¢tica declaraci¨®n de principios. Bonnard no enuncia nada, y requiere contemplaci¨®n y paciencia para empezar a revelarse. Los a?os de la gran crisis del siglo XX los pas¨® en una villa junto al mar pintando interiores dom¨¦sticos, subyugado por la disposici¨®n de las tazas y los cubiertos del desayuno sobre un mantel blanco o por el modo en que los colores se deshacen en el vapor y en el brillo h¨²medo de los azulejos de un cuarto de ba?o, o por ese estado de suspensi¨®n en el que se ven las cosas cuando dos personas que se conocen muy bien est¨¢n calladas en una habitaci¨®n, cada una en lo suyo, y una de ellas levanta los ojos y se da cuenta de la duraci¨®n del silencio y de la llegada de una penumbra en la que todav¨ªa no hace falta encender la luz. Lo real tiene una rotundidad voluptuosa y a la vez el temblor de lo que existi¨® hace un momento y ya es el pasado. Bonnard no pintaba las cosas tal como las ve¨ªa, sino como las recordaba. Hac¨ªa dibujos en peque?as agendas que se volv¨ªan diminutas en su mano muy grande y se ayudaba con ellos a pintar en su estudio no paisajes lejanos sino la habitaci¨®n contigua, no la mujer anciana y enferma que se iba encogiendo a su lado y a la que tal vez o¨ªa arrastrando los pies pero tampoco la que hab¨ªa surgido ante ¨¦l como un sobresalto de azar y deseo aquel d¨ªa de otro siglo en que iba por Par¨ªs y el tranv¨ªa en el que ella viajaba se detuvo en la acera.
En 1925, cuando ya llevaban juntos m¨¢s de treinta a?os, hab¨ªa estado a punto de dejarla. Se enamor¨® de una de sus modelos, Ren¨¦e Monchaty; la pint¨® a veces en cuadros en los que tambi¨¦n aparec¨ªa Marthe: m¨¢s joven, rubia te?ida, con una mirada que busca la del espectador en vez de desdibujarse en la sombra; le prometi¨® que dejar¨ªa a Marthe y se casar¨ªa con ella. No lo hizo. Se retir¨® con Marthe a la villa de Cannes y Ren¨¦e Monchaty se suicid¨®. Marthe le exigi¨® que destruyera todos los cuadros en los que Ren¨¦e aparec¨ªa. Uno de ellos, inacabado y oculto durante muchos a?os, termin¨® Bonnard de pintarlo cuando Marthe hab¨ªa muerto. La pintura es materia sobre un lienzo y tambi¨¦n tiempo, remordimiento y memoria. A los setenta y tantos a?os, solo en la villa en la que Marthe y Ren¨¦e eran ya dos fantasmas iguales, Bonnard pint¨® a la mujer joven y te?ida de 1925, sonriente en el esplendor de un jard¨ªn. S¨®lo prestando un poco de atenci¨®n se advierte que casi en el margen del cuadro, de espaldas a nosotros, la otra mujer la observa, muerta y presente todav¨ªa.
Pierre Bonnard: The late interiors. Metropolitan Museum de Nueva York. Hasta el 19 de abril. www.metmuseum.org.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.