Eluana y los cuervos
- 1. La actuaci¨®n de Berlusconi y del Vaticano en el llamado caso Eluana, la joven italiana que consigui¨® morir ayer, es un ejemplo m¨¢s del desprecio de los poderosos por la condici¨®n humana. El Vaticano ya nos tiene acostumbrados. Desde sus posiciones obstruccionistas en la lucha contra el sida hasta su reiterado rechazo a determinadas t¨¦cnicas de reproducci¨®n asistida, una y otra vez, las autoridades religiosas dejan claro que los dramas personales no tienen para ellos ninguna importancia al lado de los dogmas de su creencia. La voluntad de Dios, de la que se arrogan la interpretaci¨®n sin ninguna verg¨¹enza, est¨¢ muy por encima de los sufrimientos de las personas. Es m¨¢s, la imagen que su acci¨®n transmite es la de un Dios cruel cuya vanidad se satisface viendo como las personas lo pasan mal. Y lo ¨²nico que le saben decir a la familia Englaro es que dediquen su sufrimiento a Dios y que conf¨ªan en "las curaciones milagrosas". La p¨²rpura papal hace estragos: da apuro ver a un intelectual como Ratzinger predicando la salud de los curanderos.
La Iglesia no puede pretender que su palabra quede fuera del juicio cr¨ªtico
La actuaci¨®n de Berlusconi y del Vaticano en el 'caso Eluana' es un ejemplo del desprecio por la condici¨®n humana
Tampoco de Berlusconi nos sorprende. Basta o¨ªr sus gracias sobre las mujeres o sobre los inmigrantes para ver que su relaci¨®n con el Otro pasa por el desprecio del que cree que todo le est¨¢ permitido. Pero su actuaci¨®n en el caso Eluana supera todos los precedentes. En su lucha contra los poderes del Estado, para instalar un r¨¦gimen populista de derechas, Berlusconi utiliza sin escr¨²pulo un drama personal que ha provocado una gran conmoci¨®n en Italia. Que Eluana siguiera viva o muerta no era el problema de Berlusconi. Ha visto en este caso la oportunidad de seguir con su proceso de destrucci¨®n del Estado democr¨¢tico italiano y ha cogido la misma bandera que el Vaticano. Despu¨¦s de haber destruido la libertad de expresi¨®n con su monopolio medi¨¢tico, despu¨¦s de haber dejado por los suelos a la justicia italiana cambiando la ley permanentemente para garantizarse la impunidad, ahora quiere cargarse los ¨²ltimos contrapesos del sistema, empezando por la presidencia de la Rep¨²blica, por la negativa a firmar el decreto que impide la muerte de Eluana Englanaro. Hasta Giulio Andreotti ha salido en defensa de Giorgio Napolitano, que ha negado su apoyo una ley inconstitucional. Berlusconi va a por la Constituci¨®n. Con la emotividad del caso Eluana como coartada. Utilizando la desgracia humana para sus designios pol¨ªticos, demuestra a todo el que quiera entenderlo que su voluntad de poder no tiene l¨ªmites, y que ni siquiera el ¨¢mbito m¨¢s privado queda fuera de ella, y, por supuesto, que el drama de una persona es irrelevante frente a la voluntad pol¨ªtica. Cuando el poder invade la intimidad, aunque ¨¦sta est¨¦ protegida por el Tribunal Supremo, algo grave acontece: el tufo a totalitarismo es indudable. La alianza del dinero y el altar contra una indefensa familia, que ha respetado la ley hasta el ¨²ltimo momento, y que cuenta con que la justicia le ha dado la raz¨®n, es estremecedora. ?Qu¨¦ enfermedad vive la sociedad italiana que es incapaz de reaccionar ante el dominio berlusconiano? ?Tan pesada es la herencia del sistema triangular de posguerra: el Vaticano, la mafia y el partido comunista?
- 2. Pero, evidentemente, el caso Eluana lleva incorporados otros debates. Por ejemplo, el de la independencia de los poderes, porque Berlusconi lo que est¨¢ haciendo, ni m¨¢s ni menos, es enfrentarse al Tribunal Supremo, impedir el cumplimiento de una sentencia de ¨¦ste. Nada sorprendente en un presidente que se ha dedicado sistem¨¢ticamente a burlar la ley con cambios legislativos para no acabar en la c¨¢rcel. Mario Conde y Silvio Berlusconi iniciaran sus andanzas en pol¨ªtica por la misma ¨¦poca, en los a?os de impunidad anteriores a la crisis de la d¨¦cada de 1990. Mario Conde ha pasado un mont¨®n de a?os en la c¨¢rcel, Silvio Berlusconi preside el Consejo de Ministros. La superioridad del Estado derecho espa?ol sobre el italiano parece manifiesta.
Pero este caso presenta tambi¨¦n la cuesti¨®n del papel de la Iglesia en la escena p¨²blica. Si el uso del caso Eluana por parte de Berlusconi busca la reforma constitucional, el uso de este caso por parte del Vaticano busca el retorno de la Iglesia a la escena pol¨ªtica. Ha sido uno de los empe?os del cardenal Ratzinger desde que lleg¨® al poder, expresado en el mal le¨ªdo discurso de Ratisbona, en que invitaba a las religiones del libro a volver a la escena p¨²blica.
Sin ninguna duda, la Iglesia como cualquier otra instituci¨®n privada tiene todo el derecho a expresarse en el debate p¨²blico. Como cualquier otra instituci¨®n con su palabra contribuye a configurar los estados de opini¨®n, que se van formando en el intercambio comunicacional a muchas voces. Es, por tanto, perfectamente leg¨ªtimo que la Iglesia se manifieste en este caso como en cualquier otro. Es su opini¨®n, que como tal queda sobre la mesa, susceptible de ser sometida, como todo, al an¨¢lisis cr¨ªtico de la raz¨®n. Se supone adem¨¢s, pero esto es una cuesti¨®n interna que no nos concierne a los dem¨¢s, que la palabra de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica debe tener eficacia directa sobre sus feligreses. Aunque, a juzgar por la evoluci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, o ¨¦stos son pocos o cada vez hacen menos caso a sus jefes. Pero lo que no puede pretender la Iglesia es que su palabra, con la coartada de hablar en nombre de Dios -t¨¦cnicamente, de blasfemar-, quede fuera del juicio cr¨ªtico. Porque se empieza alz¨¢ndose sobre los hombres con el argumento de que su palabra es divina y se acaba convirti¨¦ndolos en pura nada, carne de ca?¨®n para la gloria de Dios. Es la negaci¨®n de la humanidad del hombre, que algunos han descubierto viendo Camino.
Eluana muri¨® mientras Berlusconi y el Vaticano libraban a su costa una batalla contra la Constituci¨®n el primero, para ocupar la escena p¨²blica, el segundo. Aqu¨ª no hay debate, hay simple y llanamente abuso de poder. Pero ya se sabe que forma parte de la cultura del poder recordar a las personas su insignificancia, meros instrumentos al servicio de los grandes designios. Por sus obscenidades les conocer¨¦is.
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