Luces, olvidos, narices
Me largo unos d¨ªas a hacer bolos al Caribe m¨¢s literario -Cartagena de Indias, Festival Hay-, no muy lejos del ignoto lugar selv¨¢tico donde los sicarios del llamado Don Mario (la estrella ascendente en el firmamento del narcotr¨¢fico) cortan con motosierra las manos de sus competidores, y cuando regreso me encuentro con que el suelo (editorial) patrio sigue movi¨¦ndose bajo mis pies. Cambios en la direcci¨®n de las marcas, previsibles patadas hacia arriba, prejubilaciones, reestructuraciones, nervios: los rumores se hab¨ªan filtrado apelotonados en la Heroica villa a trav¨¦s del correo electr¨®nico, el ¨²ltimo e hipermoderno avatar de la muy vetusta radio-macuto. All¨ª, en la amurallada ciudad fundada por Pedro de Heredia, la que defendi¨® de los ataques de los corsarios ingleses el almirante Blas de Lezo (apodado Mediohombre tras haber perdido ¨¦pica y sucesivamente pierna, brazo, ojo y segunda pierna), autores y cr¨ªticos hisp¨¢nicos se hac¨ªan eco de las contradictorias cacofon¨ªas provenientes de nuestro asendereado corralito editorial. Menos mal que, de vuelta al hogar y al orden abstemio, me estaba esperando, puntualmente, Luces de Cultura, el muy oficial ¨®rgano bimestral cuya testaruda existencia no contribuye precisamente a la gloria de nuestro ministro CAM (no confundir con las siglas de Central Arizona Modelers, una asociaci¨®n estadounidense de aficionados al aeromodelismo). Gracias a ella me entero, por si a¨²n no lo sab¨ªa, de que en el Prado se exhibe la obra de Bacon, de que Mars¨¦ recoger¨¢ el Cervantes el 23 de abril, y de que el plazo para solicitar algunas ayudas y becas expir¨® 15 d¨ªas antes de que me llegara la revista, lo que no deja de constituir un ejemplo de contrainformaci¨®n. Por supuesto, nada se dice en el redundante botafumeiro de, por ejemplo, en qu¨¦ ha quedado aquel Observatorio del Libro que llevaba el PSOE en su programa. Sigo sin entender qu¨¦ pinta esta revista de papel no reciclado al lado de la siempre mejorable p¨¢gina web (www.mcu.es) del Ministerio, pero supongo que es f¨¦rrea divisa de quienes la perpetran aquella de sostenella y no enmendalla que tantas satisfacciones ha dado a los bur¨®cratas a lo largo de nuestra historia intelectual.
Patrimonio
Siempre he tenido por prodigioso (y quiz¨¢s premonitorio) el hecho de que los primeros versos que se conservan del poema narrativo fundacional de nuestra lengua com¨²n -la que hablar¨¢n 500 millones de personas a finales de la pr¨®xima d¨¦cada- pongan en escena al h¨¦roe primordial castellano llorando a moco tendido: "De los sos ojos tan fuertemientre llorando, / tornava la cabe?a e est¨¢valos catando". Sorprende que una tradici¨®n que exhibe ese estremecedor incipit -que retumba a trav¨¦s de los siglos como un aldabonazo en la puerta de nuestro imaginario- haya podido desarrollarse de tantos y tan diversos modos -incluyendo la comedia ligera, como la que ¨²ltimamente gusta a Mendoza-, a ambas orillas del oc¨¦ano. En esa trayectoria, larga y compleja, todo ha acabado siendo patrimonio, aunque, evidentemente, con diferente valor; incluido lo que Saturno-Cronos, el dios que devora a sus hijos por puro miedo a la muerte, parece haber descartado definitivamente o deja arrumbado un instante en el transcurrir de la historia literaria. Estos d¨ªas en que leo el obituario del muy longevo Luis Romero (1916-2009) y ojeo con culposa desgana La fuente enterrada, de Carmen de Icaza, rescatada por Backlist (Planeta), pienso en el apabullante olvido que padecen hoy muchos de aquellos novelistas que alcanzaron su acm¨¦ en la primera mitad de la Dictadura -en 1945 la se?ora de Icaza fue elegida por el Gremio de Libreros "el novelista m¨¢s le¨ªdo del a?o"-, mientras me pregunto con curiosidad flotante cu¨¢nto de lo que hoy triunfa caer¨¢ en un olvido igualmente estruendoso antes de diez a?os. Recibo, por ¨²ltimo, Liras entre lanzas (Castalia), un t¨ªtulo poco sugerente para esa Historia de la literatura 'nacional' en la Guerra Civil (su subt¨ªtulo), de Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªnez Cachero, en la que pueden rastrearse algunos de los nombres que destacar¨ªan (y otros tempranamente arrumbados) en la producci¨®n literaria hegem¨®nica en a?os posteriores. S¨®lo tres escritores -a los que Mart¨ªnez Cachero califica de "multigen¨¦ricos"- merecen cap¨ªtulo aparte: Fox¨¢, Miquelarena y Pem¨¢n, pero el volumen ofrece en conjunto un interesante panorama -en cierto modo, un cat¨¢logo- de los autores que -desde la poes¨ªa a las biograf¨ªas imperiales, desde el periodismo literario al relato militante- escribieron (entre 1936 y 1939) desde y para el bando que resultar¨ªa vencedor en la contienda fratricida. Muchos de esos literatos de combate fueron meros "aficionados deseosos de contar su caso y adoctrinar a los lectores". Pero otros delimitaron con su producci¨®n posterior -y mediante el nihil obstat de una feroc¨ªsima censura- la literatura jaleada o consentida desde las terminales ideol¨®gicas del Estado franquista en los a?os de plomo del nacionalcatolicismo.
Editoras
A pesar de los reiterados intentos de reconvertirlo en un h¨ªbrido de mercadot¨¦cnico y contable -una tendencia que hizo furor a principios de los noventa, cuando en el negocio del libro era posible encontrarse a directivos que proven¨ªan de la venta de bayetas-, lo cierto es que el editor tradicional es hoy m¨¢s necesario que nunca. Como se?alaba el maestro Castellet en su hermosa definici¨®n del director literario, entre las prendas que deben adornar a un editor est¨¢ la de una buena nariz, y no s¨®lo para husmear originales (el famoso olfato), sino tambi¨¦n a los autores, a los accionistas, a la competencia, a los jefes que presionan con los nuevos presupuestos. Pero, sobre todo, para ventear el aire del tiempo: lo que merece ser publicado y lo que la gente (unos pocos o la mayor¨ªa: depende del tipo de editor que se quiera o se pueda ser) desea (o deber¨ªa) leer. El editor es, entre otras cosas, una especie de cr¨ªtico al que se ha dotado de cierto poder ejecutivo: el de decidir qu¨¦ se publica y qu¨¦ no. Y que puede equivocarse (a veces por adelantarse a su ¨¦poca), acertar o triunfar clamorosamente. Sin ese olfato de los editores -hoy me refiero al de dos mujeres- para percibir lo que demanda el mercado, dos de los m¨¢s grandes grupos espa?oles no habr¨ªan publicado los t¨ªtulos que m¨¢s se leen en estos deprimidos meses: las sagas respectivas de Stephenie Meyer y Stieg Larsson, de cuyos vol¨²menes ya se han vendido en conjunto y en todo el mercado hisp¨¢nico m¨¢s de tres millones de ejemplares. Responsable de la contrataci¨®n de la primera fue Mar¨ªa Jes¨²s Gil, antigua editora de Alfaguara infantil y juvenil (Grupo Santillana) y una de las m¨¢s prestigiosas editoras en ese segmento del lectorado. Las novelas de Larsson fueron publicadas por Destino (Planeta) gracias a la recomendaci¨®n de Silvia Ses¨¦, editora de ficci¨®n en la editorial catalana. Conviene recordarlo: detr¨¢s de los sellos hay siempre editores (con sus equipos) que tienen nombres y apellidos. Y tambi¨¦n nariz.
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